jueves, diciembre 22, 2005

En el mar (verano del 83)

Este post es largo, así que ponte la canción y lees mientras suena.
Tiene adivinanza al final. Sólo para los más listos.



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Esto es una colección de sensaciones. Soy de tierra adentro y la visión y el olor del mar me emociona como pocas cosas. La canción es una baladita apañada con mucha guitarra acústica y armónica, mucha percusión y la ocarina como estrella invitada en la introducción. Lo que se hace dolorosamente patente con cada nueva canción es que necesito grabar mis temas con una banda que me ayude a ensanchar el sonido, que aporte ideas. Si escucháis los 5 y poco que dura la canción, veréis que después del solo, le hace falta algo a la canción. En mi cabeza estaba claro, pero no he sabido plasmarlo. De esta segunda parte me encantan la armónica temblorosa y los versos que se repiten, que son juegos de lenguaje muy típicos de mi forma de escribir.

(empieza el post, coño)

En el verano del 83, Puerto de Santa María.

Yo acababa de comprarme una maravillosa Lambretta 200, a la que añadí tres faros supletorios, 4 espejos retrovisores y un soporte para la rueda de repuesto que hacía de respaldo para el pasajero. Todo muy mod.

A veces, salía simplemente a montar. Me gustaba el olor de la costa de noche. Aquélla noche, no sé cómo, pero acabé en el embarcadero, frente al velero de mi querido y cándido Raúl, un gaditano alto, guapo, agitanado y experto patrón. Aquéllo estaba vacío.
- Estaría bien, ¿eh?

Le dije a mi Lambretta dándole unas amistosas tobas. No me contestó. No suele hacerlo, no es muy habaladora que digamos. Así que puse el candado a la moto y subí al barquito, solté la cuerda que lo sujetaba a tierra (que tiene un nombre, pero ni flores) y me lancé al mar bravío.

Ahí estaba yo, midiéndome al mismo Neptuno, sin tridente ni nada de eso, pero navegando, y el viento (fuerza 6 o así, no sé, por decir algo con sabor marino), me tenía a su merced. Vi alejarse la costa poco a poco y como la cosa estaba tranquila, decidí zamparme el cucurucho que había comprado de bienmesabe, que no sé que pez será, pero que está riquísimo. El barco parecía funcionar solo, así que me pareció que lo más inteligente era dejarlo a su aire; al fin y al cabo, él tenía más experiencia que yo en estas aguas y yo conozco mis limitaciones. Era una noche normalita, tirando a bastante buena, no sé si me explico. Quiero decir que el cielo no estaba lleno de estrellas ni nada de eso, pero la temperatura era demencialmente buena y no había nadie que me molestara.

Podía tirar un pedo, si quería: era libre.

En vez de eso, encendí un Lucky que me supo a gloria bendita (en el 83, fumarse un pitillo era legal). Allí estaba yo, mirando las estrellas (no demasiadas), con un Lucky entre los labios y la panza llena de bienmesabe, más feliz que un canguro tonto. Perdí la noción del tiempo, como quien pierde el mechero. No sé, cuando salí de casa la llevaba en el bolsillo, pero allí, en mitad de la noche, como un atlántida solitario, ¿para qué me hacía falta la noción del tiempo? Es más, ¿para qué me hacía falta noción alguna? Lo que de verdad me apetecía es cantar a voz en grito algo apropiado, y no se me ocurrió nada más apropiado que una canción de Perales que decía que a su barco le llamaba libertad y gaviotas y unos ojos en el cielo y tal y estaba dudando si cantar o no, cuando recordé algo mucho mejor; empecé a cantar:

- ¡RON, RON, RON, LA BOTELLA DE RON!

¡RON, RON, RO...

Pero, de repente, me dió una vergüenza tremenda estar gritando eso en medio del océano y volví a callarme, esperando que nadie me hubiese oido, y a concentrarme en el cielo. Me entró un soporcillo encantador. ¡Qué mierda, con lo que estaba disfrutando, me iba a quedar dormido!

Me dispuse a resisitir. Pero fue inútil. Me dormí como una marmota.

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Una ola me despertó. Parece ser que Neptuno se había mosqueado y empezó a alborotar las aguas. ¡Vaya, la cosa empezaba a complicarse! El barquito empezó a menearse y si no hacía algo, acabaría sirviendo de pasto a las merluzas. El problema estribaba en que yo no sabía qué demonios podía hacer. Las velas iban de acá para allá, como endemoniadas y el volantito rodaba como una ruleta del Mississippi (puede que sobre alguna ese, o alguna pe, pero eso no altera el espíritu de mis palabras). Como lo de las velas me parecía más complicado, cogí las cuerdas y las até como pude al primer sitio que encontré para que estuviesen quietas. Luego cogí el volante y lo mantuve firme, contra viento y marea, para demostrarle al barquito quién mandaba ahí.

Vi un delfín. Extraño. Él sí que estaba tranquilo. Jugueteaba, hacía fintas a las olas y se reía de ellas. "He aquí un mamífero inferior, que, hoy por hoy, me supera claramente", pensé. Juraría que me hacía señas para que le siguiera, y algo en su cara me hizo desear hacerlo, pero me daba vergüenza hacer el ridículo con mi poca pericia, así que no hice caso y continué con mi recital particular de pésimo marinerismo, jurando en arameo. El delfín se elevó sobre su cola y manteniéndose así, como si estuviera de pie sobre las aguas, me dijo:

- Vamos, no seas tonto.

- No, es que no sé como hacer para que este maldito barco me haga caso; no soy un lobo de mar, precisamente.

Bueno, entonces, el delfín puso cara de "Ay, ay, ay, no se os puede dejar solos", saltó y ¡hops!, ahí le tenía, tendido panza arriba, en la cubierta de mi barco. Era un delfín hermosísimo. Una monada, vaya. Me dijo:

- Agárrame la aleta.

Yo me quedé quieto. Nunca había agarrado la aleta de un delfín y bueno, será un mamífero, como yo, pero tiene una pinta de pez tremenda. Y hacer buenas migas con peces nunca fue mi ideal.

- ¡Vamos, no te quedes ahí parado como un estúpido y cógeme la aleta!

- Está bien - contesté. Y, con un mohín de repelús, cogí su aleta derecha. En contra de lo que esperaba, era cálida y agradable, y me traspasó un calor muy inquietante. En seguida, la parte superior del bellísimo delfín se transformó en figura humana y me encontré de rodillas, tomando por la mano a una espectacular sirena.

Yo no sé si alguno de vosotros ha visto alguna vez una sirena por ahí, mientras os peleábais con las iras de Neptuno en la mar océana, pero a mí me causó una gran impresión. Yo creía que las sirenas eran como las de las pelis, con gran melena roja, sujetador de algas, cola de sardina y con más ganas de exhibirse cantando que Plácido Domingo; pero ésta tenía algunas diferencias. En primer lugar, no tenía el pelo largo. Tampoco era una exhibicionista que se arrancaba con una cancioncilla a la primera oportunidad. Pero lo que más me impresionó fue que no llevara el clásico sujetador de algas. Las tenía al aire. Me impresionó tanto que solté su mano.

- ¡Eres una sirena! ("¡y qué buena estás!", añadí para mí mismo)

- ¡Que no cebollo! - me dijo ella-, lo que ocurre es que me has soltado la mano muy pronto, y no he podido transformarme del todo. Anda, vuelve a cogerme la mano.

Mi Madre me enseñó que es bueno obedecer, pero no estaba. Ella insistió.

- ¡Vamos, hombre! Ser delfín y estar en el agua está bien, pero ser chica y no poder mover las piernas en la cubierta de un barcucho cuyo único tripulante no deja de mirarte las tetas es bastante incómodo.

Me sentí bastante deprimido porque me notaran tan pronto que soy un salidete, así que hice caso a la sirena y volví a coger su mano. Tal como ella había dicho, se transformó en personita, y estaba completamente desnuda, así que le cedí mis pantalones, no sin antes echar alguna que otra miradilla, y mi camisa. Ella se rió de mis boxer (color rosa con marciales formaciones de ranas verdes separadas, de cinco en cinco, por hermosos juncos, verdes también) y de mi camiseta de Goofy.

- ¿Sabes conducir un barco? -pregunté.

- Pilotar - dijo ella secamente-. Sí, claro; y además, conozco estas aguas como la palma de mi mano.

- Bien, entonces, como yo no conozco la palma de tu mano, será mejor que me ponga ahí delante...

- A proa - dijo ella.

- ...vale, a proa, igual que hacen los defensas que se lesionan y se colocan de arietes cuando el mister ya ha agotado los cambios, ya sabes, para no molestar, y tú te encargas de manejar esas endiabladas cuerdas...

- Cabos.

- ¿...?

- Cabos; se llaman cabos, no cuerdas. Oye, tú, ¿de dónde has salido?

- De mi casa; salí a dar un paseo y bueno, se complicó la cosa. Creí que bastaría con manejar el volante ese...

- El timón - volvió a corregir.

Bueno, la travesía continuó entre verbales meteduras de pata por mi parte y correcciones de mi acompañante y ella, diestramente, me condujo a una hermosa playa.

- Ven - me dijo. Y me llevó a través de unas rocas color bermellón como nunca antes había visto. Se acercó a mí y me dijo al oido, susurrando - Cuidado. No hables alto. Estamos en la sima del Gran Eco, y cualquier ruido, podría hacerte enloquecer. ¿Quieres bailar?

- ¿Bailar? - pregunté incrédulo. Siempre juzgué ridículo el ritual del baile, de cualquier baile, pero ella estaba muy buena, y la perspectiva de agarrar su cintura me pareció óptima.

- Sí, bailar. Mover sincopadamente el cuerpo al ritmo de la música - dijo ella sarcásticamente.

- Sí, sí, claro que quiero.

- Bueno pues, escucha - y se separó un poco para gritar, haciendo megáfono con las manos -: ¡¡MU...SSSS...ICAA!! - y aplaudió una sola vez.

De repente, empezaron a llegar ecos de su voz y de la palmada que, poco a poco fueron mezclándose y conformando una música hipnotizadora. Yo nunca he sabido bailar, pero aquella música... ¡ufff…! Mis manos cogieron por la cintura a la extraña mujer que sabía dominar los ecos, y empezamos a bailar. Aquello era de verdad. Flotábamos. Me acerqué a su oido.

- ¿Cómo te llamas, mujer?

- Hidd-Nak.

- Bien, Hidd-Nak, ¿puedo llamarte Hidd? Me es más fácil.

- Yes - dijo ella con aire quedón.

Y entonces hablé yo:

Cuando todo termina,
apareces tú;
ninfa tangible
duende de paz
inquieta ambición.

epónima de mi corazón sangrante
razón de mi andar oscuro,
erebo por tu ausencia
sombra que me das frescor

meseta inalcanzable,
instrumento de virtuosos,
afínate junto a mí.


Esto lo escribí hace 12 años, más o menos, excepto la aclaración sobre el fumar. Se trata de que adivines cómo se llamaba la chica a la que quería ligarme con este relato. Pista: hay que fijarse en los principios del final.

lunes, diciembre 19, 2005

Cuento un poco triste de Navidad

(como amenacé cierto día, pensaba hacer lo mismo que hago todos los años: diseñar e imprimir mi porpio Christmas y enviarlo a todo aquél que quisiera recibirlo; luego, en fin, todo se jorobó. Bueno, mi felicitación era un tríptico como lo que puedes ver desde aquí, hacia abajo. Felices fiestas a todo el mundo. Sois una gente genial)

Tú sabrás, qué te voy a contar... pero nunca, ni todo es maravilloso, ni todo es un infierno. Muchas veces depende del lado de la noticia en que te sitúes. El periódico decía:

BELÉN VIVIENTE EN POLÍGONO INDUSTRIAL

Una pareja de sintechos tiene un hijo al calor de un bidón de petróleo en la noche del 24 al 25 de diciembre.

Luz Pálida, una joven de 20 años dada por desaparecida desde hace algo más de un año y Herminio Otrora, un ex asesor fiscal, ex sobrio, de 45 años, protagonizaron en la pasada noche del 24 al 25 de diciembre, un episodio asombroso. Buscaban un lugar para protegerse del frío de la noche y encontraron un viejo y abandonado almacén, un par de perros callejeros y un bidón de petróleo. Luz dio a luz, por sorpresa, allí mismo a un joven niño (que se encuentra en perfecto estado de salud) y, sin proponérselo, compusieron un perfecto, actualizado y marginal portal de Belén casi posnuclear. Para completar el cuadro, Luz no recordaba el momento de la concepción (“creo que soy virgen”) y Herminio, muy en su papel, dijo sentirse “como San José: sin mojar el churro, pero pringao hasta las trancas” declaró con absoluta falta de elegancia. El recién nacido ha sido inscrito en el registro civil de Madrid con el nombre de Felipe Leonor, con la esperanza, según dijo Luz, de que “alguien tenga un detalle, como una canastilla o algo”. Lo que este piriodista señala por si a alguien le interesa.

(Dejando de lado la pintoresca redacción...)

Tal vez, puede ser, que no quieran otro techo que el ancho cielo ni más adorno que las estrellas. Puede que quieran sentirse tan libres como el viento o como un anuncio de desodorante.

Tal vez él no era feliz cuando trabajaba catorce horas, pegado al móvil y al bourbon y su guapa mujer le esperaba y le contaba las cosas de los niños.

Puede que ella, en realidad, detestara el calor de la casa de sus padres y adorara a ese flaco y cejijunto yonqui que se fue al infierno justo dos meses antes de que naciera el niño.

El niño... de él no puede decir, por mucho que me esfuerce, que tal vez añorara otra vida. No la ha conocido.

Pero me inclino por pensar que podrían ser más felices de lo que son ahora, cuando la soledad y el frío les ha hecho juntarse, cuando la casualidad les ha hecho coincidir en un arrabal donde encontraron un hueco para pasar la noche.

No tienen buey ni mula, pero dos chuchos callejeros les hacen compañía.

Cuando anoche, ella se puso de parto, Pepe no se asustó. Llevaban tres días juntos y él encontró en los ojos de María un rescoldo lejano del amor que un día sintió. Ella creyó ver en su sonrisa la imagen de algo que que creía ya olvidado: esperanza. Y ambos, cuando la noche bendijo al recién nacido con un par de grados sobre cero, vieron en el vaho de su aliento una razón para ponerse a salvo. Y prendieron el bidón, y del fuego que lograron, vivieron una semana.

En un mundo poliédrico, siempre hay lados sobre los que la historia se sostiene mejor. Pero también hay aristas afiladas, inestables, sobre las que nada se sostiene y todo zozobra. Por mi parte, sin ignorar éstas, hoy prefiero resaltar los lados más amables de las historias. ¿Y tú?

Sea como fuere, déjame pedirte que, por favor, no le pongas techo a tu Navidad. Ese tipo de techo, quiero decir. Pásalo bien y verás como los que están a tu alrededor, mágicamente, te transmiten buen rollito.

Difrútalo y haznos disfrutar.

Felices fiestas. Felices, de verdad.


jueves, diciembre 15, 2005

Hasta más ver

Estoy sin ordenador.
La imprenta de los Christmas me ha dejado tirado.
Al estar sin ordenador, y por las fechas que son, no puedo enviar el Christmas a otra imprenta: consecuencia, este año no hay Christmas. Siento las expectativas levantadas.
Akira ya no está en la puerta esperando a ver si salgo un ratito a rascarle la tripa, a perseguirla, o a darle a probar el caldo que acompaña mis inviernos.
Ayer pasé la tarde limpiando la estancia donde murió y se desangró mi querida Akira y os digo una cosa: el olor de la muerte no se mata con ningún producto conocido.
Es algo que me acompañará aún durante algún tiempo.
A ver si termina de una maldita vez este año repugnante.

Hasta entonces, que tengáis una feliz salida y entrada de año.

Esta bitácora cierra temporalmente.

martes, diciembre 06, 2005

Desmontando al chico celoso. Biografía auténticamente falsa de John Lennon.

Hoy se cumplen 25 años del asesinato de John Lennon. Un imbécil nos privó del que, para mí, ha sido el hombre clave del siglo XX. Clave para mí, no hablo del mundo. Ya se le ha llorado mucho, así que para celebrar este aniversario, lo siento, Yoko, os cuento la verdadera y asombrosa historia de este mito del rock que, sin la amistad de Wolffo no hubiera sido nada. Otro mito que se desmorona.

John Winston Lennon nació en Carabanchel, en el hospital militar Gómez Ulla, en la habitación justo al ladito de la mía. Los biógrafos dicen que el Winston se lo puso su madre en un arrebato de patriotismo, en honor a Churchill, pero lo cierto es que el médico que atendió a su madre, fumaba como un carretero, y fumaba Winston, y un pitillo encendido de esa legendaria marca era lo que sujetaba entre sus dientes (“empuje, empuje, señora, que parece cabezón, pero buen chico…”) mientras ayudaba a nacer al mito. Mi padre, que iba con la cámara a todos sitios, le sacó esta foto a John a las dos horas de nacer.

Su madre se lo llevó a Liverpool, ella sabrá porqué; de haberse quedado en España, tal vez se hubiera juntado con Ramón Arcusa y Manuel de la Calva, y la historia nos hubiera regalado al Trío Dinámico, en vez del soso dúo que conocemos hoy. En fin, se fue y formó Los Bitels y me escribió para contármelo. Yo le respondí:

Querido John:

No seas capullo y no le llames Los Bitels a esa mierda que estás haciendo con tus amiguitos de Líverpul, hombre, llámale The Beatles y verás cómo va bien la cosa. Habrá gente que piense que significa “Los escarabajos”, pero eso será porque no saben apreciar el sutil juego de palabras que encierra el nombre. No os preocupéis si no os salen las canciones, que para algo estoy yo, ¿no?

En esa carta, le mandé un casé con unos cuantos temas, que grabaron y se convirtieron en éxito. Yo nunca quise descubrir la verdá, porque ellos parecían buenos chicos, pero bueno, muerto mi amigo John, hora es de descubrir los entresijos del rocanrol.

Un día, John me escribió desolado:

Hidolatrado Wolffo:

No me sale nada, colega, sólo escribo basura de te quiero y yea yea y quiero algo más; ¿porqué no te vienes a London, Ingland, y te juntas un par de días con los chicos, a ver si nos sale algo? Mira, George está de vacaciones, pero el muy idiota se ha dejado en el local su Rickenbaker que está nuevecita; se ha gastado una pasta y no sabe qué hacer con ella, a ver si encuentras una canción en la que parezca que sabe tocarla.

Le contesté en seguida:

John, pedazo de burro:

Ídolo es sin hache, e idolatrado, también, a ver si aprendes a escribir. Vale, voy, pero es por lo de la Rickenbaker, que lo sepas, que vosotros me parecéis unos pesados.”

Fui a Londres y los encontré hechos una pena. Tristes, meloncillos y contrahechos. Pero les puse las pilas, me colgué la Rickenbaker de George, que sonaba de miedo, y de esa época es esta foto (ellos ya están felices, porque Wolffo, a quien se aprecia con cara de paciencia, ya les había mostrado el camino) y la maqueta de la canción que puedes escuchar al pie de este artículo, “And your bird can sing”.

Además, les aconsejé que dejaran de tocar en vivo, que sin mi supervisión (y yo no estaba dispuesto a seguirles por todo el mundo) sonaban de culo. Esto de regalarle canciones a John seguí haciéndolo después de separarse el grupo, como quedó demostrado en un artículo de fondo de la revista Te lo he dicho cienes de veces, con canciones más famosillas. La verdad es que nunca me lo agradeció. Pero claro, él mismo dijo que no era más que un chico celoso.

Hacia 1970 me dejé crecer el pelo y adopté un nuevo look, en un estilo jipi-mesiánico, que hizo que John, el pesado de John, pasara de necesitarme como amigo, músico y director espiritual, a enamorarse de mí. A mí John no me iba nada, la verdad, es tan… inglés..., con perdón de los ingleses, claro, pero John no es mi tipo, vaya. El tío me miraba embelesado y me decía, ¿Sabes? Creo que eres la persona más alucinante que he visto jamás, y ponía cara de tonto y cantaba en su piano como sólo un tonto sabe hacerlo. Yo ponía cara de paciencia y le dejaba cantar, porque mal no lo hacía, el pollo, pero buscaba una solución. De esa época es esta fotografía.

Así que busqué una chinita (“soy japonesa”, me dijo ella con vocecita de japonesa) y le pasé mis túnicas, mi cinta del pelo, le compré una peluca y le dije, ¿cómo te llamas, mujer que sonríes cuando miras?, a lo que ella, muy a la nipona, contestó, Nikito Nipongo, por lo que yó declaré:

- Por la presente le comunico, señora (“señorita”, dijo ella), señortia, vale, que pasa usted a llamarse Yoko Eno, como la sal de frutas (¿no puede ser Ono, como el proveedor de telefonía y televisión por cable?, dijo ella, siempre apostillando, siempre cursiva), vale, pues Yoko Ono, y serás el gran amor de John Lennon

- Prefiero ser tu amor - me dijo ella.

- Ya, y yo prefiero ser un elefante rosa, rica, pero no puede ser, te quedas con John y él te escribirá Woman y tú serás rica. Seguirás siendo inmensamente idiota, pero inmensamente rica, también. Vaya lo uno por lo otro.

Y así fue, en verdad. El resto, es historia. si queréis saber, preguntádselo a otro, que esto ya me está quedando largo o, como dicían los gomaespuma en tiempos gloriosos, me viene grande el proyecto.

And your bird can sing

Y tu pájaro sabe cantar


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Esta canción la compuse -y la grabé- un día que John Lennon se me puso gamba; si yo le decía que mi padre tenía una espada, el me decía que el suyo tenía una pistola; si le decía que sabía tocar una canción de Elvis, él me decía que él se las sabía todas y, además, las de Chuck Berry; cuando le dije que mi perro me obedecía, se quedó un rato a cuadros, porque él no tenía perro. Pero su tía Mimi tenía un canario, y me dice: ¡... y mi pájaro sabe cantar!. Le escribí este tema y se lo regalé, porque yo soy muy generoso. Si escuchas el final con atención (dura apenas dos minutos, que no te venza la pereza) hay una psicofonía terrorífica y reveladora de la verdad que aquí os cuento. ¿Te atreves a escucharla?

(re)Constituyéndome

Hoy, día 6 de diciembre, día de la Constitución Española, por el poder que me ha sido otorgado, me constituyo en Señor, uno y trino, de Las Peroratas de Wolffo, con el título de Perorador Absoluto y os anuncio que esta bitácora permanecerá durmiente mientras pillo fuerzas(1) para reaparecer pasado mañana, con un artículo que removerá las conciencias y el devenir de la historia, pero de verdad, no como en el cuento ese de "El código davinchi". Con datos. Con rigor. Con pruebas.

Hasta entonces, disfrutad esta locura de semana mientras los de siempre seguimos levantando el país.

(1) " Pillo fuerzas" es un eufemismo para decir que tengo mucho curro y necesito un par de días, vamos.

jueves, diciembre 01, 2005

Donatella, o el peso del recuerdo.


Tuve una novia negra. Bueno, era café con leche. Se llamaba Donatella Promorossa y era natural de Navalagamella, Madrid. No estaba buena ni ná… Míala.

Bueno, un par de kilitos más y ya hubiera sido lo mejor de lo mejor. Podría decir muchas cosas, algunas de ellas bonitas aquí y ahora, y todos dirían: oh, Wolffo es grande, es multicultural, fusionante, tolerante y megamestizo, y además qué bien habla de las mujeres, parece ser tan radicalmente feminista como Zape. Pero resulta que no voy a decir más mentiras. Las mentiras son pesadas, porque te obligan a sostenerlas y aguantarlas de por vida. Así que, por una vez, os diré la verdad. Donatella era una tía pelmaza como pocas. Siempre se reía, pero lo hacía de una forma tan constante y mema que irritaba a cualquiera.

Donatella era conocida entre mis amistades como el agujero negro y éste era un apelativo en absoluto sexual y absolutamente racional. Cuando entraba en un sitio, no importaba lo animada que estuviera la cosa: todo el mundo acababa callado y sin saber qué decir.

Recuerdo cuando la conocí. Corría el año de 1966 y celebrábamos la fiesta del Cebollino Errante, una fiesta de gran tradición que es un coñazo, pero todo el mundo dice que se lo pasa muy bien. Ese año, cosa rara, todos parecían animados. Hasta yo contaba chistes. Y el que me conozca sabe lo excepcional de este comportamiento. Donatella Promorossa se acercó a nuestro animado grupo, se abrió paso a tetazos (eran duras y flanígeras) y dijo:

- Chicos, vale, soy negrita, pero no os cortéis de contar chistes de afroamericanos, porque yo soy afroespañola – y este comentario pretendidamente ingenioso le hizo emitir una risotada caballuna y boba que nadie, a pesar de que todos lo intentamos, pudo seguir.

- Ejem… - dije yo, hipnotizado por el bamboleo asombroso de sus mamellas al ritmo enfermizo de su antipática risa.

- Hmmm… - dijo otro, mirando al mismo sitio que estaba mirando yo.

- Aahhh - babeó un tercero, con la vista clavada en la misma zona y acompañando la síncopa con un movimiento de su propia cabeza.

Y nadie dijo nada más. Como por arte de magia, todos nos callamos a partir de ese momento.

Esa fue la fiesta del Cebollino Errante más coñaza de toda la historia. Ahora la gente dice: sí, sí, la fiesta del Cebollino Errante, una fiesta muy divertida, menos en el 66, el año de Donatella.

Bien, tengo que reconocer que, a pesar de todo ello, caí en la tentación. Me asomé al balcón de su escote y me atrapó el vértigo de sus senos. Dios mío, qué pesada era Donatella, un ejemplar único.

La llevé a aprender bailes de salón. Por lo visto se liga mucho en esos sitios. Mi único afán era que apareciese un cubano bien dotado, para el baile y para el baile, y que se la llevase colgada del brazo o del nabo, me daba igual. Que se la llevara, eso era lo importante. Pero fue inútil. Nadie la soportaba. Era muy pesada, de verdad.

Fuimos a esos sitios de intercambios de parejas, con la música muy alta, donde su risa no se oía y sin embargo, servía para hacer temblar sus tetas y las hacía aún más patentes y deseables. Pero en cuanto una parejita (casi siempre repulsivas) se acercaba a nosotros, el silencio incómodo nos poseía a todos y yo salía de allí con Donatella Promorossa diciendo memeces a mi oído.

No sé si habéis oído del declive del Ku Klux Klan. Fue ella. Sí, sí, tal vez en el único buen acto que cabe apuntarle. Me la llevé de vacaciones a un crucero por el Mississippi, una idea que el mundo moderno y Zape aún me han agradecido lo bastante. Había una reunión de esos colgaíllos en la margen del que riega los Alabama Burning Fields(1). Ella. Señalándolos, muy excitada, me dijo:

- ¡Mira, mira, aquí también celebran la semana Santa, pero en verano!

Vi el cielo abierto. Bajamos del barco y le di instrucciones “para que la nombraran reina de las fiestas”. Debía calzarse un guante negro e interponerse en el camino de la procesión, levantando el puño derecho.

Lo hizo. Jejeje…

La raptaron. Desde entonces, empezó a oírse cada vez menos el nombre del Klan en las noticias. Pero yo empecé a respirar. Mucha gente le adjudicó, erróneamente, el éxito a Martin Luther King y gente así, pero yo sé que el verdadero artífice del declive del Klan fue la pesadez a prueba de bomba de Donatella. Mi querida Donatella.

La negra más pesada de toda la historia.

(1) ¿A que parece un sitio que existe?

El Ku-Klux Klan se llevó a mi chica (toma 1)



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Oigamos en honor a Donatella, esta descarga de punk-rock original sin ensayos. The Ramones se enfadarían con mi forma de versionearles, o puede que no, pero creo que la forma más honesta de grabar esta furiosa pieza era esta: a la primera y aguantándome con los desafines y desajustes. Es una delicia berrear de vez en cuando. La canción se llama The KKK took my baby away y es de los Ramones, pero vamos, ellos tomaron la idea de mi historia con Donatella, así que tengo todo el derecho del mundo a versionearla.
¡Sube el volumen y salta!

miércoles, noviembre 30, 2005

Mi agenda se llena en Navidad

A ver.

Ya sé que lo que se lleva es decir que qué horror la Navidad, que hay que ver en lo que se ha convertido, que si fiesta del consumismo, que porqué tenemos que ser buenos solo un par de días al año, que si los atascos, que si los precios, que no hay quien aguante la tele… Vale, yo digo que sí a todo eso, pero añado: a pesar de todo, me encanta la Navidad.

Me gustan las cenas, los regalos, los besos, las sonrisas, los abrigos… y me gusta que, en Navidad, algunos descolocados aprovechemos la coyuntura para enviar felicitaciones escritas a mano y enviadas por correo ordinario, con su sello y todo.

Yo aprovecho estas fechas no entrañables, sino directamente cojonudas, para rellenar mi agenda de direcciones de chicas guapas y, circunstancialmente, de hombres, para que no se note excesivamente. Todos los años elaboro mi propio Christmas, lo diseño, lo escribo y lo imprimo (el resultado es atroz, por supuesto) y luego lo personalizo con unas palabritas más o menos afortunadas, meto el resultado en un sobre y lo envío a mis amigos.

El caso es que, en acercárdose la Navidad, mi espíritu se torna pastueño y conciliador (¿será eso el espíritu navideño?) y tiendo a consideraros a cada uno de vosotros, que tenéis la gentileza de venir aquí a leer, mis amigos. Porque no se me ocurre otro adjetivo mejor que ese, para definir a quien, por voluntad propia, sin que medie amenaza o violencia, tenga a bien escribir http://otradewolffo.blogspot.com y darse un paseo por estas, a veces, peripatéticas líneas.

Quiero que sepáis que cada vez que os paseáis por aquí, bendigo a la raza humana, por ser ésta la única que tropieza dos veces en la misma piedra, y doy gracias por cada uno de esos tropiezos. Divinos encontronazos, podríamos decir. A veces, no sé cómo contestar a tanta bondad, así que he pensado que vosotros, que no me habéis fallado desde que en febrero empecé a postear, merecéis, al menos, que en privado, si os place, os desee lo mejor para el futuro que viene.

En resumen: ya sabéis que mi emilio está disponible en mi perfil (pulsando mi foto) y lo que os pido es que, mejor antes que después, me enviéis por ese medio una dirección postal, de correo ordinario, si queréis recibir mi Christmas. Ya sé que no es gran cosa, y que es una nefasta excusa para conseguir la dirección (y el nombre real) de las chicas que me visitan maquilladas tras un nick, pero… bueno, es lo mejor que se me ha ocurrido. Un cachito de mí lo dejo impreso en mis felicitaciones navideñas de cada año.

Soy un bala perdida, un rolling stone: dame un objetivo, una dirección a la que disparar mis penas. Así que, si no es demasiado pedir, ¿me darás un cachito de ti?


lunes, noviembre 28, 2005

¿Bailas?

¿Bailas?

Venga, no seas sosa. Dejate llevar por mí, se me da fenomenal.

¿Cómo? ¿Qué ya me conoces? Vaya…

¿Que sabes que bailo como el culo?

A usted lo que pasa, señorita, es que es tonta. Tonta de caerse, si me permite. Y le hablo de usted, porque la respeto. Sí, sí, ya lo sé, suena raro que diga que la respeto y que me ponga a hablar de usted cuando empiezo a insultar, pero es que me has provocado.

Hablemos, vale.

¿No te gusta mi estilo? ¿Son mis pantalones ajustados y tobilleros? ¿La brevedad de los cuellos y solapas que visto? ¿El largo de mis patillas? ¿El volumen de mi peinado? Porque no será por esta corbata hiperestrecha de cuero negra…

(No. Resulta que lo que no te gusta es mi aura. ¿Y la suya? Mírala. Ahí sentadita, con esa cara de higo revenío y ese pelo que parece que se lo ha cortado a bocaos un perro)

Mi aura, dices, mientras clavas en mi pupila tu pupila… ¿de qué color es tu pupila? ¿te quitarías las gafas de sol, bonita? Ah, que no, que es mejor así… Prefieres no verme para no deprimirte. Qué mona… y qué simpática. Vamos a ver, muñequita sosa, ¿tú dirías que estás ahí esperando a que te saquen a bailar? Porque, desde luego, es lo que parece… Vale, vale, y entonces, ¿cuál es el problema?

Ah, soy yo… El problema soy yo. No soy guapo, bueno, ya… ni joven… ni bailo bien, vale,vale, vale, no sigas. Pero, a cambio, tengo una buena conversación, mujer, puedo ser divertido…. Ah, mecachis… en eso tienes razón, cuando estoy bailando no me gusta hablar; bueno, pero eso es porque me concentro… No, lo de tocarte el culo no es concentración, es que está muy a mano… perdona, pensé que te gustaba

(hostia en la cara)

Joooooder…. Tampoco es para ponerse así… a mí me gustaría que al bailar, me tocaras el culo, eso es todo. Bueno, bueno, bueno… tampoco hay que ser tan explícita, dices que no te gusta y punto… Pero que te quede claro que sí que tengo culo y que no es del todo funesto.

Entonces, todo esto… ¿significa que no bailas conmigo? ¿Qué no te apetece? ¿No te apetece que evolucionemos juntos por la pista como Fred y Ginger, tú bastante más bastorra, yo bastante más cachas, pero bueno, que los demás vean como juntos la magia se hace vuelo en overcraft (niña, sí, eso que va un cachito por encima del agua sobre un colchón de aire) sobre el danceroom flipando colorines mientras sonreímos como idiotas al ritmo de la música?

Porque eso, pendoncito mío, es lo que va a pasar. Vale, que aprovecho para arrimar la cebolleta… sí, pero, ¿no es bello eso? ¿No te gusta como suena? ¿Pendoncito…? Pendoncito es diminutivo de pendón, quiere decir que eres muy elegante, sí.

Venga, déjate…

La convencí. La convencí y bailamos al son de una furiosa pieza pop-rock. Y el baile fue como una oración vulgar y diaria, como un padrenuestro mal recitado, y la música se fue y no quería volver si no parábamos, y no paramos pero la música volvió (para que te fíes de la música), y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivarachos bailarines (ella) y muertos danzantes (yo) y todos miraban cómo mi barriga bamboleaba al ritmo que le daba la gana, era autónoma, era libre: mi barriga se hizo nación.

Y la nación barriguda declaró: lléname de pan. Y el pan cayó del techo, como el maná del cielo, pero era pan duro y una chapata lanzada con intención aviesa golpeó en la cabeza de mi partenaire y puso fin a este dancing-post con tremenda presteza.

He perdio a mi pareja de baile, y estoy perdiendo mi barriga, cada día más autónoma, cada día más suya y menos mía.

Quiero bailar. Quiero mi barriga y quiero una pareja de baile.

¿Quién se presta?

¿Quién se deja?

¿…?

Déjate



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Soy tan anticuado que cuando pienso en música de baile pienso en un rock'n'roll o en una pieza como esta que pongo aquí recién horneada. Me gusta la música sincopada que lleva el ritno en el alma, no en la ropa. Aquí hay un duelo de guitarras: una sucia, distorsionada y constante, y la otra cantarina, reververada e irregular. Como en muchas de mis canciones, empieza una voz y terminan 6 voces, 6, divididas en dos "falanges" de tres lanzándose los textos a la cara. La sección rítmica me encanta, es poderosa y vivaracha y me he atrevido, por vez primera, a soplar. Aprenderé a hacerlo mejor, lo juro. En fin, óyela; y cuando estés terminando, mira a ver si llevas el ritmillo con el pie, con eso me daría por satisfecho. Enjoy it!

sábado, noviembre 26, 2005

Una habitación (pensamientos)

Desde que el uso de razón me proporcionó las llaves de la posada que habito, hubo siempre una habitación, con derecho a cocina, disponible para los viajeros que, pasando su camino frente a mi puerta, decidieran ocuparla. Inquilinos he tenido ilustres, otros vulgares, otros queridos y otros indeseados, y también hubo los que, queriendo yo que lo fueran, no quisieron ser. La habitación no es gran cosa, y ni siquiera puedo presumir de que esté limpia y aseada, que grandes manchas ocupan las paredes y, según sea la mirada del que la habitación disfruta, pueden ser motivo de rechazo o regocijo pero, eso sí, tiene una cualidad no compartida ni por el hotel de más renombre del mundo: se multiplica a sí misma cuando el inquilino lo merece y si, por alguna razón que desconozco, decide quedarse para siempre. Esto ha ocurrido en muy pocas ocasiones, es verdad, pero cuando ocurre, es ciertamente memorable.


A día de hoy, hoy inclusive(1), son tres las veces que la habitación decidió clonarse. En la habitación uno, llamada por su inquilino "My mind", vive un hombre con gafillas a lo John Lennon que, agradecido por el amable trato que siempre se le dispensó aquí, escribió una cancioncilla, There's a place, en la que con inolvidables juegos de voces contaba que había un lugar al que podía ir cuando se sentía un poco depre; lo bueno que tiene este tipo con gafillas a lo John Lennon es que, además, se llama John Lennon.

La segunda vez que la habitación se repitió a sí misma, fue para dar cobijo a una extraña y adorable pareja de entes que, inexplicablemente, me adoran, un caso único en la historia de las relaciones casero-inquilino. La habitación se llama, además de dos, "I'm doing the best that I can", y sus simpáticos habitantes, Lettuce LaBelle y Borxius LeBoll y yo les quiero un poquito más aún de lo que ellos me quieren a mí.

Pero lo más curioso es lo de la habitación tres. Ésta se clonó por su cuenta, sin tener para nada en cuenta la opinión del inquilino, inquilina en este caso que, simplemente, lo dejó estar. Fíjate. Ella. como tantos otros, pasó una noche ante mi puerta con sus andares de pantera, vio dentro una luz y entró para descansar unos días. A mi habitación le gustó tanto su ocupante, su olor verdadero, su melenita corta y sus pechos redondos y rotundos, que sin esperar más se clonó, dando por supuesto que ante una muestra así de amor ella sucumbiría y se quedaría para siempre. Su habitación es desgarrada, como la voz de Janis Joplin, y se llama, además de tres, Piece of my heart. Y ella, la mujer que me sostiene vivo, decidió quedarse.

Hoy, se da que esa habitación es la que me acoge a mí también. Ella se hizo a un lado y me dijo: hay sitio para los dos, y no me lo pensé dos veces y entré. Y me quedé. Y vivo hoy en una charca, al lado de una rana, junto a su inmensa sonrisa y bajo el signo del destino. No podía ser de otra forma.

Es un post nada enloquecido y un poco cursi de fin de semana.

Es volver a darme cuenta, impotente al escribir estas líneas, que te quiero mucho más de lo que soy capaz de expresar.

Un día, uno de estos días, voy a aprender a decírtelo.


(1)"A día de hoy" y "hoy inclusive" son, probablemente, las dos expresiones más vomitivas que podían habérseme ocurrido.


Y mientras todo esto sucede, anda, pincha en los anuncios Google, a ver si consigo reunir un par de dólares antes de que acabe el mes.
¿Qué te cuesta?

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jueves, noviembre 24, 2005

New Jersey & Celia Cruz

Celia Cruz, no creas, no tiene buen oído. Ni la bemba colorá. Ni grita ¡asssúcah! a la primera de cambio. Celia Cruz baila sólo en familia.

Celia Cruz me ha mostrado cómo va a ser la mujer que amo hoy, dentro de 30 años. No es que sea adivina, no, es que es su madre.

Celia Cruz es mi suegra. Caray.

Celia Cruz no se rinde. Mujer-titán, tan breve y tan viva que te roba el corazón en dos minutos. Cuida su jardín (tendríais que verlo), hace tiffanys bestiales (vidrieras, lámparas, mesas) y recibe en su casa y en su mesa como muy poca gente es capaz de recibir. Con una enorme y sincera sonrisa.

Celia Cruz no se detiene. Sigue aprendiendo a la vez que enseña; es una mujer, pero si se rodea de su prole, es una reina; una reina madre, ya sin mando, que sus hijos, todos han volado del nido y formado los suyos propios, pero respetada y querida por todos como la matriarca que es.

Celia Cruz reina en la república de su gran familia, de su clan, haciendo los gestos justos para mantener la prole unida a su alrededor. Celia Cruz es ella y sus hijos, sí, pero no puedes entenderla sin Juan, su otra mitad desde hace, casi, medio siglo. De Juan os hablo otro día.

Y de Celia, qué decir… tan atenta a contentar a los demás que, a veces, se olvida de lo suyo. Tan adorable, Celia Cruz…

Celia Cruz es menuda, ¡menuda mujer!; tiene el pelo corto, fuerte y blanco, y cuando se calza sus gafas de abuela rockera y tira millas en su minicoche rojo, que tiene una pegatina que pone Gti – 16V, no te pongas delante, no seas loco. Su determinación y su despiste, me temo, superan a sus reflejos y a los frenos del minicoche.

Celia Cruz es un ejemplo vivo de cómo se envejece con verdadera majestad. Sin bajar la cabeza, sin subir la voz. Ha sido tan apabullantemente bella, de verdad, tan hermosa, que da verdadero gusto ver cómo ha asumido la vejez, con qué dignidad, con qué humildad, con qué presencia de ánimo. ¡Ay, si más de una supiera…!

Celia Cruz no intenta engañarte y, francamente, no creo que lo haya intentado nunca. La conozco, como quien dice, desde hace dos días, pero ya hace tres que la quiero.

Y ella, yo lo sé, me quiere a mí.

Y conste que lo diría aunque no me hubiera regalado este hermoso jersey.


Bonito, ¿verdad?, aunque la percha también hace...

Gracias, suegris.
Me encanta el nuevo jersey.


(Si pincháis aquí podré comprarme mis propios jerseys y dejaré de saquear a mi suegra)
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miércoles, noviembre 23, 2005

Travellin' round the Yellow Mountains (Un travelo redondo con hielo y montañas)

Era jueves. Era invierno. Era un día gris y lluvioso. Era la tristeza del mundo resumida en la crudeza de un monosílabo feroz: no. Era infeliz. Era idiota. Demetrio era idiota.

Viajaba en un autobús de la CEMAR (Compañía Europea y Mema de Autobuses y Reproches) en dirección a las Montañas Amarillas, esa parte del país que todo el mundo anhelaba y nadie visitaba, porque su destino era dormir entre osos y lémures, trabajar con sus manos su subsistencia, vivir en comunión con la naturaleza y, sobre todo y antes que nada, huir.

Huía de la ciudad. De sus ritmos asesinos y sus malos humores injustificados. Huía de una concepción materialista de la vida, de un planteamiento conductista y metahemeralista de las relaciones inter pares en la metropoli; huía, sobre todo, de Marceliano, el marido de Súbita, la señora que, los dos últimos años, había sido su amante. ¿Por qué? Porque el tipo era un bigardo de 1,90 con cara de animal de bellota y porque los términos en que se dirigó a él dos días antes (“te mí a meté la garrota por el culo”) no parecían ciertamente amistosos.

Súbita y Demetrio, en realidad, habían sido unos amantes mojigatos. Tuvieron, en dos años de relaciones a escondidas, tres citas.

En la primera, fueron al cine e hicieron manitas, no mucho rato, porque al pobre Demetrio le sudaban muchísimo las manos. Súbita no acababa de comprender porqué el hombre que estaba a su lado prefería aventar sus manos, como si practicara alguna especie de baile estúpido, a tomar sus manos. Ella estaba dispuesta, incluso, a dejarse guiar su mano hacia rincones prohibidos de él (como hiciera con su marido en sus años de novios), o a dejar que él la explorara. Pero no, Denetrio hacía temblar sus manos en el aire como si tuviera una especie de extraño ataque de epilepsia.

En la segunda cita que tuvieron, fueron a una cafetería, tomaron chocolate con churros y hablaron de amor, hasta que Demetrio se dio cuenta de que Súbita decía amor con hache, hamor, con hache muda, no es que dijera hamor con hache aspirada, “jamor”, no, pero lo decía con hache, y Demetrio, que era un seguidor de la obra novelística de Enrique Jardiel Poncela, dejó la conversación porque el corazón se le caía a jirones. La pobre Súbita no entendía porqué estaba intercambiando trucos de limpieza del hogar con ese hombre con el que lo que quería era intercambiar fluidos corporales.

La tercera cita fue en un apartahotel. Demetrio la esperaba. Ella llegó bañada en su perfume más cálido y sensual. Con su mejor conjunto de ropa interior. Con su mejor ánimo iba pertrechada Súbita, dispuesta a entregarse a ese hombre que, por internet era dulce, ocurrente, sensible, inteligente y de corazón generoso. Llegó allí, dispuesta a todo y lo encontró todo preparado para…

… para hacer una paella. Demetrio había desplegado todo el ceremonial y aparato litúrgico que despliegan algunos hombres cuando se disponen a cocinar (eufemismo: en realidad, lo que se quiere decir es que lo había puesto todo perdido) y a Súbita se le cayó el alma a los pies. La que iba a ser su gran cita erótico-festiva, se convirtió en una extensión de su vida con Marceliano: limpiar y, además, no poder decir, por no molestar, que el arroz estaba pasado. Para hacerse una idea: Demetrio pensaba que el color amarillo de la paella se lograba echándole al arroz medio bote de mostaza de esa de los perritos calientes. El arroz estaba vomitivo.


A la pobre Súbita le entraron, como no podía ser de otra forma, unas ganas terribles de echar la vomitona. Como le quedaba un resto de sensibilidad, fue a salir del apartamento, para vomitar lejos del alcance de su amado y al salir, se encontró, de bruces, con Marceliano, su marido, acompañado de Tardanza, su amiga de la infancia, en actitud inequívoca: besándose a la puerta del apartamento de al lado.

INTERMEDIO: VENGA, NO SEAS, HAZ CLIC AQUÍ ----->

En un mundo normal, sencillamente, el matrimonio termina. En este mundo tan enloquecido y tan nuestro, no sólo no se disuelve, sino que Marceliano obliga a Súbita a enclaustarse en casa y el que huye es Demetrio. ¿Alguien lo entiende? Aparte de Demetrio, quiero decir. Toda esta exégesis para llegar a Demetrio, el paellero nefasto, en un autobús CEMAR, tragando millas y apuntando a las Montañas Amarillas.

La montañas asoman en lontananza, con ese poético color amarillo pis. Montañas veraces y recias, meadas solidificadas, que esperan al amante patético.

Pero hay esperanza.
Tal vez un día Demetrio aprenda a amar.
Puede que Marceliano aprenda a respetar.
Quizá Súbita, de repente, se decida a reírse en la cara de los hombres de su vida y se lance a mirar el mundo.
Tal vez un geógrafo avispado quiera cambiarle el nombre a las montañas y dé a este accidente purulento un nombre más digno.

Yo voto por Sierra Meada. Al menos, suena bonito.

lunes, noviembre 21, 2005

Lo que importa, lo que la gente quiere ver.

Se abre el telón.

(yo, en plan pelmazo, un pelín nervioso y locuaz)
Negro, ¿vale? se ve todo negro.
Sobre el negro empieza a sonar “Dos caras”, que es una canción buenísima de esa bestia de hacer obras maestras de 5 minutos que se llama Wolffo; una de esas que nunca será éxito, pero que los enteradillos pondrán a sus ligues en el coche en plan, “hay un músico de la costa oeste que casi nadie conoce, pero que a mí me gusta mucho…” mientras intenta, patéticamente, que la mano que maneja el casete roce el muslo de su conquista.

Sí, vamos, como tú...

(ignoro el comentario)
Funde a carretera regional de las que no son buenas, ni malas, sino regulares. El coche avanza a una velocidad razonable. Es un plano subjetivo, el punto de vista del conductor, ¿sabes? A lo mejor, eso sería una idea, que se note del todo que es una transparencia, como en las pelis de Hitchcock. Puede ser una cosa de esas para que los críticos se hagan los listillos diciendo que hay “homenajes ocultos” y que nos dejen en paz con los aspectos importantes de la peli.

Pero, una cosa, la tía, ¿enseña las tetas?

Bueno, eso viene luego, ahora estamos viendo la carretera, ¿recuerdas? Plano subjetivo, carretera… ése es el rollo.

Sí, pero has dicho que intentaba rozarle el muslo a la chica, sólo quiero saber si está en tetas o no… vamos, es una pregunta, una simple pregunta…

(no, gilipollas, es la pregunta de un simple, que es distinto)
Vamos a ver, Jeremías, acaba de empezar la película, y lo de rozar el muslo no sale en pantalla, te lo estaba diciendo para que entendieses el espíritu, las líneas ocultas del guión, la poesía latente… olvida lo que he dicho del casete y del músico de la costa oeste, ¿vale?

Vale. ¿Y cuando se le ven las tetas a la tía?

(rearme moral; paciencia)
Aluego. Ahora el tío va solo en el coche. Curva va, curva viene, con contraplanos del conductor con cara de satisfacción, una amplia sonrisa de oreja a oreja, el tío disfrutando un montón de la conducción…

Claro, ¡se la está chupando…!

(¿de dónde ha salido este cretino?)
No, Jeremías, te digo que va solo en el coche…

No, hombre, todos creemos que va solo, pero luego la cámara baja, de su sonrisa, zas, zas, a su polla y vemos que la tiene en la boca, slurp, slurps!, chupando, ¿sabes?, eso es cine, eso es acción, eso es poesía fotográfica, sonrisa-mamada, zas, zas, ¿es que no lo ves?, sonrisa-polla en la boca, eso es de oscar, Wolffus, hombre, que es que no metes acción… chas, chas, sonrisa, mamada, así se da ritmo a una historia…

Es que aún no han pasado ni 30 segundos, Jeremías, ni en las pelis porno empiezan a chuparla tan pronto…

Nada, nada, que luego me haces un muermo…

Bueno, vale, se la está chupando… el tío sigue por la carretera, montañas, desfiladeros, un paisaje natural bárbaro… él está en comunión con la naturaleza

¿Montañas…? No me jodas, Wolff, mejor que vaya por una especie de bulevar que hay en una playa nudista, tíos cachas, rubias en bolas y todo eso…

Pero si es una historia de alpinistas…

¿Alpinistas? ¿Te voy a dar dinero para que salga gente pasando frío y sin poder ducharse? No me toques los nardos, que te doy… Vamos a la playa de Puentedeume, ponemos un cartel que ponga Sanset Bulevar y ponemos a tías en bolas…

Vaya, tendría que hacer algunos cambios… pero podré arregarlo, creo… Bueno, el tío va conduciendo por Sunset Boulevard…

Estoy pensando que no, que el tío no va conduciendo…

¿Ah, no…?

No, no, que eso luego es un engorro. No vamos a ver bien, entre el volante y todo eso, cómo se la chupa, que es lo que le importa a la gente…

Ah, la gente quiere ver mamadas…

Sí, hombre, sí, te voy a decir algo: tú llevas mucho en esto del cine, pero yo pienso como el pueblo. Y lo que el pueblo quiere ver, te lo digo yo, es una buena corrida en toa’la cara de una rubia platino. Eso es lo que la gente quiere. Un buen disparo.

Entonces la peli no va a ser com queríamos…

Joder, con los guionistas. La peli va a ser: un tío en la playa tumbado en una toalla mirando como una rubia se hace un dedo en la toalla de al lado pasa una morena en pelotas y se sienta en la cara del tío en esto que el del carrito del helado se pone cachondo y se se calza a la rubia que se estaba haciendo el dedo mientras ésta se la chupa al vigilante de la playa que viéndolo todo se ha acercado a ver qué pasaba luego se intercambian pollas y culos y ya.

¿Y para qué me has llamado?

Para que pongaslos acentos, las comas y todo eso.

Ah…

No te deprimas, hombre, no te vayas a hacer el matajari…

Se dice hara-kiri

Se dice mis cojones, y punto.

Y claro, me hice el matajari.
(porque si nadie hace clic en los anuncios de google, aquí a a la derecha, nunca conseguiré el dinero necesario para pagarme mis pelis...)


Dos caras.



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Esta canción es otra secuela de mi separación. aunque en este caso, es una comparación entre lo que es y lo que fue. Entre el amor y la mezquindad. Entre el cielo y el infierno. Por lo que he sabido, de gente que ha escuchado esta canción, es la que menos suele gustarle al personal. Yo, sin embargo, le tengo un cariño especial. Compuse esta canción, enteramente, restando notas a los acordes, construyendo acordes (para mí) nuevos, pues eran variantes de acordes existentes. Hay dos variantes del acorde de Do mayor y de Re, y una variante de los de Si menor, Sol mayor y La menor. Si escuchas la guitarra rítmica, verás lo bien que suenan esos acordes abiertos y el resto de guitarras son sencillas, pero suenan muy bien. También hay un organito que viste mucho y los coros, cuando no desafino, son preciosos. Por último, la línea de bajo, aunque no se oye del todo bien, es muy, muy buena. Bueno, vaya rollo. El caso es que a la gente no suele gustarle este medio tempo que es, obvio es decirlo, uno de mis favoritos. A ver cómo te suena a ti.

viernes, noviembre 18, 2005

El Blog soy yo.


Soy el hombre tranquilo cuyos nervios nunca descansan. El machote al que las mallas le quedan fatal. Soy un guapo mal encarado, un infeliz que sonríe. Soy la calma tumultuosa que te espera tras la esquina del desamor. Soy brillante y pálido, el obeso que flaquea, un torrente de frente que siempre te pilla a contracorriente. Soy la paz belicosa que no te deja descansar. Una idea equivocada que, lanzada al azar, siempre acierta a confundirte. Soy un hábito inédito que te engancha y que detestas. Soy es soja en inglés. Soy el que este viernes te desea, de corazón, que no te descorazones y que disfrutes el fin de semana como si fuera el principio de algo interminable.
Soy Wolffo, y estoy encantado de conocerte.
Siéntete en casa.
Pasa y ron. El helado que ardo en deseos de tomar.
Nos vemos el lunes.

Buen viaje.

El viaje.



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Esto es, sin querer ser pretencioso, más que una canción, una pequeña suite. Son varias ideas que rondaban el mismo tema, la muerte, que para mí, no me preguntes porqué, suena a La menor. Todas las ideas van en La menor, que en guitarra es un acorde triste y hermoso. Tiene poca letra, pero densa, y mucha, mucha guitarra. a ver qué te parece.

miércoles, noviembre 16, 2005

Equivocado.

Un error. Un inmenso error.

Genéticamente, Sancho Elglande era, según la opinión de los médicos, una persona normal, pero casi todos los que le trararon pensaron de él que era un tremendo error de la Madre Naturaleza

Después de un embarazo de 33 años, Gladdys Elglande pensaba que su embarazo en realidad, sólo eran gases. Un día, estando Gladdys con sus amigas Fanny y Fionna alrededor del Ouija, oyeron una voz:

- Aaaabre las piernaaaas…

Y las tres, aunque secretamente tentadas y pidiendo al cielo que fuera a ellas a quien se dirigiera la voz, quisieron más datos

- ¿Quién eres? – dijo Gladdys

- ¿Quién tiene que abrirlas? – pregunto esperanzada Fanny

- ¿Cuánto? – dijo razonablemente segura Fionna.

La voz dudó ante tantas preguntas.

- De una en una, por favor… - dijo con una reverberación profunda y encapsulada.

Fionna tomó la voz.

- ¿Quién eres?

- No lo sé… - dijo la voz reverberante

- Es una personalidad indefinida y flotante… - dijo Fanny

- … un alma errante - cuchicheó Gladdys a sus amigas.

- ¿Eres una voz de ultratumba? – preguntó Fanny

- Joé, espero que no…

- ¿Qué es lo que quieres? – inquirió Gladdys

- Que me dejes salir…

- Se siente encerrado entre dos mundos – dijo Fionna

- Todo lo que quiere es seguir su viaje en paz… - aventuró Gladdys.

- ¡¡¡Que me dejes salir, coooñoooo!!!

El atronador grito, que surgió de las mismas entrañas de Gladdys, tiró a ésta, con su silla, de espaldas y allí quedó, abierta de piernas, mientras Sancho Elglande nacía. Tenía tal tamaño que no hizo falta el concurso de ningún sanitario. Como un bombero que sale de una alcantarilla (Gladdys protesta por el insulto implícito de este símil), Sancho emergió de su madre por su propio pie, o, más bien, por su propia mano.

- ¡Qué…! ¿Ya no hay más preguntitas chorras? – peguntó Sancho desafiante a las tres pibitas que optaron por desmayarse. Y eso que su voz ya no reverberaba.

Apañao, era.

Pequeñito, pero apañao. Cuando volvieron en sí las tres gracias, había limpiado todo, la placenta también, que se la puso de comer al canario, quien, a partir de ese momento dejó de decir pío-pío y de cantar, y empezó a croar como un sapo-tigre del Suristán (ahora que Ararat diga que si en el Suristán no hay sapos, bla, bla…).

Nació con traje azul marino, peinado a raya con mucha gomina y socio del Atleti. Fue el primer bebé cuyas erecciones sí tenían un significado sexual.

También era obvio.

Se declaraba amigo de sus amigos y quería la paz mundial y el fin del hambre; por supuesto, no tenía nada de racista y pensaba que, como en España, no se vive en ningún sitio. Tan obvio era que resultaba espiritual e mentalmente circunciso.

A los 41 años, una edad admirable y en la que un hombre se encuentra en su plenitud intelectual y sexual, sobre todo sexual, y si no, fíjense en Wolffo, se hizo tropical. Sí, sí, tropical. Su médico, su abogado y su asistenta intentaron disuadirle, pero todo fue inútil.

- Seré tropical y cadencioso – dijo con soltura y musicalidad.

Y lo fue.

Se movía con pasitos cortos y sincopados dos pallí, uno pacá y en ese plan, sonriendo como un bobo todo el día, aplicándole el término latino a todo lo que se le ponía por delante, diciendo de las cosas más inverosímiles que eran calentitas, y vistiendo como un mamarracho en su día libre.

Pasó a la edad adulta, los 42 años (rozando ya la senectud, como si dijéramos) hecho un brazo de mar. Ahí tenemos a Sancho Elglande, apañao, socio del atleti, obvio, circunciso y tropical. Poca gente reúne en sí misma tanta calamidad como Sancho y fíjate cómo sonríe sin embargo. Su asesora financiera le recomendó, viendo el nivel de majadería que estaba alcanzando, que no fuera egoísta y que formara una sociedad para repartir su estulticia y que así, se notara menos. Pero él, que desde los 43 años decidió ser, además, obcecado, desoyó las sabias palabras de su asesora.

Hoy, Sancho Elglande tiene 55 años y por decir algo bueno de él, diré que le sigue colgando. Aún no se la caído. Es un hombre sin nada interesante que decir, que no tiene ni pizca de gracia, que es estúpido a más no poder… Pues bien, a pesar de todo lo anterior, ha empezado a escribir un blog.

Más bajo no podía caer.

lunes, noviembre 14, 2005

Ni grandes ni pequeñas. Historia de la Dependienta.


De ella, parca y bella, ellos solían decir, para identificarla, “es la que tiene las tetas medianas”. O sea, ni muy grandes, ni muy pequeñas, sino medianas. No es que sea un dato importante, pero es un dato que dejo en el aire para los amantes de la estadística. Se llamaba Charlie (la encontré temblorosa y rendida, casi sin vida… tuviste suerte de encontrarte en mi camino, yo te salvé de tu destino, oh, Charlie) Charleine. Charlie Charliene, lo repito sin paréntesis insertao para que la gente se entere.

Siempre fue una mujer independiente, hasta que empezó a depender. “Depender” es como llamaban en su pueblo, Bolas Peludas del Marqués, provincia de Alburquerque, al acto de copular sin cariño, en plan deportivo, como si dijéramos. Entonces ellos empezaron a llamarla, en lugar de “la de las tetas medianas”, “la Dependienta”, y no por que trabajara en el comercio al detall, sino porque fornicaba de forma notable y, al parecer, con gran pericia. La Dependienta y sus mamas medianas tuvo una carrera meteórica: fue, en sólo dos años, campeona local, provincial, regional y nacional, obteniendo un récord de penetrabilidad que aún hoy sigue vigente.

Sin saberlo, se convirtió en un mito para los mozos de Bolas Peludas, pues ella fornicaba olímpicamente, pero los mozos lo que querían era su amor. Estos mozos… ¿para qué quieren amor si pueden yacer con ella sin decir te quiero? La sociedad machista de Bolas Peludas, llena de mozalbetes enamoradizos, que no concebían el sencillo y satisfactorio ayuntamiento meramente carnal, sin besitos ni tonterías, era, evidentemente, estrecha para la amplitud de miras (y de vagina) de la Dependienta.

Y se marchó.

Y a su coche le llamó el picadero.

Y en el cielo descubrió, unas booooolas, nay nanay, peludas y arrugás.

Alburquerque era una provincia pequeña y la fama de la Dependienta había trascendido sus fronteras. Así que subida en el picadero, un precioso Seat 124 preparao color café con leche, que pillaba los 120 llaneando sin poblemas, dejó atrás la provincia que la vio nacer y depender de forma asidua y altanera, y se instaló en la vecina e inmensa provincia de Aquistamos, en una casita rural y pintoresca cercana a la localidá de Rodillas Firmes, pero, curiosamente, perteneciente al término municipal de Elculo o, como decían en los pueblos de alrededor, la gran manzana.

Una Dependienta en Elculo tiene mucho que hacer, pero ella prefirió pasar desapercibida y hacer una vida más o menos discreta. No obstante, por no perder la forma, igual que los ciclistas rara vez dejan de dar pedales, la Dependienta solía ponerse a depender con los mozos atontados pero atléticos por las labores del campo de Rodillas, cuyas rodillas pasaron de ser firmes a temblequeantes, cada vez que veían a Charlie aparecer en lontananza.

Un día, entra la Dependienta en Aversipagas, la taberna más animada de Rodillas Firmes, y me ve a mí tomando un fanta con yelos (no tenían PepsiMax) y unas cortecitas con sugus, así, acodao en plan guay en la barra de mármol manchada de vino y cerveza. Pongo mi mejor cara de cretino pues observo que la tía esa que me mira tiene las tetas ni grandes, ni pequeñas, sino más bien medianas, pero bien puestas, y además,es guapa. Mi mejor cara de cretino consiste en una relajación facial asombrosa, que arqueja mis cejas, belfea mi labio inferior, medio cierra mis párpados y, en genral, mi rostro adquiere una tonalidad gris e idiota que, mágicamente, enloquece a los berzotas de ambos sexos.

Se me acerca la de las tetas medianas, y me dice:

- ¿Eres labriego? – me dice la muy eso.

- Piriodista – digo orgulloso. Y en un gesto que tengo ya estudiao, saco el carné de prensa, como he visto que hacen los polis y esa gente que mola tanto.

- Y, ¿qué has venido a hacer aquí…? – dice ella en ese plan.

Y entonces yo, sin saberlo, dije la palabra mágica.

- Depende…

Ella, entonces, me agarró la entrepierna y me dijo

- Me gusta la gente sincera, que va sin rodeos por la vida, con la verdad por delante…

- Señora, soy un piriodista serio – dije no sé como, pues su mano en mi picha amenazaba con robarme la elocuencia- y sólo persigo la verdá…

- Pues la has encontrado, nene.

Y yacimos.

En esa primera noche me contó su historia. Me gustaría decir que me miraba con admiración porque actué como el taladro-man que soy, pero la verdad es que no creo ni que se enterara. Y yo, en fin, tengo que admitirlo, me enamoré de ella. Pero a la mañana siguiente, ella pensaba tanto en mí como yo en los sugus del Aversipagas. Nada.

La perseguí y supe de sus correrías y su dependencia. Lo intenté todo para que volviéramos a fornicar, pero no fue posible. Enloquecí de amor. Hice locuras. Llegué a mandarle un retráctil de 24 PepsiMaxes que había de oferta en el Makro.

Pero ella, la gran folladora, la de las tetas medianas, no quiso saber nada de mí. Y así siguió en los siguientes 20 años.

La vi hace un mes. En un congreso de gilipollas que había en Managua, creo que ya he hablado de esa reunión en otra ocasión. Estaba más gordita, o sea, más guapa, en mi escala de valores.

Estaba sediento, así que le pregunté si se acordaba de mí.

Me miró y me dijo:


- No, pero tienes cara de no tenerla muy grande; ni muy pequeña. Mediana.

Evidentemente, con esa respuesta, no se acordaba de mí, pero, de todas formas, nos besamos, y así es como, en Managua, calmé mi sed.

Tus besos calman mi sed (concurso)



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Esta es mía sólo a medias. Hay una púa de regalo para quien adivine el grupo que grabó esta canción originalmente. Yo hice una versión en la que cambio la letra, obviamente, (la original es en inglés) y añado un solo de guitarra que, estámal que yo lo diga, pero está de puta madre. Lo de la púa va en serio, ¿sabes quién grabó la original?