martes, septiembre 29, 2020

lost in Consolación (un Musical, pero sin música)

El señor Penev Ibrante, natural de Navalcarnero (Bulgaria), aunque de padres de Guadalajara (México), trabaja para la industria sexual, en la pujante localidad de Consolación, una pedanía de Valdepeñas, en la provincia de Ciudad Real (España),  donde la gente es más o menos igual que en cualquier otro sitio, pero con más casas de putas, por decirlo de un modo sencillo. También hay putos, no es una cuestión de género, aunque si miramos las cifras frías, incluso las calientes, que son las propias de este sector, hay un mayor número de pilinguis que de boys de alquiler. Cualquiera que haya viajado en coche desde el centro de la península hacia el sur, ha pasado por este pueblo de curioso y reparador nombre, y ha tenido que advertir la desvergonzada proliferación, casi micológica, de burdeles aquí y acullá.

- En Consolación se vive de puta, madre (la coma importa) - dijo el joven Penev cuando su madre, en conferencia via Whatsapp desde su país natal, le preguntó que qué tal le iba en ese extraño pueblo.

Porque resulta que Penev Ibrante es búlgaro de Navalcarnero y, a pesar de su prometedor nombre, de evocadora prosodia, no es un puto, ni un chulo, ni siquiera -como encarnación de su nombre- el cliente preferido de las putas; es un técnico de mantenimiento (y eso es lo que le decía a su madre que era), y trabaja dando soporte técnico en los económicamente saneados prostíbulos de Consolación. Su área de negocio preferente es entre el vientre y las ingles de meretrices, chaperos y gigolós, manteniendo en perfecta forma (y fondo, sus prospecciones de revisión han causado no pocos orgasmos, aun sin pretenderlo) las vaginas y los penes, más de lo primero que de lo segundo, como dijimos, y también los ojetes de propias y extraños. Extraños para Penev, porque el retrógrado técnico búlgaro, que no termina de aprobar la homosexualidad (es de los que piensa que se puede curar) y menos aún su explotación comercial, tolera la putez de hombres si es para consolar damas, pero no las relaciones regladas y consensuadas entre hombres. Entre mujeres, las alienta, incluso. Pero el señor Ibrante tiene buen corazón y a los putillos gays no les regaña de mal rollo, les reconviene cariñosamente y trata de redimirlos, como si dijéramos, de sacarlos de la oscuridad, siempre de forma educada, respetuosa y caritativa, porque él, finalmente, quería a sus muchachos y a sus chicas (a éstas un poco más, por mucho que disimulase Penev) y deseaba que desarrollasen su fastidioso trabajo de la manera menos penosa posible.

Todo el mundo pensaba que si Penev no era médico, poco le faltaba. O que, al menos, era enfermero, o veterinario, o camillero, como mínimo. Pero no. Penev estudió Cerámica Tradicional en la Escuela Profesional De Artes y Ofisios de Bulgaria y su afición principal, su pasatiempo favorito, desde que lo descubrió en su adolescencia, era la masturbación autoexpiatoria, y se entregaba con verdadero entusiasmo y habilidad a esta afición, incluso de manera vigorosa, reportando más de 160 sacudidas por minuto, en una especie de penitencia por haber tenido malos pensamientos (ay, la señorita Eva, la de Pintura Decorativa, qué melonazos tiene...) o practicado malas obras (como cuando le retorció los pezones, junto a otros compañeros de clase, en el pabellón de Educación Física, a esa misma señorita Eva, completamente beoda, en la copa de Navidad que ofrecía, el último día lectivo antes de las vacaciones navideñas, la Escuela Profesional de Sozopol, donde estudiaba); y creció así, a orillas del Mar Negro, como si tratara de matarse a pajas, o al menos secarse, pero sin conseguirlo nunca del todo. Aunque hubo algunos días, después de 20 penitencias, que el dolor y el escozor eran tan intensos que realmente pensó en terminar con todo aquello de forma definitiva, por ejemplo cortándose el nabo. No lo hizo, gracias a dios, pero adquirió una pericia nada desdeñable en el manejo del cipote, lo que, sin él saberlo, le sacaría de la irrelevancia y la exclusión social una vez que dejó Sozopol, sin más equipaje que una mochila a la espalda  y, tras una estancia breve y decepcionante en Sofia, emigró a Madrid (España). Allí, en menos de 3 semanas, encontró trabajo como gorila de un reputado proxeneta y enseguida, cambió de ocupación, que no de patrón, y se estableció de forma fija en Consolación. Ninguno de estos grandes logros los obtuvo gracias a sus estudios, en los que se aplicó con cabezonería búlgara; todo lo que tenía se lo debía a una adolescencia en estado perenne de salidez, y a haberse convertido en una perfecta máquina masturbadora que eyaculaba 4 y 5 veces todos los días, como un campeón. Así que ahí tenemos a Penev, artesano de la cerámica, haciendo el mantenimiento y revisiones bimestrales de coños, pollas y culos de todos los calibres y colores, sin tener un maldito diploma ni pajolera idea de anatomía, salvo la del aparato reproductor masculino, al menos en su zona superficial, donde podía presumir de un conocimiento netamente intensivo.

Aquella mañana, no, la otra, es cuando empezó todo. Estaba Penev revisandole los bajos (labor casi exclusivamente higiénica) a Yrina, la estrella rutilante de Los Arcángeles de Chirly, cuando de las entrañas de la meretriz ucraniana le pareció ver surgir a la rana Gustavo, micrófono en mano y le golpeó en un labio al ir a hacerle una pregunta idiota, lo que indignó a Penev sobremanera, además de producirle una herida inciso contusa de las praderas en salva sea la parte, y con salva sea la parte me refiero al labio inferior, que ya tenía bastante desgracia con ser así de feo (labio belfo con doble valor,  como los goles a domicilio en la Champions League), como para que encima le hagan con un micrófono una herida inciso contusa, siendo oh, inciso contusa, una de las expresiones más bonitas que el búlgaro de Navalcarnero había aprendido a utilizar con soltura casi manchega.

- Perdona, Yrina, pero ¿te ha salido una rana del chumino?

- No lo creo, Penev

- La Rana Gustavo, concretamente

- Insisto en que no lo creo, Penev, debe ser tu imaginación, te vuelve a jugar una mala pasada...

- ¿Mi imaginación, Yrina?

- Tu imaginación, Penev

Entonces empezó a sonar una melodía cadenciosa y tropical (como en los días previos al fin del mundo en Total, de José Luis Cuerda) y Penev e Yrina se levantaron cogidos de la mano y salieron al patio de los Arcángeles de Chirly y, bailando un poquillo cantaron:

¡Imaginación, imaginación!

a todo el mundo gusta la imaginación

Pero si eres una pilingui en Consolación

de muy poco sirve la imaginación

(coro, todas las pilinguis y chaperillos del puticlub al unísono) 

ay lo poco que te sirve la imaginación

¡en Consolación, en Consolación! (x2)

O balansé, balansé, dijo Penev al sentarse de nuevo, una vez hubo acabado el número musical, nos ha salido muy bien, volvió a decir mientras metía sus dedos en las entrañas de Yrina para dejarle el chichi más que listo pa farolillos, olvidando su reciente alucinación de la rana Gustavo. Yrina, por cierto, no se quejó ni nada, y su sonrisa temblorosa y su mirada de ojos desacompadados parecían indicar lo que estaba disfrutando la prospección búlgara.

A Yrina siguieron todas sus compañeras del Chirly y ninguna podía negar que los cuidados de Penev eran claramente un beneficio social ajeno a la nómina. Penev, por cierto, no era inmune a los encantos de las dulces barraganas, y al terminar estas sesiones no le quedaba más remedio que consolarse a solas, recordando sus días adolescentes con melancólicas pajas en la enfermería de los lupanares, mientras los violines empezaban a tomar protagonismo y Penev, solo, mirando por la ventana, entonó la balada del pajillero melancólico

(piano)

no todo lo he olvidado

he vuelto a revivir

los días, las ventajas

de esos tiempos tan lejanos

en los que no sabía ni reir

pero me mataba a pajas

... pianísimo ...

ay! a veces sí que sirve la imaginación

¡aquí en Consolación, aquí en Consolación! (x2)
 

Total que Penev no era feliz. Gozaba del favor de decenas de mujeres (y algunos de los hombres) de vida licenciosa, pero eso no le llenaba, lo que le llenaba, de verdad es el chocolate y se encerró en la cocina de su pisito de Consolación y cocinó una soberbia mousse de chocolate negro con destreza desusada con chocolate negro 72%, 6 huevos, nata, azúcar, mantequilla, pizca de sal y unas hojitas de hierbabuena y nueces para decorar.

Además de tener una pinta estupenda, estaba de muerte (por chocolate) y Penev se metió, de una sentada, la ración ordinaria de 6 personas, comiéndose hasta las hojitas de hierbabuena y entonces entraron 3 putillos y fue así que uno de ellos empezó a cantar y los otros le lanzaban las respuestas al texto y los 3 danzaban alegres alrededor del deprimido Penev:

Cómo se te quitan las penas si te ha dado un parrús

 

PUTILLO 1 (andante):

cómo se te quitan las penas

si te ha dado un parrús

PUTILLOS 2 Y 3 (allegro):

pues no comas berenjenas

y tómate una mousse (mús, mús, mús...)

PUTILLO 1 (vivace):

¿y no sería más juicioso

 y más beneficioso

comerse la raja

de una sandía?, es mi pregunta

PUTILLOS 2 y 3 (molto vivace):

lo que parece una equivocación 

sobre todo en Consolación, 

es hacerse pajas 
 
en una casa de putas
 

 A lo que el infeliz Penev no pudo dar respuesta inmediata, así que los putillos se fueron por el proscenio y nuestro Penev se quedó pensativo junto a la ventana de la enfermería. Desde luego, teniendo a mano, y nunca mejor dicho, esa cantidad de carne dispuesta, resultaba extraño que se consolase de esa manera pudiendo difrutar del servicio completo.

Penev abrió la ventana por la que miraba, saltó a la campiña manchega y se encaminó hacia la puesta de sol, vibrante y colorá con paso decidido, búlgaro y viril, como han hecho siempre sus compatriotas, sobre todo los que eran decididos y viriles, y una cámara aérea le sigue y se eleva y se ve todo muy bonito, porque el director de fotografía quiere un Oscar y podemos oír la Emotiva Canción Final por la que todos esperan ser nominados también a los Oscar:

Emotiva Canción Final

No puede ser que te dediques 

a hurgarte la nariz con el meñique

teniendo el índice en forma y libre

 -.-

No fastidies con huevos cocidos

ni tortilla francesa, jodido,

si puedes hacerte huevos fritos

 (Chorus)

Oh, joven búlgaro de voz nada misteriosa,

te voy a decir una cosa,

no te dediques a la masturbación

 si trabajas en Consolación

 (Coro de vírgenes vestales)

no cometas automasturbación

aquí en Consolación (ción...ción...)


Y Penev lo comprendió todo, y seguidamente murió de un ataque de asco, porque la melodía de la canción era horrible, tenéis suerte de no oírla en este musical escrito, porque alguien perdió la partitura y no existe tradición oral y se acaba la historia en este momento.

miércoles, septiembre 16, 2020

Nada, a pesar de todo

 Ella no sabe nada aún. 

No sabe nada ya.

ella

no

sabe

nada

ni supo, ni sabrá;

nada

-.-


Con este poema se presentó Jasinto  Padentro, bajo el alias El Lagartijo, al Certamen Anual de Poesía Rápida Valtimore Xpressa. Jasinto acompañaba  su poema con la preceptiva plica donde, además de los datos requeridos, incluía una nota manuscrita:

Señore:

haganme el favor de dejarme recitar el poema presencialmente.

Porque la gracia está en mi acento sevillano

jasinto

Naturalmente, no le dejaron. Con buen criterio, los miembros del jurado dedujeron que Jasinto era bobo, o algo parecido. Además, usaron ese mismo buen juicio para que su poema no pasara la primera criba y fue eliminado sin miramientos y su obra magna "Ella, nada" tirada a la basura  como las obras de los otros 56 aspirantes eliminados en primera ronda.

No ocurrió lo mismo con "Sinsabores", original de Linda Yobtusa, que curraba en el Simply y que fue contactada por el concejal de cultura  de Valtimore, Señor Soso,  para comunicarle que su poema "Sinsabores" había obtenido el máximo galardón (uno de los menos importantes de la sierra madrileña). Según le daban la noticia, a Lindas se le escapó una ligera ventosidad mientras reía histéricamente por la alegría, todo ello sin soltar el teléfono; se encontraba en ese momento en el comedor del restaurante El Zurullo, comiendo el menú del día con uno de sus amigos más antiguos y pesados, Jasinto Padentro, y otros dos indianos de la localidad serrana sin relevancia para esta historia. Al sr. Padentro le molestó estar fuera del chiste. Era ese tipo de persona, le molestaba ver reír a alguien y no ser él la causa, por sus ocurrencias de sevillano de pura cepa. No sabía que cuando Linda le explicará el motivo de su alegría (y de su cuesco ligero), se iba a molestar más aún pues, en su fuero interno, el galardón solo podía ser suyo. Al fin y al cabo, había escrito un poema definitivo, eso tenía que apreciarlo el jurado, y en cuanto le dejaran recitarlo con su gracia sevillana, les dejaría con la boca abierta.

El destino quiso que el concejal Soso, a la sazón presidente del jurado de Valtimore Xpressa, se encontrara tomando unas cañas en la barra de El Zurullo, confraternizando con el resto de los miembros del jurado; Olegario, dueño de la tienda de fotocopias y el primo del cura, Germán El Espabilao, que había estado una vez en Lisboa, miembros con los que había compartido una dura jornada de deliberación.

Las cañas dieron paso a una comida un par de mesas más allá de la que compartían Jasinto y Linda (y los otros 2 tristes) donde se vivía un drama a pequeña/mediana escala. Linda pedía a su amigo que se alegrara por su éxito porque ella, como buena amiga que era, se hubiera alegrado en el caso de que él hubiera ganado. Era mentira, claramente, Linda era una mujer egoísta, simplona y con poco control de la válvula pedística, lo que le granjeaba algunos problemas de socialización, como cualquiera puede entender. Jasinto era un capullo, pero no era hipócrita

- ¿Cómo voy a alegrarme de que tu poema, que era una mierda, una puta mierda, haya ganado al mío? - dijo dando un puñetazo sobre la mesa y accionando el tenedor, cuyo mango descansaba fuera del plato de macarrones con chorizo y tomate, y poniendo perdidos a los dos invitados de piedra sin relevancia que les acompañaban. Seguían sin tener relevancia, pero ahora tenían unos bonitos lamparones rojos y grasientos que les salvaban de la grisura absoluta. No revelaré sus nombres, por si alguien esperaba reirse de Manolo y Yoli

- ¡este pueblo da asco! Aquí no hay cultura ni nada, es un pueblo de catetos...

Señor Soso, como responsable de cultura (y festejos) no podía dejar pasar esta afrenta al pueblo y, fiel a su estilo, se levantó, aclaró la garganta, como si fuera a soltar una de sus plúmbeas peroratas.

- Perdone, caballero, pero no puedo dejar pasar esta afrenta...

- ¡Cállate! - le cortó Jasinto

- ¿Cómo se atrev...?

- ¡Que te calles, gilipollas...! - dijo Jasinto levantándose de manera truculenta


y entonces fue

cuando

todo

se

fue

a la mierda

mira a los dos comparsas de nombre finalmente conocido, sin relevancia y con lamparones, poniendo cara de susto y teniendo miedo mientras en los altavoces suena shallow heart, shallow water y Manolo se hace pis y Yoli se hace mayor, al fin a los 47 años, y ambos quieren matar a Jasinto, pero no tienen lo que hay tener y tienen muchas cosas que no hay que tener, como por ejemplo, miedo. Se  meten bajo la mesa y se duermen y se pierden el resto de la noche por cagones (Manolo también meón) y por otras cosas que se verán a continuación.

¿De qué tenían miedo? Pues de Jasinto, joder, que se quita el kimono de imbécil con el que iba a todas partes y bajo esa obra de orfebrería textil del peor gusto imaginable, había un traje cutre de espíderman y tiraba telarañas y se subía por las paredes y era bastante fuerte y daba miedo a todos menos a Señor Soso, que es uno de los Brave Ones, presidente del jurado, concejal y un señor soso de cojones y de rodillas y de omóplatos. Jasinto Padentro y Señor Soso se poenen chulitos en plan plasta

qué pasa...

no, qué te pasa a ti

no a ti

a ti, pringao

pringao tú

tú mas, bacalao

A la galardonada, que se siente traicionada porque le están robando el protagonismo, le entra una risa nerviosa y se le escapa una bufa (no suena, pero de aroma letal) bajo la mesa, lo que hace despertar de su sueño seguro a Manolo y Yoli, para morir casi nimediatamente de Peste Insoportable sin que nadie se estremezca uh mm mm, uhmmm... yeah ee, yeah ee, yeah!(1), en estrofa libre:

Linda tan traicionada,

sita Yobtusa atolondrada,

levántase airada

y con voz aflautada

de alondra en apuros 

grita como una pava

(aunque fue galardonada)

y no le importa nada

porque no verá un duro

Linda fallece de un ataque de cuernos porque ha gando un premio y a nadie parece importarle una mierda, y hay que reconocer que, aunque su poema era malísimo (aunque no tanto como el de Jasinto Padentro) en su último aliento fue una gran víctima y se murió estupendamente (alabanzas) y con un galardón en la buchaca. Honor y caspa.

Olegario y Germán El Espabilao bailan una polka agarraditos los dos, con los nardos apoyaos en la cadera, sin más ceremonia que el amor que ha surgido entre los dos, sin más horizonte que el último baile (que se reservan mutuamente) y quién llevará a casa a quién cuando la orquesta deje de tocar. Por un momento, cuando ven lo bien que se ha muerto la galardonada, separan sus mofletillos (estaban tan a gustito, dancing cheek to cheek, como Fred y Ginger) en un gesto de admirado homenaje que, seamos sinceros, es un poco fingido, de cara a la galería, porque en realidad, a lo que ambos están atentos, es a sus respectivas cebolletas que se frotan con ardor guerrero y amatorio mientras bailan en la oscuridad al ritmo del jefe. Pero la fatalidad se hace presente en el Zurullo de Valtimore y ambos amantes mueren antes de que su amor culmine en un pinchacito, o una chupadilla, al menos, y mueren porque de pura ansia viva, empezaron a besarse, morreo letal, y se les olvidó respirar y ahora el pueblo entero en vilo por saber quién heredará la tienda de fotocopias (que Olegario gestionó con tanto acierto y simpatía) y quién ocuparía ahora el puesto de primo del cura, que no es que German fuera primo del cura, es una especie de concesión municipal, que te dejan vivir en la casa del párroco, comes como un cura y tienes que ayudar, haciendo de monaguillo y otras cosas que tampoco vamos a contar aquí. Total, que nadie piensa que qué pena y eso, sino en a quien le tocan ahora dos de los chollos del pueblo, la tienda de fotocopias y ser primo del cura. Para que te fíes tú de los pueblos...

Mientras Jasinto y Señor Soso siguen con su enfrentamiento de posturitas y frases

te vas a cagar

no, te vas a cagar tú

no, tú mas, chavalote

chavalote tu puta madre

a mi madre ni la mientes...

i mi midri ni li miintis, i mi midri ni li miintis... 

pero sin tocarse un pelo, vaya cagaos, sigue falleciendo gente en el Zurullo, que parece haber sido visitado por un Ángel Exterminador de pacotilla; Aramis, el camarero-mosquetero, fallece de asco y Hortensia, la del guardarropa, de aburrimiento, y Paco, el abuelo rockero, también fallece pero de muerte artificial, porque el Yoni, que es el macarra del pueblo, le atraca, pero como el Paco es un abuelo grandote, al morir del pinchazo que le da el Yoni, cae encima de su agresor, que es un tirillas y fallece también bajo el peso del abuelo. Otros comensales, menos importantes aún que Yoli y Manolo nueren de morirse, que tampoco vamos aquí a dar detalles de todo

Jasinto y Señor Soso se miran, retadores, mientras miran a su alrededor y empiezan a aburrirse de ver palmar gente

joder, qué escasbechina

tremendo

y si nos vamos

si tú no dices nada, yo tampoco

decir qué

qué de qué

ja ja ja

jo jo jo

Y se fueron a tomar unas cañas a otro sitio con menos cadáveres. 





(1) Bibliografía; ver Elvis Presley's 'All shook up'

lunes, septiembre 07, 2020

Dórocy, la princesa golfa

Ubo huna vez una princesa bastante golfa, perdonadme, a la que sus amigas llamaban La Golfa, pero nunca delante de ella porque no tenían huevos. Era golfa, de acuerdo, pero practicaba el boxeo, y tenía un buen par de golpes con los puños cerrados que la hacían una temible adversaria en una situación potencial de enfrentamiento.

imagen @Stopfat0
Como buena princesa, era feúcha, pero compensaba su poco afortunado rostro con su porte principesco y, sobre todo, con su desenfadada golfería, lo que la hacía enormemente popular entre los miembros[i] de la realeza y de otros clubs populares, como el Club Stefania’s Selected Relax (seleccionamos, asimismo, clientela), el Pringao’s Club, o el Nuevo Club de Egipcios de Alaska, por nombrar unos pocos, aunque significativos, clubes.

Llamábase la princesa Dorotea, pero se hacía llamar Dórocy, con grafía hispanoamericana, cosa que excitaba mucho a los idiotas. Entre la falange de idiotas que vivía en la comarca del Golondrino en aquellos años, estaba el duque Medices, un duque bastante bueno en aquellos tiempos, que eran bastante parecidos a estos tiempos, porque hablamos de hace unos 2 años, más o menos. El duque Medices, un noble al que daban ganas de ponerle una admiración tras la ese, vivía completamente atontado y bebía los vientos por Dórocy pero era, como tantos nobles a lo largo de la historia, un ser bastante desdichado.

Su ducado apenas le reportaba nada interesante: algunos sinsabores, desde luego nada de dinero, y las risas de sus compañeros de colegio, sus socios del Pringao’s y del mundo en general. La profunda estupidez de que hacía gala, con envidiable vitalidad, le convertía en blanco perfecto de chanzas, bofas y mefas de todo el mundo, o al menos de la parte del mundo menos estúpida que él; para situar este dato en su verdadera dimensión, la parte del mundo a la que nos referimos, seamos francos, era un 98% de la humanidad.

Hasta Dórocy, mujer bastante estúpida, desde su propia bobería, se burlaba del pobre Medices con no demasiada piedad, cualidad humana que, si la adornaba, quedaba agotaba en la Asociación Para el Bien de los Negritos Pobres. Era en el trabajo en esa ONG, que presidía con tanto orgullo como ineptitud, donde, en efecto, justificaba su tiempo laboral, aunque sin resultado ninguno: La APBNP no se comía un saci, pero ahí seguía, dando lustre a la obra social de la Corona y entreteniendo a unos cuantos inútiles bienintencionados que se reunían un par de veces al mes para pensar cosas buenas para los negritos y ahí acababa el asunto; en pensarlas, toda vez que sus cabezas de huevo no producían una sola idea viable, ni hubieran sido capaces de recolectar un maldito euro para llevarlas a cabo. Sólo era otra ONG sin un mal proyecto en el que gastar energías reales.

Medices, el duque, llevaba mucho tiempo persiguiendo a Dórocy pero ésta, a pesar de su conocida golfería, a pesar de sus pocas luces, veía humillante el hecho de salir con el alelado mayor del reino; el duque era, creedme, gilipollas hasta el tuétano, el pobre. No obstante, como muchos gilipollas, Medices poseía la virtud de la cabezonería, era un auténtico pelmazo, un martillo de inmisericorde machaconería así que, finalmente, un día, la princesa se rindió y accedió a tener una cita con el noble memo.

Así que ahí tenemos al duque, el 16 de marzo de 2019, presentándose en la puerta de palacio, vestido como un idiota tirolés, con un ramito de perejil y muérdago y expectativas de mojar el churro, dada la -quizá injustificada- fama de golfa de la princesa golfa.

Le abrió la puerta Hanson Señora, el menordomo de palacio, primo de Benson, con su característico olor a merlucilla de anteayer y su aspecto cadavérico pero dulce, como de postre, y condujo al duque a la Sala de los Obtusos, el lugar de palacio donde, desde tiempo inmemorial, se recibía a los pretendientes de las princesas, incluso de las golfas. Mientras estaba esperando a Dórocy, con su ridículo ramo de perejil y muérdago, y su patético disfraz de tirolés con plumita y todo, el duque Medices pensó durante unos instantes en el destino, la fatalidad y todo eso, pero esta sorprendente hondura le iluminó sólo unos instantes: al mirar alrededor y oler la pasta, el ringorrango y todo eso que hay en los palacios, tomó la decisión de conquistar, a toda costa, el corazón de La Golfa y desposarla, porque, siendo princesa, bueno, el bodorrio, con su convite, lo pagaría la casa real y eso siempre viste cantidad. Y después de este estúpido e innoble pensamiento, Medices se empalmó como un macaco al ver a Dórocy bajar las escaleras vestida como una verdadera fulana (pensad en la imagen, en la escena final, de Olivia Newton John en Grease), pero más poligonera, con relleno para las tetas, alpargatas de plataforma con pedrería falsa y la hucha bien marcadita. Y bolso de puta.

¿Por qué coño te has vestido de tirolés? ¿Es una promesa…?

El pobre Medices, que trataba a toda costa de ocultar su evidente erección (era muy estúpido, pero estaba estupendamente dotado) en su pantaloncito verde, no supo qué responder a ese descorazonador saludo

¿Qué narices es eso…? – dijo Dórocy señalando el patético ramito de especias del estúpido duque que, lo juro, iba menguando su ya no demasiado imponente presencia.

Un Ramo De La Amistad – respondió, muy achantado, Medices, que había buscado en internet “Tipos de Ramos” y eligió el más feo, insulso e inoportuno, solo porque se lo enviaban esa misma mañana.

Vaya, eso sí que no me lo esperaba… ¿Y qué quieres, que me lo meta por el culo para purgarme? – dijo la finolis, y es que he olvidado señalar, en la semblanza de la princesa (magnífica, por otra parte), este rasgo tan bonito de su personalidad. La extrema ordinariez de la que le gustaba presumir.

No sabía que servía para eso – dijo el alelado marqués.

El caso es que sí servía para eso. Pero a Medices no le importó la grosería ilimitada de su lenguaje y su referencia escatológica, ni siquiera la poca amabilidad y educación que demostraba la pregunta. Acostumbrado a ver el lado bueno, o más bien, el lado que le beneficiaba de cualquier asunto, se agarró a la frase que antecedía a la pregunta, a ese “eso sí que no me lo esperaba”, para convencerse de lo bien que había ido la cita porque había conseguido sorprenderla. No le importó que la princesa hubiera quedado, sin hablarlo antes con el duque, con su monitor de fitness y su entrenador personal para la cena rómantica en el restaurante francés. Que no le hiciera ni puto caso en toda la noche (sólo en el momento de sacar la billetera le sonreía) y que acabara fumando en la fría y lluviosa noche madrileña mientras ella se lo montaba con los dos maromos en el Jaguar del duque. Para él, optimista incurable, estúpido en constante recaída, la cita había ido de cojones.

Un año después, la desposó. Pasaron muchas más citas humillantes - en varias ocasiones, no solo su coche, sino que tuvo que ceder su propia cama para que la princesa se acostara con jóvenes agraciados - y directamente peligrosas, como aquella ocasión en que de broma, le pegó un tiro en un tobillo y se lo destrozó para siempre, o cuando le dejó en pelotas totales, haciéndole creer que lo follaría, en un armario de un dormitorio de Ikea.

Pero, contumaz, se casó con la princesa. Y ni siquiera así consiguió acostarse con ella. En su viaje de novios se llevó a un prometedor pintor (prometedor porque le prometía muchas cosas, cosas que nunca cumplía) y a un batería borracho a los que se tiraba en noches alternas, ignorando carnalmente a su marido.

Podías hacerme una paja – le dijo un día mientras miraba al botones del hotel montar a su golfa mujer por detrás, y le ofrecía su miembro morcillón

Y tú podías ser un pepino, así me servirías para algo – dijo la princesa con ojos de perdida.

Ya en palacio, Dórocy siguió siendo golfa, Medices estúpido y el Madrid el mejor equipo del mundo. Medices se acostaba con los sirvientes gays, que eran cantidad, algunos al servicio de la princesa (y de la reina) y en ellos descubrió que para tirarse a un tío, o para que te la chupara, no hacía falta un gran esfuerzo, solo dejarse. También descubrió que los gays valoraban y celebraban su enorme pene y, sin mayores preguntas ni promesas, estaban dispuestos a celebrarlo.

Un día, el peluquero de Dórocy le dijo mientras se la meneaba con gran pericia, que el rey entendía, y que le iban las pollas grandes. Coño, se dijo Medices, es mi oportunidá. Se puso su pantalón tirolés (que guardaba desde su primera cita con Dorocy, como recuerdo “de una gran cita”) sin ropa interior y fue paseando al despacho real meneándose con la mano en el bolsillo para evidenciar la grandeza de su nabo.

Caramba – dijo el monarca, que era muy observador - , ¿qué tenemos aquí? – y él solito se respondió -  a fe mía que nos hallamos ante un notable mango…

Y yacieron.

Y resultó que de su fornicia desatada surgió el amor real; de una coyunda más que satisfactoria, el rey quedó prendado para siempre. Mandaron a la reina a recoger espárragos y desposaron, hombre con hombre, lo juro por mis hijos. Hizo un solemne comunicado a su pueblo:

Soy el rey y me caso con este, que le cuelga medio metro entre las piernas. Lo hago por el bien del pueblo. (vítores, fanfarrias y todo eso)

El duque fue, pues, rey consorte, y jamás dejó de ser estúpido y de anhelar el cuerpo de su mujer, porque el rey podía casarse con quien le saliera de los huevos sin necesidad de que el objeto de sus esponsales fuera libre a efectos del registro civil, institución que se pasaba por el forro con admirable olimpismo. Medices estaba casado con el rey y con la princesa, era supersangre real y se aficionó a la fotografía y al cultivo de narcisos.

 La princesa Dórocy siguió siendo una golfa y pasándoselo de cine, cepillándose a todo quisque, salvo al estúpido duque, ahora rey consorte.

Por lo menos, podías llamarme papá – le dijo Medices a Dórocy, y su carcajada se oyó en todo el reino

Otro día, su alteza real Medices le dijo a la princesa Dórocy

¿Por qué me tratas así?

Y ella, resuelta, respondió

Porque eres Estúpido. Y yo, una Golfa.

 

 

 



[i] Miembros: titulares de membresía o también, pollas