sábado, agosto 22, 2020

Al pasar la parka

Lo bueno de estos días es que tienen muchas cosas buenas. Pero, la mejor, para mí, es que al salir a la terraza puedo oír cómo las niñas, a la vuelta, cantan al unísono esas horribles canciones que, sin embargo, tanto me gusta escuchar, mientras juegan a la goma o a la comba. Las canciones son horribles pero oir a las niñas cantarlas me encanta, como ver a los chavalillos pasar por debajo de mi terraza en bici. Me gusta imaginar a las chicas, merienda en mano, esperando su turno para hacer ese trabapiernas que es la goma; o bien, quietas, haciendo de poste, o como le llamen a las que se quedan de pie, pacientemente con la goma en los tobillos, luego en las rodillas, luego en las caderas... cuando llegan estos días, y oigo el soniquete de esas canciones, sé que ya no es tiempo del clavo, que precisa de tierra mojada, es más de chapas o de canicas. Ya sé que el sol tardará en ponerse y las tardes serán largas, y que podremos jugar partidos a cocacola sin que se nos haga de noche, que es un fastidio.
Las chicas que me gustaban, mis amigas, en realidad, eran ya mayores para jugar a la comba y yo soy mayor para mirarlas sin levantar sospechas, pero es que me parece que no es primavera hasta que no empiezas a oír al pasar la barca, Te convido o cualquiera de esas. 
Yo vivo en el segundo piso del número 15 y, desde mi terraza, no veo a las niñas jugar, que las oculta una de las casetas que hay entre los dos edificos, pero las oigo, y sí que veo a los niños, con el bocadillo en una mano, y simplemente apoyando el dorso de ésta en la empuñadura del manillar,  pasar justo debajo de mí en uno de los extremos (el de suelo empedrado) del circuito oficioso de los biciclistas. El otro extremo del circuito es de tierra, en la parte más salvaje del jardín, la que queda junto al número 11 de la calle, pero dentro de lo que hoy llamamos urbanización, y que no es más que un espacio privado entre dos edificios.

Cuando haces este circuito en la bici, pasas por donde las niñas justo después de dar la vuelta bajo mi terraza. Es una especie de claro, de pequeña explanada empedrada, junto a la rotonda (el redondel) del aparcamiento, donde ellas se reúnen, algunas también con sus bocadillos, algunas con sus faldas de tablillas del uniforme de los colegios, todas tan bonitas, haciendo un conjunto tan deslumbrante, que te rompen el alma, aunque no te atrevas a decírselo a nadie, no te tomen por una niña o algo peor.
 
Los dos edificios que conforman lo que llamábamos el parque (la urbanización, que dirán los que hoy viven allí) son un total de 8 portales, con 8 pisos cada uno y dos viviendas en cada piso, y en la época del baby boom y tratándose de familias tradicionales, podéis imaginaros la cantidad de crías humanas que había por allí. Mis padres contribuyeron a la superpoblación con 7 churumbeles, de los que yo hacía el sexto, y no éramos, ni mucho menos, la familia más numerosa. Con semejante descendencia, no había una pandilla, sino una docena al menos, y dos años bastaban para diferenciar la pandilla de los mayores de la nuestra que, supongo, seríamos los pequeños, o algo por el estilo. Mi grupo de confianza era más reducido. Los nacidos en el 64/65 éramos unos poquillos que estábamos entre dos aguas y siempre recuerdo que nos quejábamos de lo mismo: en nuestra pandilla no había tías

Los mayores nos putean a veces, pero en verano, por razones de pura supervivencia, se diluyen las fronteras entre pandillas. El caso es que entonces, la mayoría veraneaba, es decir, unos días después de acabar el cole, se las piran a su pueblo, a casa de sus primos o donde fuera, pero se iban. Y quedaba en el parque como un pequeño retén de emergencia, compuesto por los que sólo nos íbamos en el mes en agosto. En alguna ocasión, por motivos de trabajo de mi padre, o porque la cosa no andaba demasiado fina en casa, ni siquiera en agosto y recuerdo esos 2 veranos (creo que fueron 2) como lo más espantoso de mi vida.

En uno de esos veranos conocí a Samuel. Samuel era, por decirlo en términos sencillos, un gilipollas con ínfulas. ¿Ínfulas de qué? Ínfulas de gilipollas, aisey. Era un gilipollas que hacía gala de su soplapollez en cualquier momento y circunstancia. Si en un momento dado podía elegir entre ser discreto y meter la pata, siempre metía la pata, y la metía hasta el sobaco, con convicción y alharacas, adornándose en la suerte y siendo muy, muy idiota. Yo, que entonces debía ser sólo un poco menos gilipollas que Samu, y a pesar de lo gordo que me caía, iba con Samu por dos razones. 1) No había nadie más, literalmente y 2) era mod. Lo siento, pero era así, era muy mod, con su flequilloindolente y casi albino,con sus zapatones, sus calcetines a juego con el polo, sus pantalones tobilleros, su speed de anfetas, sus camisetas de Specials... y yo estaba un poco prendado de todo aquello y me parecía que si aparecía en septiembre con un tío así, no sé, iba a molar muchísimo.

Fuimos en aquel agosto a un par de conciertos gratis por la pradera de San Isidro, fumamos un montón (algo que no me gustaba demasiado) y bebimos casi toda la cerveza que podíamos robar de la fábrica de Mahou, a pleno rendimiento en agosto. Las conversaciones con él eran estúpidas y siempre tenían lugar alrededor de un patrón que a Samu le gustaba marcar de antemano.
- ¿Hablamos de grupos mods? - era un ejemplo de patrón de lo que Samu entendía por una buena conversación que te cagas. A mí, qué quieres, me gustaban los mods, claro (Sómolosómolosómolosmods!) pero esta cosa gregaria de las tribus, esa necesidad de pertenencia, no la tenía. Él siempre decía grupos de la época, late 70s y early 80s, y yo siempre disparaba por Kinks, Small Faces, Searchers, Hollies... Un día (esa buenaconversaciónquetecagas tenía lugar, al menos, una vez al día) dije que los primeros Beatles, que hasta yo sé que no eran mods, nunca fueron tan poca cosa, no te jode, pero me dijo
- Esos son unos plásticos - que era como se despreciaba a aquellos que querían unirse a una tendencia, pero su falsedad quedaba en evidencia - y están superimportados

- ¿Cómo dices? 
- Que la gente le da mucha importancia, superimportados
- Se dice sobrevalorados, merluzo
 
Ese día terminó regular nuestra buena conversación que te cagas. Los Beatles son un tema serio. Si quieres que te aprecie, no digas gilipolleces sobre los Beatles, por favor te lo digo.

A veces, jugábamos a (perdón teníamos una buenaconversaciónquetecagas acerca de) cantar una canción no-mod y el otro tenía que adivinar el grupo y el título de la canción. Ese juego fue el detonante, la gota que colmó el vaso de mi paciencia para mandar a Samu a hacer gárgaras. Aquel día Samu estuvo gracioso, aunque sin pretenderlo. En ese juego -BCQTC-, muchas veces, claro, el título estaba en el fragmento de la canción, al menos en mi caso, porque Samu , que no tenía ni flores de ingés, inventaba la letra, pero dándose lustre con un convencimiento de estrella del rock, en una especie de inglés de pacotilla. Gracias a esa forma suya de cantar aprendí que Feelin' groovie, A hard day's night y Mull of Kintyre eran, en realidad Eslogan (por el principio, Slow down...) también conocida como la del rugby (feelin'grooovieeee....) , Espinajaus (el It's a been hard day's night, en su cabeza era Espinajaus, jaus, jaus...) y Ah, Look in time, que era como sonaba en su cabeza el Muuuuulll of Kintyyyyreeee inicial de Macca. Esa me hizo tanta gracia que se la hice repetir una y otra vez y cada vez me reía más fuerte, porque no podía creer que el pretendido experto fuera tan memo. 
Era muy curioso, y muy revelador, que el experto mod cantaba canciones nada mod, solo repetía las melodías que había oído a sus hermanos mayores (como me pasaba a mí, soy hijo musical de mis hermanos) o en la radio... pero en los 40, nada de radios independientes y emisoras guays.
 
Aquel día, juraría que acabando el mes de agosto de 1980, de mis 16, con aquel inolvidable Ah, look in time, mis risas, irreprimibles, os lo juro, fueron demasiado para su maltrecho orgullo y nos separamos, él cabreadísimo y yo muerto de risa.

El verano terminó como siempre, para mí, examinándome a primeros de septiembre de las 4 o 5 asignaturas que me habían quedado en junio y exprimiendo los días que iban del fin de los exámenes al inicio del curso, que eran los únicos en los que gozaba de verdadera libertad en el verano. Si me dijeran, ¿repetirías tu vida?, pues no lo haría. Aquello de catear 4, 5 o 6 era un verdadero coñazo y aun hoy lamento haber sido tan zoquete de no darme cuenta. En esos días, me llamó un par de veces Samu, pero no quise ponerme (te está llamando ese tío tan raro, me decía mi hermana, con el teléfono en la mano, sin tapar el auricular, y yo gritaba, ¡dile que no estoy, hoy tampoco...!) porque, bueno, decía Espinajáus y mis amigos ya estaban en Madrid y a veces, de adolescentes éramos verdaderos capullos, y yo soy un campeón en eso, podéis creerme.

Pasó ese invierno y hubo alguna llamada más de Samu y yo nunca quise hablar con él, me parecía que habían pasado siglos y no quería verle. Aquel año, repetí 2º de BUP y eso me hizo, no sé, madurar en algún aspecto. Mis nuevos compañeros de clase me parecían críos. Pasaron las navidades y en una fiesta de fin de año que se celebraba en la plaza de la Basílica, en la calle Orense, en los bajos, o el club social, o algo así de la basílica que daba nombre a la plaza, el grupo en el que tocaba, Los Residuos, en el que tocaba el bajo (de mentira, porque no tenía bajo, y tocaba con la guitarra eléctrica de mi hermano pequeño, que era más listo que yo, y sacaba mejores notas, y tenía guitarra eléctrica, una Les Paul sunburst, preciosa) daba un pequeño concierto. Normalmente, cuando me metía en un grupo, exigía cantar una de los Beatles, y luego hacía lo que me dijeran que hiciese. En ese concierto, mi tema era I call your name, lo recuerdo muy bien. El concierto fue un absoluto fracaso, con la gente sin hacernos ni
 
  
 
puto caso, pero salimos de allí sintiéndonos muy bien porque habíamos preparado un tema definitivo "Pero qué publico más tonto tengo" de KK de Luxe y nos quedamos tan anchos llamando subnormales a gente a la que no le importaba una mierda si cantábamos eso o si nos colgábamos de los huevos en el altar mayor.
Un rato después de que acabáramos entre la indiferencia absoluta del respetable, me estaba tomando un salvaje mirinda (el alcohol no corría por ahí, precisamente, y menos si eras pringadillo, como yo) y se me acerca un tipo con aspecto de lo que luego  llamarían skinheads, pero que entonces solo era como una versión radical y violenta de los  últimos mods, al que creía conocer, pero no recordaba bien
- Buen concierto de mierda... -  me dijo. Era Samu. Se había rapado la cabeza  y algo en su aspecto era truculento, desagradable, atemorizaba a un buen chico travieso como yo. 
- Coño, Samu, tú por aquí...  te veo bien
- Dos de tu grupo son mods, uno punkie y luego tú... que con ese traje pareces un gilipollas pringao
Glups.
- Hostia... iba a decir lo mismo de ti
- Yo no llevo traje
- No te hace falta. Con esa cara ya pareces bastante imbécil
Samu levantó y echó su puño derecho atrás teatralmente, como hace la gente que NO te va a dar un puñetazo, pero quiere que el personal crea que va a hacerlo. En nuestro verano, me lo hizo muchas veces, pero siempre me pareció una broma. Ese fin de año, aunque no lo demostré, algo en su mirada de loco, de su sonrisa nada amable y muy psicopática, me asustó de verdad. Vamos, que casi me meo encima.

Al salir de aquella desagradable fiesta (mal concierto, peor posconcierto) fui con mi ridículo traje gris, que me parecía muy mod, pero no lo era, y la guitarra de mi hermano colgando a coger el metro para volver a casa. Solo y derrotado, debía gastar un aspecto desastroso.  Desde lejos, en la boca del metro de Orense, vi que Samu me esperaba, fumando, iluminado a contraluz por la luz que salía del metro, envuelto en esa nube tan característica de humo de costo, con los brazos cruzados y las piernas abiertas asomando bajo la parka verde. Con los pies, enormes pies en esos enormes Dr. Martens como clavados en el suelo, me retaba desde lejos. Fui caminando hacia él, pensando que me caería una hostia o dos, pero sin darle la satisfacción de descubrir que me asustaba. Me detuve muy cerca de él, casi rozando su nariz y le dije.
- Feliz año, pringao - y pude oler su aliento, de porro y de rabia, de decepción y dolor y vi unas lágrimas anegar las cuencas de sus ojos mientras sus mandíbulas temblonas se tensaban de una forma, de verdad, temible. Pero, por alguna razón, no soy un pequeñajo, aunque jamás he intimidado a nadie por mi aspecto, yo le infundí a él más temor del que él me infundía a mí. Y, a punto de romper a llorar, pero, aguantando como un machote, se apartó y me dejó el paso expedito; empecé a bajar las escaleras sin mirar atrás.
- Te vas a acordar de esto, Wolffo -gritó, histérico y con un fondo de llanto en su voz - yo seguí bajando las escaleras, sin atreverme a volver la cabeza, muerto de miedo, tratando de no echar a correr, que era justo lo que querría haber hecho.

En aquel invierno no hubo más llamadas ni volví a saber de Samu. En el curso, en mi instituto, las cosas iban bien, me acostumbré a mi segundo 2º de BUP, a mis nuevos compañeros y a la vida sin suspender 5 en cada evaluación. Mis padres, tras el disgusto de mi curso perdido, dieron por bueno el trauma, y ahora, es verdad que un año más tarde, empezaba a parecerme más al chico que ellos hubieran querido que fuera.
 
Aquella tarde, salí a la terraza, a finales de abril, en una tarde de sol lánguido y perezoso, una tarde esas que anuncia un verano lento y caluroso y oí aquellas canciones otra vez. Claro, ya no eran mis amigas, ni siquiera la pandilla siguiente a la de mis amigas. Era otra pandilla de niñas jugando a la goma, y cantando las mismas canciones. Me quedé de codos en la barandilla de mi terraza, mirando al infinito y escuchando ese bendito soniquete que jamás admitiría ante mis amigos que me resultaba tan evocador. De pronto, por mi lado del parque, por una entrada del empedrado para peatones, irrumpió una vespa naranja, llena de espejitos y faros y entró a toda velocidad en el circuito oficioso de las bicis.

Paralizado, absolutamente petrificado, vi como la vespa atropellaba a dos niños que aprendían a montar en bici, los ignoraba y seguía su siniestro camino hacia las niñas de la goma y las canciones. Los gritos de pánico sustituyeron a mis canciones y me metí en casa para bajar corriendo al parque, porque el piloto de la Vespa, con casco, llevaba una parka verde siniestramente familiar. Llegué allí en pocos segundos y casi me muero de la impresión. Había tres niñas en el suelo en sendos charcos de sangre. El tipo de la moto, sin quitarse el casco, sujetaba a una cuarta niña por el cuello, contra su pecho y enarbolaba un enorme revólver. El hermano pequeño de esa niña, un crío simpatiquísimo de apenas 5 años gritaba sin parar que soltase a su hermana. El tipo de la moto gritó, sin soltar a la niña:
- ¡Cállate de una puta vez, niño...! - y esa voz, y la angustia que latía bajo ella, despejaron todas mis dudas. Era Samu; y como quiera que el crío solo empezó a gritar más fuerte y se acercó, con sus bracitos de plastilina, con la ilusa intención de liberar a su hermana, Samu le descerrajó, apenas a medio metro, un tiro en su cabecita castaña y pequeña, y ésta estalló como una pequeña sandía, con una explosión inútil y roja. A continuación, una quinta bala destrozó la cabeza de la niña a la que tenía agarrada, que estaba paralizada con la muerte de su hermano y sus amigas.
Samu todavía sujetaba el cuerpo inerte de la niña contra su pecho cuando se dirigió no sé muy bien a quién, pero señalándome, apuntándome a mí con su revólver.
- Ese hijoputa es el culpable de todo. 
Pensé que ya estaba, que yo era el destinatario de esa sexta bala y que la cosa, la vida, terminaba ahí. En ese lugar. En esa canción, al pasar la... parka.
Pero Samu se quitó el casco. Le había crecido el pelo otra vez. Ese pelo rubio pajizo tan lacio y tan de buen chico. Dejó de apuntarme.
- Feliz año, cabrón - dijo. y esta vez, no cabía duda, me lo dijo a mí.
Se metió el cañón en la boca y adiós.
Al pasar la parka, al pasar la parca.













10 comentarios:

Wolffo dijo...

Un poco larga, aisey, pero mola
(autocrítica)

Mercedes dijo...

¡Madre mía! Lo que más me pone los pelos de punta, aparte de la historia en si es que mis dos hermanas mayores estuvieran probablemente cerca también aquel día... Cuando aún vívían (murieron jóvenes, qué se le va a hacer) les escuche algunas historias así y en la misma zona... Pero yo aún era muy joven.

Wolffo dijo...

Una mierda de autocrítica, pa que lo sepas
(autocrítica de la autocrítica)

Wolffo dijo...

Mercedes! Me hace ilusión verte por aquí, muchas gracias de verdad. Yo, por entonces conocía a muchísimas chicas pero... Ninguna me dijo ser tu hermana. Más detalles!!

Mercedes dijo...

Maren y Marta Sánchez (si ya sé que lo de Marta Sánchez da risa), tendrían ahora 60 y 59 años.

Wolffo dijo...

De la edad de mi hermana Paloma, entonces.
Maren es precioso.

Carmina dijo...

Intuyo que mi comentario te va a parecer poca cosa pero ¿qué se le va a hacer? Tengo dos cosas que decir:

1. ¿qué son partidos a cocacola?

2. Un recuerdo para tu madre, a la que recuerdo perfectamente, como si la tuviera delante, de verla en el Club Naval de San Fernando. Wolffo, my dear, seguro que se fue derechita al cielo, le ahorraste el purgatorio. Ya lo llevaba "pagado", cortesía de su sexto vástago.

3. Me encantan tus historias, por lo general, y esta me enloquece. Tus recuerdos de infancia y adolescencia siempre, desde aquella lejana época en que empecé a leer tu blog fueron las mejores historias.

¡Ah, no. hay una 4ª cosa. Si hubiera habido una foto tuya de aquellos tiempos para ilustrarla, hubiera aullado de placer, la perfección absoluta.



Wolffo dijo...

Pero, pero, pero, peeeerooooo
¿Cómo va a parecerme poca cosa esta delicia de comentario?
Te respondo.
1.Partidos de fútbol con apuesta; en los partidos a cocacola, el equipo que perdía pagaba una cocacola de litro (el tamaño grande de entonces) al equipo ganador. Eran partidos a cara de perro.
2. ¿Cómo es que recuerdas a mi madre? Es muy vívido, y muy exacto, y muy anterior a la existencia de los blogs. Murió en 1983. Cuéntame.
3. Me gusta mucho evocar esos días y esas sensaciones. La vida ha dado muchas vueltas y tengo la sensación de pertenecer más a ese mundo que al de hoy, donde casi todo el tiempo siento que sobro, aue estoy de más y que a casi nadie le importaría si no estuviera.
4. Podía haber puesto una foto, tienes razón
Un besote y gracias. Y cuéntame eso del 2.

Carmina dijo...

Me acuerdo perfectamente de tu madre. Tengo muy buena memoria. Una vez, hace ya años, cuando tenías el blog con el fondo de color azul oscuro, Pusiste una foto de tu madre. Inmediatamente me dije "A esta señora la conozco yo". Y como dentro de mi cabeza sonó, confirmándolo, "Y se llamaba Milagros". Después de unos días dándole vueltas a la imagen recordé haberla visto en el Club Naval de Oficiales de San Fernando, junto con otras señoras que se reunían allí para jugar a las cartas. Yo iba en verano con mi amiga Concha y sus padres. Y lo que comenté a continuación es que imaginaba cuanta guerra debiste darle de chico y cuánta paciencia debió gastar contigo. Que conste que tú me has pedido la aclaración. No es mi intención meter el dedo en la llaga. Seguro que eras un golfillo adorable.

Wolffo dijo...

Me acabas de dejar asombrado. Solo quiero saber, ¿es verdad eso?