Vete
Una de esas delicias que conocimos gracias tipos como Jesús Ordovás, Julián Ruiz, Gonzalo Garrido o Juan de Pablos, que no necesitaban discos para pinchar los programas de radio más enérgicos que recuerdo. En sus FM's sonaban las maquetas de grupos como Mamá, a los que hoy me atrevo a versionear. Esta canción es una delicia de principio a fin y refleja cómo me sentía yo en esa época. Me gustaba el rollo ese de la movida, sí, pero el mundo no terminaba ahí. Vuelvo a subir esta canción porque me da la gana y porque os la merecéis, muchachos (¿?).
Me pone triste la lluvia y me trae miles de recuerdos.
Una vez, no sé si os acordáis, en otoño del 82, en Madrid. Un día cualquiera de antes del invierno. Yo sí que lo recuerdo. Una joven e indolente pareja que, a lomos de una Lambretta roja, con muchos faros y más espejos, desafiaba aquella noche, más otoñal que madrileña, a cuerpo gentil. Él llevaba un traje oscuro y ella, ¡ay, ella...! ella acababa de salir de la peluquería, moldeada su melenita negra y francesa, que contrastaba con su rostro blanco y sus rojos labios y sus uñas negras y sus medias de rejilla, camino del RockOla. A tomar unas copas. A hacer unas risas. Pero sobre todo, a dejarse ver. Y su tarde arruinada por un chaparrón de esos que caían al principio del mundo y que hacían parecer que fuera el fin del mundo. Ella, Layette, maldice a su chico, el Sopas, por tener una moto y no un coche. Él maldice a los ángeles meones.
Llegan a la sala y ella se mete corriendo en el baño, ignorando a todo el mundo, mirándose los pies, como un camarero en un día agitado. Él, inconsciente de su ridículo aspecto, procura mantener cierta dignidad en su porte, y se queda, bobamente, en pie en medio de la sala, siendo el centro de todas las miradas.
El RockOla está lleno de gente, pero él no ve a nadie conocido. A nadie conocido por él, vamos, porque ve a varios de los amigos y amigas de ella. Ella es una modette muy popular. Viste con exquisita originalidad, sin seguir la biblia mod al pie de la letra, dando a su aspecto un barniz posmoderno y afterpunk de lo más celebrado por los petardos locales.
Tiene un montón de amigos importantes. Cantantes irritantes, locutores demodés, periodistas manoslargas y algún camello siempre dispuesto a pasarle una rayita. Él, sin embargo, es un advenedizo y está ciertamente deslumbrado por esa chica que se ha metido corriendo en el baño. Es la primera vez que van al RockOla juntos. Él no sabía que podía irse sólo a estar, porque, claro, él sólo iba a los conciertos.
Esa noche van a tocar los Church, aunque hay rumores de que, a lo mejor, se suspende, porque el cantante tiene chunga la garganta. El concierto será por la noche, pero sólo los más modernos saben que hay que estar desde las 7, petardeando, dejándose ver, haciendo amigos. En aquellos años no era raro quedar a las 6 de la tarde, nadie te miraba mal ni nada.
Los Church han congregado en el RockOla a toda la gente guapa (ni se te ocurra decir movida, porque entonces descubrirás que eres un plástico, un trendy de mierda): están los periodistas que cuentan, Carlos Tena, Rafa Abitbol, Ordovás, Gonzalo Garrido... Mira, Iñaki Glutamato y Jaime Caligari están con Ana Curra, Eduardo Benavente y Sabino, el Intocable y un par de punkies modernísimos. Antonio Banderas ha venido con Cecilia Roth y Eusebio Poncela quien, la verdad, parece un poco fuera de lugar. Los mods están guapísimos, los punkies, sucísimos, los hippies, desaparecidos y el Sopas, colgado en medio de la sala, empapado y esperando que su chica salga del baño y le diga qué hay que hacer a continuación.
Alguien le da un manotazo por detrás y descubre a Saula y al Bombilla, dos amigos mods que han llegado igual de empapados que ellos, pero muertos de risa. Saula es simpatiquísima, pero todo el mundo la conoce porque tiene unas tetas enormes y es dificilísimo hablar con ella sin que te hipnoticen sus pezones. Saula se va al baño a buscar a Layette y el Bombilla y el Sopas, como dos colegas en remojo, se van a la barra, al lado del piano que nadie toca nunca. El Bombilla se hace con sorprendente presteza con dos tercios, le pasa uno al sopas y le da una pastillita azul para que se le pase el dolor del alma.
El Bombilla le dice a que no hay huevos para tocar el piano y el Sopas se sienta en la silla, abre la tapa y se pone a aberrar sobre las teclas del piano. Llega Salto, otro colega que, afortunadamente, no tiene novia. ¿Qué coño haces en el piano, mierdecilla?, pregunta cortésmente y el Bombilla le dice que está haciendo escalas de jazz. ¿Escalas de jazz? Dice un moderno de un grupo de modernos que les daba la espalda, ¿y cómo es eso? pregunta interesado, porque es el típico nota que no soporta no saber todo lo que pasa y todo lo que se cuece alrededor, pues las escalas de jazz son así, tío, dice el Sopas mientras aporrea sin piedad el piano y en estas llega el de seguridad, el jefe, no los gorilas, que es un gilipollas casi tan grande como... como... como quien sea, llega el de seguridad y se pone junto al sopas y le dice, oye, chaval, si tú abres el piano, yo abro la caja de las galletas, y como ve que nadie le pilla la amenaza, dice que la caja de galletas, tíos, la de las hostias y el Sopas, El Bombilla y Salto se miran y se mueren de risa y dejan al segurillo con sus galletas y su traje negro con cara de idiota junto al piano.
Salto conduce a sus amigos a otro sitio y el Sopas dice que si no deberían esperar a Layette y Saula, que dónde andarán y entonces el Bombilla señala a la parte guay de la barra donde se ve a las chicas tomando benjamines con lo más moderno de Madrid, como si ellos no existieran y la verdad, no existen, porque ellos toman cerveza y los cantantes, los periodistas y los actores, toman champán. Y Saula y Layette prefieren el champán, claro.
Salto, Bombilla y Sopas se van al pasillo de los baños a tocar culos. Siempre hay muchísima gente y se pueden tocar culos sin problemas, porque además, por alguna extraña razón, las chicas en el RockOla se dejan tocar un poco el culo sin protestar demasiado. El Sopas, una vez, en un concierto de Trementina (lamentable) ligó con una chica que estaba detrás de él, con el sutil método de tocarle una teta con el codo, mientras hacía que bailaba. Flípalo. Bueno, pues cuando están en plena apoteosis de palmoteos y pellizcos, se apagan las luces y se van corriendo porque eso significa que va a empezar el concierto.
El Sopas, el Bombilla y Salto ven los conciertos de cerca, para aprenderse las canciones y, con un poco de suerte, pillar la púa del guitarra. Saltan y brincan y cantan todas las canciones. Layette y Saula, como son más modernas, se quedan detrás, con los famosillos y como mucho, mueven un poco la cabeza entre sorbo y sorbo del benjamín.
Los tres intentan hacerse hueco entre la gente, pero hoy hay más peña que de costumbre y Salto les señala a un tío que hay delante de él con una chupa de cuero preciosa en cuya espalda pone SQUEEZE, y abriendo mucho la boca, como si gritara, pero hablando muy bajito, dice es Antonio Vega, y los otros asienten, pero como tienen un pedo descomunal, le apartan de un empujón (no tiene demasiado mérito, el líder de Nacha Pop es un tirillas) y siguen su camino hacia el escenario, para aprenderse las canciones.
El concierto va genial. Salto, El Bombilla y el Sopas, saltan como locos y el cantante de Church se disculpa una y otra vez por lo afónico que está, pero el tío se pasa dos horas ahí sufriendo y haciendo disfrutar a todo el mundo menos a su madre, que sufre solidariamente con la garganta de su hijo.
Tres horas después del final del concierto, Saula y el Bombilla se piran y cuando el Sopas les acompaña fuera para echar una meada en la calle, que es mucho más higiénico que los baños del RockOla a esas horas, se da cuenta de que un capullo envidioso le ha rajado las dos ruedas de
Salto, atento a la jugada, abandona a la madre del cantante de Church, a la que tenía camelada completamente, y se solidariza con Sopas y le ofrece su garaje, que está relativamente cerca del RockOla, para dejar la moto esa noche.
Cuando llevan una hora empujando la moto en el frío de una madrugada lluviosa madrileña, el Sopas le pregunta, como quien no quiere la cosa, oye Salto, tío, ¿tú qué coño entiendes por cerca? y Salto, con un pedo tan grande como el del Sopas, igualmente empapado y feliz de tener 19 años y vivir en Madrid en el 82, suelta una enorme, sonora y redonda carcajada.
Dos amigos que se alejan, calle abajo, empujando una Lambretta bajo la lluvia, y felices de tenerse el uno al otro.