domingo, enero 26, 2020

La deuda

Estoy durmiendo. Suena,vibra, porque el sonido está desactivado, el teléfono. Miro el reloj de la radio nocturna (otra vez me la dejé encendida sin acordarme de activar la función "sleep") y son las 6:14 de la mañana... ¿quién coño llama a esa hora?
Algo grave.
Pues no; es Bagheera, la pantera negra, la Reina del Silencio, de la que Rudyard Kipling (y no Walt Disney) hizo que me enamorara... y por eso llamo así a... ella, Annith, se llama, pero yo en vez de cielo, o cariño, le decía dime pantera...
Recuerdo su melenita negra, sus maravillosas caderas, sus manos, los pómulos, su sonrisa, sus ojos de hechicera, su alegría de vivir, su risa que estallaba como si tiras una piedra a un estanque lleno de aves bebientes. Recuerdo su manera de hablar, su olor,, la manera en que, sin decir una palabra, me hacía saber que yo también era algo especial para ella. Algo, no en el sentido una cosa especial, sino en el sentido de un poco (solo un poco, no te vengas arriba) especial. No olvidaré jamás esa manera en que, en las fiestas de empresa (fuimos compañeros de trabajo),  desde el otro lado de la sala, ella levantaba la mirada y me hacía una pequeña señal con el dedo, haciéndome sentir distinto, mejor en su consideración, valioso para ella.
Recuerdo que la primera vez que fuimos a besarnos, me refiero a besarnos, besarnos, no a un piquito, a enrollarnos, como si dijéramos, inclinamos mal las cabezas (los dos hacia el mismo lado) y, aunque evitamos una colisión de narices, que hubiera sido un puntito desastrosa (ambos presumíamos de nariz bella y del tamaño adecuado)  nuestros dientes chocaron, creando un momento, sólo un momento de confusión. Fue una sensación extraña, seguida de una rectificación inmediata de inclinación de cabeza correcta por su parte (menos mal, yo estaba algo perdido) y nuestras bocas encajaron a la perfeccción y nos besamos con esa cosa fabulosa que tienen los besos largamente pospuestos, lo que los guionistas (y los pedantes) llaman tensión sexual no resulta; pues así fue la cosa: el beso que resolvía esa tensión sexual, un poco apremiante, urgencia en las lenguas, presión en los labios, caderas magnetizadas, manos en la espalda del otro.
La recuerdo de tantas formas...
Pero todo eso había sucedido 30 años antes. 30 años. Tres décadas sin saber de ella y de pronto, veo su nombre en la pantalla de mi móvil. ¿Esto que es?
- Hola, Wolffo
¿Borracha? estaba bebida, seguro... y por eso me llamaba, no se había dado cuenta de la hora que era. A veces pienso en voz alta, es un defecto que me ha dejado con el culo al aire en un montón de ocasiones. Verbi gratia
- No, bobo, no estoy pedo , ni pasa nada raro... te llamo a estas horas porque llevo pensando toda la noche en ti, dándole vueltas a lo que te debo desde hace... sí, puede que ya hayan pasado 30 años.
Llámame idiota. Pero no tenía ni idea de qué narices me estaba hablando. No soy lo que la gente entiende por un triunfador, llevo 55 años tieso como una pierna de madera y tengo bien presentes a las (pocas) personas de las que soy acreedor, y Annith no estaba entre ellas. También tengo presente a todas las (muchas) personas de las que soy deudor, puede que incluso alguna esté leyendo esto, pero de ese asunto podemos tratar, hablar largo y tendido, como viejos compinches, en otra ocasión.
-Pero ¿de qué coño me hablas?
- Calle Comandante Garmendia, 2
Me sonaba esa dirección... ¿un pub, un restaurante...?
- No, idiota, esa era mi dirección, allí vivía yo. Me acompañaste andando a casa al salir de la agencia un montón de veces.
- Ya... es verdad, vivías cerca
Así que Annith, Bagheera, la Reina del Silencio, tenía una deuda conmigo, y era algo que le estaba rondando la cabeza 30 años después. Pocas veces me he visto en esa situación: una mujer bonita te debe algo, eso mola muchísimo. Lo que sí que sé, es una cosa: cuando me veo ante una oportunidad  largamente deseada, algo de lo que cualquiera presumiría,me arrugo.
Recuerdo una vez, en Las Rozas, después de un concierto en El Aperitoche, cuando era un bar chiquitín en la Plaza de España. Acababa de recoger el equipo y estaba guardándolo en el maletero del coche. Un sábado, a eso de las 3 de la mañana. Dos mujeres que han asistido al concierto o, mejor dicho, que se estaban tomando una copa allí mientras nosotros tocábamos, se me acercan y empiezan a hablar conmigo, mientras acomodo las guitarras y el amplificador y el resto de las cosas en el maletero
- Qué buen concierto, nos lo hemos pasado genial... ¿te vas a casa?
- Sí, estoy cansadísimo
- Nosotras nos vamos a una fiesta,aquí al lado, ¿te quieres venir...?
- Puff, os lo agradezco, de verdad, pero estoy hecho polvo - la verdad es que odio las fiestas y que haya mucha gente en los sitios, menos cuando toco. Pero ir a una fiesta y que esté llena de gente, es un asco. De nuevo, mi mala costumbre de pensar en voz alta involuntariamente, me jugó una mala pasada.
- por si quieres más detalles, por ahora en la fiesta solo va a haber 2 personas... nosotras dos -dijo señalando alternativamente las tetas de ambas- ... y si vienes tú, seremos tres, un trío...
Bueno, no seguiré reproduciendo la conversación tal y como se desarrolló, porque, en fin, mi papel no es muy rumboso, pero el resumen de la historia es que dos mujeres bonitas (no eran super bellezones, pero eran dos bonitas mujeres que, por separado hubieran hecho feliz a cualquier hombre), en mis treintaytantos, me ofrecieron un trío. Y bueno, esta es la verdad, no tuve huevos. O quizá fue al revés, entonces ya tenía una relación que me gustaba y no quise joderla... pero creo que lo que pasó de verdad es que no tuve huevos.
En fin, estábamos en la conversación con Annith y en qué sería lo que me debía una mujer como ella. Hablamos de muchas cosas, fue una conversación de casi 2 horas, muy agradable. Debo decir, en mi defensa, que sí estaba un poquillo pedo, pero hablamos de cosas geniales y de lo bien que nos caíamos. Pensándlo ahora, supongo que es parte de la idealización del pasado y de nuestro pasado en la que, inevitablemente, todos caemos.
En fin, una conversación genial.
- bueno - dijo ella -, ¿qué hacemos con la deuda?
- Pero, Annith, ¿de qué deuda me hablas?
- ¿Recuerdas el sexo sentido?
El sexo sentido. Entre las cosas exageradas que hacía yo entonces, estaba una que vaya, es un poco de psiquiatra. Resulta que a Annith, mientras trabajábamos juntos, para conquistarla, y dado que nunca he sido un tío guapo, o buenorro, ni nada de eso, tuve que ganármela con el coco. Entonces cada día le escribía un cuento. Una chorrada de cuento, pero un cuento que le dejaba en la mesa todos los días. Un día, ella me dijo que le habían llamado la atención porque mi merodeo continuo por su mesa de trabajo hacía que su rendimiento laboral pudiera bajar, porque claro, en vez de estar 100% al curro, dedicaba un x% (un % no determinado, pero me gusta pensar que era alto) a estar ocupada conmigo, leyendo mis cuentos, rechazando mis acercamientos, en fin, distraída.
Así que me dijo que dejara, por favor, de escribirle cuentos. Que le encantaban, pero que no le dejara un cuento cada mañana, porque no era bueno para su trabajo.
DEmodo que dejé pasar un par de meses sin cuentos... y un día, no en su mesa de trabajo, pero sí en sus preciosas manos, le di una novela que había escrito para ella.
Y bueno... funcionó.
La novela iba de un tío que está enamorado de una chica y le escribía cuentos (economía de esfuerzos) así que pude incluir algunos de los mejores cuentos y relatillos que le había escrito a diario en ella, y uno de los hechos que relataba la novela era el único encuentro de carácter sexual (vagamente sexual) que tuvimos. Fue en mi coche, delante del portal de su casa (Comandante Garmendia, 2), y en aquel episodio, si somos estrictos, ella alcanzó el orgasmo y yo no me corrí. No sé aún cómo explicarlo hoy sin recurrir a esa expresión "el sexo sentido", pero fue algo realmente notable en mi vida. Entonces no me importó nada no haberme descargado, porque, en fin, oírla, olerla, tocarla mientras alcanzaba el orgasmo... fue, 30 años después, el mejor sexo de mi vida, aunque yo no eyaculara, podéis creerme.
- ¿Te acuerdas de ese día? - me preguntó
Claro que me acordaba. Puede que no recordara la dirección de su casa, pero jamás olvidaré el sexo sentido. Lo que nunca imaginé es que ella lo recordara. Y estaba convencido de que, en caso de que así fuera alguna vez, sería para ella un pasaje sórdido y nada memorable. Una especie de "ah sí, cuando ese tío me metió mano..."
Pero no era así. Resulta que ella lo recordaba de otra manera. Para ella fue también un día, un rato, muy especial, aun pasados 30 años de experiencias de todo tipo.
- Claro que me acuerdo, pantera
- Pues llevo 30 años pensando que tengo una deuda contigo.
- ¿Ah, sí...? - dije,intentando parecer mundano y divertido - y dime, ¿qué me debes?
Ella guardó unos 3 segundos de silencio que se hicieron eternos. Tres segundos dramáticos, que rompió diciendo

- Te debo una mamada.
...
..
.
..
...
¿Y bien...?













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