jueves, septiembre 27, 2007

muéstrame el camino

The blindman


Estábamos en el jardín. Debíamos ser cuatro o cinco, no más gente. Subimos a casa de Carlos, porque tenía que coger algo. Estaba Willie, seguro, y Gabino. Y Carlos y Gabino cantaron esta canción. No la había oído en la vida. Me fastidiaba que Carlos y Gabino se supieran una canción tan chula y que yo no la hubiera oído en la vida. La cantaron genial y cuando me preguntaron que si la conocía, yo les dije que claro, hombre... Naturalmente, al llegar a casa, le pregunté a mi hermano que de quién era una canción que se llamaba Show me the way. De Peter Framptom, me dijo y me la puso. Le dije que esa no era la canción que yo quería escuchar. Entonces se la canté. Y buscó una cinta (BASF C-60) que tenía grabada con canciones sueltas y me la puso y me dijo todo lo que sé de ella hoy mismo. Es de finales de los 60, de un grupo que se llama Big Brother and the Holding Company, ¿no te suena la voz alta, la de la chica? me preguntó. Porque en ese grupo, la chica que hacía los coros, sin más protagonismo, se llamaba, nada más y nada menos, que Janis Joplin. He grabado la canción con la pandereta de la batería de Wilco (el batería de The Perros), mi inseparable guitarrita acústica, la eléctrica, el bajo de mi hermano Mariano y mi propia garganta por triplicado. El original es solo a dos voces, pero claro, una de ellas era de Janis Joplin y así cualquiera. Este tema me encanta y agradezco, 25 años después, a Carlos Espinosa y Gabino Diego que me la cantaran aquella mañana. Si se enteraran, a lo mejor les hace ilusión que hoy, pasado el ataque de rabia por mi ignorancia, les dedique esta canción por habérmela descubierto.

Como siempre, si te hace, bájatela aquí:



He escrito 3 novelas. Un libro de viajes, una guía de Toledo sin visitarla, un manual de usuario de un sistema de bases de datos sin saber lo que es una base de datos ni haber trabajado nunca con ellas; he escrito un libro de cocina, el guión de un cómic (malísimo), un cuento regularcillo y los guiones de unos 10 videos corporativos; he grabado dos álbumes magníficos llenos de magníficas canciones; he escrito el guión de una serie de dibujos animados para niños y he fundado y colaborado en dos revistas humorísticas; he debido crear unos 30 comerciales de TV (algunos, creedme, para matarme) y unas 200 cuñas de radio; además, infinidad de anuncios de prensa, revistas, folletos de todos los tamaños y colores... Me han pedido que escribiera lemas para gritar en las manifestaciones, cartas para convencer a unos cientos de trabajadores que echaban de una fábrica de que quedarse sin trabajo era lo mejor que podía pasarles; escribo infomerciales (anuncios de televenta) a patadas; he escrito, grabado e interpretado música para cinco anuncios de televisión; he escrito “discursos” (guiones para que hablaran en videos electorales) para Aznar, Álvarez del Manzano, Mayor Oreja, Javier Arenas... en fin, toda la panda, y a más de uno de ellos, tuve que corregirles ciertos defectillos de lenguaje... En fin que he escrito unas cuantas cosas. De todas ellas, desde luego, la que más me gusta, es el guión de una serie americana de ficción para adultos. Digo americana porque tiene varios personajes; si fuera una serie española serían solo tres personajes, el facha, el pusilánime y el guay, disfrazados de muchos personajes de ambos sexos.

En cuanto a leer, no creas, no es que sea un campeón, ni que presuma de leer más que nadie, porque no es verdad, pero nunca meha faltado, desde hace unos 35 años, un librito en la mesilla de noche. Ni en la estantería del cuarto de baño. Soy de esos, sí, pero en mi descargo diré que sólo obro en casa (bueno y en cierta oficina...) y que siempre enciendo una vela a san Odorono para purificar el ambiente.

Mi cerebro, si descontamos los olvidos (frecuentes y, a veces, catastróficos, es cierto, joder, hoy mismo se me ha quemado el cocido), no funciona del todo mal porque es inquieto e inseguro y siempre se pregunta. Aunque no se me daban demasiado bien las matemáticas, nunca tuve problemas para comprender los rudimentos básicos de ciencia alguna. Bueno, siendo sinceros, los límites fueron el límite de mi competencia en matemáticas. Y sin embargo, la música, que es pura matemática, se me da medianamente.

Pero soy desatroso, un inútil total, un recordman de la estupidez, cuando se trata de orientarse. Sí, he leído y escrito un huevo, pero soy incapaz de leer un mapa. Suéltame en medio de cualquier sitio y me verás con cara de terror mirando a todos lados sin saber a dónde dar un paso.

Te llevo a tu casa, en mi coche, y tú me vas diciendo por aquí, por aquí, veechándote a la derecha, que es la próxima... pero como voy pensando en quitarte el sujetador, en pedirte dinero, o en comerme todo lo que tengas en la nevera, cuando llegue la hora de volver, me meteré la perdida padre. Puede que no te lo cuente, pero si el trayecto es de 3 kilómetros, recorreré 300 y todavía, cuando llegue a casa, de madrugada, diré satisfecho, “al final, lo has logrado, cabrón, has vuelto a casa”, como si lo normal fuera perderse y desaparecer de la civilización.

Subo a casa satisfecho, intentando convencer a Mericolasín (era el amigo imaginario de mi hermano Mariano, pero se cansó de él –demasiado perfecto, mi hermano- y ahora él y yo somos colegas, dos desastres unidos por la imperfección), y a mí mismo, de que ha sido un viajecito encantador y necesario para nuestra formación como personas integrales y futuras.

- Al hilo de eso, una vez Julio Salinas, al acabar un partido del Barça, que perdió, dijo que el árbitro no había visto un “futuro penalty”, fue super gracioso – me dice Mericolasín, y yo no entiendo porqué los amigos imaginarios, aunque no sean los propios, no pueden encontrar graciosas las cosas normales, como caerse de culo, o una tarta en tu cara, o un chiste contado con acento andaluz de palo que empiece : “ese pedasso de maricón...”, en vez de encontrar “super gracioso” que Julio Salinas se equivocara.

Has de saber, oh, lector, que Julio Salinas no fue un gran jugador. Pero era mucho mejor como jugador que como comentarista deportivo, de eso puedes estar seguro.

Mericolasín se está preparando un colacao (se los prepara con poquísimo colacao) y me ofrece, pero él no sabe nada de mí, porque yo lo que quiero, lo único que quiero, pedazo de bruto ignorante que toma colacaos nada apetitosos, es tenerla entre mis brazos, quiero apretujarla y besar las comisuras de sus labios, porque sé que le gusta el juego, y ella entreabre los labios y cierra los ojos (aprovecho para sacarle la lengua) y beso el límite de su boca eterna y la estrecho más y entonces, lo que me gustaría es hacer algún chiste subido de tono, pero ingenioso (lo del móvil o te alegras de verme no, claro) sobre eso que ella siente en su vientre cuando mi abrazo se hace posesión, y cuando su carcajada estalle, morder sus labios y hacerle el amor antes de que se dé cuenta de que soy gracioso, vale, pero soy muy poco atractivo, en realidad... Entonces, miro alrededor y me doy cuenta de que esta cocina es rarísima y de que yo nunca tengo colacao, ni siquiera nevera, ni nada.

- Oye, Mericolasín – le digo al chavalote del colacao- te vas a reír, pero resulta que me he perdido, porque esta no es mi casa, ¿no?

Y el tío ni se ríe ni nada. Ni para eso sirve, el gilipollas. Ya me ves, perdido. Sí, vale, he escrito muchas cosas, pero se me olvidó escribirme en la mano cómo coño se vuelve a casa.

Muéstrame el camino, anda.



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Listening to: Billy Ray Cyrus - Achy Breaky Heart
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jueves, septiembre 20, 2007

Camino del sur



(Pincha si la quieres)

Soy el hombre que camina hacia el sur. El tipo corriente que echa pie a tierra y desgasta (sus) las (últimas) alpargatas (de esparto del planeta) caminando hacia el sur. Y si el sur me llama, ¿no he de ir?

Si el norte es el destino, hacia donde vamos, irremisiblemente, el sur entonces, ha de ser la nostalgia. Voy hacia mi pasado y es el mejor viaje que ser alguno pueda emprender. Ir hacia atrás y poder saldar cuentas con lo que fue ¿es una forma de ir hacia delante? Al fin y al cabo, es retroceder, en cierto modo, pero si cierras asuntos que permanecían abiertos, ¿no estás avanzando?

Volver a ser es imposible, pero podemos soñar con eso. ¿Imaginas las ventajas de volver a tu adolescencia con todo lo que sabes ahora? Aunque, también, ¿imaginas los inconvenientes?

Voy caminando y pienso en esto, y aparece tu cara al final del camino, un espejismo recurrente: tu cabello a acontraluiz y tu sonrisa, un poco triste, es verdad, esperándome. Siempre ahí, cierto, pero, como la carretera mojada, siempre a la misma distancia, por mucho que avances.

De modo que voy hacia ti, me acerco a tus alrededores, a la tierra que te vio nacer, pero sigo igual de lejos de ti. Igual de cerca, también. Todo sigue igual.

Caminando hacia el sur, también camino hacia el sol. Hacia el calor. Hacia los días lánguidos y eternos, hacia los lengüetazos pálidos que son tus rayos sobre mis hombros desnudos y enrojecidos. Hombre de piel blanca que camina por la orilla, acercándose al sol sin conseguir jamás estar más cerca. El agua del Mediterráneo refresca mis pies, pero mi cara arde mirándote y mi pecho se hincha de sal y arena y te desafía, estúpido y envalentonado, buscándote en cada gota que salpico; en cada reflejo, en cada paso que doy por la playa deshabitada que es este amor tuyo tan difícil.

Amo esta sensación desaprehendida que me embarga al pensar en ti. Ya sé que no te tengo. Que es muy posible que no vuelva a tenerte, pero sueño con que tú, desaprendida, quieras dejar abierta una puerta, dejar que surja una oportunidad de viajar juntos al norte que nos espera.

Ahora camino hacia el sur. Estaré más cerca de ti, pero de algún modo extraño, sé que estarás más lejos de mí que nunca.

Sólo me queda insistir, amor mío. Insistir y esperar.

Puede que un día, al levantarme, me dé cuenta de que te has ido. Por eso, ya sabes, para asegurarme de tenerte siempre cerca, seguiré al sol.

(estoy de viaje)

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Listening to: La Romantica Banda Local - No me gusta el rock
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martes, septiembre 18, 2007

A fe mía, Herr Schumacker, que os conducís de manera ciertamente desafortunada (relato sucinto del pívot razonable)

Feelin' groovy (the ZP song)


Esta es una de esas de Simon & Garfunkel, de cuando los conocíamos como Simón y Garfunkel, y no Sáimon and Gárfankel. En realidad, su título completo es The 59th street bridge song (Feelin' groovy) La canción del puente de la calle 59. La versión que hago yo es vaga: solo guitarra y sin oír la original, para no tener que pasarme horas copiando la imposible melodía que suele hacer Garfunkel al cantar. Es de otra galaxia, el tío. Así que he puesto las voces como me ha dado la gana y bueno, no es tan buena como la S&G, pero no está mal. Yo le cantaba esta canción a mis hijos cuando bebés, mientras los dormía aúpa y marcaba el ritmo con cariñosos y paternales cachetes en su dodotis. Es una gozada para cantarla, si vas leyendo la letra. Le dedico esta canción al presidente del gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, del que lo mejor que puedo decir es, simplemente, que no es el tipo que más suerte da del mundo. La cosa está equilibrada: una canción sencilla para un hombre simplón. al final, para demostrar que grabo en condiciones caserillas, se oye que me llaman al móvil. Y al oír el tono verás que yo también soy simplón para las melodías del teléfono y eso.
Ya sabes, aquí, la puedes bajar:


Es de honor detallar, con palabras justas, lo que aconteció el domingo en la gran batalla y cómo su presencia fue decisiva, una vez más, en el resultado final de la contienda. Vimos aparecer cineastas, futbolistas, actores, cantantes, políticos, meretrices, cabronzuelos, ingenieros y pastores, niños y drogadictos, ninfas y obesos repartidores de palomitas, gente de buen olor y otras personas sin rasgos sobresalientes. Gentes sencillas que acudían a ver proclamarse campeones a sus soldados más aguerridos, más valerosos y más... vamos a nosotros.

Estábamos listos para la Gran Victoria Final; nuestro pensamiento era solo la derrota del enemigo como lo había sido en todas las batallas anteriores. Todas saldadas, por cierto, con sendas arrolladoras victorias.

Soy el Pívot Razonable, aquél al que todos buscan en momentos de angustia, cuando la desazón contagia sus corazones encogidos y sus cojoncillos alegres y dudosos quieren salirse del culotte.

Oh, Pivot Razonable, me dicen, guíanos con tu luz, y yo les guío. Y Pepu me consulta, porque él es muy de consultar, y me dice oye AarPi, te consulto tal o te consulto cual. Porque Pepu, como todos los que quieren demostrar que saben de baloncesto, dicen basket y usan expresiones americanas, como AarPi (erre-pe, en americano, iniciales de Reasonable Pivot)

Llegó al hotel de la concentración un motorista de Moncloa, con una vieja Sanglas 400, hermosísima, toda negra y cromo, y me entregó, como líder de nuestras huestes, una nota que advertía: Herr Schumacker piensa asistir, en primera línea, a la contienda y quiere desearles a todos, y especialmente al Pe-erre (el presi no habla inglés) toda la suerte del mundo y que si hubiera Championlís de baloncesto, ahí estaríamos.

Tan cariñosa y torpe nota, claro, cayó en saco roto. No pensaba decirle a nadie que el gafe mayor que en el mundo ha sido iba a venir a fastidiar el asunto. Pero mi cordón sanitario de nada sirvió. Paul GasOil, nuestro mejor hombre, y el más indisciplinado, haciendo caso omiso de mis indicaciones, se había llevado el móvil de matute y recibió la noticia mediante un sms de Moncloa.

De modo que no les dije a los chicos que el presi venía a vernos y salimos al campo henchidos de valor, confianza y buenos augurios.Empezamos ganando y todo indicaba que al final, celebraríamos la Gran Victoria sin ninguna duda. Y eso a pesar de que Paul GasOil, nuestro mejor hombre, y el más gilipollitas, estaba de lo más fallón. Pero los demás iban anotando y sujetando el resultado.

Llegado el descanso, mientras meábamos y todo eso que no se ve en la tele, aparece en el vestuario Mr. Bean, con su ceja picuda y su sonrisa yatedigo, para decirnos chicos, lo estáis haciendo muy bien, y confío plenamente en vosotros.

El terror apareció. Nadie dijo nada, pero en los rostros de los nuestros, antes altivos y vocingleros, retadores y descuidados, apareció la sombra del miedo, la incertidumbre y algunos, los más jóvenes, lloraron abiertamente.

La cosa fue a peor cuando los árbitros decidieron que hombre, podían poner un poco de emoción en la cosa si daban un poco por culo a España. Pepu me consultó, cagado de miedo, cuál debía ser su próximo paso. Dile al presi de la federación, le dije con determinación, que pille un bate de béisbol y amenace a los de gris con abrirles la cabeza. Dicho y hecho. Los de gris, ante la amenaza, empezaron a comportarse y entonces, cuando iban a pitar una falta justa de GasOil, saltamos todos a protestar y allí apareció Schumacker, el Pacificador, que vio en la monumental gresca una oportunidad para pasar a la historia, pidiendo diálogo y sosiego (momento que recoge la fotografía. Por cierto en la fotografía se advierte, también que soy altísimo y que la barba me queda super, super bien).

Fue el fin. Todos empezaron a jugar con calma y sin nervios, dialogando con los siberianos y todo eso. Entonces, ellos, dijeron que sí, que vale y le quitaron la pelota de las manos a Jimeno, el Extraño Calvo, mientras éste intentaba dialogar con un ruso, y metieron una canasta. No importa, coño, ganamos de uno y queda menos de un minuto. Así que alguien le dio la pelota a GasOil, a pesar de que había jugado el peor partido de la historia, y este empezó con un bota bota mi pelota mi papá me compra otra y vino un ruso diciendo que él estaba dispuesto a dialogar y se la quitó. Pero de dialogar nada, colegas, que salió corriendo y la tiró allá arriba y entonces apareció un negro zumbón que no era ruso ni de coña, a mí no me engañan, que saltaba como un canguro y metió una canasta a falta de dos segundos.

Herr Schumcker convenció, sólo dios sabe cómo, a Pepu de que le dieran otra vez la pelota a Paul GasOil para que tirara el último cartucho. Y lo tiró, dios sabe que sí... a la remanguillé, claro, y falló.

...

¿Por qué fuiste, José Luis?





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Listening to: Ketama & Antonio Vega - Se dejaba llevar por ti
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jueves, septiembre 13, 2007

Lo que hay detrás

Detrás (sube el volumen, que esta se oye mejor a todo trapo)


Como tantas otras personas, yo también pasé mi separación, y fue traumática. En fin, dejando a un lado eso, que no es tema a tratar aquí, esta canción es una especie de recogida de aire y un paso adelante. Es una canción extraña. Las estrofas son dos sencillos acordes (do y re menor) marcadas por mil guitarras distorsionadas que, juntas, parecen dibujar un cuarteto de violines. El estribillo, que es largo, es una hermosísima progresión de mil acordes, aunque esté mal que yo lo diga. Me lo pasé bomba doblando las guitarras (en serio, debe haber seis o siete) y grabando las armonías vocales (también hay cinco o seis voces). El riff del bajo es fantástico, también, aunque mi poca pericia al grabar y mezclar no lo destaque. Y bueno, a ver si os divierte escucharla tanto como a mí tocarla.

Puedes bajártela aquí:

Hazte a la idea de que hace 20 meses, hacia el mes de enero de 2006 Wolffo se está pegando un atracón de mandarinas. Sí, soy de esos. Sin pestañear, puedo zamparme tres kilos de mandarinas de una sentada, como quien se come un chicle. Ahora bien, ¿qué hay detrás de estas ingestas desproporcionadas? Ya te diré, no seas impaciente.

Las mandarinas son de esas que están riquísimas, pero tienen una pepita en cada gajo. Oh, providencia malsana, ¿por qué me haces esto? ¿por qué me haces comer de uno en uno los gajos? Sabed que soy de los que, si no mediaran pepitas, me zamparía las mandarinas enteras. Pero las pepitas me matan. En fin de año, por ejemplo, mi mejor marca de uvas es 3, porque las pepitas me hacen dar arcadas si muerdo una, lo que, inevitablemente, ocurre cuando pongo la jugosa uva entre mis muelas implacables y maltrechas y la hago estallar por la presión de mi gula. En fin, sé que podría quitarle las pepitas antes y comer luego normalmente, pero eso me parece un fraude de las reglas del juego. De hecho, reconozco que hace un par de inviernos, lo hice y logré comerme las doce uvas, pero mi satisfacción fue ínfima. Prefiero ceñirme a las reglas en estos casos.

Pero, caramba, me callo que me voy por los Cerros de Uva, juas, juas, ostrás qué ingenioso.

Vedme, pues, derrotado en el sofá, sujetando con la panza en expansión un plato llano en el que van desapareciendo los rellenos de la piel de las mandarinas, pensando en que para mí el invierno son mandarinas como el verano son gordos y lustrosos melocotones amarillos, y no me refiero a su cosecha, qué va, sólo a su precio a en el mercado (mi alma marujil). Cuando veo que las mandarinas están dulces (yo lo veo, sé solo con mirarla, si es dulce o no) y a buen precio, sé que es invierno.

En realidad, no pensaba en eso, o a lo mejor sí, yo qué sé, pero fui guardando, escupiendo, con un estilo de lo más grosero, en mi mano izquierda, las pepitas. Recuerdo que cuando era pequeño me daban envidia los tipos que comían pipas metiéndose la pipa entera en la boca y escupiendo sólo la cáscara y no descansé hasta alcanzar esa habilidad. De modo que me meto el gajito de mandarina y escupo la pepita en mi mano izquierda. ¿Qué hay detrás de estas escupidas con relleno?

Me veo, al final del atracón, por lo tanto, con un montón de pipas de mandarina en mi mano izquierda. Hay tantas que no puedo hurgarme la nariz con comodidad: hay que hacer algo con ellas.

Así que cojo un semillero, y voy plantando en cada mini-macetita, cuatro o cinco pepitas y cubriéndolas con sustrato. Ahí se quedan, en la terraza, recibiendo las lluvias benignas del invierno y la caricia del sol nutritivo de la primavera. Hacia el mes de junio, empiezan a aparecer los primeros brotes, verdes y preciosos en la superficie negra del semillero. Terminando el verano, los brotes más avanzados ya levantan unos diez centímetros del suelo y es hora de darles una porción más generosa de tierra. Traslado cada manojito (porque los brotes son triples, cuádruples y hasta quíntuples) de protomandarinos a una maceta pequeña pero ya con más posibilidades de crecimiento de las que ofrece el ínfimo semillero. En el tardoverano y el prontotoño los aspirantes a árbol frutal van fortaleciendo sus tallos y voy quitando las hojas más bajas del brote para que crezca hacia arriba el miniárbol. Luego, froto esas hojas en mis manos desnudas y el aroma a mandarinas que queda en ellas en tan sutil que me dan ganas de llamar a uno o dos fabricantes de colonias y perfumes y enseñarles lo que es un olor natural y hermoso.

Con la llegada del invierno, nuevo traslado. Los frutales mediterráneos no soportan las heladas nocturnas de la sierra de Madrid, de modo que aprovecho que los voy a pasar al interior de la casa para darles una maceta más generosa. Reparto mandarinos acá y acullá y los que me quedo, los traspaso a una maceta grande y los meto en casa para protegerlos de los rigores del invierno. Pasan el invierno aquí dentro, mimados y alimentados de posos de café, cerveza y otras viandas, agua con los restos de la aspirina efervescente que se quedan pegados en el vaso, por ejemplo. Contra todo pronóstico, esta dieta descabellada surte un efecto óptimo en ellos y se ponen hermosísimos.

Con la llegada de la primavera, vuelvo a sacarlos a la terraza y las lluvias de primavera y el sol del verano y el riego automático hacen el resto: se ponen así de hermosos. Pondría una foto en la que yo aparezco junto a este hermoso mandarino, para que apreciárais su tamaño por comparación, si no fuera porque se me ve la panza demasiado evidentemente.

Decido, entonces, que las personas de mi mayor afecto posean, en sus casas, mandarinos. Y ¿qué hay detrás de este reparto? Es una estrategia para dominar el mundo. Ellos, los afortunados, no lo saben, pero mi ADN está en esos mandarinos (tuve las semillas en mi boca, así que su primer alimento, su primer abono natural fue mi propia saliva). Si todo sale como lo he planeado, una mutación genética se dará en sus frutos y, cuando empiecen a brotar las primeras mandarinas, pequeños Wolffos colgarán, ocultos tras la piel, de sus ramas. Wolffos sonrientes, pero pertinazmente decididos a multiplicarse por reproducción sexual sencilla, es decir, lo que cierto tipo de gente suele llamar follando.

Mil cipotes wolffianos, enhiestos, vibrantes, saltarines y preciosos, buscarán pues por toda España vaginas incautas y fértiles a las que inseminar con su esencia gloriosa, llenando los vientres de España de la nueva especie. Mujeres sorprendidas, pero satisfechas, darán a luz pequeños arbolitos mandarineros con olor a mandarina, sabor a mandarina, pero pene wolffiano. Según mis ambiciosos y científicos planes, para el año 2012 más de la mitad de los españoles seremos Wolffarinos (Wolffos Mandarinos) y eso, queridos, es lo que hay detrás de todo.

Mi objetivo, mi único objetivo, es impedir que haya una eventual tercera legislatura con Zapatero al frente. Eso, simplemente eso, señoras y mandarinos, es lo que me empuja a dominar el mundo. Porque mis oídos no podrían soportar oír de nuevo, de labios de todo un presidente del gobierno, señores, no de un imbécil cualquiera en la barra de un bar, aquello de que nuestra economía juega en la Champions League de las economías mundiales. Eso es mucho para mí.

Y eso es lo que hay detrás.

Que no es poco, no creas...

martes, septiembre 11, 2007

ningún sitio

My ever changing moods



Paul Weller es uno de esos genios incomprendidos, creo, hasta por él mismo. En plena efusión punk, reinventó el espíritu de los Kinks y de los Small Faces y reavivó el fenómeno mod en Inglaterra. Y lo hizo con un grupo absolutamente primordial y maravilloso: The Jam. Después de unos años en los que dejaron un buen montón de joyas apenas reconocidas, tal vez cansado del anfetamínico mundo del rock, creó Style Council, una experiencia de música de calidad, elegante, apenas comercial, que dejó maravillas como este My ever changing moods. Aunque parezca mentira, esta canción tiene una versión de baile y otra, que es la que me atrapó a mí, y os presento hoy aquí, piano-bar, inolvidable. Paul Weller es un gran compositor, sin duda, pero es un magnífico guitarrista y un cantante extraordinario, aunque él mismo no lo sepa. Si oyes sus últimos trabajos en solitario, te darás cuenta de que su voz de arena, suena muy parecida a la de Eric Clapton, pero con una capacidad y un sentimiento infinitamente mayores. En esta versión mía estoy al natural, como los berberechos. Un micrófono al aire y yo y mi guitarra azul en una sola toma. Es lo más parecido que puedo poner aquí a cantarte al oído. Si quieres, claro.

Puedes bajarla aquí:

Voy mirando los flancos porque, como una vez me dijo el Gran Viajero, las flores del recodo son lo más importante cuando vas camino de ningún sitio. Miro a mis costados, digo, y espero a descubrir las más hermosas flores que, ya sabes, nunca crecen del lodazal más infecto, aunque al poeta le guste decir cosas de ese estilo para epatarte. Pienso en porqué al poeta le gusta decir cosas de ese estilo y al final, concluyo que al poeta no le interesan, en realidad los rankings, sino la paradoja de la vida creciendo de la muerte. Es el hecho en sí de que, por ejemplo, salga una brizna, una sóla, pobre y miserable brizna de hierba, emergiendo de un cráneo abandonado en mitad de ninguna parte.

El éxito del viaje reside en la anarquía del movimiento. Acompáñame, si quieres, camina a mi lado, y busca tus propias flores, olisquea los márgenes y haz de cada etapa del viaje, una entidad mayor. Dale importancia a cada paso y cada tramo será una época. Si disfrutas todos los tramos, cada jornada será una epopeya y moverse, al final, será la gran odisea que siempre anduviste buscando.

Planificar, pues, está en contra del espíritu nómada de esta aventura. ¿Quieres venir conmigo? Te advierto que nunca he sido un buen viajero, pero prometo cantarte cada atardecer, tan cerca del oído como me permitas, y cocinar los víveres que el camino ponga a nuestro alcance.

Podría arar la tierra, abriendo en ella heridas rectas y quirúrjicas, ahondar en sus entrañas e inseminar sus revoltosos adentros, esperar un año a que la tierra se defienda de mis embestidas con frutos frescos y carnosos y hacerte la ofrenda de la tierra generosa que tú elijas. Podría, mi amor, claro que podría.

Podríamos establecernos en los suburbios de una gran ciudad y salir a camelar al mundo, como un vulgar sacamuelas, como un vendedor de específicos milagrosos, como un charlatán de feria, y ganar sustanciosos billetes y ponerlos a tus pies y seguir ganando y poniendo y ofertando. Pero ya no soy ese hombre.

Ahora, mi vida, estoy en el camino. Dejo que el sol me marque su ritmo, me dejo vivir al son que el rey del cielo decida, despertándome cada la mañana con su caricia templada y su jodida luminosidad; y que la luna me arrulle antes de que llegue la noche, no me impota ya trasnochar. No me importa nada.

No me importa ya lo que digan los demás, sol mío. Ahora, salvo tu atención, todo me da igual. Vivo en ningún sitio, de un lado para otro, moviéndome hacia ningún lugar. Sé que le brillas a todo el mundo, pero de vez en cuando, sencillamente pienso que estás brillando sólo para mí. Porque sólo yo te siento así de mío.

¿Qué más me da todo lo demás?

Acaríciame. Sé mi acompañante. No rellenes los silencios con frases innecesarias. Acepta mis cambios de humor, porque éstos son los verdaderos cambios que encontrarás en el camino. Sencillamente, acepta que desde hoy, y ya por siempre, estoy en el camino. Camino de dios sabe dónde. De ningún sitio.

jueves, septiembre 06, 2007

Erytheia, o la decencia.

Desperado


Esta canción es una obra maestra, desde luego, y me da muchísimo reparo colgar esta versión tan pedestre. Es una de las muchas grandes canciones del grandísimo grupo The Eagles, una superbanda que sólo hizo buena música. Este tema daba título a su segundo disco, del año 72, 73, más o menos, así que tiene la friolera de 35 añazos. Es un prodigio de composición, con una melodía irresistible y un arreglo original muy bueno. Yo he hecho esta versioncita de andar por casa, en la que, como verás, no hay batería ni nada de máquina, es todo acústico y todo grabado casi, en directo. Lo habría grabado en directo si tuviera ocho manos, pero como no podía, la voz solista y la guitarra principal están grabadas en una sola toma, en el mismo track, al aire. Luego doblé la guitarra, le puse el bajo, la pandereta y la armónica. Y los coros, claro, cómo no iba a meter coros. Quiero dedicar esta canción a mi nueva amiga, pero ya muy querida Kotinussa, una dulce y pertinaz dama gaditana que sabe escribir y sabe escuchar (lo que, creedme, ya es mucho) y que sabe buscar y rebuscar y encontrarle un sentido al producto de su búsqueda. Kotinussa apareció en mi blog el día mi santo, le devolví la visita y, desde entonces, ando enganchado a su bitácora, cuya lectura recomiendo fervientemente. A ti, MariKoti's, desperadamente agradecido. Ojalá te guste tanto escucharla como a mí me gusto grabarla.

Aquí puedes bajártela:




Mira por dónde, ahí viene Erytheia.

Erytheia de las Gadeiras, cuyo andar parece decirte, abrázame, anda, que es mejor, solo quiere que la dejen un poco en paz, en realidad. Está trabajando, no quiere historias, le gustaría que le dejaran realizar su trabajo como a ella le gusta hacer las cosas: despacito y bien. Erytheia trabaja como Inspectora de Decencia y cuidado, no saques conclusiones fáciles, que no hablamos de eso, sino de lo otro.

Trabaja para la Corporación Wodehouse, La CoWo, como se conoce a este monstruo mediático en los ambientes, que es la empresa encargada de editar, cada año, su afamado e imprescindible Índice de Decencia Artística; Anuario de lo que está bien. Trabajar para la CoWo no es, en absoluto, fácil. Sus inspectores han de acreditar un nivel de estudios no ya superior, sino excelso. Deben demostrar criterio, inteligencia, buen gusto y tener buen trasero. Esto es un factor discriminador menos superficial de lo que parece. Si alguien se enfada, o tuerce el gesto, simplemente, al leer este criterio de selección, es que ese alguien no puede... no, calla, no es que no pueda, es que no debe trabajar en la CoWo.

La CoWo paga un dineral a sus inspectores, los mima en grado sumo y les hace la pelota descaradamente, para que estén contentos. Sólo les piden a cambio que vayan a sitios, que conozcan a gente y que luego opinen si esos sitios o esas personas están bien o no, desde el punto de vista de la decencia artística, que es un concepto acuñado por el fundador de la CoWo, P.G. Wodehouse que hace referencia a lo que te hace (o no) rechinar los dientes, aplaudir con las pelotas o mojarte las bragas, como prefieras decirlo.

Pues, lo que te decía, o sea, que por ahí viene Erytheia.

Erytheia está ya en el Knight’n’Square, llamado el Nait, en la calle Félix Boys, de Madrid, a ver qué pasa por ahí. ¿Y qué pasa en el Nait? Pues pasa poco, la verdad. Pero sirven cerveza sin vaso (te lo dan si lo pides, y no te ponen mala cara), patatas chips, y una original carta de hamburguesas y perritos calientes.

La música es buena, escribe Ery, y los camareros llevan una camiseta roja sucia que no está mal, y un pañuelo bastante pulgoso. En el techo y las paredes hay autógrafos y dedicatorias de actores y cantantes de los años setenta. Eso, aunque parece un truco para no tener que limpiar las paredes, está bien. Me han dicho que un día, en los primeros años ochenta, vino Dieguino Gabo, entonces un actor incipiente que había participado en un par de películas (malísimas, por cierto, ya fueron machacadas en su correspondiente anuario) y pidió, e insistió, ante la negativa del juicioso camarero, que le dejaran firmar en el techo, que él era tan famoso como el que más. No le dejaron firmar, y eso es, para esta inspectora, un punto a favor de la gerencia del Nait.

Es martes, pero no hay demasiada gente. En la planta de arriba, la que da a la calle, estaba más lleno, y la barra, sobre todo, estaba petada, pero aquí abajo, se está tranquilo. Hay junto a mí un grupo de gente interesante, comiendo, bebiendo y riendo y me han aconsejado una hamburguesa que no pienso pedir, la Chiliburguesa, porque me parece fatal echarle Chili a una hamburguesa, aunque reconozco que esto es un prejuicio mío personal.

Me traen la comida. He pedido un Perrito Indio (Pan abierto, salchicha, almendras machacadas, y salsa de naranja amarga con curry), y una Hamburguesa Italiana, una hamburguesa aparentemente normal (Pan, lechuga, tomate, pedazo de carne –pequeño, pero de excelente calidad- y salsa italiana), pero la salsa es extraordinaria. Es de tomate, no ketchup, sino de tomate frito, muy especiada, con un toque ligerísimamente picante y con una especia que no acierto a descubrir.

Erytheia, alguien lo habrá pensado ya, no se come todo lo que pide. Lo prueba, pero no se lo come, porque es una mujer delicada. Sin comillas. De modo que lo que hace es darse la vuelta, darle un toquecito en la espalda al muchacho que le ha aconsejado la Chiliburguesa, que tiene pinta de zamparse hasta las seervilletas y le explica la situación, ofreciéndole su medio perrito y tres cuartos de la hamburguesa.

- De acuerdo, pero acepto sólo si tú pruebas mi Perrito Alemán.

Erytheia se asoma al plato y ve un perrito, ya mordido, del que emerge una gran salchicha blanca y un apetitoso montón de chucrut

- Venga pruébalo, está buenísimo... lo malo es el churut...
- ¿Está malo?
- Está buenísimo, pero ya sabes, luego...
- ¿Luego...?
- Luego, los peos te olerán fatal
- Oh, vaya... correré el riesgo

Y Erytheia estira el cuello y da un magnífico bocado al perrito alemán, y, efectivamente, lo encuentra riquísimo.

- Vamos, dale la vuelta a tu silla y siéntate con nosotros.

Erytheia da la vuelta a la silla y en la mesa de al lado, se separan dos de las sillas como se separó el mar para que pasaran Moisés y toda la basca, pero en plan sin agua, no sé si me explico. Me salto lo que son las presentaciones y todo eso, pero os las imagináis, hola yo soy tal y cual y todo ese rollo y bueno, se caen bien, porque son buena gente. Erytheia mira con sus ojos color Cádiz a unos y otros y se da cuenta de que, le guste o no, está sentada entre un grupo de gente muy rara.

Empezando por la derecha de Erytheia, allí está Sinsinati, procurador en cortes desde los 12 años, al lado justo de Alúminum, que no es procurador, qué va, es sólo idiota, pero con gracia; a continuación está Lavi Siosa, Ingeniera Lobotómica y bastante putilla, seamos sinceros, hombre; después de Lavi está, justo enfrente de Ery, Wolffus, un hombre que, por seguir con el tema de la sinceridad, es atractivo y fugaz, y cuyo silencio le otorga un cierto aire de taladradora sexual, pero en plan fino, no sé si lo pillas; a su lado, Lavir Tuosa, mujer araña, simpatiquísima y, por fin, a la izquierda de Erytheia está Fingido Éxtasis, un mentiroso de los mejores que puedas conocer.

Tampoco os cuento lo de que hablaron con palabras graciosísimas de cosas divertidísimas, porque es un coñazo, y lo de cuando hicieron el amor como las plantas encima de la mesa, me lo salto, que no tengo espacio. Pero vamos, que hicieron todo eso, pero yo que sé, otro día lo hablamos, si eso.

Erytheia les cuenta a qué se dedica. Todos parecen encontrar interesantísimo lo que hace, a pesar de que ninguno ha oído hablar de la CoWo ni del Índice de Decencia.

- Pues vosotros tendríais buena puntuación. Vosotros estáis bien.

Y todos sonríen un poco con cara de bobos, porque muy poca gente (Wolffus es uno de esos pocos), sabe llevar bien un elogio o un piropo. Hay a quien le sientan mal y se enfadan, pero lo común es sonreír con cara de bobo. Wolffus, sin embargo, se las arregla para hacerle el amor tres veces a Erytheia allí mismo sin que nadie, ni la misma Erytheia se dé cuenta de nada.

Erytheia se levanta para irse y todos protestan. Wolffus no, porque después de los tres polvos (al fin hombre) se ha quedado dormido, derrotado en la silla con la cabeza hacia atrás (¡ay, que se disloca el cuello...!), las piernas obscenamente abiertas y una babilla bajándole por la mejilla, camino de la oreja. Atender a Wolffus me hace perderme el diálogo en el cual convencen a Erytheia de que se quede a escuchar una canción y Lavi Siosa despierta de un tetazo a Wolffus, bajo la mirada conminadora de Ery quien, si bien es cierto que no se había enterado de que Wolffo la había amado tres veces, empezaba a sentir cierta simpatía por el bruto durmiente.

De pronto, cuando están todos listos y empiezan a tocar, Erytheia se da cuenta de que todos, menos ella misma, son la misma persona. Y él, dividido en seis le toca una canción. Wolffus y Lavir tocan la guitarra; Lavis toca el bajo y Alúminum, la pandereta; Sinsinati toca la armónica y Fingido Éxtasis, canta.

Y Erytheia de las Gadeiras, Inspectora de Decencia de la CoWo, se limita a ser. Ser y escuchar. Ser y, siendo, escuchar lo que el mundo tiene que decirle.

Suponiendo que el sexteto unívoco y demente que le canta Desperado pertenezca a este mundo fenoménico. Aunque, no obstante, les gusta decir que no, que ellos, cuando hacen música, pertenecen, sin duda, al mundo de lo sublime.


martes, septiembre 04, 2007

Extraños

Strangers in the night



Ustedes disculparán el atrevimiento, pero hoy me lanzo al ruedo, nada más y nada menos, que con un clásico de Sinatra. Para disimular las kilométricas, oceánicas, siderales, distancias que nos separan, he hecho mi propio arreglo. Todo gira alrededor de un rasgueo de guitarra acústica con síncopa, al que se le van sumando una batería, un bajo y, consecutivamente, van añadiéndose una, dos, tres, cuatro, cinco y seis guitarras. Como no tenía orquesta, sino un pedal multiefectos para la guitarra, al final de la canción hay siete guitarras sonando a la vez, con siete sonidos distintos; es lo más parecido a una orquesta que puedo conseguir con estas manitas. La canción es maravillosa, desde luego. Tiene ese toque chulesco y canalla que tenían las canciones que a Sinatra le gustaba cantar (y hacer suyas, porque una canción que canta Sinatra, da igual quien la haya escrito, es de Sinatra); esa cosa hipermasculina que tiene este italoamericano genial y que envidiamos todos los hombres. No se trata de su voz, sino de lo supermachote que le hace parecer al cantar. Dedico esta canción a mi amiga Alicia Clemente, tal vez mi más antigua amiga, y una de las personas a las que más quiero en el mundo. Porque una vez, tú y yo, Alicia, fuimos dos extraños, no en la noche, precisamente, sino en la Gran Planicie; a mí me desenmascararon rápido, claro, pero tú te las arreglaste para hacerles creer durante mucho más tiempo, que eras una de ellos.

Yo siempre supe que de eso nada, monada. De toda la vida, tú eres de los míos, ¿que no...?
A ti, Mal, con cariño infinito.

Si quieres, bájala aquí:

Foto fija.

Gäastad se mira en el espejo del restaurante donde está cenando con June. Ha perdido algo de peso, tiene el pelo completamente gris y reconoce que no tiene mal aspecto para tener 50 añazos. No es que tenga aspecto de ser más joven, es que tiene un gran aspecto de cincuentón. Está apoyado, de manos, sobre la encimera de mármol del lavabo; tiene el cuerpo ligeramente inclinado hacia delante, como si quisiera ver algo de su cara con detalle en el espejo. La cabeza está ladeada sobre el lado izquierdo y una especie de boceto de sonrisa asoma a su rostro imberbe. Gäastad cree que esta vez, al fin, conseguirá convencer a June de que es el hombre de su vida. Adora a esa mujer de gran personalidad (nariguda, vamos) y cabellos rubios recogidos, aunque hoy los lleve sueltos. Y con un poco de suerte, después de diez años...

June, aprovechando que el pelma de Gäastad está en el baño, ha llamado a una amiga y la sorprendemos en el momento justo en que le da instrucciones para que la llame como en media hora, para así librarse de la incómoda cita. Quiere librarse cuanto antes de Gäastad. Lleva un vestido de punto ceñido, de color gris claro, que parece lamerle los muslos y caderas, y sujetar su pecho sin ceremonias. La rubia melena, suelta y brillante, le tapa la mitad de la cara y entonces la gente no se entera de nada y piensan que es guapísima, que es sólo la mitad de lo guapa que, en realidad, es. Pero ella lleva el pelo suelto para fastidiar a Gäastad, porque a él le gusta más cuando se lo recoge, inexplicablemente, porque le gusta su enorme nariz; y con el pelo recogido, se le nota más.

El camarero díscolo se retrasa en el pasillo de entrada porque acaba de recoger de la mesa de Gäastad y June la casi intacta “algarabía de crujientitos rellenos de sorpresas diversas” ...

(...
- ¿qué es esto de la aaalgar...algarb, algarabía?
- (con gesto cansado) una especie de croquetas, señor
- ¿Una especie...?
(June quiere meterse bajo la mesa)
- (haciendo acopio de paciencia) Croquetas, señor, solo que el cocinero las empana con ruffles machacadas para que estén más crujientes. Y los tropezones son distintos en cada una.
- Ahá... ¿Y por qué no las llaman croquetas?
- ¿Y por qué, sabiendo yo más que usted, y siendo bastante más inteligente, atractivo y joven que usted, soy yo el que le sirve la cena y usted el que disfruta de la compañía de esta diosa? Créame que a mí también me gustaría tener todas las respuestas, señor...
June sonríe y a Gäastad se le quitaron las ganas de seguir haciendo preguntas lelas...)

... y quiere, antes de devolverlo a cocina, tomarse un aperitivo. Gäastad sólo pudo probar la primera algarabía porque el chef, en una aberración típica de los restaurantes ignominiosos, hace la masa de las croquetas con una apestosa mezcla de quesos aromáticos. Y Gäastad no soporta el queso. El camarero díscolo tiene, pues, ante sí, en número de 5, un supuestamente delicioso, si bien nada sustancioso (los crujientitos son realmente itos), aperitivo.

En el resto de la sala está todo el mundo en su sitio. Todos sentados y tranquilitos.

El hombre que detiene el tiempo ha sacado del montón la tarjeta que dice “Amnesia” y lee la explicación: Cuando grite “¡ACCIÓN!”todas las fichas despertarán y no recordarán qué estaba haciendo cada una de ellas y el jefe de camareros, que es el único que no estará afectado por la amnesia, repartirá los papeles. Vaya una mierda de carta, se dice a sí mismo el hombre que detiene el tiempo. En fin...
- ¡Acción!

Hay un pequeño follón en la sala. En total había unas siete mesas ocupadas. Pero al jefe de camareros no le fue difícil convencer a todo el mundo de que permaneciera en sus mesas, con un argumento irreprochable:
- Por favor, amigos, créanme. Todos ustedes han sido cambiados de sitio (mentira, no había cambiado a nadie). Se trata de que intenten entablar amistad, o lo que sea, con las personas que están sentadas en su mesa, a ver qué pasa.

- Perdone –dijo una señora huesuda y antipática a quien le había tocado en suerte su marido, un tipo grasiento y bastante repulsivo que en ese momento se hurgaba la nariz- cuando dice “amistad, o lo que sea”, ¿se refiere al sexo casual?
- ¡Claro...!
- Ah...

Gäastad vuelve del baño y se queda mirando la sala sin saber a qué mesa acoplarse. Hay dos posibles candidatas: en una está sentada June, una mujer que, ahora, le parece insoportablemente cursi. En la otra, un jovencito delgado y pálido, de aspecto inequívocamente gay. Por favor, que no sea en la mesa de la que parece un loro... piensa desesperado un amnésico Gäastad mientras mira al jefe de camareros para que le asigne un sitio.

June despierta y lo primero que hace es recogerse el pelo. Se pincha una especie de palo étnico en un inverosímil recogido y respira más tranquila. Es insoportable el calor que da una melena larga... Ve salir a Gäastad del baño y dudar entre su mesa y la de un joven efebo al que June le dan ganas de invitarle a unos garbanzos, a ver si engorda un poco, el pobre. A June le vuelve loca ese cincuentón de pelo gris y barriga cultivada; algo en su porte le habla de su masculinidad y desea, rápidamente que se siente a su lado en su sofá de casa y ponerle los pies en su regazo mientras ven una peli de Robin Williams.

- Caballero, esa es su mesa, con la dama de la nar... del vestido gris.
- (mierda) Oh, sí... claro.

June juega un juego de despistes y lamentos al que Gäastad, sencillamente, no puede resistir. Diez minutos le sobran a June a hacer que Gäastad le suplique que vayan a un hotel porque quiere, según sus propias palabras, que se pruebe “un vestido ceñido, hecho de besos y lametones que te cubruirá del cuello a los pies”

En el hotel, Gäastad besa hasta el aire que respira June.

La desnuda con premura, besando cada pedacito de piel que sus dedos, torpes y nerviosos, van dejando al descuierto.

No puede evitar decir payasadas y June se entrega feliz a este juego de chistes procaces y mordiscos sensibles, tan poco esperable de un hombre tan sorprendentemente ardoroso.

June está riendo cuando Gäastad muerde el nacimiento de su seno izquierdo, junto a su axila. Entonces, de repente, olvida los chistes y se sienta a horcajadas sobre Gäastad y con sus manos, generosas, ofrece sus generosos pechos y sus pícaros pezones a la boca del hombre que, nota ella entre sus piernas, empieza también a tomarse las cosas un poco más en serio.

Cuando ella le siente tan dentro que casi están confundidos, cuando él se siente tan en el paraíso que olvida hasta su polla, cuando parece que el objetivo de toda la existencia (creación, evolución y progreso de la humanidad) era, sencillamente, ese momento, justo en ese momento, en el momento en que él entra en ella, sintiendo ella como su ariete le penetra y sientiendo él sus paredes cálidas y húmedas acogerle de forma tierna y familiar... justo en ese momento, el hombre que detiene el tiempo asoma por la puerta y rompe el hechizo.

De hecho, era verdad. Sólo que partían de no conocerse. De creer que no se conocían, en realidad.
- No sé que decir, June – dice Gäastad, cortadísimo y deteniéndose.
- No digas nada, ya lo discutimos luego – dice June con la respiración aun afectada -, pero no te pares ahora...

Pero Gäastad no puede. Se le viene encima la historia, su historia común; sus anhelos, sus vaivenes, sus sueños, toda la verdad de un mundo extraño que avanza a un ritmo diferente del suyo, sin importarle nada que Gäastad se quede atrás, sin tener en cuenta su íntimo yo, su natural complaciente y su mente firme y solemne (vamos, que no se le levanta).
- Después de todo, ¿eso es todo?
- Podría cantarte una canción...
- Ahórratela, guapo, a no ser que tenga forma de pepino...

Esas fueron las últimas palabras, ciertamente poco poéticas, de June a Gäastad. ¿Raro?

Y es que resulta extraño pensar que, sólo siendo extraños, estuvieron más unidos que nunca. Sólo al desconocerse, llegaron a conocerse de verdad. Sólo siendo salvajes, fueron más civilizados que nunca. Es todo muy extraño.