martes, diciembre 24, 2019

(Cuento de Navidad) antes de que todo acabe



Yo era el minuto antes de fin de año. Cuando nadie escucha nadie y todos están nerviosos y sencillamente esperan a que pase el tiempo y que lleguen las 12 campanadas, la cuenta atrás, las uvas, el beso bajo el muérdago, el champán.

Me gustaba ser ese minuto, especialmente, aunque no te lo creas, los segundos anteriores a la locura general, esos instantes de excitación y esperanza, de expectativa y calentamiento de glándulas competitivas, ¿seré capaz de comerme las doce? ¿reunirá el valor de besarme cuando llegue el momento? Me gustaba ser ese minuto, repito, y transportar millones de wasaps, contener miles de besos, ser portador de promesas y propósitos, ser segundos estirados, alargada algarada, un poco de respiración contenida, mano en los huevos, lengua en sus labios, este año adelgazo, dejo de fumar, me divorcio, dejo la cerveza, seré buena persona. Seré otro, serás otra.

Pero el hombre que repartía los minutos fue despedido. En virtud de la paridad fue nombrada repartidora de minutos una mujer que, a su vez, adjudicó ese minuto tremendo a otra mujer, ojo, mucho mejor que yo en todo, pero pasé de ser ese minuto, con todo lo suyo, a ser ese ratito en el ascensor cuando vuelves a casa.

Me dijeron que era un ascenso, para no deprimirme, pero yo recordaba ese ratito de pequeño. Vivía en un segundo piso, no es una gran altura, pero recuerdo esos segundos de ascensor, especialmente cuando volvía del colegio, como unos segundos de angustia por las ganas de hacer pis, dando saltitos, apretando las piernas, agarrándome con la mano y estrujándome el rabo porque me meo, de verdad te digo que me meo. De minuto de oro a minuto de pis. Puedes ser todo lo psicóloga que quieras, abrazar el pensamiento mágico con mil brazos mórbidos y besuqueables, pero lo mires como lo mires, eso no es un ascenso.

Era una mierda ser ese minuto hasta que te mudaste a la ciudad. La ciudad enorme y eterna en la que, si lo piensas, sólo estamos tú y yo. Hasta el día en que, por primera vez volviste a casa y yo estaba que me resbalaba de aburrimiento por el espejo del ascensor. Y entraste. Alguien te mandó un mensaje con una foto tuya, de hace unos años, en la que estabas con tu sobrina; sonreías sin exagerar con una camiseta gris, el pelo recogido y una belleza serena y divertida. Desde entonces habías ganado unos kilos, puede que sí, y entre la pérdida de agudeza visual y el triunfo de las gafas como complemento de moda, había menos cara tuya a la vista. Las gafas tapaban una buena porción de ti y, especialmente, tu absolutamente arrebatadora y cálida mirada. Pero estabas ahí, frente a mí, frente a ti misma, frente a tu yo del espejo, frente a mi yo enamorado.
Tu olor. Esos segundos de respirar bien dentro tu olor, de ver, sin que lo sepas, esa lágrima que resbala por tu mejilla, fría y destemplada de Navidad. Estiro un dedo de instantes y recojo esa lagrimita y me llevo ese instante a la boca, y pruebo tu llanto un poco salado. Es como besar tus penas, tratando de endulzarte por dentro. Soy solo tiempo, pero te abrazo y no lo notas, o puede que sí; estrecho entre mis segundos el cielo de tus sonrisas, que viajan atrás mirando en mis momentos esos años pasados capturados ahora mismo en un mensaje. No estoy bien, escribes en tu móvil, y necesito tiempo, por favor no me mandes mensajes, y se me rompe el continuo espacio tiempo, que es como si dijéramos, mi corazón.

Llegará en breve el ascensor a tu piso y sacas un lápiz de labios de tu bolso y te perfilas la sonrisa, tan esquiva últimamente, y dejas un beso en el espejo. Y, sin separar apenas los labios del espejo felicitas la Navidad –vahos y ese olor amargo y dulzón de la cerveza entre tú y tu reflejo- a nadie en general, a todos en particular; pero, sin que tú lo sepas, o puede que sí, yo me quedo sólo para mí tu beso, tus vahos, tu ligera decepción, tu inmensa e inmortal belleza y el reflejo de tu persona al salir del ascensor, de espaldas a mí, dejándome atrás porque los que somos tiempo, mi pequeño pececillo, nunca ocupamos vuestro pensamiento salvo cuando ya nos habéis dejado atrás.
Yo era el minuto justo antes de medianoche en fin de año. Ahora soy alguien a quien solo reconoces y recuerdas cuando ya me has dejado atrás, cuando soy historia, cuando soy ese tiempo que jamás ha de volver.

Feliz Navidad, un poco, sólo un poco antes de Navidad, aunque quizá sólo seas consciente cuando el momento haya pasado.

Seguiré soñando que un día serás mía. Y tú pensando que un día, casi, lo fuiste. Ojalá, pienso yo. Menos mal, dices tú, dejando un beso y vaho en el espejo mientras te das la vuelta y te vas, para volver. Para siempre volver.

Feliz Navidad.


La balada del hombre de viento (dentro de ti)
Me falta un elemento para completar
la fórmula del viento que sopla detrás
siento que su aliento ya me empujará
descubro el yacimiento del que surge el mar
de tu risa,
me quiero ahogar
entre carcajadas
imprevistas, nado al compás
de tu vaivén y tus caricias

... y luego cuando todo parece acabar
surge la sorpresa que alarga el final
ahora soy yo la presa que quieres cobrar
me escurro entre tus dedos y ese instante
no acabará
quiero escapar
-eterno el tiempo detenido en tu mirar-
no dejarás
Que estemos juntos solos
Ni una vez más

Salto, y tú no estás,
Duermo y me velarás
Canto, y tú me oirás
Callo, y el silencio me viene
Detrás
Quieres dormir
Y el eco de mi voz te despierta
Y quieres huir
¿adónde irás?
Si yo no te persigo...
Vivo dentro de ti



2 comentarios:

Carmina dijo...


¡Qué bien escribes, hermoso! Solo a ti se te ocurriría ser un minuto, o todas esas metáforas alocadas. Pero echo de menos unas risas, echo de menos a Lorna Cor, echo de menos esos fogonazos de surrealismo que eran tu sello propio. ¿Qué necesitas para recuperarlos? Te dejo unos besos por si sirven para algo.

Wolffo dijo...

Mi querida Kotts, ¡casi me caigo de culo al ver un comentario aquí! Tenías que ser tú, claro... qué gustazo leerte por aquí.
Tus besos me sirven, claro que sí,y de mucho. El caso es que no aprovecho un gran momento, todo va mal, todo me sale mal, quiero a quien no me quiere como quiero que me quieran y, en general, me cuesta reir y hacer reír
Pero... me pondré a ello. Lo juro.
MIl besos y un 2020 de película.