martes, septiembre 29, 2020

lost in Consolación (un Musical, pero sin música)

El señor Penev Ibrante, natural de Navalcarnero (Bulgaria), aunque de padres de Guadalajara (México), trabaja para la industria sexual, en la pujante localidad de Consolación, una pedanía de Valdepeñas, en la provincia de Ciudad Real (España),  donde la gente es más o menos igual que en cualquier otro sitio, pero con más casas de putas, por decirlo de un modo sencillo. También hay putos, no es una cuestión de género, aunque si miramos las cifras frías, incluso las calientes, que son las propias de este sector, hay un mayor número de pilinguis que de boys de alquiler. Cualquiera que haya viajado en coche desde el centro de la península hacia el sur, ha pasado por este pueblo de curioso y reparador nombre, y ha tenido que advertir la desvergonzada proliferación, casi micológica, de burdeles aquí y acullá.

- En Consolación se vive de puta, madre (la coma importa) - dijo el joven Penev cuando su madre, en conferencia via Whatsapp desde su país natal, le preguntó que qué tal le iba en ese extraño pueblo.

Porque resulta que Penev Ibrante es búlgaro de Navalcarnero y, a pesar de su prometedor nombre, de evocadora prosodia, no es un puto, ni un chulo, ni siquiera -como encarnación de su nombre- el cliente preferido de las putas; es un técnico de mantenimiento (y eso es lo que le decía a su madre que era), y trabaja dando soporte técnico en los económicamente saneados prostíbulos de Consolación. Su área de negocio preferente es entre el vientre y las ingles de meretrices, chaperos y gigolós, manteniendo en perfecta forma (y fondo, sus prospecciones de revisión han causado no pocos orgasmos, aun sin pretenderlo) las vaginas y los penes, más de lo primero que de lo segundo, como dijimos, y también los ojetes de propias y extraños. Extraños para Penev, porque el retrógrado técnico búlgaro, que no termina de aprobar la homosexualidad (es de los que piensa que se puede curar) y menos aún su explotación comercial, tolera la putez de hombres si es para consolar damas, pero no las relaciones regladas y consensuadas entre hombres. Entre mujeres, las alienta, incluso. Pero el señor Ibrante tiene buen corazón y a los putillos gays no les regaña de mal rollo, les reconviene cariñosamente y trata de redimirlos, como si dijéramos, de sacarlos de la oscuridad, siempre de forma educada, respetuosa y caritativa, porque él, finalmente, quería a sus muchachos y a sus chicas (a éstas un poco más, por mucho que disimulase Penev) y deseaba que desarrollasen su fastidioso trabajo de la manera menos penosa posible.

Todo el mundo pensaba que si Penev no era médico, poco le faltaba. O que, al menos, era enfermero, o veterinario, o camillero, como mínimo. Pero no. Penev estudió Cerámica Tradicional en la Escuela Profesional De Artes y Ofisios de Bulgaria y su afición principal, su pasatiempo favorito, desde que lo descubrió en su adolescencia, era la masturbación autoexpiatoria, y se entregaba con verdadero entusiasmo y habilidad a esta afición, incluso de manera vigorosa, reportando más de 160 sacudidas por minuto, en una especie de penitencia por haber tenido malos pensamientos (ay, la señorita Eva, la de Pintura Decorativa, qué melonazos tiene...) o practicado malas obras (como cuando le retorció los pezones, junto a otros compañeros de clase, en el pabellón de Educación Física, a esa misma señorita Eva, completamente beoda, en la copa de Navidad que ofrecía, el último día lectivo antes de las vacaciones navideñas, la Escuela Profesional de Sozopol, donde estudiaba); y creció así, a orillas del Mar Negro, como si tratara de matarse a pajas, o al menos secarse, pero sin conseguirlo nunca del todo. Aunque hubo algunos días, después de 20 penitencias, que el dolor y el escozor eran tan intensos que realmente pensó en terminar con todo aquello de forma definitiva, por ejemplo cortándose el nabo. No lo hizo, gracias a dios, pero adquirió una pericia nada desdeñable en el manejo del cipote, lo que, sin él saberlo, le sacaría de la irrelevancia y la exclusión social una vez que dejó Sozopol, sin más equipaje que una mochila a la espalda  y, tras una estancia breve y decepcionante en Sofia, emigró a Madrid (España). Allí, en menos de 3 semanas, encontró trabajo como gorila de un reputado proxeneta y enseguida, cambió de ocupación, que no de patrón, y se estableció de forma fija en Consolación. Ninguno de estos grandes logros los obtuvo gracias a sus estudios, en los que se aplicó con cabezonería búlgara; todo lo que tenía se lo debía a una adolescencia en estado perenne de salidez, y a haberse convertido en una perfecta máquina masturbadora que eyaculaba 4 y 5 veces todos los días, como un campeón. Así que ahí tenemos a Penev, artesano de la cerámica, haciendo el mantenimiento y revisiones bimestrales de coños, pollas y culos de todos los calibres y colores, sin tener un maldito diploma ni pajolera idea de anatomía, salvo la del aparato reproductor masculino, al menos en su zona superficial, donde podía presumir de un conocimiento netamente intensivo.

Aquella mañana, no, la otra, es cuando empezó todo. Estaba Penev revisandole los bajos (labor casi exclusivamente higiénica) a Yrina, la estrella rutilante de Los Arcángeles de Chirly, cuando de las entrañas de la meretriz ucraniana le pareció ver surgir a la rana Gustavo, micrófono en mano y le golpeó en un labio al ir a hacerle una pregunta idiota, lo que indignó a Penev sobremanera, además de producirle una herida inciso contusa de las praderas en salva sea la parte, y con salva sea la parte me refiero al labio inferior, que ya tenía bastante desgracia con ser así de feo (labio belfo con doble valor,  como los goles a domicilio en la Champions League), como para que encima le hagan con un micrófono una herida inciso contusa, siendo oh, inciso contusa, una de las expresiones más bonitas que el búlgaro de Navalcarnero había aprendido a utilizar con soltura casi manchega.

- Perdona, Yrina, pero ¿te ha salido una rana del chumino?

- No lo creo, Penev

- La Rana Gustavo, concretamente

- Insisto en que no lo creo, Penev, debe ser tu imaginación, te vuelve a jugar una mala pasada...

- ¿Mi imaginación, Yrina?

- Tu imaginación, Penev

Entonces empezó a sonar una melodía cadenciosa y tropical (como en los días previos al fin del mundo en Total, de José Luis Cuerda) y Penev e Yrina se levantaron cogidos de la mano y salieron al patio de los Arcángeles de Chirly y, bailando un poquillo cantaron:

¡Imaginación, imaginación!

a todo el mundo gusta la imaginación

Pero si eres una pilingui en Consolación

de muy poco sirve la imaginación

(coro, todas las pilinguis y chaperillos del puticlub al unísono) 

ay lo poco que te sirve la imaginación

¡en Consolación, en Consolación! (x2)

O balansé, balansé, dijo Penev al sentarse de nuevo, una vez hubo acabado el número musical, nos ha salido muy bien, volvió a decir mientras metía sus dedos en las entrañas de Yrina para dejarle el chichi más que listo pa farolillos, olvidando su reciente alucinación de la rana Gustavo. Yrina, por cierto, no se quejó ni nada, y su sonrisa temblorosa y su mirada de ojos desacompadados parecían indicar lo que estaba disfrutando la prospección búlgara.

A Yrina siguieron todas sus compañeras del Chirly y ninguna podía negar que los cuidados de Penev eran claramente un beneficio social ajeno a la nómina. Penev, por cierto, no era inmune a los encantos de las dulces barraganas, y al terminar estas sesiones no le quedaba más remedio que consolarse a solas, recordando sus días adolescentes con melancólicas pajas en la enfermería de los lupanares, mientras los violines empezaban a tomar protagonismo y Penev, solo, mirando por la ventana, entonó la balada del pajillero melancólico

(piano)

no todo lo he olvidado

he vuelto a revivir

los días, las ventajas

de esos tiempos tan lejanos

en los que no sabía ni reir

pero me mataba a pajas

... pianísimo ...

ay! a veces sí que sirve la imaginación

¡aquí en Consolación, aquí en Consolación! (x2)
 

Total que Penev no era feliz. Gozaba del favor de decenas de mujeres (y algunos de los hombres) de vida licenciosa, pero eso no le llenaba, lo que le llenaba, de verdad es el chocolate y se encerró en la cocina de su pisito de Consolación y cocinó una soberbia mousse de chocolate negro con destreza desusada con chocolate negro 72%, 6 huevos, nata, azúcar, mantequilla, pizca de sal y unas hojitas de hierbabuena y nueces para decorar.

Además de tener una pinta estupenda, estaba de muerte (por chocolate) y Penev se metió, de una sentada, la ración ordinaria de 6 personas, comiéndose hasta las hojitas de hierbabuena y entonces entraron 3 putillos y fue así que uno de ellos empezó a cantar y los otros le lanzaban las respuestas al texto y los 3 danzaban alegres alrededor del deprimido Penev:

Cómo se te quitan las penas si te ha dado un parrús

 

PUTILLO 1 (andante):

cómo se te quitan las penas

si te ha dado un parrús

PUTILLOS 2 Y 3 (allegro):

pues no comas berenjenas

y tómate una mousse (mús, mús, mús...)

PUTILLO 1 (vivace):

¿y no sería más juicioso

 y más beneficioso

comerse la raja

de una sandía?, es mi pregunta

PUTILLOS 2 y 3 (molto vivace):

lo que parece una equivocación 

sobre todo en Consolación, 

es hacerse pajas 
 
en una casa de putas
 

 A lo que el infeliz Penev no pudo dar respuesta inmediata, así que los putillos se fueron por el proscenio y nuestro Penev se quedó pensativo junto a la ventana de la enfermería. Desde luego, teniendo a mano, y nunca mejor dicho, esa cantidad de carne dispuesta, resultaba extraño que se consolase de esa manera pudiendo difrutar del servicio completo.

Penev abrió la ventana por la que miraba, saltó a la campiña manchega y se encaminó hacia la puesta de sol, vibrante y colorá con paso decidido, búlgaro y viril, como han hecho siempre sus compatriotas, sobre todo los que eran decididos y viriles, y una cámara aérea le sigue y se eleva y se ve todo muy bonito, porque el director de fotografía quiere un Oscar y podemos oír la Emotiva Canción Final por la que todos esperan ser nominados también a los Oscar:

Emotiva Canción Final

No puede ser que te dediques 

a hurgarte la nariz con el meñique

teniendo el índice en forma y libre

 -.-

No fastidies con huevos cocidos

ni tortilla francesa, jodido,

si puedes hacerte huevos fritos

 (Chorus)

Oh, joven búlgaro de voz nada misteriosa,

te voy a decir una cosa,

no te dediques a la masturbación

 si trabajas en Consolación

 (Coro de vírgenes vestales)

no cometas automasturbación

aquí en Consolación (ción...ción...)


Y Penev lo comprendió todo, y seguidamente murió de un ataque de asco, porque la melodía de la canción era horrible, tenéis suerte de no oírla en este musical escrito, porque alguien perdió la partitura y no existe tradición oral y se acaba la historia en este momento.

5 comentarios:

Pai dijo...

¡Mola! ¡No hay historia que no sorprenda!

Wolffo dijo...

Me limitó a los hechos, Pai, soy un simple notario

Carmina dijo...

A tus pies, insigne narrador y creador de personajes inolvidables.

Wolffo dijo...

¡Me place!
Desde la princesa golfa andaba compungido, y celebro haber recuperado tu favor.
Un besote, Carmina.

Wolffo dijo...

La verdad, la historia de Penev es sobrecogedora.