lunes, agosto 04, 2008

Locura cuántica (¿quieres que te cuente un cuanto?)

Te quiero comer (maqueta)


Esto es un aperitivo. Hace mucho que no subo canciones aquí, pero es que Los Ciclones me tienen comido casi todo el tiempo que dedico a la música. No obstante, no soy capaz de dejar de escribir canciones, y las hago a mayor velocidad de lo que los Ciclones (un grupo, sobre todo, de versiones) puede absorber, pero es que además, hay ocasiones, como esta, en las que la canción no convence a todos los miembros del grupo, así que nada, esta no será una canción ciclona, pero sí muy wolffa.
Me gusta este pop-rock caníbal. Y soy caníbal, por la misma razón que Jeannete era rebelde: porque el mundo me ha hecho así. Mi drama es que me gusta morder, lamer y besar a las mujeres en todas partes, pero a las mujeres no parece apetecerles que yo las bese, las lama y las muerda, así que nada, hago canciones que son mi forma de soñar. A lo mejor, no digo yo que no, a alguna mujer le gusta tanto esta canción que le apetece replantearse todo el asunto y entonces, allí estaré yo, con la caña preparada y todo mi sistema digestivo segregando jugos gástricos y sexuales.
Te quiero comer, ¿es que no lo ves?

Musicalmente, es una canción muy ochentera, pop-rock marchoso, de mucha guitarra y con la batería reverberada al máximo, con voces y un interludio musical que es una variación, una progresión, un juego, si quieres, alrededor de la formación del acorde de Re mayor (aunque con la guitarra afinada dos semitonos más alta, con lo que se juega alrededor de Mi mayor, en realidad) que me encanta. A ver si te mola a ti también.


Miss Lorna Cor es profesora de física cuántica en la facultad de Los Ángeles de San Rafael. Yo me he apuntado en sus clases, oficialmente, porque necesito unos créditos extra para mi titulación, y aunque no sé una palabra de física, ni de matemáticas ni de nada que se le parezca, me pirro por los huesos de Miss Cor.
Su aspecto es definitivo: es una mujer de verdad, con curvas, con clase, con cierto aire de elegante hastío en el porte y con trazas de ser una amante excepcional. Bueno, el que estuviera buena, ayuda, pero yo no me apunté a sus clases por eso. Estuve en una fiesta de Físicas, y allí pude conocerla, se me acercó pasadas las dos de la mañana, casi sobria, y comenzamos a hablar… Y eso es lo que me mata de una mujer: que sea más lista que yo. No puedo resistirme a eso, en serio: conozco a una mujer más lista que yo y, en el momento, tengo ganas de soltarle el sujetador y pedirle que analice mi reacción al ver sus pezones liberados y bailongos ante mi nariz.
Dirás, y con toda la razón: ¿y de qué, una mujer superior a ti en todos los aspectos, se acerca a ti pasadas las dos de la mañana, y sobria, además? Y también dirás: ¿y qué hace un tipo como tú en una fiesta de estudiantes –de Física, nada menos- a tus años…? Y puede que digas, ¿y qué hacía ella?
Bien, ella es la clase de profesora a la que adoran sus alumnos y que va estas fiestas… algún defecto tenía que tener. En esta ocasión fue con su pareja y con un grupo de amigos, algunos de ellos muy interesantes. Y además he dicho que estaba casi sobria. El adverbio es primordial, aquí.
¿Y yo? Pues eso, fui con mi grupo, Los Ciclones, a tocar un poquito rocanrol a esa fiesta. Nos contrataron por medio de una amiga de mi hija y allí nos presentamos para hacer bailar a una centena de estudiantes borrachines y una docena de profes condescendientes.
Llegamos a media tarde, después de superar ciertas dificultades (un bedel celoso de su curro y tonto de manera desprendida, generosa) al aula donde iba a celebrarse la fiesta: un sitio amplio, oscuro y cutre, con cierto olorcillo a meados y ese encanto inexplicable que, de jóvenes, encontramos a las cosas más deprimentes. Nos esperaba el pringao al que habían encomendado tan apasionante misión. Su misión consistía, sobre todo, en soportar con ademán impasible todo el arsenal de quejas, pegas, impedimentos e inconvenientes que Los Ciclones, y cualquier grupo aficionado, si vamos a eso, es capaz de desplegar mientras monta el equipo con el que va a tocar. Todo está mal, sucio, es inadecuado, pequeño o insuficiente. Todo está pensado con el culo, parece mentira que quien ideó este edificio de la facultad, no tuviera previsto que una vez un grupo de rockerillos barrigudos iba a tocar en una fiesta. Todo es feo, todo está mal pensado y diseñado. La instalación eléctrica es de risa, la acústica es una mierda, las ventanas están sucias, el suelo es asqueroso… y el cielo se abre ante nosotros, y la primavera llega a nuestros corazones y el aula es preciosa cuando Miss Lorna Cor entra con una especie de camisola, que es como medio vestido, transparentísimo, y unos pantaloncitos de esos que ahora llaman leggins pegándose a sus muslos-helado de chocolate.
El concierto es divertido. Los estudiantes siempre se lo pasan bien. Y el hecho de que Lorna se acercase a mí al final del concierto para pedirme el teléfono y sondear la posibilidad de que tocáramos en la boda de un amigo suyo, o algo así. Llevaba unas copillas de más, lo que la hacía vulnerable a ciertos acercamientos que mis manos, ávidas de ella, intentaban a la menor ocasión.
La conversación derivó a lo de siempre, en estos casos. Yo le estaba diciendo que, en realidad, nosotros cobramos no por tocar, que es divertido, sino por el coñazo de montar y desmontar el equipo, que es super deprimente, más después de una fiesta, cuando todo el mundo se relaja… a ti te toca recoger los cables pisados, pringosos de copas y cosas peores, a veces… en fin, una mierda.
Estando en esas, yo sin saber que Lorna era un cerebrito, pero sospechándolo, porque su locuacidad etílica era adorablemente coherente, ella me explica no sé qué historias de la física cuántica. No soy capaz de decir exactamente cómo fue, pero el caso es que debí preguntarle que a qué se dedicaba y al decirme ella que era catedrático de física cuántica, y poner yo el careto de paleto que suele suceder a este tipo de declaraciones que me impresinan, ella se lanzó a una defensa racional de su disciplina, en la versión del nivel “hablándole a un cenutrio”. Es por eso que me cautivaron sus palabras y su pasión al defender esos conceptos decididamente más filosóficos que matemáticos, acerca de la realidad y la percepción de la realidad; acerca de qué es lo que es porque lo es y qué es lo que es simplemente porque nosotros lo percibimos así…
Soy de mente limitada, pero un discurso lo suficientemente enigmático, y más si éste lo profiere una mujer de ideas seductoras y pechos redondos y plenos, me cautiva como pocas cosas. Así que, aprovechando que mi interés por una titulación universitaria tardía, y que algunos de los créditos que necesitaba eran de libre elección, me matriculé en las clases de Física Cuántica de miss Cor y dejé de ser feliz.
Ahora voy a clase junto a un grupo de estudiantes aventajados, que parecen más aventajados aún al ser medidos junto a este estudiante avejentado que parece no saber hacer la o con un canuto y al que yo conozco como yo, que es un completo inútil en las clases. A los cinco minutos de mi primer día de clase, la adorable miss Cor, que llevaba un pantalón beige que le hacía un culo precioso, respingón y mordisqueable, escribió, en medio de una largüísima fórmula una “A” al revés, o sea como patas arriba, y una “E” también al revés, pero en vez de lo de abajo arriba, lo de atrás, p’adelante, como si dijéramos. Ver que Lorna dejaba su encantador discurso etílico-filosófico a un lado y empezaba a escribir, de forma muy seria, fórmulas en la pizarra, y sentirme un ser sumamente desdichado fue todo uno.
Ahora no la deseo a mi lado. No deseo pasear con ella junto al mar y discutir sobre las causas de la melancolía de los humanos ante ése espectáculo del fracaso diario del sol que es el ocaso.
Ya no quiero oírla disertar acerca de los pájaros y las abejas, ni acerca de lo que pudo haber sido, o acerca de la cerca que cerca mi cercana juventud ida, y lo que alrededor de ella sucedería si yo fuese un poco más loquesea.
Ya no me hace gracia lo lista que seas, porque eres demasiado lista para mí. No quiero oírte hablar. Ya no. Ahora, con gusto, te taparía la boca con cinta americana y ya está.
Porque ahora, nena, solo te quiero comer.

A Caquis, con cariño.