Conocía, de toda la vida, a Vincent LaPlanne y su familia.
Los LaPlanne vivían en el número 11 de la calle Serafín de Sofá, la calle donde
vivíamos nosotros también, en el número 13. Compartíamos patio interior y
nuestros portales daban al mismo jardín. Vinnie era dos años menor que yo, pero
fuimos amigos casi desde siempre, porque era como si entre él y yo esas cosas
no contaran. Vinnie estaba enfermo, o eso decía él, tenía algo en los pulmones,
enfisema atópico, le decían, y por lo visto era muy raro. Un día, al
levantarme, ¡zas! La palmaré, me decía y yo pensaba que era idiota. Pero solo
cuando hablaba de eso. Vinnie no jugaba al fútbol, ni al baloncesto ni a polis
y cacos ni a nada en lo que hubiera que correr y cosas de esas… pero a mí me
encantaba estar con él. No era raro ni nada. Sólo… un hombre tranquilo-
Mucho antes de que todo fuera distinto, las cosas eran de
otra manera. Vinnie era el pequeño de 5 hermanos, los 4 mayores mucho mayores
que él. Él era el clásico descuido; el
que nació cuando sus padres ya ni podían imaginar que podían quedarse
embarazados, y sus padres eran, comparados con los padres de los demás, muy mayores.
Su hermano Juan era ya entonces un señor, no parecía un hermano, sino un tío, o
un compañero de trabajo de tu padre o el practicante, algo así, no un hermano. Era
medio calvo, cosa que me causaba un enorme respeto, llevaba gafas de alambre y
cogía el 27 todos los días con muchísima soltura. No era demasiado simpático,
aunque a mí me caía bien, y supongo que era un buen tipo. Las tres hermanas
mayores de Vinnie eran… ¡ay! otra historia. No podían estar más buenas, entre
otras cosas.
Elena, María y Olga. Elena era la más guapa, oficialmente.
Era alta, delgada y realmente guapa, distinguida, con una melena castaña como
de buena familia; tenía novio, claro, José Demetrio, conocido como Jodé, venezolano,
un tío con megapasta, y se iban a esquiar y a montar a caballo y bueno, hacían
cosas de ricos como bucear y comer langosta y pan bimbo. María era mi favorita.
Estaba muy rellenita, por eso tenía
menos éxito, pero era super, super guapa, con el pelo rubio oscuro y los ojos
verdes oscuros y profundos, muy simpática y para mí era lo más hermoso que
había visto en la Tierra. Olga era como una traca, siempre a punto de estallar,
siempre estallando. Llevaba el pelo negro y cortito, a lo chico, decían entonces, tenía un novio, el Jimmy, que era un
poco macarra y muy simpático, motero y con coleta y siempre estaba peleándose
con su hermana mayor y con sus padres. A
mí me encantaban las tres, pero Elena, conmigo, era como estiradilla, como si
no le importara nada (¿y por qué tendría yo que importar a una chica como
ella?). Olga me toleraba, salvo cuando nos poníamos demasiado pegajosos con
Jimmy, su novio, entonces le daba una patada a Vinnie y éste me hacía ver que
estábamos sobrando.
Pero María… María era muy cariñosa con Vinnie, quien no
toleraba sus besos y achuchones, y cuando venía a achuchar a Vinnie, yo no
entendía cómo a mi amigo no le apetecía que su hermana le estrechara contra sus
pechos y le llenara de besos y yo ponía cara y actitud de “házmelo a mí”, por
ver si podía ser yo el centro de sus expansiones cariñosas. Pero como cuando me
cogía yo me agarraba a ella con desesperación de huérfano, aprendió a guardar las
distancias conmigo por regla general, aunque a veces… a veces ella me besaba y
abrazaba. Hasta que con 13 años y una pelusilla ingrata sobre mi labio
superior, dejó de dedicarme muestras físicas de cariño. Vamos, que me tenía calado.
Recuerdo que fui a la boda de Elena. Me invitaron para no
tener que aguantar a Vinnie diciendo “me aburro” cada 15 minutos. Vinnie podía
ser realmente pesado con los mayores, lo recuerdo muy
bien.Ver a María probándose un vesrtido azul... fue el punto álgido de aquellos años.
La boda fue un auténtico bodorrio. Aquello era fantástico.
Estuvimos todo el día de juerga, en algún lugar con mucho césped, mucho mantel
blanco, mucha comida y mucha bebida. No recuerdo la ceremonia, igual nos la
ahorraron a Vinnie y a mí, un gesto muy considerado, desde luego, pero no
recuerdo ver todo aquello de juras amarla y todo ese rollo. Odio las bodas
desde que tengo memoria. Y llevo muy mal que la gente aplauda cuando los novios
se besan. Como cuando pasa un féretro con un cadáver. ¿Cómo se os ocurre
aplaudir? Uno debe ser un poco más comedido en eso de hacer ruido en público.
No recuerdo la ceremonia, pero sí todo lo demás. Jimmy nos
dio a probar nuestros primeros pitillos. Era un tío guay. Y Olga nos explicó
cómo tragar el humo. Yo no quería fumar, quería tarta de chocolate, que estaba buenísima,
y estar con María que estaba igual o más buena que la tarta de chocolate, pero
Olga y Jimmy sólo hacían acopio de champán y cigarrillos y Olga y Jimmy eran
los únicos que parecían soportarnos, así que probamos el champán y los Winston
y nos cogimos un mareo tremendo.
Vinnie tenía primos y tíos muy simpáticos y los familiares
de Jodé eran muy cantarines y algunas señoras venezolanas tenían las tetas
enormes y no las escondían… las llevaban a la vista, como si les gustara que yo
las mirara, con sus vestidos rojos y naranjas y amarillos muy vistosos, como si
las expusieran, como si estuvieran sopesándolas constantemente. Yo me quedaba
embobado mirando aquellas tetas gigantes en vestidos de colores. Ojalá María se
pusiera un vestido de esos y bailara para mí.
Había un señor, muy viejo y elegante, que tenía monóculo y
todo, que nos daba 25 pesetas si le llevábamos zapatos de mujer y le decíamos
de quién eran. El rollo era que había enormes mesas redondas repartidas por el
césped, con radiantes manteles blancos hasta el suelo y el viejo, que se
llamaba Juez, y que era muy listo, nos decía que nos metiéramos debajo de las
mesas y que localizáramos a las mujeres que se quitaban los zapatos
disimulando, bajo el mantel, les robáramos los zapatos y se los lleváramos a
él, mostrándole a la mujer a quien habíamos descalzado. Él nos daba 25 pesetas
y no sé qué hacía con tanto zapato, aunque supongo que los devolvería.
Volvimos a Madrid por la noche, tarde, en el coche de
Pierre, un Volvo gris oscuro de cuando nadie tenía Volvos en España, una
exótica rareza; Pierre era canadiense, y era una especie de tío de Vinnie, un
vividor muy simpático, que siempre contaba unas historias cojonudas, y que hizo
todo el camino sentándonos a Vinnie y a mí en sus rodillas y permitiéndonos
conducir (tomar el volante) alternativamente. Me lo pasé bomba. Ahora es
inimaginable, claro, pero entonces las cosas eran así.
Me quedé a dormir en casa de Vinnie y sólo esperaba que
llegara el día siguiente, a ver si veía a María en camisón, que era uno de mis
sueños recurrentes. María en camisón, con la melena rubia despeinada,
haciéndome el desayuno, dándome galletas y besos. María dándome un Colacao y yo
como un idiota en pijama. María mirando la cartelera en el ABC y yo deseando
que buscara una peli divertida para llevarnos a Vinnie y a mí.
Pero me desperté yo solo. Vinnie tenía una cama grande, así
que dormíamos juntos cuando me quedaba en su casa. Como parecía super dormido,
me tiré mi pedo mañanero al desprecio, levantando ambas piernas y agarrándome
las rodillas para conferir una mayor potencia de salida al gas. Sonó a telón
rasgado en el fin del mundo, y me extrañó no recibir una colleja de Vinnie.
Me quedé mirando al techo. Ojalá entrara María con un
Colacao, desnuda y con galletas. Incluso Olga, que había estado simpatiquísima
en la boda con un poquito más de champán y Winstons, para no perder la
costumbre. Le di un codazo a Vinnie para que despertara. Ni caso, Una patada.
Nada. Ni mu. El tío duerme como un pedrusco. Me acordé de que, por la noche,
sudaba tanto, hacía tanto ruido (una especie de ronquido dulce y agudo) y
despedía tanto calor que casi me fui de la cama. Y algo me extrañó. El caso es
que ahora no sonaba nada. Ni mu. Ni despedía nada de calor. Rodé sobre mí mismo
y fui a despertarle con un agradable y cariñoso alarido al oído, un hipogrito
huracanado (como Maguila el gorila) pero me di repelús. Estaba frío. Y no
respiraba.
Me levanté.
María estaba encantadoramente acurrucada en un sofá, con el
café en las manos y un adorable pijama de tirantes y cebras, y un pantaloncito
corto de color azul.
-
¡Hola Wolfillo…! ¿Qué te pasa? – me dijo
preocupada – Vaya cara que tienes…
-
Hola María… es Vinnie. Está frío. Y callado…
María demudó su hermosísimo rostro y pasó a mi lado como una
exhalación, dejando tras de sí un rastro de miedo y hogareño deseo que aún hoy
pervive en mí. No volví a hablar con María jamás. Todo el mundo se volvió loco
y yo… en fin, sencillamente me fui de allí, de aquella casa tan conocida para
mí y ahora tan extraña.
Vinnie había muerto esa noche. Habiéndose divertido el día
anterior, fumando Winstons de Jimmy, bebiendo champanes de Olga y conduciendo
el Volvo del beodo Pierre. Oliendo mis pedos antes de dormir (¿quizá la
verdadera causa de su muerte…?) y contándome historias malísimas. Nunca volví a
ver ni a hablar a nadie de su familia, excepto a Olga, que vino a verme al día
siguiente, con Jimmy, y me llevaron a tomar un Helado a Oliveri (pequeña
decepción, le había tomado gusto al champán) y no me dieron de fumar, cosa que
no me importó. Fueron muy cariñosos conmigo.
El otro día María vino a la gasolinera donde trabajo. Iba
con su marido, supongo, y sus nietos, me da la sensación. Subían a la nieve en
plan familia feliz. Tanto ella como su marido eran dos abueletes marchosos,
embutidos en modernos chandalillos de licra y sus nietos eran dos odiosos niños
mocosos, gritones y caprichosos. Compraron Aquarius, Donuts y M&M’s y ella
no me reconoció, estoy seguro. Pero yo a ella sí y me hizo gracia verla. Seguía
siendo preciosa. Mayor. Pero guapísima, como siempre había sido.
Y al verla, como un miedo extraño y regurgitado, me ha
venido a la cabeza la voz gritona de Vinnie, el olor dulce de su sudor al
dormir, su extraña forma de mirarte cuando le explicabas algo y su siempre
cariñoso sentido del humor. Vinnie, un nombre sin historia, un hombre de
leyenda
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