miércoles, junio 07, 2023

Orgánica, de Wolffo


 ¿Queda alguien ahi?

Supongo que no, así que aquí estará a salvo hasta que decida qué hacer con esta canción.

¡Salud!

lunes, enero 11, 2021

Sexualmente fraternal

 En cuestión de sexo soy bastante bueno, si me permites que lo diga; siempre doy las gracias y recuerdo el nombre de los hijos, hermanas o las parejas de mis amantes. Siento debilidad por las hermanas de mis amantes porque, oye, siempre que tengo algo parecido a lo que puede llamarse una pareja, acaba apareciendo una hermana que no es que sea mejor ni peor, es que acabo tirándole los tejos, me resulte atractiva o no. Esto que acabo de escribir no es exactamente así, porque siempre me resulta atractiva la hermana de la mujer con la que mantengo una relación. Curiosamente, además, no he mantenido relación con ninguna mujer que no tuviese una hermana potencialmente seducible. No lo supe hasta que mi amante actual me dijo:

- Tú eres rollo hermanas

Y yo lo negué tres veces, como... alguien de la biblia que negaba tres veces, y desde la primera negativa sabía positivamente que estaba mintiendo como un bellaco. Soy rollo hermanas. Soy el más rollo hermanas del mundo. Me gustan las hermanas de mis amantes, qué quieres que te diga, me pone muchísimo ver esa cosa de las hermanas, cómo se llevan, cómo conectan... cómo tienen cosas que me ponen muchísimo: una moto, inteligencia, tetas redondas y un poco colganderas, don de lenguas, habilidad para pintar, pies sexys, risa contagiosa, astucia... Yo no elijo a las mujeres por sus hermanas, pero algo hace que las mujeres con H.A.F. (Hermanas con Alta Follabilidad) sientan debilidad por mis huesos.

En mi historial de amor fraterno cabe una enorme variedad de tipología hermanística. Las hay mayores, con cierto complejo de señorita Rottenmaier que se acercan a mí haciendo ver que ellas son mejores  que su hermana (mi pareja, la que corresponda) y que mandan. A veces mandan, mangonean, pero casi nunca son mejores porque, te digo una cosa, puede que le ponga los cuernos físicamente, pero mi pareja, siempre, es la mejor mujer sobre el planeta. Y punto. También las hay hermanas pequeñas, que adoran, sobre el papel y por encima de todas las cosas, a su hermana, a la sazón, mi pareja, aunque esa adoración no les impide meterse en la cama conmigo. Las hay despegadas, como que pasan de su hermana y les da exactamente igual lo que digan o hagan, a donde vayan o con quién, aunque, de pronto, sienten curiosidad por quién se acuesta con su hermana y deciden probar ellas también eso que su hermana dice que mola tanto.

La cosa empezó siendo yo pequeño... vamos, adolescente. Vicky era la chica que me gustaba, pero no puedo decir que era mi pareja porque creo que en toda su vida ni siquiera me dirigió la palabra ni una sola vez. Quizá me vio, sin duda me vio, pero creo que nunca se dignó siquiera a mirarme. Yo estaba enamorado de ella como un puto colegial, que es exactamente lo que era yo: un colegial. Y puto, también. y la primera chica a la que tuve el honor de tocar las tetas fue a Lola, la hermana pequeña de Vicky que tenía mi edad, unos 13 años, y unas tetitas de lo más apetitosas. No es que quisiera darle celos ni nada de eso, ni era una estratagema para acercarme a Vicky... es solo que era hermana de Vickyn y eso la hacía deseable para mí. Lola, después de esa fiesta bailando Sharing the night together en la que babeé su cuello hasta extremos inadmisibles y toqué sus pechuguitas respingonas, me dijo: te dejo tocarme las tetas si me prometes que nunca se las tocarás a mi hermana. Y no fui capaz de prometérselo. Ni de volver a tocar sus tetas.

Luego vino Doris, Dorotea en su DNI, cuya hermana René (Renata), marimandona y con un culo en el que podías aparcar una bici, me ponía como un burro. Con Doris sí que salía, éramos novios cuasi formales, y lo fuimos durante mis años de infructuoso paso por la facultad de Derecho, en la que casi me hago experto en primer curso. Tres años estuve allí, haciendo poco más que intentar tirarme todo el rato a Doris, que consentía una media de una vez por quincena y dejó de consentir una vez que me pilló con René en la poco discutible postura clásica del misionero.


 

- No me digas que no es lo que parece - dijo Doris en mi trigésimo tercera embestida... sí, las contaba para no terminar demasiado pronto, y contarlas me hacía pensar en otra cosa.

- No, no se lo digas - me aconsejó René visiblemente molesta - pero termina, ¿vale...?

- No lo iba a decir - fue todo lo que fui capaz de articular y, por supuesto, no terminé. René podía mangonear a su hermana, pero no a mí. Soy un infame, un desleal, pero tengo mi orgullo.

Vino Lorna Cor después. La hermana de June, mi pareja  más duradera. Desde el primer momento, Lorna me tiró los tejos tan desacaradamente, y delante de June, que su presencia, hasta que decidí tirármela, me resultaba francamente incómoda. Ella siempre iba por delante con el "yo es que me muero por mi hermana, la quiero más que cualquier otra cosa", pero se rozaba conmigo, me hacía piececitos por debajo de la mesa, me pedía ayuda para tareas domésticas, bailaba muy sensualmente conmigo... en fin, eso. Luego, yo intentaba hablar con ella, porque el sexo con ella siempre era magnífico y ella hacía como que no había pasado nada, o como si no supiera de qué le estaba hablando. Siempre, después de acostarnos, pasaba un tiempo castigándome, en plan matador, sin hacerme ni puñetero caso... hasta que de pronto, zas, estábamos bajo las sábanas otra vez... era puramente sexual, jamás tuvimos una cita, una conversación, un galanteo... pero acabábamos enredando las sábanas y luego olvidando (ella, yo no...) lo que había pasado. Un poco desquiciante, la verdad.

Mi pareja actual no quiere presentarme a su hermana. Nos hemos casado (en Las Vegas, sin invitar a nadie, sin planearlo...), hemos tenido 2 hijos, soy padrino de los hijos de su hermano, pero... no conozco a su hermana. Mi mujer es tremendamente hábil hablando y me saca todo lo que quiere sin que se note, pero siempre acabamos las conversaciones con la sensación de que YO he hablado más de la cuenta. También hay que valorar que yo soy lo que, académicamente, se conoce como bocazas. Me das carrete y lo suelto todo. Es más lista que yo. Yo estoy loco por ella y os juro que no tengo ninguna intención de liarme con su hermana. Es la mujer de mi vida, es todo lo que necesito. Pero ella insiste en que no me la presentará jamás. No lo entiendo.

Si yo quiero mucho a las hermanas. Si soy sexualmente fraternal. El hombre que amaba a las hermanas de las mujeres. Soy la personificación del amor fraterno.

martes, septiembre 29, 2020

lost in Consolación (un Musical, pero sin música)

El señor Penev Ibrante, natural de Navalcarnero (Bulgaria), aunque de padres de Guadalajara (México), trabaja para la industria sexual, en la pujante localidad de Consolación, una pedanía de Valdepeñas, en la provincia de Ciudad Real (España),  donde la gente es más o menos igual que en cualquier otro sitio, pero con más casas de putas, por decirlo de un modo sencillo. También hay putos, no es una cuestión de género, aunque si miramos las cifras frías, incluso las calientes, que son las propias de este sector, hay un mayor número de pilinguis que de boys de alquiler. Cualquiera que haya viajado en coche desde el centro de la península hacia el sur, ha pasado por este pueblo de curioso y reparador nombre, y ha tenido que advertir la desvergonzada proliferación, casi micológica, de burdeles aquí y acullá.

- En Consolación se vive de puta, madre (la coma importa) - dijo el joven Penev cuando su madre, en conferencia via Whatsapp desde su país natal, le preguntó que qué tal le iba en ese extraño pueblo.

Porque resulta que Penev Ibrante es búlgaro de Navalcarnero y, a pesar de su prometedor nombre, de evocadora prosodia, no es un puto, ni un chulo, ni siquiera -como encarnación de su nombre- el cliente preferido de las putas; es un técnico de mantenimiento (y eso es lo que le decía a su madre que era), y trabaja dando soporte técnico en los económicamente saneados prostíbulos de Consolación. Su área de negocio preferente es entre el vientre y las ingles de meretrices, chaperos y gigolós, manteniendo en perfecta forma (y fondo, sus prospecciones de revisión han causado no pocos orgasmos, aun sin pretenderlo) las vaginas y los penes, más de lo primero que de lo segundo, como dijimos, y también los ojetes de propias y extraños. Extraños para Penev, porque el retrógrado técnico búlgaro, que no termina de aprobar la homosexualidad (es de los que piensa que se puede curar) y menos aún su explotación comercial, tolera la putez de hombres si es para consolar damas, pero no las relaciones regladas y consensuadas entre hombres. Entre mujeres, las alienta, incluso. Pero el señor Ibrante tiene buen corazón y a los putillos gays no les regaña de mal rollo, les reconviene cariñosamente y trata de redimirlos, como si dijéramos, de sacarlos de la oscuridad, siempre de forma educada, respetuosa y caritativa, porque él, finalmente, quería a sus muchachos y a sus chicas (a éstas un poco más, por mucho que disimulase Penev) y deseaba que desarrollasen su fastidioso trabajo de la manera menos penosa posible.

Todo el mundo pensaba que si Penev no era médico, poco le faltaba. O que, al menos, era enfermero, o veterinario, o camillero, como mínimo. Pero no. Penev estudió Cerámica Tradicional en la Escuela Profesional De Artes y Ofisios de Bulgaria y su afición principal, su pasatiempo favorito, desde que lo descubrió en su adolescencia, era la masturbación autoexpiatoria, y se entregaba con verdadero entusiasmo y habilidad a esta afición, incluso de manera vigorosa, reportando más de 160 sacudidas por minuto, en una especie de penitencia por haber tenido malos pensamientos (ay, la señorita Eva, la de Pintura Decorativa, qué melonazos tiene...) o practicado malas obras (como cuando le retorció los pezones, junto a otros compañeros de clase, en el pabellón de Educación Física, a esa misma señorita Eva, completamente beoda, en la copa de Navidad que ofrecía, el último día lectivo antes de las vacaciones navideñas, la Escuela Profesional de Sozopol, donde estudiaba); y creció así, a orillas del Mar Negro, como si tratara de matarse a pajas, o al menos secarse, pero sin conseguirlo nunca del todo. Aunque hubo algunos días, después de 20 penitencias, que el dolor y el escozor eran tan intensos que realmente pensó en terminar con todo aquello de forma definitiva, por ejemplo cortándose el nabo. No lo hizo, gracias a dios, pero adquirió una pericia nada desdeñable en el manejo del cipote, lo que, sin él saberlo, le sacaría de la irrelevancia y la exclusión social una vez que dejó Sozopol, sin más equipaje que una mochila a la espalda  y, tras una estancia breve y decepcionante en Sofia, emigró a Madrid (España). Allí, en menos de 3 semanas, encontró trabajo como gorila de un reputado proxeneta y enseguida, cambió de ocupación, que no de patrón, y se estableció de forma fija en Consolación. Ninguno de estos grandes logros los obtuvo gracias a sus estudios, en los que se aplicó con cabezonería búlgara; todo lo que tenía se lo debía a una adolescencia en estado perenne de salidez, y a haberse convertido en una perfecta máquina masturbadora que eyaculaba 4 y 5 veces todos los días, como un campeón. Así que ahí tenemos a Penev, artesano de la cerámica, haciendo el mantenimiento y revisiones bimestrales de coños, pollas y culos de todos los calibres y colores, sin tener un maldito diploma ni pajolera idea de anatomía, salvo la del aparato reproductor masculino, al menos en su zona superficial, donde podía presumir de un conocimiento netamente intensivo.

Aquella mañana, no, la otra, es cuando empezó todo. Estaba Penev revisandole los bajos (labor casi exclusivamente higiénica) a Yrina, la estrella rutilante de Los Arcángeles de Chirly, cuando de las entrañas de la meretriz ucraniana le pareció ver surgir a la rana Gustavo, micrófono en mano y le golpeó en un labio al ir a hacerle una pregunta idiota, lo que indignó a Penev sobremanera, además de producirle una herida inciso contusa de las praderas en salva sea la parte, y con salva sea la parte me refiero al labio inferior, que ya tenía bastante desgracia con ser así de feo (labio belfo con doble valor,  como los goles a domicilio en la Champions League), como para que encima le hagan con un micrófono una herida inciso contusa, siendo oh, inciso contusa, una de las expresiones más bonitas que el búlgaro de Navalcarnero había aprendido a utilizar con soltura casi manchega.

- Perdona, Yrina, pero ¿te ha salido una rana del chumino?

- No lo creo, Penev

- La Rana Gustavo, concretamente

- Insisto en que no lo creo, Penev, debe ser tu imaginación, te vuelve a jugar una mala pasada...

- ¿Mi imaginación, Yrina?

- Tu imaginación, Penev

Entonces empezó a sonar una melodía cadenciosa y tropical (como en los días previos al fin del mundo en Total, de José Luis Cuerda) y Penev e Yrina se levantaron cogidos de la mano y salieron al patio de los Arcángeles de Chirly y, bailando un poquillo cantaron:

¡Imaginación, imaginación!

a todo el mundo gusta la imaginación

Pero si eres una pilingui en Consolación

de muy poco sirve la imaginación

(coro, todas las pilinguis y chaperillos del puticlub al unísono) 

ay lo poco que te sirve la imaginación

¡en Consolación, en Consolación! (x2)

O balansé, balansé, dijo Penev al sentarse de nuevo, una vez hubo acabado el número musical, nos ha salido muy bien, volvió a decir mientras metía sus dedos en las entrañas de Yrina para dejarle el chichi más que listo pa farolillos, olvidando su reciente alucinación de la rana Gustavo. Yrina, por cierto, no se quejó ni nada, y su sonrisa temblorosa y su mirada de ojos desacompadados parecían indicar lo que estaba disfrutando la prospección búlgara.

A Yrina siguieron todas sus compañeras del Chirly y ninguna podía negar que los cuidados de Penev eran claramente un beneficio social ajeno a la nómina. Penev, por cierto, no era inmune a los encantos de las dulces barraganas, y al terminar estas sesiones no le quedaba más remedio que consolarse a solas, recordando sus días adolescentes con melancólicas pajas en la enfermería de los lupanares, mientras los violines empezaban a tomar protagonismo y Penev, solo, mirando por la ventana, entonó la balada del pajillero melancólico

(piano)

no todo lo he olvidado

he vuelto a revivir

los días, las ventajas

de esos tiempos tan lejanos

en los que no sabía ni reir

pero me mataba a pajas

... pianísimo ...

ay! a veces sí que sirve la imaginación

¡aquí en Consolación, aquí en Consolación! (x2)
 

Total que Penev no era feliz. Gozaba del favor de decenas de mujeres (y algunos de los hombres) de vida licenciosa, pero eso no le llenaba, lo que le llenaba, de verdad es el chocolate y se encerró en la cocina de su pisito de Consolación y cocinó una soberbia mousse de chocolate negro con destreza desusada con chocolate negro 72%, 6 huevos, nata, azúcar, mantequilla, pizca de sal y unas hojitas de hierbabuena y nueces para decorar.

Además de tener una pinta estupenda, estaba de muerte (por chocolate) y Penev se metió, de una sentada, la ración ordinaria de 6 personas, comiéndose hasta las hojitas de hierbabuena y entonces entraron 3 putillos y fue así que uno de ellos empezó a cantar y los otros le lanzaban las respuestas al texto y los 3 danzaban alegres alrededor del deprimido Penev:

Cómo se te quitan las penas si te ha dado un parrús

 

PUTILLO 1 (andante):

cómo se te quitan las penas

si te ha dado un parrús

PUTILLOS 2 Y 3 (allegro):

pues no comas berenjenas

y tómate una mousse (mús, mús, mús...)

PUTILLO 1 (vivace):

¿y no sería más juicioso

 y más beneficioso

comerse la raja

de una sandía?, es mi pregunta

PUTILLOS 2 y 3 (molto vivace):

lo que parece una equivocación 

sobre todo en Consolación, 

es hacerse pajas 
 
en una casa de putas
 

 A lo que el infeliz Penev no pudo dar respuesta inmediata, así que los putillos se fueron por el proscenio y nuestro Penev se quedó pensativo junto a la ventana de la enfermería. Desde luego, teniendo a mano, y nunca mejor dicho, esa cantidad de carne dispuesta, resultaba extraño que se consolase de esa manera pudiendo difrutar del servicio completo.

Penev abrió la ventana por la que miraba, saltó a la campiña manchega y se encaminó hacia la puesta de sol, vibrante y colorá con paso decidido, búlgaro y viril, como han hecho siempre sus compatriotas, sobre todo los que eran decididos y viriles, y una cámara aérea le sigue y se eleva y se ve todo muy bonito, porque el director de fotografía quiere un Oscar y podemos oír la Emotiva Canción Final por la que todos esperan ser nominados también a los Oscar:

Emotiva Canción Final

No puede ser que te dediques 

a hurgarte la nariz con el meñique

teniendo el índice en forma y libre

 -.-

No fastidies con huevos cocidos

ni tortilla francesa, jodido,

si puedes hacerte huevos fritos

 (Chorus)

Oh, joven búlgaro de voz nada misteriosa,

te voy a decir una cosa,

no te dediques a la masturbación

 si trabajas en Consolación

 (Coro de vírgenes vestales)

no cometas automasturbación

aquí en Consolación (ción...ción...)


Y Penev lo comprendió todo, y seguidamente murió de un ataque de asco, porque la melodía de la canción era horrible, tenéis suerte de no oírla en este musical escrito, porque alguien perdió la partitura y no existe tradición oral y se acaba la historia en este momento.

miércoles, septiembre 16, 2020

Nada, a pesar de todo

 Ella no sabe nada aún. 

No sabe nada ya.

ella

no

sabe

nada

ni supo, ni sabrá;

nada

-.-


Con este poema se presentó Jasinto  Padentro, bajo el alias El Lagartijo, al Certamen Anual de Poesía Rápida Valtimore Xpressa. Jasinto acompañaba  su poema con la preceptiva plica donde, además de los datos requeridos, incluía una nota manuscrita:

Señore:

haganme el favor de dejarme recitar el poema presencialmente.

Porque la gracia está en mi acento sevillano

jasinto

Naturalmente, no le dejaron. Con buen criterio, los miembros del jurado dedujeron que Jasinto era bobo, o algo parecido. Además, usaron ese mismo buen juicio para que su poema no pasara la primera criba y fue eliminado sin miramientos y su obra magna "Ella, nada" tirada a la basura  como las obras de los otros 56 aspirantes eliminados en primera ronda.

No ocurrió lo mismo con "Sinsabores", original de Linda Yobtusa, que curraba en el Simply y que fue contactada por el concejal de cultura  de Valtimore, Señor Soso,  para comunicarle que su poema "Sinsabores" había obtenido el máximo galardón (uno de los menos importantes de la sierra madrileña). Según le daban la noticia, a Lindas se le escapó una ligera ventosidad mientras reía histéricamente por la alegría, todo ello sin soltar el teléfono; se encontraba en ese momento en el comedor del restaurante El Zurullo, comiendo el menú del día con uno de sus amigos más antiguos y pesados, Jasinto Padentro, y otros dos indianos de la localidad serrana sin relevancia para esta historia. Al sr. Padentro le molestó estar fuera del chiste. Era ese tipo de persona, le molestaba ver reír a alguien y no ser él la causa, por sus ocurrencias de sevillano de pura cepa. No sabía que cuando Linda le explicará el motivo de su alegría (y de su cuesco ligero), se iba a molestar más aún pues, en su fuero interno, el galardón solo podía ser suyo. Al fin y al cabo, había escrito un poema definitivo, eso tenía que apreciarlo el jurado, y en cuanto le dejaran recitarlo con su gracia sevillana, les dejaría con la boca abierta.

El destino quiso que el concejal Soso, a la sazón presidente del jurado de Valtimore Xpressa, se encontrara tomando unas cañas en la barra de El Zurullo, confraternizando con el resto de los miembros del jurado; Olegario, dueño de la tienda de fotocopias y el primo del cura, Germán El Espabilao, que había estado una vez en Lisboa, miembros con los que había compartido una dura jornada de deliberación.

Las cañas dieron paso a una comida un par de mesas más allá de la que compartían Jasinto y Linda (y los otros 2 tristes) donde se vivía un drama a pequeña/mediana escala. Linda pedía a su amigo que se alegrara por su éxito porque ella, como buena amiga que era, se hubiera alegrado en el caso de que él hubiera ganado. Era mentira, claramente, Linda era una mujer egoísta, simplona y con poco control de la válvula pedística, lo que le granjeaba algunos problemas de socialización, como cualquiera puede entender. Jasinto era un capullo, pero no era hipócrita

- ¿Cómo voy a alegrarme de que tu poema, que era una mierda, una puta mierda, haya ganado al mío? - dijo dando un puñetazo sobre la mesa y accionando el tenedor, cuyo mango descansaba fuera del plato de macarrones con chorizo y tomate, y poniendo perdidos a los dos invitados de piedra sin relevancia que les acompañaban. Seguían sin tener relevancia, pero ahora tenían unos bonitos lamparones rojos y grasientos que les salvaban de la grisura absoluta. No revelaré sus nombres, por si alguien esperaba reirse de Manolo y Yoli

- ¡este pueblo da asco! Aquí no hay cultura ni nada, es un pueblo de catetos...

Señor Soso, como responsable de cultura (y festejos) no podía dejar pasar esta afrenta al pueblo y, fiel a su estilo, se levantó, aclaró la garganta, como si fuera a soltar una de sus plúmbeas peroratas.

- Perdone, caballero, pero no puedo dejar pasar esta afrenta...

- ¡Cállate! - le cortó Jasinto

- ¿Cómo se atrev...?

- ¡Que te calles, gilipollas...! - dijo Jasinto levantándose de manera truculenta


y entonces fue

cuando

todo

se

fue

a la mierda

mira a los dos comparsas de nombre finalmente conocido, sin relevancia y con lamparones, poniendo cara de susto y teniendo miedo mientras en los altavoces suena shallow heart, shallow water y Manolo se hace pis y Yoli se hace mayor, al fin a los 47 años, y ambos quieren matar a Jasinto, pero no tienen lo que hay tener y tienen muchas cosas que no hay que tener, como por ejemplo, miedo. Se  meten bajo la mesa y se duermen y se pierden el resto de la noche por cagones (Manolo también meón) y por otras cosas que se verán a continuación.

¿De qué tenían miedo? Pues de Jasinto, joder, que se quita el kimono de imbécil con el que iba a todas partes y bajo esa obra de orfebrería textil del peor gusto imaginable, había un traje cutre de espíderman y tiraba telarañas y se subía por las paredes y era bastante fuerte y daba miedo a todos menos a Señor Soso, que es uno de los Brave Ones, presidente del jurado, concejal y un señor soso de cojones y de rodillas y de omóplatos. Jasinto Padentro y Señor Soso se poenen chulitos en plan plasta

qué pasa...

no, qué te pasa a ti

no a ti

a ti, pringao

pringao tú

tú mas, bacalao

A la galardonada, que se siente traicionada porque le están robando el protagonismo, le entra una risa nerviosa y se le escapa una bufa (no suena, pero de aroma letal) bajo la mesa, lo que hace despertar de su sueño seguro a Manolo y Yoli, para morir casi nimediatamente de Peste Insoportable sin que nadie se estremezca uh mm mm, uhmmm... yeah ee, yeah ee, yeah!(1), en estrofa libre:

Linda tan traicionada,

sita Yobtusa atolondrada,

levántase airada

y con voz aflautada

de alondra en apuros 

grita como una pava

(aunque fue galardonada)

y no le importa nada

porque no verá un duro

Linda fallece de un ataque de cuernos porque ha gando un premio y a nadie parece importarle una mierda, y hay que reconocer que, aunque su poema era malísimo (aunque no tanto como el de Jasinto Padentro) en su último aliento fue una gran víctima y se murió estupendamente (alabanzas) y con un galardón en la buchaca. Honor y caspa.

Olegario y Germán El Espabilao bailan una polka agarraditos los dos, con los nardos apoyaos en la cadera, sin más ceremonia que el amor que ha surgido entre los dos, sin más horizonte que el último baile (que se reservan mutuamente) y quién llevará a casa a quién cuando la orquesta deje de tocar. Por un momento, cuando ven lo bien que se ha muerto la galardonada, separan sus mofletillos (estaban tan a gustito, dancing cheek to cheek, como Fred y Ginger) en un gesto de admirado homenaje que, seamos sinceros, es un poco fingido, de cara a la galería, porque en realidad, a lo que ambos están atentos, es a sus respectivas cebolletas que se frotan con ardor guerrero y amatorio mientras bailan en la oscuridad al ritmo del jefe. Pero la fatalidad se hace presente en el Zurullo de Valtimore y ambos amantes mueren antes de que su amor culmine en un pinchacito, o una chupadilla, al menos, y mueren porque de pura ansia viva, empezaron a besarse, morreo letal, y se les olvidó respirar y ahora el pueblo entero en vilo por saber quién heredará la tienda de fotocopias (que Olegario gestionó con tanto acierto y simpatía) y quién ocuparía ahora el puesto de primo del cura, que no es que German fuera primo del cura, es una especie de concesión municipal, que te dejan vivir en la casa del párroco, comes como un cura y tienes que ayudar, haciendo de monaguillo y otras cosas que tampoco vamos a contar aquí. Total, que nadie piensa que qué pena y eso, sino en a quien le tocan ahora dos de los chollos del pueblo, la tienda de fotocopias y ser primo del cura. Para que te fíes tú de los pueblos...

Mientras Jasinto y Señor Soso siguen con su enfrentamiento de posturitas y frases

te vas a cagar

no, te vas a cagar tú

no, tú mas, chavalote

chavalote tu puta madre

a mi madre ni la mientes...

i mi midri ni li miintis, i mi midri ni li miintis... 

pero sin tocarse un pelo, vaya cagaos, sigue falleciendo gente en el Zurullo, que parece haber sido visitado por un Ángel Exterminador de pacotilla; Aramis, el camarero-mosquetero, fallece de asco y Hortensia, la del guardarropa, de aburrimiento, y Paco, el abuelo rockero, también fallece pero de muerte artificial, porque el Yoni, que es el macarra del pueblo, le atraca, pero como el Paco es un abuelo grandote, al morir del pinchazo que le da el Yoni, cae encima de su agresor, que es un tirillas y fallece también bajo el peso del abuelo. Otros comensales, menos importantes aún que Yoli y Manolo nueren de morirse, que tampoco vamos aquí a dar detalles de todo

Jasinto y Señor Soso se miran, retadores, mientras miran a su alrededor y empiezan a aburrirse de ver palmar gente

joder, qué escasbechina

tremendo

y si nos vamos

si tú no dices nada, yo tampoco

decir qué

qué de qué

ja ja ja

jo jo jo

Y se fueron a tomar unas cañas a otro sitio con menos cadáveres. 





(1) Bibliografía; ver Elvis Presley's 'All shook up'

lunes, septiembre 07, 2020

Dórocy, la princesa golfa

Ubo huna vez una princesa bastante golfa, perdonadme, a la que sus amigas llamaban La Golfa, pero nunca delante de ella porque no tenían huevos. Era golfa, de acuerdo, pero practicaba el boxeo, y tenía un buen par de golpes con los puños cerrados que la hacían una temible adversaria en una situación potencial de enfrentamiento.

imagen @Stopfat0
Como buena princesa, era feúcha, pero compensaba su poco afortunado rostro con su porte principesco y, sobre todo, con su desenfadada golfería, lo que la hacía enormemente popular entre los miembros[i] de la realeza y de otros clubs populares, como el Club Stefania’s Selected Relax (seleccionamos, asimismo, clientela), el Pringao’s Club, o el Nuevo Club de Egipcios de Alaska, por nombrar unos pocos, aunque significativos, clubes.

Llamábase la princesa Dorotea, pero se hacía llamar Dórocy, con grafía hispanoamericana, cosa que excitaba mucho a los idiotas. Entre la falange de idiotas que vivía en la comarca del Golondrino en aquellos años, estaba el duque Medices, un duque bastante bueno en aquellos tiempos, que eran bastante parecidos a estos tiempos, porque hablamos de hace unos 2 años, más o menos. El duque Medices, un noble al que daban ganas de ponerle una admiración tras la ese, vivía completamente atontado y bebía los vientos por Dórocy pero era, como tantos nobles a lo largo de la historia, un ser bastante desdichado.

Su ducado apenas le reportaba nada interesante: algunos sinsabores, desde luego nada de dinero, y las risas de sus compañeros de colegio, sus socios del Pringao’s y del mundo en general. La profunda estupidez de que hacía gala, con envidiable vitalidad, le convertía en blanco perfecto de chanzas, bofas y mefas de todo el mundo, o al menos de la parte del mundo menos estúpida que él; para situar este dato en su verdadera dimensión, la parte del mundo a la que nos referimos, seamos francos, era un 98% de la humanidad.

Hasta Dórocy, mujer bastante estúpida, desde su propia bobería, se burlaba del pobre Medices con no demasiada piedad, cualidad humana que, si la adornaba, quedaba agotaba en la Asociación Para el Bien de los Negritos Pobres. Era en el trabajo en esa ONG, que presidía con tanto orgullo como ineptitud, donde, en efecto, justificaba su tiempo laboral, aunque sin resultado ninguno: La APBNP no se comía un saci, pero ahí seguía, dando lustre a la obra social de la Corona y entreteniendo a unos cuantos inútiles bienintencionados que se reunían un par de veces al mes para pensar cosas buenas para los negritos y ahí acababa el asunto; en pensarlas, toda vez que sus cabezas de huevo no producían una sola idea viable, ni hubieran sido capaces de recolectar un maldito euro para llevarlas a cabo. Sólo era otra ONG sin un mal proyecto en el que gastar energías reales.

Medices, el duque, llevaba mucho tiempo persiguiendo a Dórocy pero ésta, a pesar de su conocida golfería, a pesar de sus pocas luces, veía humillante el hecho de salir con el alelado mayor del reino; el duque era, creedme, gilipollas hasta el tuétano, el pobre. No obstante, como muchos gilipollas, Medices poseía la virtud de la cabezonería, era un auténtico pelmazo, un martillo de inmisericorde machaconería así que, finalmente, un día, la princesa se rindió y accedió a tener una cita con el noble memo.

Así que ahí tenemos al duque, el 16 de marzo de 2019, presentándose en la puerta de palacio, vestido como un idiota tirolés, con un ramito de perejil y muérdago y expectativas de mojar el churro, dada la -quizá injustificada- fama de golfa de la princesa golfa.

Le abrió la puerta Hanson Señora, el menordomo de palacio, primo de Benson, con su característico olor a merlucilla de anteayer y su aspecto cadavérico pero dulce, como de postre, y condujo al duque a la Sala de los Obtusos, el lugar de palacio donde, desde tiempo inmemorial, se recibía a los pretendientes de las princesas, incluso de las golfas. Mientras estaba esperando a Dórocy, con su ridículo ramo de perejil y muérdago, y su patético disfraz de tirolés con plumita y todo, el duque Medices pensó durante unos instantes en el destino, la fatalidad y todo eso, pero esta sorprendente hondura le iluminó sólo unos instantes: al mirar alrededor y oler la pasta, el ringorrango y todo eso que hay en los palacios, tomó la decisión de conquistar, a toda costa, el corazón de La Golfa y desposarla, porque, siendo princesa, bueno, el bodorrio, con su convite, lo pagaría la casa real y eso siempre viste cantidad. Y después de este estúpido e innoble pensamiento, Medices se empalmó como un macaco al ver a Dórocy bajar las escaleras vestida como una verdadera fulana (pensad en la imagen, en la escena final, de Olivia Newton John en Grease), pero más poligonera, con relleno para las tetas, alpargatas de plataforma con pedrería falsa y la hucha bien marcadita. Y bolso de puta.

¿Por qué coño te has vestido de tirolés? ¿Es una promesa…?

El pobre Medices, que trataba a toda costa de ocultar su evidente erección (era muy estúpido, pero estaba estupendamente dotado) en su pantaloncito verde, no supo qué responder a ese descorazonador saludo

¿Qué narices es eso…? – dijo Dórocy señalando el patético ramito de especias del estúpido duque que, lo juro, iba menguando su ya no demasiado imponente presencia.

Un Ramo De La Amistad – respondió, muy achantado, Medices, que había buscado en internet “Tipos de Ramos” y eligió el más feo, insulso e inoportuno, solo porque se lo enviaban esa misma mañana.

Vaya, eso sí que no me lo esperaba… ¿Y qué quieres, que me lo meta por el culo para purgarme? – dijo la finolis, y es que he olvidado señalar, en la semblanza de la princesa (magnífica, por otra parte), este rasgo tan bonito de su personalidad. La extrema ordinariez de la que le gustaba presumir.

No sabía que servía para eso – dijo el alelado marqués.

El caso es que sí servía para eso. Pero a Medices no le importó la grosería ilimitada de su lenguaje y su referencia escatológica, ni siquiera la poca amabilidad y educación que demostraba la pregunta. Acostumbrado a ver el lado bueno, o más bien, el lado que le beneficiaba de cualquier asunto, se agarró a la frase que antecedía a la pregunta, a ese “eso sí que no me lo esperaba”, para convencerse de lo bien que había ido la cita porque había conseguido sorprenderla. No le importó que la princesa hubiera quedado, sin hablarlo antes con el duque, con su monitor de fitness y su entrenador personal para la cena rómantica en el restaurante francés. Que no le hiciera ni puto caso en toda la noche (sólo en el momento de sacar la billetera le sonreía) y que acabara fumando en la fría y lluviosa noche madrileña mientras ella se lo montaba con los dos maromos en el Jaguar del duque. Para él, optimista incurable, estúpido en constante recaída, la cita había ido de cojones.

Un año después, la desposó. Pasaron muchas más citas humillantes - en varias ocasiones, no solo su coche, sino que tuvo que ceder su propia cama para que la princesa se acostara con jóvenes agraciados - y directamente peligrosas, como aquella ocasión en que de broma, le pegó un tiro en un tobillo y se lo destrozó para siempre, o cuando le dejó en pelotas totales, haciéndole creer que lo follaría, en un armario de un dormitorio de Ikea.

Pero, contumaz, se casó con la princesa. Y ni siquiera así consiguió acostarse con ella. En su viaje de novios se llevó a un prometedor pintor (prometedor porque le prometía muchas cosas, cosas que nunca cumplía) y a un batería borracho a los que se tiraba en noches alternas, ignorando carnalmente a su marido.

Podías hacerme una paja – le dijo un día mientras miraba al botones del hotel montar a su golfa mujer por detrás, y le ofrecía su miembro morcillón

Y tú podías ser un pepino, así me servirías para algo – dijo la princesa con ojos de perdida.

Ya en palacio, Dórocy siguió siendo golfa, Medices estúpido y el Madrid el mejor equipo del mundo. Medices se acostaba con los sirvientes gays, que eran cantidad, algunos al servicio de la princesa (y de la reina) y en ellos descubrió que para tirarse a un tío, o para que te la chupara, no hacía falta un gran esfuerzo, solo dejarse. También descubrió que los gays valoraban y celebraban su enorme pene y, sin mayores preguntas ni promesas, estaban dispuestos a celebrarlo.

Un día, el peluquero de Dórocy le dijo mientras se la meneaba con gran pericia, que el rey entendía, y que le iban las pollas grandes. Coño, se dijo Medices, es mi oportunidá. Se puso su pantalón tirolés (que guardaba desde su primera cita con Dorocy, como recuerdo “de una gran cita”) sin ropa interior y fue paseando al despacho real meneándose con la mano en el bolsillo para evidenciar la grandeza de su nabo.

Caramba – dijo el monarca, que era muy observador - , ¿qué tenemos aquí? – y él solito se respondió -  a fe mía que nos hallamos ante un notable mango…

Y yacieron.

Y resultó que de su fornicia desatada surgió el amor real; de una coyunda más que satisfactoria, el rey quedó prendado para siempre. Mandaron a la reina a recoger espárragos y desposaron, hombre con hombre, lo juro por mis hijos. Hizo un solemne comunicado a su pueblo:

Soy el rey y me caso con este, que le cuelga medio metro entre las piernas. Lo hago por el bien del pueblo. (vítores, fanfarrias y todo eso)

El duque fue, pues, rey consorte, y jamás dejó de ser estúpido y de anhelar el cuerpo de su mujer, porque el rey podía casarse con quien le saliera de los huevos sin necesidad de que el objeto de sus esponsales fuera libre a efectos del registro civil, institución que se pasaba por el forro con admirable olimpismo. Medices estaba casado con el rey y con la princesa, era supersangre real y se aficionó a la fotografía y al cultivo de narcisos.

 La princesa Dórocy siguió siendo una golfa y pasándoselo de cine, cepillándose a todo quisque, salvo al estúpido duque, ahora rey consorte.

Por lo menos, podías llamarme papá – le dijo Medices a Dórocy, y su carcajada se oyó en todo el reino

Otro día, su alteza real Medices le dijo a la princesa Dórocy

¿Por qué me tratas así?

Y ella, resuelta, respondió

Porque eres Estúpido. Y yo, una Golfa.

 

 

 



[i] Miembros: titulares de membresía o también, pollas

sábado, agosto 22, 2020

Al pasar la parka

Lo bueno de estos días es que tienen muchas cosas buenas. Pero, la mejor, para mí, es que al salir a la terraza puedo oír cómo las niñas, a la vuelta, cantan al unísono esas horribles canciones que, sin embargo, tanto me gusta escuchar, mientras juegan a la goma o a la comba. Las canciones son horribles pero oir a las niñas cantarlas me encanta, como ver a los chavalillos pasar por debajo de mi terraza en bici. Me gusta imaginar a las chicas, merienda en mano, esperando su turno para hacer ese trabapiernas que es la goma; o bien, quietas, haciendo de poste, o como le llamen a las que se quedan de pie, pacientemente con la goma en los tobillos, luego en las rodillas, luego en las caderas... cuando llegan estos días, y oigo el soniquete de esas canciones, sé que ya no es tiempo del clavo, que precisa de tierra mojada, es más de chapas o de canicas. Ya sé que el sol tardará en ponerse y las tardes serán largas, y que podremos jugar partidos a cocacola sin que se nos haga de noche, que es un fastidio.
Las chicas que me gustaban, mis amigas, en realidad, eran ya mayores para jugar a la comba y yo soy mayor para mirarlas sin levantar sospechas, pero es que me parece que no es primavera hasta que no empiezas a oír al pasar la barca, Te convido o cualquiera de esas. 
Yo vivo en el segundo piso del número 15 y, desde mi terraza, no veo a las niñas jugar, que las oculta una de las casetas que hay entre los dos edificos, pero las oigo, y sí que veo a los niños, con el bocadillo en una mano, y simplemente apoyando el dorso de ésta en la empuñadura del manillar,  pasar justo debajo de mí en uno de los extremos (el de suelo empedrado) del circuito oficioso de los biciclistas. El otro extremo del circuito es de tierra, en la parte más salvaje del jardín, la que queda junto al número 11 de la calle, pero dentro de lo que hoy llamamos urbanización, y que no es más que un espacio privado entre dos edificios.

Cuando haces este circuito en la bici, pasas por donde las niñas justo después de dar la vuelta bajo mi terraza. Es una especie de claro, de pequeña explanada empedrada, junto a la rotonda (el redondel) del aparcamiento, donde ellas se reúnen, algunas también con sus bocadillos, algunas con sus faldas de tablillas del uniforme de los colegios, todas tan bonitas, haciendo un conjunto tan deslumbrante, que te rompen el alma, aunque no te atrevas a decírselo a nadie, no te tomen por una niña o algo peor.
 
Los dos edificios que conforman lo que llamábamos el parque (la urbanización, que dirán los que hoy viven allí) son un total de 8 portales, con 8 pisos cada uno y dos viviendas en cada piso, y en la época del baby boom y tratándose de familias tradicionales, podéis imaginaros la cantidad de crías humanas que había por allí. Mis padres contribuyeron a la superpoblación con 7 churumbeles, de los que yo hacía el sexto, y no éramos, ni mucho menos, la familia más numerosa. Con semejante descendencia, no había una pandilla, sino una docena al menos, y dos años bastaban para diferenciar la pandilla de los mayores de la nuestra que, supongo, seríamos los pequeños, o algo por el estilo. Mi grupo de confianza era más reducido. Los nacidos en el 64/65 éramos unos poquillos que estábamos entre dos aguas y siempre recuerdo que nos quejábamos de lo mismo: en nuestra pandilla no había tías

Los mayores nos putean a veces, pero en verano, por razones de pura supervivencia, se diluyen las fronteras entre pandillas. El caso es que entonces, la mayoría veraneaba, es decir, unos días después de acabar el cole, se las piran a su pueblo, a casa de sus primos o donde fuera, pero se iban. Y quedaba en el parque como un pequeño retén de emergencia, compuesto por los que sólo nos íbamos en el mes en agosto. En alguna ocasión, por motivos de trabajo de mi padre, o porque la cosa no andaba demasiado fina en casa, ni siquiera en agosto y recuerdo esos 2 veranos (creo que fueron 2) como lo más espantoso de mi vida.

En uno de esos veranos conocí a Samuel. Samuel era, por decirlo en términos sencillos, un gilipollas con ínfulas. ¿Ínfulas de qué? Ínfulas de gilipollas, aisey. Era un gilipollas que hacía gala de su soplapollez en cualquier momento y circunstancia. Si en un momento dado podía elegir entre ser discreto y meter la pata, siempre metía la pata, y la metía hasta el sobaco, con convicción y alharacas, adornándose en la suerte y siendo muy, muy idiota. Yo, que entonces debía ser sólo un poco menos gilipollas que Samu, y a pesar de lo gordo que me caía, iba con Samu por dos razones. 1) No había nadie más, literalmente y 2) era mod. Lo siento, pero era así, era muy mod, con su flequilloindolente y casi albino,con sus zapatones, sus calcetines a juego con el polo, sus pantalones tobilleros, su speed de anfetas, sus camisetas de Specials... y yo estaba un poco prendado de todo aquello y me parecía que si aparecía en septiembre con un tío así, no sé, iba a molar muchísimo.

Fuimos en aquel agosto a un par de conciertos gratis por la pradera de San Isidro, fumamos un montón (algo que no me gustaba demasiado) y bebimos casi toda la cerveza que podíamos robar de la fábrica de Mahou, a pleno rendimiento en agosto. Las conversaciones con él eran estúpidas y siempre tenían lugar alrededor de un patrón que a Samu le gustaba marcar de antemano.
- ¿Hablamos de grupos mods? - era un ejemplo de patrón de lo que Samu entendía por una buena conversación que te cagas. A mí, qué quieres, me gustaban los mods, claro (Sómolosómolosómolosmods!) pero esta cosa gregaria de las tribus, esa necesidad de pertenencia, no la tenía. Él siempre decía grupos de la época, late 70s y early 80s, y yo siempre disparaba por Kinks, Small Faces, Searchers, Hollies... Un día (esa buenaconversaciónquetecagas tenía lugar, al menos, una vez al día) dije que los primeros Beatles, que hasta yo sé que no eran mods, nunca fueron tan poca cosa, no te jode, pero me dijo
- Esos son unos plásticos - que era como se despreciaba a aquellos que querían unirse a una tendencia, pero su falsedad quedaba en evidencia - y están superimportados

- ¿Cómo dices? 
- Que la gente le da mucha importancia, superimportados
- Se dice sobrevalorados, merluzo
 
Ese día terminó regular nuestra buena conversación que te cagas. Los Beatles son un tema serio. Si quieres que te aprecie, no digas gilipolleces sobre los Beatles, por favor te lo digo.

A veces, jugábamos a (perdón teníamos una buenaconversaciónquetecagas acerca de) cantar una canción no-mod y el otro tenía que adivinar el grupo y el título de la canción. Ese juego fue el detonante, la gota que colmó el vaso de mi paciencia para mandar a Samu a hacer gárgaras. Aquel día Samu estuvo gracioso, aunque sin pretenderlo. En ese juego -BCQTC-, muchas veces, claro, el título estaba en el fragmento de la canción, al menos en mi caso, porque Samu , que no tenía ni flores de ingés, inventaba la letra, pero dándose lustre con un convencimiento de estrella del rock, en una especie de inglés de pacotilla. Gracias a esa forma suya de cantar aprendí que Feelin' groovie, A hard day's night y Mull of Kintyre eran, en realidad Eslogan (por el principio, Slow down...) también conocida como la del rugby (feelin'grooovieeee....) , Espinajaus (el It's a been hard day's night, en su cabeza era Espinajaus, jaus, jaus...) y Ah, Look in time, que era como sonaba en su cabeza el Muuuuulll of Kintyyyyreeee inicial de Macca. Esa me hizo tanta gracia que se la hice repetir una y otra vez y cada vez me reía más fuerte, porque no podía creer que el pretendido experto fuera tan memo. 
Era muy curioso, y muy revelador, que el experto mod cantaba canciones nada mod, solo repetía las melodías que había oído a sus hermanos mayores (como me pasaba a mí, soy hijo musical de mis hermanos) o en la radio... pero en los 40, nada de radios independientes y emisoras guays.
 
Aquel día, juraría que acabando el mes de agosto de 1980, de mis 16, con aquel inolvidable Ah, look in time, mis risas, irreprimibles, os lo juro, fueron demasiado para su maltrecho orgullo y nos separamos, él cabreadísimo y yo muerto de risa.

El verano terminó como siempre, para mí, examinándome a primeros de septiembre de las 4 o 5 asignaturas que me habían quedado en junio y exprimiendo los días que iban del fin de los exámenes al inicio del curso, que eran los únicos en los que gozaba de verdadera libertad en el verano. Si me dijeran, ¿repetirías tu vida?, pues no lo haría. Aquello de catear 4, 5 o 6 era un verdadero coñazo y aun hoy lamento haber sido tan zoquete de no darme cuenta. En esos días, me llamó un par de veces Samu, pero no quise ponerme (te está llamando ese tío tan raro, me decía mi hermana, con el teléfono en la mano, sin tapar el auricular, y yo gritaba, ¡dile que no estoy, hoy tampoco...!) porque, bueno, decía Espinajáus y mis amigos ya estaban en Madrid y a veces, de adolescentes éramos verdaderos capullos, y yo soy un campeón en eso, podéis creerme.

Pasó ese invierno y hubo alguna llamada más de Samu y yo nunca quise hablar con él, me parecía que habían pasado siglos y no quería verle. Aquel año, repetí 2º de BUP y eso me hizo, no sé, madurar en algún aspecto. Mis nuevos compañeros de clase me parecían críos. Pasaron las navidades y en una fiesta de fin de año que se celebraba en la plaza de la Basílica, en la calle Orense, en los bajos, o el club social, o algo así de la basílica que daba nombre a la plaza, el grupo en el que tocaba, Los Residuos, en el que tocaba el bajo (de mentira, porque no tenía bajo, y tocaba con la guitarra eléctrica de mi hermano pequeño, que era más listo que yo, y sacaba mejores notas, y tenía guitarra eléctrica, una Les Paul sunburst, preciosa) daba un pequeño concierto. Normalmente, cuando me metía en un grupo, exigía cantar una de los Beatles, y luego hacía lo que me dijeran que hiciese. En ese concierto, mi tema era I call your name, lo recuerdo muy bien. El concierto fue un absoluto fracaso, con la gente sin hacernos ni
 
  
 
puto caso, pero salimos de allí sintiéndonos muy bien porque habíamos preparado un tema definitivo "Pero qué publico más tonto tengo" de KK de Luxe y nos quedamos tan anchos llamando subnormales a gente a la que no le importaba una mierda si cantábamos eso o si nos colgábamos de los huevos en el altar mayor.
Un rato después de que acabáramos entre la indiferencia absoluta del respetable, me estaba tomando un salvaje mirinda (el alcohol no corría por ahí, precisamente, y menos si eras pringadillo, como yo) y se me acerca un tipo con aspecto de lo que luego  llamarían skinheads, pero que entonces solo era como una versión radical y violenta de los  últimos mods, al que creía conocer, pero no recordaba bien
- Buen concierto de mierda... -  me dijo. Era Samu. Se había rapado la cabeza  y algo en su aspecto era truculento, desagradable, atemorizaba a un buen chico travieso como yo. 
- Coño, Samu, tú por aquí...  te veo bien
- Dos de tu grupo son mods, uno punkie y luego tú... que con ese traje pareces un gilipollas pringao
Glups.
- Hostia... iba a decir lo mismo de ti
- Yo no llevo traje
- No te hace falta. Con esa cara ya pareces bastante imbécil
Samu levantó y echó su puño derecho atrás teatralmente, como hace la gente que NO te va a dar un puñetazo, pero quiere que el personal crea que va a hacerlo. En nuestro verano, me lo hizo muchas veces, pero siempre me pareció una broma. Ese fin de año, aunque no lo demostré, algo en su mirada de loco, de su sonrisa nada amable y muy psicopática, me asustó de verdad. Vamos, que casi me meo encima.

Al salir de aquella desagradable fiesta (mal concierto, peor posconcierto) fui con mi ridículo traje gris, que me parecía muy mod, pero no lo era, y la guitarra de mi hermano colgando a coger el metro para volver a casa. Solo y derrotado, debía gastar un aspecto desastroso.  Desde lejos, en la boca del metro de Orense, vi que Samu me esperaba, fumando, iluminado a contraluz por la luz que salía del metro, envuelto en esa nube tan característica de humo de costo, con los brazos cruzados y las piernas abiertas asomando bajo la parka verde. Con los pies, enormes pies en esos enormes Dr. Martens como clavados en el suelo, me retaba desde lejos. Fui caminando hacia él, pensando que me caería una hostia o dos, pero sin darle la satisfacción de descubrir que me asustaba. Me detuve muy cerca de él, casi rozando su nariz y le dije.
- Feliz año, pringao - y pude oler su aliento, de porro y de rabia, de decepción y dolor y vi unas lágrimas anegar las cuencas de sus ojos mientras sus mandíbulas temblonas se tensaban de una forma, de verdad, temible. Pero, por alguna razón, no soy un pequeñajo, aunque jamás he intimidado a nadie por mi aspecto, yo le infundí a él más temor del que él me infundía a mí. Y, a punto de romper a llorar, pero, aguantando como un machote, se apartó y me dejó el paso expedito; empecé a bajar las escaleras sin mirar atrás.
- Te vas a acordar de esto, Wolffo -gritó, histérico y con un fondo de llanto en su voz - yo seguí bajando las escaleras, sin atreverme a volver la cabeza, muerto de miedo, tratando de no echar a correr, que era justo lo que querría haber hecho.

En aquel invierno no hubo más llamadas ni volví a saber de Samu. En el curso, en mi instituto, las cosas iban bien, me acostumbré a mi segundo 2º de BUP, a mis nuevos compañeros y a la vida sin suspender 5 en cada evaluación. Mis padres, tras el disgusto de mi curso perdido, dieron por bueno el trauma, y ahora, es verdad que un año más tarde, empezaba a parecerme más al chico que ellos hubieran querido que fuera.
 
Aquella tarde, salí a la terraza, a finales de abril, en una tarde de sol lánguido y perezoso, una tarde esas que anuncia un verano lento y caluroso y oí aquellas canciones otra vez. Claro, ya no eran mis amigas, ni siquiera la pandilla siguiente a la de mis amigas. Era otra pandilla de niñas jugando a la goma, y cantando las mismas canciones. Me quedé de codos en la barandilla de mi terraza, mirando al infinito y escuchando ese bendito soniquete que jamás admitiría ante mis amigos que me resultaba tan evocador. De pronto, por mi lado del parque, por una entrada del empedrado para peatones, irrumpió una vespa naranja, llena de espejitos y faros y entró a toda velocidad en el circuito oficioso de las bicis.

Paralizado, absolutamente petrificado, vi como la vespa atropellaba a dos niños que aprendían a montar en bici, los ignoraba y seguía su siniestro camino hacia las niñas de la goma y las canciones. Los gritos de pánico sustituyeron a mis canciones y me metí en casa para bajar corriendo al parque, porque el piloto de la Vespa, con casco, llevaba una parka verde siniestramente familiar. Llegué allí en pocos segundos y casi me muero de la impresión. Había tres niñas en el suelo en sendos charcos de sangre. El tipo de la moto, sin quitarse el casco, sujetaba a una cuarta niña por el cuello, contra su pecho y enarbolaba un enorme revólver. El hermano pequeño de esa niña, un crío simpatiquísimo de apenas 5 años gritaba sin parar que soltase a su hermana. El tipo de la moto gritó, sin soltar a la niña:
- ¡Cállate de una puta vez, niño...! - y esa voz, y la angustia que latía bajo ella, despejaron todas mis dudas. Era Samu; y como quiera que el crío solo empezó a gritar más fuerte y se acercó, con sus bracitos de plastilina, con la ilusa intención de liberar a su hermana, Samu le descerrajó, apenas a medio metro, un tiro en su cabecita castaña y pequeña, y ésta estalló como una pequeña sandía, con una explosión inútil y roja. A continuación, una quinta bala destrozó la cabeza de la niña a la que tenía agarrada, que estaba paralizada con la muerte de su hermano y sus amigas.
Samu todavía sujetaba el cuerpo inerte de la niña contra su pecho cuando se dirigió no sé muy bien a quién, pero señalándome, apuntándome a mí con su revólver.
- Ese hijoputa es el culpable de todo. 
Pensé que ya estaba, que yo era el destinatario de esa sexta bala y que la cosa, la vida, terminaba ahí. En ese lugar. En esa canción, al pasar la... parka.
Pero Samu se quitó el casco. Le había crecido el pelo otra vez. Ese pelo rubio pajizo tan lacio y tan de buen chico. Dejó de apuntarme.
- Feliz año, cabrón - dijo. y esta vez, no cabía duda, me lo dijo a mí.
Se metió el cañón en la boca y adiós.
Al pasar la parka, al pasar la parca.













miércoles, agosto 12, 2020

El hij0pvta del pantano

 

¡Ja! He sabido que si escribes pvta, con uve, en vez de escribirlo bien, con u, los bots censores de Facebook, Twitter y todo eso, se lo comen con patatas, porque bueno, son idiotas, por decirlo en términos científicos. También puedes escribir p0lla, con cero en vez de o, y es un truco buenísimo que no sé para qué sirve, pero es bueno, de todos modos, eso es innegable. En fin, esta introducción viene a cuento de que voy a contaros una historia susceptible de ser censurada por los poderes fácticos y opinativos y creo que aquí vendría bien un punto y coma, aunque, ¿¡quién usa hoy punto y coma!? ¡Yo!; una historia que pone frente al espejo de sus contradicciones a los poderosos y a la gente que compra en Mercadona productos frescos, que no me entere yo. Si llegas hasta el final de esta historia verás dónde he aprendido estas cosas tan provechosas.

Es la historia de Eibbor el Paio, un ejemplar raruno de ser humano que va por la vida como si nada, haciendo daño a la humanidad con su imperdonable actitud de comadreja plácida. Es de esas personas que, no sabes bien porqué, se te pegan desde pequeño y no te los quitas de encima ni con agua caliente: ya puedes cambiar de ciudad, de país, de planeta, que un día, estás tranquilo, a mil millones de kilómetros de todo, tomándote un café y aparece con su aura pelmaza alrededor en plan, coño, que casualidad y tú te resignas. Además, siempre ha tenido metida en la cabeza la idea (falsa, errónea, tóxica) de que somos colegas, cómplices, almas gemelas, por más que intente quitármelo de encima cada vez que aparece.

El Paio, debéis saberlo, es de raza aceitunada, una raza que os juro que en mi libro de 5º o de 6º existía, había gente de raza blanca, negra, amarilla, roja (indios americanos), indios normales (no arapahoes, no pies negros, no sioux) y los de raza aceitunada, lástima no conservar el libro, porque recuerdo leer el párrafo con estupor infantil y aun hoy, a mis 55, lo recuerdo vivamente. Raza aceitunada.

Eibbor toca la bandurria tenor en ASMA, Asociación Sabrosona el Merluzo Agrio que, en contra de lo pueda parecer, es un grupo indie insoportable, con ínfulas de son cubano, aunque ellos dicen, en un chiste preparado que colocan en cuanto pueden, que prefieren ser definidos como indi--anos (ja-ja-ja…). Además de eso, es vegano, tertuliano de verano y se hace truchos (pajas) a dos manos. Como veis tiene una fijación con las terminaciones en ano, quizá porque tiene un par de piernas que carecen absolutamente de interés, irrelevantes de la ingle al dedo gordo, y podría decirse de él que es persona solamente hasta el culo, que termina en el ano y que, de ahí abajo, ya no importa una mierda a nadie en el planeta. Tampoco es que importe mucho del escroto hacia arriba, pero hay quien se preocupa por él, como su madre y esa clase de personas.

Se ha hecho runner, y quiere que salga a hacer kilómetros con él y yo, sinceramente, prefiero una embolia. Se me agota el repertorio de excusas, y eso que he recurrido a las más psicodélicas (me ha salido una segunda espalda, viene a verme el Rey del Congo, he quedado con el descendiente directo de Jesucristo, que me voy a un congreso de gilipollas en Managua, que me ha sentado mal el elefante que me comí anoche, me van a operar del procesador para ver si puedo hacerme robot, porque yo me siento como tal), pero es tan insistente que un día, voy a tener que acompañarle… y ese día ha llegado.

Viene a buscarme en un Opel Corsa con culo/maletero separao (tercer volumen) negro del 92, con una especie de lenguas de fuego a los lados y un spoiler trasero que, además de feo, es completamente inútil.

¿Y este coche?

Ya ves… ¡un clásico!

Sí… el clásico coche del hortera de hace 30 años

Si tiene hasta spóiler

Prefiero que no me cuentes el final, mejor descubrirlo por mí mismo, ja ja ja

Ja ja ja, por el spólier, lo dices, qué gracioso eres…

Fuimos al Pantano de Valtimore del Condado, conocido localmente como Paidelamanesía, pues era la célebre fotógrafa, diseñadora, cocinera, bajista y rompecorazones PaiPai quien con sus fotos del

Pai sunrise
Foto @paidelmal
amanecer (de la amanesía) sobre el embalse, dio fama internacional al paraje.

Empezó a dar saltitos y a hacer movimientos raros que él llamaba estiramientos, mientras daba rienda suelta a su locuacidad y de pronto dijo

Coño, la mascarilla

Y se puso una especie de pañuelo de cuatrero color caca

¿Te pones eso para correr? Le pregunté alucinado. He de aclarar que todo esto sucedía el año pasado, cuando las mascarillas, fuera de un quirófano, de un laboratorio, resultaban extrañas

Claro que sí, hombre, por la contaminación, los trasgénicos y el cambio climático

¿Y el feminismo…?

Bueno, un poco por el feminismo, también

Y los migrantes, claro

¿Eh…? Me miró extrañado ¿y qué tienen que ver los migrantes con esto? Dijo como si todo lo demás sí que formara parte del mismo batiburrillo

¿No estiras? Me dijo mientras hacía unos movimientos nada atractivos. Le dije que esa parte, y la parte de correr, prefería dejársela a él, que yo había ido más a meditar y eso. No es que le pareciera bien mi explicación, pero le descubrí, mirándome a hurtadillas, como intentando calibrar el diámetro de mi tripa y tratando de averiguar, como quien mira los anillos de la sección de un árbol, cuántos años llevaba sin

hacer ejercicio, y me dejó en paz. Quedamos en reunirnos allí mismo una hora después y se marchó a una velocidad encomiable, con una especie de alegría juvenil y dicharachera y un vaivén relajado, recordándome una vieja comedia de los 90, alejándose en unos segundos de allí, dejándome una impresión agradable y desapareciendo de mi envidiosa mirada. La envidia, debo decirlo, duró tanto como su imagen al desaparecer tras el primer grupo de árboles.

Cerca de donde estaba, por no despistar al personal, o por no darme una caminata inútil, me senté en el suelo, apoyando la espalda en un pedrusco gordo y me quedé como un cesto en cuestión de segundos. Todo en esa mañana sucedía en cuestión de segundos, al parecer. O eso, o estoy repitiendo un poco más de la cuenta mis coletillas.

Desperté casi en seguida, y me puse a dar un paseíllo, buscando un recoveco bueno para mear, que tenía la vejiga a punto de estallar. Como allí no parecía haber nadie, me encaramé a una piedra enorme que había en la orilla del embalse y me puse a mear al agua fijándome, más que en la bella estampa que –sin duda- estaba componiendo, en que el pis dibujara un bonito arco y aproveché para, como suelo hacer cuando creo estar solo, forzar la máquina abdominal para expulsar un sonoro cuesco a todo lo que da. Fue, podemos admitirlo sin miedo a parecer inmodestos, una gran ventosidad, más cercana al chapoteo de un hipopótamo que al redoble de timbales por lo que, presumí, los calzoncillos debían ser cambiados cuanto antes, pues esos cuescos con tropezones son placenteros de expulsar, en la misma medida que aspersorhez, que es la forma culta de unir las palabras aspersores y hez.

Contraviniendo la Teoría General del Peo, que reza en su apartado IV que entre el peo y el olor se establece una relación inversamente proporcional, aquella fue una explosión de notable estruendo y aún mayores efectos odoríferos.

hmmm... cortezas, dijo una voz femenina que me resultaba familiar, pero que no me atrevía a identificar con exactitud. E hice bien, oh, capitán, mi capitán, pues allí se encontraba Isabela Caballuna, con su cámara Réflex aún humeante. Había sido alcaldesa de Valtimore del Condado hacía unos años, cuando su partido ParMonPro (Partido de las Monjas Progres) era predominante en la zona, antes de que el escándalo de los hábitos en B acabara con su credibilidad.

perdona, ¿me has hecho una foto? le dije en plan chulito

Técnicamente, no... me dijo ella, bajándome los humos

¿Tecnicamente...? 

He hecho una foto del paisaje, y puede que salgas, lo sabré cuando revele el carrete

¿Carrete? Maldición, era de esas. De esas personas que saben discutir. De esas personas que saben andar por la vida. No como yo, que sólo sé cagarla. De esas personas que te desconciertan con una cortinas de humo (carrete) y se van y tú te quedas con cara de pánfilo

Cuando volvió El Paio, aún seguía con cara de gilip0ll4s (para que veas que yo también sé escribir como la gente lista) y me preguntó que qué me pasaba. Le conté. 

ah, bueno, no te preocupes, no pasará nada, solo es periodista, ya no es alcaldesa, no te va a multar ni nada

joder...

 Una cosa he aprendido de Eibbor El Paio, y es que nunca acierta, por fácil que se lo pongas, su proceso mentañ siempre le lleva a la conclusión equivocada. Es una especie de don que tiene. Y, hace más o menos un año, justo en los días en que sucedieron estos escalofriantes hechos que hoy relato, obtuve la última prueba que confirmaba esta teoría sin fisuras.

Resulta que había quejas en el pueblo porque en las últimas semanas, habían detectado un sabor extrañamente amargo en el agua y los tribuletes locales andaban como locos buscando pruebas que señalaran al culpable de la teoría conspiranoica en boga: una empresa malvada hacía vertidos ilegales en el embalse. Y al día siguiente de mi amable encuentro con la antaño regidora municipal, hogaño incisiva piriodista, me encontré con esta portada en uno de nuestros periódicos locales.

Los muy cabrones, prensa manipuladora, me habían photoshopeado y me habían puesto una cabeza -la de arriba- enorme.

(y ahora, ponte los cascos y escucha esta delicia)