Ain’t she sweet es una canción compuesta en 1927 por el mítico dúo Milton Ager, música, y Jack Yellen, letra, pollos ambos de los que no sé nada más que lo mucho y bueno que de ellos dice Wikipedia. Pero me da pereza hacer un panegírico. Yo conocí la canción en la versión que a los Beatles permitieron grabar en su primer álbum, cuando ni siquiera se llamaban The Beatles, sino The Beat Brothers, y actuaban como grupo de acompañamiento del emergente rocker Tony Sheridan, del que nunca más se supo, pero ha vivido más o menos bien de la leyenda de ser una especie de mentor de los Beatles y de sus recuerdos. El caso es que cuando a los Beatles les propusieron grabar con Tony Sheridan, les permitieron colocar dos canciones: esta versión, que ya era un clásico en 1960, y una deliciosa rareza llamada Cry for a Shadow, única composición del dúo John Lennon-George Harrison. Luego he oído la canción en multitud de películas, en dibujos animados, anuncios... en multitud de versiones pero, creo, faltaba el unplugged, y aquí estoy yo para subsanar esa penosa carencia. Lo del unplugged es un rollo. Se supone que quiere decir “desenchufado”, sin cables y eso, todo acústico y al aire, pero al final es mentira. Todo está enchufado y todo está súper tratado. La mejor definición de unplugged que oí jamás me la dio mi excompañero, pero eterno amigo Sergio: “Jordi –me dijo con su acento medio sevillano-, un anplág es como un concierto normal, pero con guitarra acústica y sentaos”. Bueno, en mi caso, esta versión es desenchufada total. Tanto que ni he programado batería. Pandereta y golpes en lo que pille es toda la percusión. Guitarra acústica, armónica y voz. Y arreando. a ver qué os parece. Os suena, fijo.
Savile es rubia y es guapa. Y lista. Pero no entiende qué es lo que hace esa preciosa y enorme perra pastor que todas las mañanas la sigue, a unos cinco metros. En realidad, no sabe si es perro o perra, pero Savile está bastante segura de que es una perra. Parece demasiado lista para ser perro.
No se lo ha dicho a nadie porque nadie la creería. Pensarían que estaba ya con sus paranoias. Como aquella vez que un tipo la seguía y nadie, especialmente sus compañeras, quiso creerla y le decían si es que no sabía otra manera de llamar la atención de los hombres que inventando a un acosador.
Esta vez, la acusarían de querer llamar la atención del mundo animal, inventando a una perra pastor acosadora.
Pero ella lo había comprobado. Era una perra preciosa de verdad: grande, fuerte y noble y no parecía una perra callejera. La esperaba en el kiosko de prensa, a unos cinco metros de la boca del metro y siempre guardaba esta distancia. Empezaba a caminar cuando ella caminaba y, si se detenía, la perra se detenía también. Al principio sintió miedo. La perra era preciosa, sí, pero enorme y, si le daba truculenta, podría comérsela de dos bocados y un cuarto.
Pero pronto descubrió que no había peligro: incluso si Savile avanzaba hacia la perra, esta retrocedía guardando siempre esa distancia de unos cinco metros. Y la miraba como con cariño. ¿O era pena? Era un sentimiento dulce, pensaba Savile, si es que los perro tienen sentimientos, claro, asunto este, el de los sentimientos de los animales, en el que Savile no estaba muy versada.
Empezó a llevarle cosas a la perra. Como nunca había tenido perro ni nada parecido (los peluches no cuentan), le llevaba cosas pintorescas. Una ramita de perejil le llevó un día. Otro día, una tostada que no se había comido la noche anterior. Otro día, una zanahoria. Otro día, un pepino, eso sí, pelado. En realidad, cualquiera que no sea Savile reconocerá que le llevaba cosas nada apetecibles, pero Savile veía que cualquier cosa que le dejaba en el suelo, la perra la recogía.
Luego mientras ella se encendía un pitillo esperando al autobús, a veces hablando con algún compañero, pero generalmente sola, la perra se sentaba a su distancia y se quedaba mirándola con una expresión melancólica en el hocico. Si es que los perros eran capaces de sentir melancolía, claro. Desde luego, eran muy capaces de transmitirla, eso lo comprobaba Savile cada mañana.
Pero lo que Savile no sabía es lo que sucedía después; porque cuando ella subía al autobús de la empresa que la llevaba a la oficina de las afueras, y se alejaba dejando a la perra sentada mirando el autobús, ésta se levantaba, dejaba en el suelo lo que había traído Savile y desaparecía hasta el día siguiente, a las ocho menos diez, hora en la que, sentada también, esperaba a que Savile saliera de la boca del metro.
-.-
Pímlico, con acento en la primera “i”, es reportero. Su sueño es trabajar en Mi cámara y yo, pero mientras tanto, recorre la ciudad con su cámara digital por si ve algo interesante. Compra el periódico todos los días en el mismo kiosko. Sí, el mismo en el que la perra pastor espera a Savile. Desde luego, como es un reportero de raza, se ha fijado en la perra, que también es de raza, aunque no sabría decir qué raza exactamente (echémosle una mano: pastor belga), y un día le pregunta al kioskero, más que nada por ser amable:
- Precioso perro, ¿cómo se llama?
- Pregúnteselo a él, yo solo vendo periódicos...
- ¡Ah... perdone! ¿No es suyo?
- No, ¿y suyo?
Magnífico gremio, el de los kioskeros, pero no exento de gilipollas, como acaba de apreciar Pímlico. Entonces se queda mirando a la preciosa perra, que él cree perro, porque, aunque no es tan listo como Savile, se ha dado cuenta de que es de raza. Se pone a cierta distancia y le saca unos planos. Se aleja más, pero pone en marcha el zoom a lo burro, porque quiere pillarla con piernas desenfocadas de gente de por medio. De pronto, unas piernas bastante principales, que surgen de una falda granate y se esconden en unas botas negras de piel, llaman la atención del reportero, que se olvida del artístico plano de la perra, de la evocación de la soledad urbana que estaba filmando y persigue, por unos metros, esas piernas. Está decidiendo si le gustaría más que esas piernas fueran su cinturón o su bufanda cuando aparece, inopinadamente, en cuadro, la perra que Pímlico cree perro.
- ¡Mierda...! – sigue grabando, porque el plano le está quedando de primera – A ese perro le gusta chupar plano... – y llega un momento en que se alejan tanto que ya no los ve. Pímlico sale corriendo y busca una ubicación para seguir observando. Y grabando.
Durante una semana, graba todo lo que puede y cada día se sorprende más.
Un día, al fin, reúne fuerzas y se atreve a abordar a la chica.
- Perdona – le dice a Savile- ¿es tuyo ese perro?
Savile se asusta, pero contesta que no.
Pímlico le cuenta entonces que lleva una semana observándola, que se ha dado cuenta de que el perro la sigue y que tiene pruebas. Le va a enseñar las imágenes grabadas Y Savile, que teme más a los humanos que a los perros, quizá porque sabe más de humanos que de perros, sale corriendo, pensando que Pímlico está loco.
Y un poco loco sí que parece, con esos pelos.
-.-
El viernes, Savile está viendo Telemadrid y se sorprende al ver el kiosko donde la espera la perra.
“Ahora una historia emocionante – anuncia la locutora – Esta preciosa perra, de la raza pastor belga...
- ¡Caray, es mi perra!
“... sigue, desde hace días, a una joven belleza madrileña...
- Joven, belleza y madrileña, tres mentiras... ¡pero no está mal.! – dice Savile, satisfecha.
“... que ha preferido guardar el anonimato; la perraespera todos los días a la misteriosa rubia y la sigue hasta la parada del autobús que toma a diario la enigmática mujer.
El reportaje, la verdad, no contaba gran cosa. Aparecía un sorprendentemente simpático kioskero (hay que ver lo que una cámara es capaz de cambiar a algunas personas) y algunos vecinos que mentían descaradamente, pero que salían para que el reportaje tuviera un poco de sabor local. Savile aparecía irreconocible, toda pixelada y enigmática y eso le gustó.
Ahora Savile sabía que no era una paranioca. La perra, efectivamente, la seguía a ella. Y verlo desde esa otra perspectiva, le había gustado muchísimo.
Pero seguía sin entender nada.
-.-
Seis meses atrás, sucedía algo relacionado con todo esto.
Soho, un escritorzuelo sin suerte, pasea con su perra. En este momento, está en realidad parado, no paseando, con su perra junto al kiosko de prensa en el que jamás comprará nada porque el kioskero es un borde de mierda que un día no le quiso dar cambio. Soho suele hablar con su perra, quien, la verdad, no le hace demasiado caso.
- Mírala. ¿No es una monada? Mirala caminando calle abajo... dímelo, Öptima, entre tú y yo, confidencialmente, que no se lo voy a decir a nadie ¿no es adorable?
Y baja la calle esa rubia que es guapa y es lista, bajo la atenta mirada de Soho y Öptima, su perra. La rubia lista y guapa camina del todo ajena al efecto que causa en Soho, que es discreto, e igualmente ignorante de que Öptima, la perra, la ignora. O eso parece.
Como todos los días, ella camina calle abajo a primera hora y él la sigue unos metros detrás, con despreocupada e indisimulada discreción, pero sin atreverse a abordarla. O a saludarla. O lo que sea.
Es lunes. Y los lunes son los mejores días, porque Soho lleva dos días sin verla y cuando ella surge de la escalera del metro y camina dos manzanas hasta el punto donde el autobús de la empresa que recoge a los trabajadores somnolientos, Soho se pone realmente contento de ver a la chica a la que no conoce, pero ama ya con locura. Porque Soho lleva siguiendo a esa chica cerca de un año. Y ha decidido que esa semana tiene que decírselo.
Soho mira a la chica rubia y lista, con Öptima sentada a sus pies, mientras se fuma un cigarrillo, casi siempre sola, pero a veces acompañada. Pero Soho sabe que ella prefiere fumar sola.
Ese lunes, precisamente, cuando el autobús se va, y él se queda mirándolo al borde de la calzada, a Soho le suena el móvil y, al ir a contestar, se le cae en la carretera. Se agacha a recogerlo justo en el momento en el que un hombre que también iba hablando por teléfono, pero al volante de un Cherokee, pasaba por ese mismo sitio.
A Soho no le da tiempo ni de sentir daño. El hombre del Cherokee, que es médico, lo sube, como un inerte bulto a su coche y lo lleva a su hospital, donde ingresa cadáver.
De quien nadie se acordó es de Öptima, la preciosa perra pastor belga.
Una perra de costumbres, sin duda.