lunes, julio 27, 2020

Me declaró la Paz

Octavia, sabrosa y sexual como pocas, al parecer, estaba en guerra conmigo. Estábamos en guerra, vaya, pero no una guerra demasiado cruenta, al menos para mí, hasta el punto de que desconocía que se hubieran desatado las hostilidades.

Ella me gritó aquella vez, vale, insultos, manotazos al aire (mírala mover sus manos al hablar de una forma teatral -al modo andaluz, más que italiano- y, lo admito, excitante, que me empalmo, vaya) y ese tipo de cosas, y yo resolví no volver a verla. Para ser justos, en el fragor de la batalla, yo la acusé de inmadura, que no sé exactamente si es un insulto (imbécil sí lo es, de eso no hay duda), pero básicamente aguanté como pude el chaparrón de histeria de su ira tan locuaz, con lo que me pareció una elegante distanciamiento, tirando mis darditos, vale, pero hierático y con la tranquilidad del que sabe que como se mueva mucho, le cae una hostia liftada.
Octavia es artística, modernista y surreal, premiada y reconocida, diplomática y dueña de una de las mejores curvas cadera/muslo de todos los tiempos y lugares, lo que propiciaba un glorioso cruce de piernas cuando se ponía vaqueros.
Pero, técnicamente (no sé si os habéis dado cuenta, pero cuando alguien dice "técnicamente", rara vez se alude a cuestiones técnicas, suele ser preludio de una precisión, como ahora, conceptual) no estábamos en guerra. Hasta el día en que se puso como una hidra, nuestra situación era la de siempre: yo intentaba tocarle el culo y las tetas cada vez que la veía y ella me esquivaba con la facilidad con la que una anguila
esquiva a un hipopótamo, si bien debo decir que yo soy más pesado... pesado no, más contumaz que un hipopótamo. Siendo yo pesado como un hipopótamo joven, podríamos decir, y ella contumaz como el conejito tamborilero de Duracell, bueno, y también una sirena elegante y acuática, pero también un poco cabraloca y dispersa. Esa era nuestro statu quo.
A partir del Día De Los Gritos, yo no quería verla. Y pensaba que a ella se la sudaba, pero resulta que no, que ella pensaba que estábamos en guerra. Y en esas, un día me dice: por mi parte, paz.
Un armisticio, cómo decirlo, en la guerra, un armisticio sería la suspensión de hostilidades pactada entre pueblos o ejércitos (o razas animales hipopótamo/conejito a pilas) beligerantes.​ Según la Convención de La Haya de 1899, suspende las operaciones de guerra por un mutuo acuerdo de la beligerancia.
Smittiger, filósofo Austriaco de la primera mitad de los 60 no estaría de acuerdo con esta definición, así que Octavia usó lo que la gente enteradilla llamamos la excepción Smittiger para declararme la paz por su cuenta y riesgo.
Fue un gesto encantador, lo admito, pero no firmamos y fue por mi culpa. Quién lo iba a decir, conejilla, que un día me plantaría ante ti, antaño dominatrix, la que dominaba hasta mis sueños, hogaño la extraña más íntima que tendré jamás.
Mírala.
Está con los pies juntos, descalzos, atados entre sí y a la silla. las manos, juntas y detrás y duerme como un ángel, un ángel de alas rotas y apresado, y me ha declarado la Paz. Cierto, eso ha sido antes de que subiera a su casa, corriendo escaleras arriba, de dos en dos, de tres en tres, para plantarme ante ella y entrar en su casa de forma expeditiva, empujando su cuerpo sorprendido e inmóvil por el desconcierto.
Por allí, por cierto, estaba su marido, Octavio (sí, hija, un matrimonio de Octavio y Octavia, qué le voy a hacer), que no dudó en venir a socorrer a su mujer, en el suelo y desubicada. Octavio es un buen empleado de banca, lo juro, pero los buenos empleados de banca no afrontan bien estas situaciones, se puso nervioso y empezó a decirme tonterías del tipo... bueno, esas tonterías que dicen los empleados de banca, que si con qué derecho, que si no toleraría...y tuve que hacerle entrar en razón con un golpe seco del canto de mi mano en su frágil y nuezuda garganta. Se calló como un pajarito herido, gimiendo naderías, muy desagradable de escuchar, así que le abrí la garganta de un navajazo y allí se quedó, con la espalda apoyada en la pared, tiñendo su ropa de empleado de banca de rojo oscuro, como un bobo, jajaja.
Octavia está paralizada... o más bien muda y como atontada.
¿Dónde están tus modales?
Ofréceme algo, hija, le dije empujándola fuera del hall que, de verdad, se estaba poniendo desagradable, con toda aquella sangre. Si alguna vez le dais boleto a un tío flacucho, no os sorprendáis, sangran mucho más que nosotros, los gordos, y su sangre es más oscura.
El bebé estaba en la cuna. Bastante mono, pero muy mal conversador
- no le hagas nada, por favor
Octavia debe ser idiota. ¿Cómo no me di cuenta antes? Los bebés me la traen floja, solo quiero que ella me explique porqué me ha declarado la Paz, creo que no es nada estrambótico lo que estoy pidiendo. Lleva una especie de pañuelo sedoso, un fular, y un vestido gris muy claro, casi, casi blanco. No puedo evitarlo y le doy un tremendo puñetazo en la nuca y ella cae como un saco de arroz, pero sin derramarse.
A los pies de la cama, hay una silla de madera, con asiento de nea, y la siento allí con delicadeza, atándola de pies y manos. Si hace 2 semanas me dicen que voy a tener sus pies desnudos en mis manos y no voy a hacer nada, no me lo creo. ¡Con lo que soñé yo con esos piececillos!
¿Por qué me declaraste la paz?
Incluso así, inconsciente, la forma en que sus pechos llenan el vestido, sus pies desmayados, caray, casi me hace dudar.
Ella me rompió el corazón, así que la paz, o la acordamos, o se la mete por el culo. A estas alturas, hasta yo me doy cuenta de que me he metido en un lío fenomenal.
Saco el móvil y le pregunto a Google "¿Cómo sacar el corazón a una persona?", porque es lo que quiero hacer. Rajarle el pecho y sacarle el corazón. Pero Google para estas cosas no sirve, todo son consejos de mierda y autoayuda
Si alguna vez os dicen que a Google le puedes preguntar cualquier cosa, eso es verdad, Google tiene todas las preguntas, pero solo algunas respuestas, y ninguna válida, creo en esos 72,000,000 de respuestas que reporta en solo 0.49 segundos
Tengo que matar a Octavia. He matado al chupatintas de su marido y ahora tengo que matarla a ella.
Y cuando me pregunten que por qué la he matado, solo tengo que decir a verdad: ¿Qué otra cosa podría haber hecho?
Ella me declaró la paz.




Una canción maravillosa, que no gustará a casi nadie y en la que se da la particularidad de que toco la batería, por primera y única vez

Me falta un elemento para completar
la fórmula del viento que sopla detrás
siento que su aliento ya me empujará
descubro el yacimiento del que surge el mar
de tu risa,
me quiero ahogar
entre carcajadas
imprevistas, nado al compás
de tu vaivén y tus caricias

... y luego cuando todo parece acabar
surge la sorpresa que alarga el final
ahora soy yo la presa que quieres cobrar
me escurro entre tus dedos y ese instante
no acabará
quiero escapar
-eterno el tiempo detenido en tu mirar-
no dejarás
Que estemos juntos solos
Ni una vez más

Salto, y tú no estás,
Duermo y me velarás
Canto, y tú me oirás
Callo, y el silencio me viene
Detrás
Quieres dormir
Y el eco de mi voz te despierta
Y quieres huir
¿adónde irás?
Si yo no te persigo...
Vivo dentro de ti

4 comentarios:

Pai dijo...

Historias alejadas unas de otra... ¿cuál sería la versión de Octavia? ¿O su última imagen? ¿Qué habría pasado por su cabeza al verte subir?

Tanto la música que acompaña, como historia son muy chulas

Carmina dijo...

A ver si te desengañas de una vez: a ti sólo te comprendemos Lorna Cor y yo. Con las demás estás perdido, y claro, las cosas terminan como terminan. Si quieres finales felices, sin sangre ni cadáveres, sin preguntas sin respuesta, ya sabes donde tienes que ir.....

Wolffo dijo...

Hmmm interesante perspectiva. El punto de vista de Octavia. Podríamos darle una vuelta a esa posibilidad.
Un besote PaiPai y gracias!!!

Wolffo dijo...

No te conviene ponerte en esa posición, Carmina, creo que hasta a Lorna Cor la he matado más de una vez.
Los acontecimientos son los que son, yo me limito a inventármelos.
Por otra parte, morirse en las Peroratas, ya sabes, es un honor