El día que escuché esta canción pensé: caray, otro gran grupo. No había escuchado el muy alabado primer disco de Oasis y esta canción, del maravilloso (What's the story) Morning Glory me dejó absolutamente tirado. Creo que es la mejor canción de los 90 y me he resistido a grabarla hasta hoy porque me daba miedo, y el que la escuche entenderá porqué. Mi versión es eso... una versioncita nada más. Pero la canción es tan, tan buena, que soporta hasta que la haga yo. Una obra maestra absoluta que es una gozada cantar de lo bien hecha que está. Ojalá pudieras disfrutarla tanto al escucharla como yo al grabarla. Una pasada, una auténtica pasada.
Expediente número 13.
Archivo de los Juzgados de lo Social y la Memoria Proyectiva de Madrid.
15 de enero de 2063.
“Se abre la sesión, retrocedamos e intentemos, con la verdad y nada más que la verdad, reconstruir los hechos”, dijo el juez Yambra.
Buch, que los conocía de la escalera, de cuando niños, declaró lo siguiente:
“Juanillo Fotherengate nunca contestaba a sus padres. Hizo siempre lo que pudo para merecer la aprobación de éstos y su mayor alegría era cuando ellos declaraban su orgullo paterno. Pero Juanillo tenía un punto débil: Margaritita Repollo Rushmore, una niña coletuda y rizonglera, amante de los vestidos y los lazos, de las merceditas y las diademas, de los leotardos y los chupa-chups Kojak, esos que tenían un chicle en el centro.”
La declaración de Guisanttèesse tampoco se perdió en demasiados dibujos:
“Juanillo estaba loco por Margaritita y ella, claro, le castigaba con el látigo feroz de su indiferencia. En eso, y en algunas fiestas de cumpleaños en las que siempre se encontraba de más, consistió su niñez. La verdad, señoría, no recuerdo nada más...”
Doc, que compartió con él los años maravillosos de la adolescencia, contaba:
“Juanillo alcanzó la adolescencia tratando de olvidar a Margaritita y con un desarrollo desigual de sus testículos: el derecho era grande, como el XL estándar de gallina, y el izquierdo, pequeño y pecoso, como de codorniz. Aparte de esta anomalía cojonuda, Juanillo vivió en aquellos años su esplendor físico: alcanzó su estatura máxima, no tenía barriga sobresaliente y su cambio de voz no fue traumático, sino suave y progresivo. No era mal tío, pero encajaba mal las bromas sobre sus huevos”.
Tautina, una de sus amigas en el proceso de cambio de niña a mujer lo tenía muy claro:
“Margaritita Repollo Rushmore, sin embargo, sufrió en esos años la ingrata apariencia común en muchas mujeres que luego pasamos a ser genuinos bomboncitos. Piernas más largas de lo corriente, rodillas huesudas, pecho inexistente, curva de culo de valores casi negativos y proliferación de granitos, eccemas, además de una grasiento y laxo peinado; sus rizos dorados de la niñez eran ahora una lacia y amarillenta cascada de orina que repelía a los peines y, por extensión, a las personas que los portaban.”
En el juicio, el testimonio del doctor Ararat, compañero por entonces de su equipo de fútbol sala, levantó cierto revuelo...
“A los 21 años, Juanillo era conocido como Johnny Dospollas, y no porque tuviera dos penes, ni porque su único pene valiera por dos, sino por el desarrollo desconcertante de sus testículos. El XL de gallináceo aspecto se alargó magníficamente, adquiriendo un perfil fuertemente aplatanado, y se colocó en la parte superior del escroto. El efecto, al verle relajado, dado que no se había practicado la circuncisión y su prepucio era, digámoslo así, de cuello vuelto, era que uno se encontraba ante un hombre, un ser, vaya, con dos cipotes. Este efecto desaparecía en estado de erección (el huevo-plátano, entonces, bajaba a la altura del huevo-codorniz), pero cuando sus compañeros de fútbol-sala le vimos en la ducha, él no estaba, ni mucho menos, empalmado. Trataba de pasar desapercibido cuando Luisito el Lentejo (renegrío, redondeado y pequeñajo) exclamó:
-¡Juanillo tiene dos pichas!
Y ya se sabe, señoría, cómo son las cosas en un equipo e fútbol....”
Wen, Wendeling, la dulce maia, para los amigos, la ginecóloga que la atendía, arrojó luz sobre la verdadera naturaleza del pronblema de Margarita:
“A su vez, a Margaritita Repollo Rushmore habían dejado de llamarla así, y era conocida como Marga Culiflor, no porque fuera afortunada, porque era todo lo contrario. Su prometedora adolescencia derivó en una juventud monstruosa. La llamaban Culiflor porque su chumino era abultado y prominente, de gran volumen, de modo que parecía tener, donde debería haber una vagina, una especie de culo delantero, de enormes labios mayores como hinchados que parecían las nalgas de una negra pálida y con una especie de restos letales de acné juvenil. Su potorrillo tenía, sin exagerar, el tamaño de una pelota de balonmano y sobresalía de forma descarada, o descoñada, más bien.”
LunaNegra, una de las primeras clientas textiles de Margarita, declaraba, sobre aquellos años:
“Marga Culiflor estuvo a punto de dedicarse al comercio sexual de su anomalía, pues descubrió que el mercado de la carne era prolijo en perversiones disfrazadas de actitudes morbosas, pero finalmente optó por dedicarse de lleno a su carrera de modistilla de tercera y empezó a ganarse la vida haciendo arreglos a domicilio en el barrio, el barrio de Prosperidad, la prospe, en Madrid.”
MariRayas, la psicóloga argentina del barrio, contaba en el juicio:
“... pero muy pronto se hizo evidente que los dobladillos, el arreglo de sisas, coger los bajos, coser botones y cambiar cremalleras no le daba para vivir. Las prendas nuevas que vendían los chinos eran más baratas que sus baratísimos apaños. Así que Marga Culiflor diversificó su actividad empresarial, ampliando su negocio, abriéndose hacia nuevas oportunidades de futuro y nuevos retos y servicios: la limpieza de hogares. La mala leche de los vecinos de la prospe hizo que empezara a conocerse a Marga Culiflor como la Chocha, un juego de palabras realmente poco refinado y elevado.”
Jartos, con una ligera carraspera, era su mejor amigo, acaso el único, en aquellos momentos:
“Johnny Dospollas había dejado el fútbol sala, porque no soportaba que se rieran de él en las duchas y fue adaptando su vida a un estilo monacal y poco sociable. Trabajaba en casa, escribiendo microespacios para la radio (¿Qué tal tu hijo con el nuevo curso? Fenomenal, porque este año, para evitar sustos, he llamado a Acadomia...¿Acadomiaaa? Sí, Acadomia, son profesores a domicilio...) y comunicándose con el mundo a través de su ordenador. Todo lo que no hacía en el mundo, todo lo que le estaba vedado, lo fingía en internet. Estaba registrado en múltiples páginas de contactos y foros de los más variados temas, y en cada página poseía un perfil diferente. Era hombre, mujer, gay o viejecillo, músico o elfo... según le convenía. Era un hombre que desarrollaba una intensísima vida social en la web... y que iba engordando y engriseciendo según pasaban los años”
Morgana, una historiadora que adoraba a los Pretenders, era su vecina en aquéllos días:
“El trabajo, por lo que yo sé, le iba bien: le encargaban textos que no le costaba nada escribir y se los pagaban generosamente, así que decidió que ya era hora de pagar a alguien para que recogiera lo que él había empezado a dejar de recoger dos años atrás. De modo que habló conmigo y yo le dije que, al día siguiente, si a él no le parecía mal que compartiéramos la chica de la limpieza, le diría a la mía, con la que estaba muy contenta, que se pasara por su casa cuando acabara en casa.”
MalaPerzona, amiga íntima de Morgana, contaba cómo fue el reencuentro:
“Sí, sí, sí... era la Chocha, Marga Culiflor, Margaritita Repollo Rushmore, la niña de los rizos de oro que, de pequeña. Le robara el corazón. Se reconocieron al primer instante, a pesar de que habían pasado, perfectamente, más de 20 años.”
Tulipana, que fue compañera de Margarita, contaba lo que, a su vez, le había contado Margarita:
“Al parecer, é se quedó mirándola fijamente y no pudo evitar que su vista reparara en el bulto que había en la zona vainal de ella.
- No tengo nada ahí metido... ni soy un travesti superdotado... soy así.
- No, no, no.... no me importa, mira – dijo él soltándose el botón de los vaqueros y dejándolos caer a sus tobillos (vergonzoso: no llevaba calzones) y mostrando así su anomalía- Yo tampoco soy perfecto.
Sabelilla, la locutora habitual de los anuncios de Juan, acabó siendo amiga de la pareja y dio su punto de vista:
“Y, lo crea o no, señoría, se amaron. Y como él tenía talento para escribir y ella para coser, juntos progresaron muchísimo. Porque lo único que les hacía falta a ambos era confianza, la confianza que ahora, se brindaban el uno al otro.”
Triniá, la farmacéutica sevillana del barrio, les conocía bien:
“Sí, es verdad, entonces empezaron a hacer amigos. Amigos de mierda, con perdón, que se reían de ellos en cuanto se daban la vuelta, pero ellos lo sabían y parecía no importarles, porque se tenían el uno al otro.”
Gilda, su amiga periodista, hizo la crónica social del proceso:
“El día que se casaron en la Iglesia del Cristo de la Esperanza, ella había preparado un primoroso vestido de novia, y vestidos para las damas de honor a juego; todo un poco horterilla y recargado, seamos sinceros; y había cosido un intolerable chaqué en tonos malva para el novio y los testigos. Pero destilaban felicidad. Y Esperanza.”
Crispulain expuso también su punto de vista:
“Juanillo escribió unos votos que eran lo más de lo más en emotividad y cursilería proletaria. Sería una boda perfecta. Con todo el mundo llorando y sonándose los mocos. Porque, seamos sinceros, señoría: somos un país cursi y tendente a la lágrima fácil. En ese sentido, todo iba maravillosamente. Todo sensibleramente preparado”
Por último, Fray Hermano, el que iba a oficiar de maestro de ceremonias, dejó sus pinceladas de memoria:
“La Iglesia del Cristo de la Esperanza está presidida por una enorme e incomprensible imagen de un Cristo un poco obeso y feo como si fuera un demonio, el cura que lo encargó debía estar pedo el día que lo pusieron. Margaritita le preparó una corona de flores de miga de pan que parecía el pelo de Marge Simpson, pero en rosa. Estaba verdaderamente atroz.
Pero abría sus manos en gesto más o menos amable (en realidad parecía que te decía ¿de qué vas...?) y todo el mundo se sorprendía de que se mantuviera en pie, porque tenía una inclinación intencionada con fines dramáticos: la intención era que su acercamiento tenía que provocar ternura, confianza, pero realmente, esa zozobra adelantada, lo que inspiraba era desazón.
Pero nunca se había caído, a pesar de su inclinación.”
Yambra, el juez titular del juzgado expuso sus conclusiones:
“Lo que nadie ha contado, pero lo haré yo, que para algo soy más listo que todos ustedes, es que aquél día Pepiño Blanco, que entonces estaba con su jefe en la oposición, cavaba un túnel en el suelo de Madrid para colocar un micrófono bajo el Banco de España, a ver si así se enteraban de algo; entonces estaba aún más desorientado que hoy, así que erró el disparo, más o menos 10 kilómetros y fue a parar debajo mismo del dedo gordo del pie izquierdo del Cristo Obeso, haciendo que la que se consideraba hasta ese momento la obra precursora de la Ingeniería Imagenética Eclesial, dubitase en el espacio-tiempo. Bastó desestabilizar el dedo gordo del pie de apoyo para que la mórbida imagen se viniera adelante y aplastara, bajo sus pechos abubdantes y pétreos, a los contrayentes, que no reaccionaron a la sensata voz de ¡hostiá, que nos aplasta! de Fray Hermano, el oficiante.
Cierro el caso sin más culpable que el mal gusto. Aquí el crimen se ha cometido contra el buen gusto y la decencia. Aunque lamente que termine justo cuando iban a empezar a pasarlo bien...
En cualquier caso, ya pasó. No vale la pena mirar atrás. Y menos hacerlo con ira. Se cierra la sesión.”