domingo, marzo 22, 2020

¡Libertad para las tostadas!



Bueno, te hice aquellas tostadas, eso para empezar. La gente, esa gente, dice que si tal y que si cual, pero esas tostadas, Lorna, esas tostadas no las olvidarás fácilmente. Puede que el mundo no se detenga ante unas tostadas, pero cuando no te las esperas, incluso cuando dices, como dice todo el maldito mundo, esa chorrada de es que a esta hora no me entra nada, incluso entonces yo te hago unas tostadas, y tú dices, ufff, eso es mucho, pero yo te dejo las tostadas y en menos de dos minutos han desaparecido del plato.
¿Cómo dices? ¿que una relación adulta no se sostiene sobre unas tostadas? bueno, algunas personas, y no hablo precisamente de las personas más lerdas, no dirían lo mismo. En fin, quizá tengas razón, y las tostadas no sean la piedra angular de una relación, pero tengo más prestaciones, no soy como la Frenchie de Small Time Crooks, cuyas galletas Sunset Farms le valieron el ascenso (y la caída), y que eran, junto a los spaghetti con albóndigas de pavo, su única habilidad culinaria, yo sé hacer más cosas, además de tostadas. Sé hacer cosas y me gusta ver cómo te las comes, aunque a veces se te olvide decir que están buenas, o que no están tan mal, o simplemente gracias.
Aquellas tostadas, ¿eh...?


Saliste de casa sin muchas ganas, ¿recuerdas? pero el estómago satisfecho. Fuimos dos mamarrachillos sin oficio ni beneficio, en tiempos libres, cuando podíamos andar por la calle sin dar explicaciones, sin saber el valor que tenía eso, ser libres. Sin conciencia del tesoro que era caminar por la calle y alternar con otras personas.
Ahora ya no sirve de nada, pero de nada absolutamente, recordar aquellos tiempos, aquellas sencillas tostadas, pero no me queda otra, Lorna, que remembrar los hitos y vaivenes de nuestra agitada historia; porque en estos días grises y enclaustrados, en los que ver a otros, hablarse cara a cara con otros, besar y tocar a otros son cosas tan, tan lejanas, pensar que hubo un tiempo en que tú y yo nos tocábamos... en fin, es inevitable.
Era un ritmo lento, pero constante y pegadizo, empezabas llevando el compás con el pie y acabas bailabdo como en trance y aunque el tempo no varía, el final es salvaje y tremendo.



 

Así era el ritmo de nuestras mareas. Empezábamos tonteando y crecía la intensidad hasta que, como una tormenta, estallaba el mundo, estallaba todo.
Aquel día, junto a la playa, en vacaciones, nos despertamos tú y yo temprano, cosa rara, sobre todo en ti, y preparamos juntos aquellas tostadas... bueno, tú pusiste el café, y el aroma de tu propio ser en aquella mañana, mientras yo preparaba las tostadas. Y todos los demás dormían.
Como cada noche en aquellas vacaciones en Sanlúcar, el alcohol, la música y la francachela se alargaron hasta bien etrada la noche y en un par de ocasiones, entre las risas, las canciones a voz en cuello y los bailes etílicos, nuestras miradas se cruzaron, nuestras sonrisas se dispararon... incluso un ar de veces, nuestros pies, bajo la mesa mantuvieron una conversación intensa y prometedora.
Así que al levantarnos, continuamos aquel inocente y tórrido escarceo, mientras nuestras parejas dormían a pierna suelta la fiesta de la noche anterior. Tú con el café y contándome cosas increíbles (me refiero a cosas difíciles de creer para una mente cartesiana como la mía), iluminando con tu sonrisa, y esa forma tuya de moverte y mover las manos mientras hablas, esa fresquita mañana atlántica que era, sin embargo, preludio de otro asfixiante día de calor andaluz. Tú el café y el buen rollo. Yo, las tostadas. Sorprendentemente, ese horno como de 300 años tiraba de maravilla, así que lo encendí y metí las tostadas; 4 hermosas tostadas de sobrasada, tomate, atún y jamón
Cogimos el café y lo pusimos, junto a las tostadas, en una vieja bandeja de madera, ovalada y enorme, y salimos a desayunar a las rocas.
Me hablaste de un montón de cosas raras y yo escuchaba fascinado. Debo reconocer que la mitad de las cosas que me decías me sonaban a bueno, por dios, de qué coño me estás hablando, y que si no hubieras tenido esa mirada tan limpia, esa piel tan blanca y esa sonrisa, ese pecho redondo y pleno bajo la camiseta, y sobre todo, ese entusiasmo genuino por los disparates que me soltabas, me hubieras estropeado esa maravillosa mañana con tus locuras, pero el verte defender con esa pasión tan auténtica esas cosas tan raras me hizo querer besar cada centímetro de ti. Cuando me hablaste de la piedras, Lorna Cor, casi muero.


Me mataste.
Y aquella mañana nunca se me olvidará.  Y el sabor de esas tostadas, y el aroma de aquel café, y el sonido de tu voz mezclándose con el rumor de las olas... hoy, precisamente hoy, resultan demoledoras. Todo el conjunto es arrebatador, Lorna.
Oigo a todo el mundo repetir la misma canción, saldremos juntos, yo me quedo en casa y esa lastimosa letanía que todos cumplimos menos los que nos la imponen, y me acuerdo de las piedras y de la marea... y quiero morir. Bueno, no, quiero volver a vivir ese tiempo de tomar tostadas de libertad junto al mar.
Es todo cuanto quiero. Libertad para volver a tomar tostadas junto a ti.







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