lunes, septiembre 07, 2020

Dórocy, la princesa golfa

Ubo huna vez una princesa bastante golfa, perdonadme, a la que sus amigas llamaban La Golfa, pero nunca delante de ella porque no tenían huevos. Era golfa, de acuerdo, pero practicaba el boxeo, y tenía un buen par de golpes con los puños cerrados que la hacían una temible adversaria en una situación potencial de enfrentamiento.

imagen @Stopfat0
Como buena princesa, era feúcha, pero compensaba su poco afortunado rostro con su porte principesco y, sobre todo, con su desenfadada golfería, lo que la hacía enormemente popular entre los miembros[i] de la realeza y de otros clubs populares, como el Club Stefania’s Selected Relax (seleccionamos, asimismo, clientela), el Pringao’s Club, o el Nuevo Club de Egipcios de Alaska, por nombrar unos pocos, aunque significativos, clubes.

Llamábase la princesa Dorotea, pero se hacía llamar Dórocy, con grafía hispanoamericana, cosa que excitaba mucho a los idiotas. Entre la falange de idiotas que vivía en la comarca del Golondrino en aquellos años, estaba el duque Medices, un duque bastante bueno en aquellos tiempos, que eran bastante parecidos a estos tiempos, porque hablamos de hace unos 2 años, más o menos. El duque Medices, un noble al que daban ganas de ponerle una admiración tras la ese, vivía completamente atontado y bebía los vientos por Dórocy pero era, como tantos nobles a lo largo de la historia, un ser bastante desdichado.

Su ducado apenas le reportaba nada interesante: algunos sinsabores, desde luego nada de dinero, y las risas de sus compañeros de colegio, sus socios del Pringao’s y del mundo en general. La profunda estupidez de que hacía gala, con envidiable vitalidad, le convertía en blanco perfecto de chanzas, bofas y mefas de todo el mundo, o al menos de la parte del mundo menos estúpida que él; para situar este dato en su verdadera dimensión, la parte del mundo a la que nos referimos, seamos francos, era un 98% de la humanidad.

Hasta Dórocy, mujer bastante estúpida, desde su propia bobería, se burlaba del pobre Medices con no demasiada piedad, cualidad humana que, si la adornaba, quedaba agotaba en la Asociación Para el Bien de los Negritos Pobres. Era en el trabajo en esa ONG, que presidía con tanto orgullo como ineptitud, donde, en efecto, justificaba su tiempo laboral, aunque sin resultado ninguno: La APBNP no se comía un saci, pero ahí seguía, dando lustre a la obra social de la Corona y entreteniendo a unos cuantos inútiles bienintencionados que se reunían un par de veces al mes para pensar cosas buenas para los negritos y ahí acababa el asunto; en pensarlas, toda vez que sus cabezas de huevo no producían una sola idea viable, ni hubieran sido capaces de recolectar un maldito euro para llevarlas a cabo. Sólo era otra ONG sin un mal proyecto en el que gastar energías reales.

Medices, el duque, llevaba mucho tiempo persiguiendo a Dórocy pero ésta, a pesar de su conocida golfería, a pesar de sus pocas luces, veía humillante el hecho de salir con el alelado mayor del reino; el duque era, creedme, gilipollas hasta el tuétano, el pobre. No obstante, como muchos gilipollas, Medices poseía la virtud de la cabezonería, era un auténtico pelmazo, un martillo de inmisericorde machaconería así que, finalmente, un día, la princesa se rindió y accedió a tener una cita con el noble memo.

Así que ahí tenemos al duque, el 16 de marzo de 2019, presentándose en la puerta de palacio, vestido como un idiota tirolés, con un ramito de perejil y muérdago y expectativas de mojar el churro, dada la -quizá injustificada- fama de golfa de la princesa golfa.

Le abrió la puerta Hanson Señora, el menordomo de palacio, primo de Benson, con su característico olor a merlucilla de anteayer y su aspecto cadavérico pero dulce, como de postre, y condujo al duque a la Sala de los Obtusos, el lugar de palacio donde, desde tiempo inmemorial, se recibía a los pretendientes de las princesas, incluso de las golfas. Mientras estaba esperando a Dórocy, con su ridículo ramo de perejil y muérdago, y su patético disfraz de tirolés con plumita y todo, el duque Medices pensó durante unos instantes en el destino, la fatalidad y todo eso, pero esta sorprendente hondura le iluminó sólo unos instantes: al mirar alrededor y oler la pasta, el ringorrango y todo eso que hay en los palacios, tomó la decisión de conquistar, a toda costa, el corazón de La Golfa y desposarla, porque, siendo princesa, bueno, el bodorrio, con su convite, lo pagaría la casa real y eso siempre viste cantidad. Y después de este estúpido e innoble pensamiento, Medices se empalmó como un macaco al ver a Dórocy bajar las escaleras vestida como una verdadera fulana (pensad en la imagen, en la escena final, de Olivia Newton John en Grease), pero más poligonera, con relleno para las tetas, alpargatas de plataforma con pedrería falsa y la hucha bien marcadita. Y bolso de puta.

¿Por qué coño te has vestido de tirolés? ¿Es una promesa…?

El pobre Medices, que trataba a toda costa de ocultar su evidente erección (era muy estúpido, pero estaba estupendamente dotado) en su pantaloncito verde, no supo qué responder a ese descorazonador saludo

¿Qué narices es eso…? – dijo Dórocy señalando el patético ramito de especias del estúpido duque que, lo juro, iba menguando su ya no demasiado imponente presencia.

Un Ramo De La Amistad – respondió, muy achantado, Medices, que había buscado en internet “Tipos de Ramos” y eligió el más feo, insulso e inoportuno, solo porque se lo enviaban esa misma mañana.

Vaya, eso sí que no me lo esperaba… ¿Y qué quieres, que me lo meta por el culo para purgarme? – dijo la finolis, y es que he olvidado señalar, en la semblanza de la princesa (magnífica, por otra parte), este rasgo tan bonito de su personalidad. La extrema ordinariez de la que le gustaba presumir.

No sabía que servía para eso – dijo el alelado marqués.

El caso es que sí servía para eso. Pero a Medices no le importó la grosería ilimitada de su lenguaje y su referencia escatológica, ni siquiera la poca amabilidad y educación que demostraba la pregunta. Acostumbrado a ver el lado bueno, o más bien, el lado que le beneficiaba de cualquier asunto, se agarró a la frase que antecedía a la pregunta, a ese “eso sí que no me lo esperaba”, para convencerse de lo bien que había ido la cita porque había conseguido sorprenderla. No le importó que la princesa hubiera quedado, sin hablarlo antes con el duque, con su monitor de fitness y su entrenador personal para la cena rómantica en el restaurante francés. Que no le hiciera ni puto caso en toda la noche (sólo en el momento de sacar la billetera le sonreía) y que acabara fumando en la fría y lluviosa noche madrileña mientras ella se lo montaba con los dos maromos en el Jaguar del duque. Para él, optimista incurable, estúpido en constante recaída, la cita había ido de cojones.

Un año después, la desposó. Pasaron muchas más citas humillantes - en varias ocasiones, no solo su coche, sino que tuvo que ceder su propia cama para que la princesa se acostara con jóvenes agraciados - y directamente peligrosas, como aquella ocasión en que de broma, le pegó un tiro en un tobillo y se lo destrozó para siempre, o cuando le dejó en pelotas totales, haciéndole creer que lo follaría, en un armario de un dormitorio de Ikea.

Pero, contumaz, se casó con la princesa. Y ni siquiera así consiguió acostarse con ella. En su viaje de novios se llevó a un prometedor pintor (prometedor porque le prometía muchas cosas, cosas que nunca cumplía) y a un batería borracho a los que se tiraba en noches alternas, ignorando carnalmente a su marido.

Podías hacerme una paja – le dijo un día mientras miraba al botones del hotel montar a su golfa mujer por detrás, y le ofrecía su miembro morcillón

Y tú podías ser un pepino, así me servirías para algo – dijo la princesa con ojos de perdida.

Ya en palacio, Dórocy siguió siendo golfa, Medices estúpido y el Madrid el mejor equipo del mundo. Medices se acostaba con los sirvientes gays, que eran cantidad, algunos al servicio de la princesa (y de la reina) y en ellos descubrió que para tirarse a un tío, o para que te la chupara, no hacía falta un gran esfuerzo, solo dejarse. También descubrió que los gays valoraban y celebraban su enorme pene y, sin mayores preguntas ni promesas, estaban dispuestos a celebrarlo.

Un día, el peluquero de Dórocy le dijo mientras se la meneaba con gran pericia, que el rey entendía, y que le iban las pollas grandes. Coño, se dijo Medices, es mi oportunidá. Se puso su pantalón tirolés (que guardaba desde su primera cita con Dorocy, como recuerdo “de una gran cita”) sin ropa interior y fue paseando al despacho real meneándose con la mano en el bolsillo para evidenciar la grandeza de su nabo.

Caramba – dijo el monarca, que era muy observador - , ¿qué tenemos aquí? – y él solito se respondió -  a fe mía que nos hallamos ante un notable mango…

Y yacieron.

Y resultó que de su fornicia desatada surgió el amor real; de una coyunda más que satisfactoria, el rey quedó prendado para siempre. Mandaron a la reina a recoger espárragos y desposaron, hombre con hombre, lo juro por mis hijos. Hizo un solemne comunicado a su pueblo:

Soy el rey y me caso con este, que le cuelga medio metro entre las piernas. Lo hago por el bien del pueblo. (vítores, fanfarrias y todo eso)

El duque fue, pues, rey consorte, y jamás dejó de ser estúpido y de anhelar el cuerpo de su mujer, porque el rey podía casarse con quien le saliera de los huevos sin necesidad de que el objeto de sus esponsales fuera libre a efectos del registro civil, institución que se pasaba por el forro con admirable olimpismo. Medices estaba casado con el rey y con la princesa, era supersangre real y se aficionó a la fotografía y al cultivo de narcisos.

 La princesa Dórocy siguió siendo una golfa y pasándoselo de cine, cepillándose a todo quisque, salvo al estúpido duque, ahora rey consorte.

Por lo menos, podías llamarme papá – le dijo Medices a Dórocy, y su carcajada se oyó en todo el reino

Otro día, su alteza real Medices le dijo a la princesa Dórocy

¿Por qué me tratas así?

Y ella, resuelta, respondió

Porque eres Estúpido. Y yo, una Golfa.

 

 

 



[i] Miembros: titulares de membresía o también, pollas

2 comentarios:

Carmina dijo...

Lo he leído. Y estoy sin palabras. De ahí la ausencia de más letras, frases, párrafos. Solo un beso grande pero no de golfa, sino de amiga casta y recatada. Esta Dórocy no me inspira comentarios, y Medices menos todavía. Ya sabes que fui una niña bastante atípica, y que los cuentos de princesas no son lo mío. Más besos, querido George.

Wolffo dijo...

No sabría qué decir yo tampoco a tu comentario.
Solo que espero que el siguiente te guste.