lunes, febrero 19, 2018

Te veo (8)

Te veo.
A ti, a ti… Siempre te veo a ti, bajo todas las personas que en el mundo hay, te veo siempre a ti. Nadie lo entiende, pero yo miro y te veo a ti y no quiero convencer a nadie: ellos verán lo que vean, me da igual lo que sea: un cuadro, las estrellas, una novela, una puesta de sol, un concierto, una peli… y yo, que no digo que esas cosas no existan, que seguro que sí, pero al mirar la belleza, lo que veo eres tú: y me sobrecoge, me eriza el vello del antebrazo, me deja un sabor agridulce por saberte tan lejos, aunque estés tan cerca y… da igual, al final, quedas tú. Sola, recortándote en un horizonte improbable de nubes, mares y luz. No digo que estés o te sientas sola, digo que yo, lo único que veo, lo único que impresiona mi retina, mi recuerdo, mi ardor, mi afán, es tu imagen, solitaria y aúrea, plena de sensualidad y de buenos augurios.
No sabes, no puedes saberlo, hasta qué punto vives en mis sueños, en mis pensamientos. Nadie imagina lo que los otros imaginan, aunque no estoy demasiado seguro de esto, pero sé que nadie puede –ni siquiera tú- imaginar lo que eres tú, para mí: como te veo yo, nadie te va a ver jamás. No es que sea bueno, necesariamente, pero es así.
Hoy te salen las cuentas. Los números que hoy se imprimen en tantos rincones de ti, el 3 y el 5, son el ocho, el 8, como yo, el 8 que es, qué te voy a contar, un número mágico. Decís los que sabéis de esto que el 8 es organización, perseverancia y control de la energía para alcanzar logros materiales y espirituales. Alude al poder de la realización, la abundancia en el mundo mental y espiritual (representada en la curva superior), y la abundancia material, a la que hace referencia en su curva o base inferior.

Yo, en ese mismo 8, te veo a ti. Miro su intrincada geografía, su topografía y su anatomía y te veo a ti, qué quieres, y quiero posar suavemente la mano en tu cintura, te has apretado el cinturón, y sacarte a bailar. Me gusta verte bailar, siempre me gustó verte bailar, siempre sonríes al bailar. Y ahora, vestida de ocho, estás más bailable que nunca.
¿No te pasa a ti? El ocho es como bonancible, buen carácter y sin aristas, fácil y agradable de tratar. Un abrazo, ¿verdad? Un oso blanco, tan tierno visto de lejos, tan feroz de cerca, aunque, en realidad, yo creo que tú no eres feroz, solo yo te hago feroz, tengo esa maldita habilidad, hacer que seas feroz conmigo, hacia mí, en realidad, y luego me quedo acojonado, pegado a la pared, deseando ser invisible para que no me quemes con el fuego de tu ira.
Y, también, iracunda, te veo. No veo tu ira, te veo airada, y me gustas, pero tu ira, que no la veo, me deja hecho papilla: no la veo, pero la siento. Pero cómo estaré de colgado que hasta iracunda, me gusta verte.
En fin… estás aquí, cielo, estás en mí, puede que a tu pesar. Te veo porque estás, qué le voy a hacer… ¡qué le vas a hacer! Yo creo que es agradable que te quieran, si no te dan mucho la brasa y que yo decidí no darte demasiado la tabarra, pero de vez en cuando, hoy que te haces ocho, por ejemplo, me gusta recordarte que eres muy especial. Seguramente lo eres para el mundo, pero has de saber que lo eres para mí de una forma profunda y significativa.
Porque miras atrás, miras sin más, y miras lejos cuando miras. Porque sabes lo que hay detrás de una fachada.  Porque no hay nadie como tú para conversar por conversar. Así que, ya sabes: búscame cuando tú quieras que te quieran sin contar  las veces que hayas querido a tantos como quieras  sin contar; búscame cuando haga frío y amanezca dentro de ti y no haya nadie a quien contarle lo que pasa, en realidad. Cuando sientas que el mundo, ese mundo a veces tan frío, a veces tan cruel, se te haya acabado; cuando todo, todo sea nuevo y la historia se haga gris. Cuando el dolor se haya hecho hueco en tu costado.
Cuando brille todo solo para ti
Que cuando miro al mundo entero, cielo e infierno, agua, sol y fuego, no veo el mundo.
Te veo a ti.
Siempre te veo a ti; aunque creo que eso ya lo sabías. Disfruta el 8. Ya sin mí.