martes, agosto 05, 2008

Lorna Cor me desmonta

Miss Cor quiere que hablemos. Tiene mi teléfono, así que me ha mandado un sms que decía: "Preocupada por el bajísimo nivel que demuestras. Si quieres, nos vemos en mi despacho el jueves a las 16:00. Confirma, por favor. Lorna Cor. Dpto de Física." Mi respuesta es de carácter más sucinto: "Iré".
Por la mañana, trato de averiguar de qué va todo esto. Estoy en casa, acabo de desayunar y miro en el espejo la imagen que éste me devuelve cuando me planto frente a él. Estoy gordo, sí, eso no lo niego, pero si no le doy demasiado espacio para mirar, si no me separo desnudo de ella, no apreciará de verdad lo enorme que estoy. El truco es no permitir que me contemple, que me eche un vistazo, sino estar tan cerca de ella que no tenga perspectiva para hacerse una idea.
Veamos, ¿qué posibilidades reales tengo? Tal vez un uno por ciento. No olvidemos que ella fue quien pidió mi teléfono, aunque es verdad que tenía la excusa del grupo. No olvidemos tampoco, que aunque ahora la universidad se comunica con los alumnos vía sms, la redacción del mensaje es inequívocamente personal ("... si quieres, nos vemos...") por mucho que haya intentado que pareciera oficial firmando como "Lorna Cor. Dpto de Física". Así que subamos hasta un 15% mis posibilidades.
Compré la semana pasada en el híper un pack de tres calzoncillos tipo bóxer, pero de los pegaos, por 5 pavos que son de lo más molón. Pero no sé cuál de ellos ponerme. Está el blanco, que estiliza cualquier paquete, incluso el mío, y que sería mi elección si no tuviese tan abultado el abdomen... creo que me decidiré por el azules, que es más discreto. Es bicolor o, más bien duotono, porque son dos azules de intensidades distintas. Uno tipo jeans en casi toda la superficie y el otro más oscuro en las costuras y la tirilla de la cintura. El negro, no, que es un poco deprimente.
¿Sucederá? Es decir, ¿llegará a verme los calzoncillos?
Me acerco a mirarme más de cerca. Bolsas, leves pero visibles, bajo los ojos. Aspecto cansado. Cara de gilipollas, admítelo de una vez. No tienes ninguna posibilidad. Si ella quiere darse una alegría y complicarse con un alumno, los tiene más brillantes y más buenorros y más jóvenes que yo por decenas, en clase. Pero, bueno, es a mí a quien ha enviado el sms...
En la ducha, trato de recordar la última vez que he visto a Lorna Cor fuera del aula, sin ese aura de sabia intocable que la reviste a mis ojos cada vez que la veo en clase. El agua caliente me adormece y la veo en la playa del Buzo, en el Puerto de Santa María, montada a pelo sobre un caballo de aspecto cimarrón. Creo que va desnuda, pero su pelo, más largo que el que en realidad tiene (gasta melena cortita) le tapa estratégicamente los pechos. Lástima. Yo estoy sentado frente al mar, en la arena, viendo romper las olas de la pleamar, apostando conmigo mismo acerca de cuánto tardará la primera ola en mojarme.
Al pasar por mi lado, Lorna se detiene y me pregunta, como si fuera lo más normal del mundo, que cómo se llega a La Felicidad. Yo me quedo mirándola y descubro que no sé hablar español. Lo entiendo, ¿vale? y pienso en español, pero no sé hablarlo. Y al abrir la boca me salen estas enigmáticas palabras:


"One day, you'll look to see I've gone; but tomorrow may rain, so I'll follow the sun" y hubiera seguido hablando en este raro idioma si no fuera porque a Lorna se le calló un zapatito, una especie de monísimos escarpines que llevaba, y yo me agaché, lo recogí y, sujetando firme, pero delicadamente, su pie por el tobillo, metí su lindo piececito en el zapato.
Por alguna razón, este acto nos hizo entrar en sintonía y, sin saber cómo, estaba montado en el mismo caballo que Lorna, abrazando a ésta por detrás, pegado a su espalda, con una sensación asombrosa de vértigo que no tenía que ver ni con la altura ni con la velocidad, sino con la espalda de Lorna.
Mis manos abarcaban su cintura breve y su cabello volvía a ser el suyo, es decir, una melena corta, pero no podía ver sus seguramente lindos pechos por que estaba detrás y no me atrevía a asomarme, puesto que no soy un jinete avezado. Haciendo un gran esfuerzo de concentración, empecé a maniobrar con mis manos para, al menos, tocar esos lindos pechos que no podía ver. Mi plan era cabalgar con Lorna, pegado a su espalda, agarrado a ella con una mano en cada pecho. Como plan no estaba mal: es sencillo, placentero y realizable, así que me puse a ello con empeño digno de mejor causa. Poco a poco, mis manos fueron tomando posición en su cintura, elevándose hacia el punto culminante, mientras ella, o el caballo, no tengo ni idea de quién manejaba el asunto, imprimía más velocidad y frenesí a la galopada.
Me queda nada, primo, y sus tetas estarán en mis manos, un último esfuerzo, calamidad. Entonces, cuando hago el movimiento necesario para sopesar sus cántaros divinos en las cuencas de mis manos hambrientas, me doy cuenta de que, en realidad, no cabalgo con Lorna, sino que voy montado, solo, sin compañía, en una gran serpiente vibrante que no admite más pasajero que yo... Es una lástima no estar con Lorna, que es lo que yo quería, pero en algún momento me ha desmontado y ahora monto una serpiente gigante, yo solo, por la orilla del mar. Y también me gusta esta sensación de disfrutar a solas. De la velocidad individual. Del placer para uno mismo. Veo al fondo una gran ola a punto de romper y con mis manos y mis caderas, hago que la serpiente blanca y vibrante se dirija hacia ella, de frente, a tumba abierta. cuando la cresta de la ola revela las primeras espumas blancas, todo estalla a mi alrededor y embisto con la serpiente la ola espumosa y juguetona, que me lleva a la orilla en un frenesí de alivio placentero que no puedo dejar de disfrutar. Cuando la ola se retira... me doy cuenta de dos cosas.
La primera es que esa es la ola que me habría mojado si hubiera permanecido en la orilla.
La segunda es que la serpiente que me llevaba, antes dura, vibrante y firme, ahora es solo un animalillo húmedo y blandito y se escurre entre mis piernas y se va con la ola mientras despierto, un poco más cansado, un poco menos nervioso, bajo el agua caliente de la ducha de casa.
Tengo que ir a ver a Lorna.