domingo, diciembre 29, 2019

Ahora vas y lo comes (tiempos difíciles sin sardinas y boquerones)

Vino Scarlett Johanson a mi casa. Necesitaba consejo acerca de cómo manejar cierta situación comprometida en la que jugaban, a partes iguales, la estupidez de Hollywood y la sensual gracia con la que cruzan los pies, mientras leen en el sofá, las mujeres mayores de 50 años. 
Iban a comer en su casa, con motivo de su cumpleaños, Gilbert O'Sullivan, Torrebruno, Barack Obama, Cristina Almeida, Lorna Cor y ella misma y acababa de despedir a su cocinero, un tal Ferrán Adriá, por su excesiva flatulencia y su tendencia a destrozar las viandas porque, admitámoslo, hablaba demasiado rápido. Su abuela materna, me refiero a la abuela ma'Patty de Scarlett, una señora muy pesada y con una injustificada fama de sabia, le dijo una vez que no se fiara nunca de la gente que habla demasiado rápido; sus palabras textuales fueron "no te fíes nunca de la gente que habla demasiado rápido", y después de este mar de nadería, falleció de un ataque de pis. 
La situación, entonces era esa: el tal Adriá despedido y los invitados de Scarlett esperando ser agasajados y Scarlett que no sabe ni hacer una tostada... y yo, libre como un taxi (como uno que está libre), le digo, tranqui, Scarlett, solo te costará una mamada jaja es una broma, que yo voy y te cocino, pero esperando que ella haya tomado nota mentalmente de la broma y se plantee pagarme de esa dulce manera que, como broma, es una mierda, pero como sueño.es dulce y satisfactorio.
Voy a la casa que Scarlett posee en la Guayana Logroñesa, un palacete solariego que olía un poco a pies, pero nadie se atrevía a decírselo, porque, bueno, por eso y por lo otro y lo de más allá.
Toal que llego y avanzo por el pasillo y le digo, abre un poco, Scarlett, colega, que apesta a pinreles y ella me dice que ella también lo ha notado pero que no se lo explica y entonces lo veo: en el salón, en calzoncillos, están Joaquín Sabina y Al Pacino, dos personas que las miras a la cara y ya huelen a pies y le digo a la Johanson, el hedor son ellos, que es una frase que, a poco que lo pienses, mola: Johanson, el hedor son ellos.
Me pongo a mirar qué tenemos por allí. Repollo, sardinas grandes, boquerones medianillos, tocino de jamón, pimientos rojos... organizo la cosa rápidamente.
Mira, Scarlett, corta en juliana muy finita el repollo, lo lavas bien y lo dejas en esa fuente, que ahora lo aliño con un majado de ajo, aceite y limón y le ponemos encima los boquerones fritos.
Por otro lado...
- ¿Qué es "en juliana"? - me interrumpe Scarlett, que está buena, pero no es muy buena en la cocina.
- Juliana es cuando cortas la col o repollo en bragas y camiseta mojada, pero sin sujetador, correteando a mi alrededor y frotándote conmigo mientras cortas a lo largo y en tiras muy finitas y vas diciendo "uuuhhh" y das saltitos.
Como dato interesante para los biógrafos de la señora Johanson, debo decir que es menos tonta de lo que cabría pensar por algunos de los papeles que interpreta, y no coló mi explicación de juliana y no pude comprobar si la tersura de sus pechos era tan satisfactoria como prometía su flanígera inquietud. Asimismo, se mostró muy diligente cortando en juliana la col. Le dije que en los usos españoles estaba el darle un mordisco en el muslo a los aprendices competentes, como ella estaba demostrando ser, pero tampoco coló. Dejamos la col sumergida en agua hasta justo antes de servirla.
Yo preparé un aliño sencillo para las sardinas, que limpié quitando la espina, tripas, escamas y cabeza y cortando los lomos resultantes en dos trozos cada uno. El aliño era un chorrito de aceite, mostaza, limón, pimentón y sal. Y allí sumergidas estuvieron los lomos de sardinas durante una hora. 
Traté. después de limpiar y descabezar los boquerones, que Scarlett los enharinara entre sus pechos a su vez enharinados, pero esta Johanson no se aviene a razones y pasó los boquerones por harina al modo tradicional y los dejamos reposar media horita después de hacerlo, al objeto de que luego, al freírlos, quede una capita fina crujiente.
Las cabezas de los boquerones y las de las sardinas,así como sus espinas, me sirven para hacer un fumé de esos que hacen que se te caigan las bragas, ahí a fuego suave, mientras preparo el resto de cosas.
Vamos con el arroz, Scarlett, le dije, pero ella estaba pedo y se quedó dormida.
Paella al fuego muy vivo, con su chorretón de aceite del Roger, un amigo de Granada, y allí voy friendo, solo por el lado de la pielecilla, los lomitos de sardina, que saco y reservo. En ese aceite hiperflavorizado con los aromas de la sardina aliñada, echo,cortado en daditos minúsculos, el tocinillo del jamón, y me marco un sofrito con ajo, puerros y pimiento rojo; esto ya huele que huele que alimenta, así que tacita de arroz, rehogo como si fuera el último arroz sobre la tierra y... el fumé y a correr.
Mientras el arroz se hace sin apenas supervisión (es un arroz bastante responsable y se puede confiar en que, habiendo echado la cantidad de agua correcta, el arroz no se pasará), preparo una satén con más aceite del Roger para freir los boqueronces que Scarlett, desgraciadamente, rebozó sin el concurso de sus divinos pechos.
Tenemos el arroz chupando el fumé, el aceite calentándose así que parece un buen momento para escurrir el repollo y servirlo en una fuente sobre la que decantamos, con gracia mediterránea, aquel majado de limón aceite del bueno y ajo que mencioné como de pasada y que, como los buenos guionistas, dejé en el aire como quien no quiere la cosa.
Apago el arroz y lo dejo reposar, tapado con un paño mientras voy sacando los boquerones, una vez fritos y dejándolos bien ordenaditos sobre la col, para que dejen caer las gotitas de aceite caliente sobre ésta, templándola y dándole un toque fabuloso. 
La comida está lista, huele que te cagas, pero coño, voy a hacer un alioli que le va a ir de luxury al arroz.


Llegan los invitados y al verlos todos juntos, y exceptuando a Lorna Cor, que es el amor de mi vida, no puedo evitar la sensación de que me parezcan una falange de imbéciles imbuidos de un lastimoso halo de arrogancia. 
Obama come como un pajarito.... o quizá como un cerdo: agachando la cabeza y picoteando del plato, en vez de usar el tenedor.
Torrebruno pide palillos chinos. Le disparo entre las cejas. Fallo, mierda...
Gilbert O'Sullivan pregunta si el arroz es ecológico, le digo que no, que es nuclear y que ojalá le atasque las tripas y no cague hasta 2025.
Cristina Almeida pregunta si se han comprado los ingredientes en comercio justo y le decimos que sí, que justo en el comercio que hay al lado, que es una multinacional super injusta, que no sea gilipollas y que no pregunte sandeces.
Lorna Cor me enseña las tetas. Bravo.
Todos se lo comen todo. Obama me dice que, como hombre negro, puede decirme que... le interrumpo y le digo que a mí no me engaña, que no es negro, que es solo café con leche... nescafé con leche, incluso, y le doy una toba en la nariz, jajaja, digo yo, con esa narizota de negro es fácil acertar, hahaha dice él, los negros tenemos sentido del humor y queda fatal, porque todos pueden ver que no es ni medio negro en realidad. Gilbert o'Sullivan se hace caca y hace mutis por el foro, mientras Cristina Almeida,que se ha puesto hasta las ingles de col, se tira unos pedos tremendos y Lorna Cor me deja besarla. Scarlett Johanson no, pero teniendo a Lorna Cor, amigo... ¿quién quiere a Scarlet Johanson?

Version guitarrera:








martes, diciembre 24, 2019

(Cuento de Navidad) antes de que todo acabe



Yo era el minuto antes de fin de año. Cuando nadie escucha nadie y todos están nerviosos y sencillamente esperan a que pase el tiempo y que lleguen las 12 campanadas, la cuenta atrás, las uvas, el beso bajo el muérdago, el champán.

Me gustaba ser ese minuto, especialmente, aunque no te lo creas, los segundos anteriores a la locura general, esos instantes de excitación y esperanza, de expectativa y calentamiento de glándulas competitivas, ¿seré capaz de comerme las doce? ¿reunirá el valor de besarme cuando llegue el momento? Me gustaba ser ese minuto, repito, y transportar millones de wasaps, contener miles de besos, ser portador de promesas y propósitos, ser segundos estirados, alargada algarada, un poco de respiración contenida, mano en los huevos, lengua en sus labios, este año adelgazo, dejo de fumar, me divorcio, dejo la cerveza, seré buena persona. Seré otro, serás otra.

Pero el hombre que repartía los minutos fue despedido. En virtud de la paridad fue nombrada repartidora de minutos una mujer que, a su vez, adjudicó ese minuto tremendo a otra mujer, ojo, mucho mejor que yo en todo, pero pasé de ser ese minuto, con todo lo suyo, a ser ese ratito en el ascensor cuando vuelves a casa.

Me dijeron que era un ascenso, para no deprimirme, pero yo recordaba ese ratito de pequeño. Vivía en un segundo piso, no es una gran altura, pero recuerdo esos segundos de ascensor, especialmente cuando volvía del colegio, como unos segundos de angustia por las ganas de hacer pis, dando saltitos, apretando las piernas, agarrándome con la mano y estrujándome el rabo porque me meo, de verdad te digo que me meo. De minuto de oro a minuto de pis. Puedes ser todo lo psicóloga que quieras, abrazar el pensamiento mágico con mil brazos mórbidos y besuqueables, pero lo mires como lo mires, eso no es un ascenso.

Era una mierda ser ese minuto hasta que te mudaste a la ciudad. La ciudad enorme y eterna en la que, si lo piensas, sólo estamos tú y yo. Hasta el día en que, por primera vez volviste a casa y yo estaba que me resbalaba de aburrimiento por el espejo del ascensor. Y entraste. Alguien te mandó un mensaje con una foto tuya, de hace unos años, en la que estabas con tu sobrina; sonreías sin exagerar con una camiseta gris, el pelo recogido y una belleza serena y divertida. Desde entonces habías ganado unos kilos, puede que sí, y entre la pérdida de agudeza visual y el triunfo de las gafas como complemento de moda, había menos cara tuya a la vista. Las gafas tapaban una buena porción de ti y, especialmente, tu absolutamente arrebatadora y cálida mirada. Pero estabas ahí, frente a mí, frente a ti misma, frente a tu yo del espejo, frente a mi yo enamorado.
Tu olor. Esos segundos de respirar bien dentro tu olor, de ver, sin que lo sepas, esa lágrima que resbala por tu mejilla, fría y destemplada de Navidad. Estiro un dedo de instantes y recojo esa lagrimita y me llevo ese instante a la boca, y pruebo tu llanto un poco salado. Es como besar tus penas, tratando de endulzarte por dentro. Soy solo tiempo, pero te abrazo y no lo notas, o puede que sí; estrecho entre mis segundos el cielo de tus sonrisas, que viajan atrás mirando en mis momentos esos años pasados capturados ahora mismo en un mensaje. No estoy bien, escribes en tu móvil, y necesito tiempo, por favor no me mandes mensajes, y se me rompe el continuo espacio tiempo, que es como si dijéramos, mi corazón.

Llegará en breve el ascensor a tu piso y sacas un lápiz de labios de tu bolso y te perfilas la sonrisa, tan esquiva últimamente, y dejas un beso en el espejo. Y, sin separar apenas los labios del espejo felicitas la Navidad –vahos y ese olor amargo y dulzón de la cerveza entre tú y tu reflejo- a nadie en general, a todos en particular; pero, sin que tú lo sepas, o puede que sí, yo me quedo sólo para mí tu beso, tus vahos, tu ligera decepción, tu inmensa e inmortal belleza y el reflejo de tu persona al salir del ascensor, de espaldas a mí, dejándome atrás porque los que somos tiempo, mi pequeño pececillo, nunca ocupamos vuestro pensamiento salvo cuando ya nos habéis dejado atrás.
Yo era el minuto justo antes de medianoche en fin de año. Ahora soy alguien a quien solo reconoces y recuerdas cuando ya me has dejado atrás, cuando soy historia, cuando soy ese tiempo que jamás ha de volver.

Feliz Navidad, un poco, sólo un poco antes de Navidad, aunque quizá sólo seas consciente cuando el momento haya pasado.

Seguiré soñando que un día serás mía. Y tú pensando que un día, casi, lo fuiste. Ojalá, pienso yo. Menos mal, dices tú, dejando un beso y vaho en el espejo mientras te das la vuelta y te vas, para volver. Para siempre volver.

Feliz Navidad.


La balada del hombre de viento (dentro de ti)
Me falta un elemento para completar
la fórmula del viento que sopla detrás
siento que su aliento ya me empujará
descubro el yacimiento del que surge el mar
de tu risa,
me quiero ahogar
entre carcajadas
imprevistas, nado al compás
de tu vaivén y tus caricias

... y luego cuando todo parece acabar
surge la sorpresa que alarga el final
ahora soy yo la presa que quieres cobrar
me escurro entre tus dedos y ese instante
no acabará
quiero escapar
-eterno el tiempo detenido en tu mirar-
no dejarás
Que estemos juntos solos
Ni una vez más

Salto, y tú no estás,
Duermo y me velarás
Canto, y tú me oirás
Callo, y el silencio me viene
Detrás
Quieres dormir
Y el eco de mi voz te despierta
Y quieres huir
¿adónde irás?
Si yo no te persigo...
Vivo dentro de ti



martes, diciembre 03, 2019

Entonces... ¡salvaré el planeta!

Era un niño díscolo, con dos penes y un único testículo (central y distribuidor, como Xavi) con piernas arqueadas, andares zambos, ojos situados a ambos lados de la nariz (enorme, aguileña, falconesca) y un notable apetito para los dulces.
En clase era un poco ni fu ni fa, pero una vez, para fastidiar a Lorenzo el campanillas, que era un coñazo de crío, sus compañeros le votaron masivamente y fue elegido delegado de clase. Su mandato duró poco (2 días) y su pronta destitución, a todas luces, antidemocrática, despertó su conciencia.
La historia es que al chaval, nuestro pequeño héroe, que se llamaba Landelino, le importaba más o menos un carajo todo lo que no fuera su bocadillo del recreo de por la mañana. Esto era justo el año antes de que en su colegio admitieran niñas, porque entonces, además del bocadillo, empezaron a importarle las pantorrillas de las niñas y sus descarados pechos incipientes. Bien, antes de eso, decía, a Landelino se la traía floja un poco todo y sus compañeros, que querían librarse de Lorenzo el Campanillas que era muy pesado y rígido con las normas, votaron a Landelino como delegado de clase y éste, con su desgana habitual dijo: vale.
El delegado tenía ciertas obligaciones de orden administrativo-burocrático en las que Lorenzo se empeñaba con entusiasmo y entrega dignos de mejor causa y que Landelino incumplió desde el minuto 1 con la elegante desidia del perrito de las praderas. Sí, bueno, déjelo ahí y ahora lo veo, solía decir a los profesores cuando le reclamaban el parte de asistencia relleno y firmado, por ejemplo, y por supuesto, no llegó a firmar documento alguno en su breve pero, reconozcámoslo, emocionante mandato. Su desinterés era tal que al tercer día, el claustro de profesores decidió destituirle, por su penoso papel al frente de la delegación, su absoluta falta de compromiso y su evidente pasotismo que, ni siquiera, tenía un componente rebelde, era pura vaguería, un jovencito dominado por la pereza, cualidades estas que no suelen gustar a los profesores.
A Landelino, seamos justos, le fastidió que le destituyeran. Así que se hizo de izquierdas, comprometido, activista.
Se hizo guay.
Se revolvió contra lo establecido y cambió su bocadillo de chorizo del recreo por zanahorias y cócteles de lechuga y zumo de tomate y hostias en vinagre y empezó una vida de lucha por sus derechos y también por sus izquierdos e inauguró esa bonita etapa de su vida con una pintada reivindicativa que marcó su futuro.
Pronto se arrepintió de tan nefaso testimonio de su nueva personalidad, porque el texto "Porfesore jilypoya ?" firmado por un nada enrollado "elsorro" ni le satisfacía ni le representaba, como solía decir entonces, además de que fue objeto de befa y mofa por buena parte de sus compañeros que dedujeron, con más facilidad de la que él esperaba que "elsorro" era Landelino. Al preguntar a algunos de ellos, los pocos  a los que se atrevía a dirigir la palabra, le confirmaron la terrible verdad: nadie en todo el colegio era tan zoquete como él.
La autoría de la pintada era tan evidente, también para el profesorado y la dirección del centro, así como la inepta jefatura de estudios, que fue expulsado una semana del colegio y aprovechó el tiempo lo mejor que supo: se mataba a pajas viendo Dallas en la televisión matinal y descubrió que las zanahorias estaban más ricas mojadas en alioli y con algo de proteína.
Al volver al cole tuvo una reunión reveladora con su tutora, una profesora fea y sincera llamada Petra Buquillo, a la que decidió confesarse:
- Petra, perdone, es que yo soy diferente
Petra estaba aburrida de adolescentes memos y solo le dijo "¿ah, sí...?" mientras hojeaba el Burda porque tenía que hacerse un vestido de boda (era apañá, además de fea y sincera),  y se preguntaba si ese palabra de honor que estaba viendo se sujetaría en sus pechos, de buen tamaño, pero un poco estrábicos, o de querencia separatista como si quisieran meterse bajo sus sobacos.
- Pues sí -prosiguió Landelino- completamente diferente, estoy dotado con atributos completamente distintos a los de los demás
- ¿Te refieres a lo borrico que eres...? - preguntó Petra, completamente ausente, y arrepintiéndose casi de inmediato de su franqueza brutal
- Me refiero a esto... - dijo Landy, bajándose los pantalones y mostrando su pene doble y su solitario huevo, que desde su soledad en el estrecho escroto, daba un servicio, sin embargo, eficaz, a los dos cipotillos que le colgaban a Landelino con inmisericorde flacidez.
No corrían estos tiempos necios, ni Petra era una mujer de hoy, así que todo lo que provocó en ella la visión de esa doble espadilla del amor (más punzones que espadas, en realidad) fue una conmiserada sonrisa y un consejo sincero:
- Mira Landelino, ni siquiera así, con esa doble condenilla que te cuelga, y ese solitario cojoncillo, creo que vayas a ser capaz de salvar el curso
- ¿Que no salvaré el curso...? dijo Landy entre swollozos
- Ni de coña...
Entonces, tal vez alimentado su espíritu por la emoción del momento, tal vez porque le salió así, dijo Landelino
- Entonces... ¡salvaré el planeta!

Y procedió.