viernes, abril 20, 2018

Netol entra en la historia

Fui, lamento decirlo, un cerdo. Un hombre que atropellaba los principios si el tenerlos en cuenta dificultaba en algo mi caminar. Procuraba hacerlo sin que se notara mucho, porque -odio reconocerlo también- siempre me importó lo que la gente dijera de mí. No me entendáis mal: no es que actuara como a la gente le pareciera bien que yo actuara, pero me importaba que pensaran de mí las cosas correctas, determinadas cosas, como si eso justificara, de alguna extraña manera, lo gordo que solía caer a la gente.  Aún sigue siendo así. No soy un tipo que, espontáneamente, caiga simpático al personal y eso, en serio, me da igual. Lo que no me da igual es que piensen, por ejemplo, que soy un zoquete. Eso no me mola. Pero no era de mí de quien quería hablaros, sino de un amigo de un amigo (siempre hay un amigo) al que todo el mundo conocía como el Netol.
Héctor Netol Jiménez es un hombre sin gular(1) y, siéndolo, que lo es, es dolorosamente vulgar y aburrido. Desde pequeño, le llamábamos Netol, y era el clásico mote políticamente
incorrecto que usábamos los niños antes, señalando un cierto defecto físico, si es el que ser cuellicorto puede considerarse un defecto. También le pegaba Netol porque al contrario que nosotros, iba a un colegio privado que le obligaba a llevar uniforme (chaqueta y corbata) y todo el conjunto le hacía parecer un mayordomo buscando una peli en la que salir. mí me llamaban Bola, hasta que le di un guantazo a uno que me lo llamó malamente. Sea como fuere, Héctor era el Netol porque su barbilla parecía pegada al pecho, sin el nexo (o separador) de la garganta, como nos pasa al resto de los humanos.
Por eso a todos nos resultó extraño lo que sucedió con Héctor. Héctor, que nunca había estado enamorado; que nunca se detuvo en cosas como ir a ver las estrellas reflejadas en el embalse, o en trasnochar para ver la salida del sol por detrás del Hogar del Pensionista, que jamás se puso un espejo en la punta del zapato para verle las bragas a una niña, que nunca se asomó a la tienda del Judío para decirle "calvo, baja los precios, pedazo de cabrón" fue, sin embargo, el primero de la pandilla en irse. Sí: hubo un día en que Netol fue el primero en algo.

Éramos, ya sabes, una linda pandilla de ladronzuelos de barrio, de truhancillos deshilachados de tres al cuarto, de niños desnortados y pelmazos, y ocupábamos el espacio de aquellas calles como esos que ocupan los asientos del autobús del pasillo, intentando hacer inaccesible el asiento de la ventana simplemente por dar el coñazo a la gente. Es decir, éramos unos pelmazos de primera, pero teníamos energía, a veces gracia, y aparte de ser molestos, a ratos, no hacíamos gran cosa.

Netol tenía perro, Pinga, una bobtail obesa que siempre andaba sucia y era tan pertinazmente cegatona como casi todas las de su especie. Pero a todo el mundo le encantaba esa perraza sucia, babosa y simpatiquísima y estoy por decir que Pinga era lo único que a la gente le gustaba del pobre Netol, quien, dada su falta de encantos personales, siempre recurría cosas externas (su perra, su moto, la enorme casa de sus padres) para tener algo de aceptación social.

Por eso, el día que Netol apareció en la calle  con una extraña sonrisa en la boca y nos reunió a todos con ese aire estúpidamente conspirador que tan bien sabía adoptar, nadie auguró nada bueno. En una inopinada melé en mitad del solar donde solíamos reunirnos, Netol nos dijo que tenía que enseñarnos algo que cambiaría nuestras vidas para siempre. Y vaya si lo hizo, aunque ninguno quisimos creer que sería de ese modo. Estábamos acostumbrados a ese tipo de anuncios por parte de Netol. Cosas que, aseguraba, nos iban a alucinar y eran... vaya, estupideces como un mechero zippo auténtico, una pluma de oro, un whisky escocés de 300 años, un álbum en directo de Lluis Llach (un LP), en cuyo cuadernillo interior salía Charly Rexach (el cha-cha-chá de la ciudad condal, que decía un locutor de radio de aquellos días) y cosas así que le robaba a sus padres o hermanos mayores y que a nosotros nos la soplaba bastante.

Aquel día, nos llevó a su casa asegurando que lo íbamos a flipar. Éramos solo tres los que estábamos con él: el Jerezano (madrileño, pero sus padres tenían una tienda de vinos guays, sobre todo de Jerez), el Bonmatí (madrileño también, pero veraneaba, como se decía entonces, en Sitges) y yo mismo. Todos le seguimos porque, caray, la casa de Netol era un puntazo: siempre había comida en abundancia, espacio para tirarse por el suelo, buenos discos y, con suerte, su hermana Vicky, fuera de nuestro alcance, por sus 22 añitos cuando nosotros teníamos 16, pero que estaba buena de una forma casi indecente. Cuando entramos en su casa, fuimos directamente al sótano, que era la zona de la casa donde nos toleraban y una vez allí, Netol cerró las puertas, puso a toda tralla el Made in Japan de Deep Purple y nos enseñó lo que, la verdad, nadie estaba esperando. Estábamos acostumbrados a esos numeritos de Netol y solían ser decepcionantes. Aquella vez no lo fue. Aquella vez... fue la hostia.
Estábamos tirados en el sofá, mirando las tías en bolas del Fotogramas (en su tiempo, como el Interviú, el
Fotogramas tenía tías en bolas porque sí), y Netol se puso en pie ante nosotros con su carita de pringao habitual y carraspeó un poco más fuerte de lo necesario para atraer nuestra atención.
- Mirad - dijo, dando un paso atrás - ¿mola o qué...? - y se sacó de la parte trasera de la cintura, bajo la chaqueta del uniforme de su colegio, una pistola. Una de verdad, nada de un juguetito, que junto a su habitual cara de gilipollas integral y su desafortunada expresión corporal, componía un conjunto ciertamente temible. Nos quedamos todos absolutamente privados. -  Os habéis quedao muertos, ¿eh...?

Y sí, nos habíamos quedado de piedra. Pero intentamos reaccionar pronto. Lo que solíamos hacer con Netol era, primero, no consentir que jámás, nos epatara. Y si, como en aquella ocasión, lo conseguía, que no se diera por enterado de que lo había conseguido.
El Jerezano, después de la impresión inicial, volvió rápidamente a la revista
- ¡Buf... está buenísima esta pelirroja! - dijo, mientras se colocaba con gestos exagerados el paquete
- Hm... no parece gran cosa, ¿no? - dijo Bonmatí, y cuando Netol se preparaba a demostrar que la pistola era fetén, añadió - además, en el chumino es morena... bah...
- Vaya... - dije yo que a veces me daba mucha pena -  pero, ¿de qué vas, tío?
Mi estrategia solía consistir en decir que sí, que tenía cosas guays, pero no sabía qué hacer con ellas. Por ejemplo, con el Zippo le quise convencer para que se quemara los pedos; también, por ejemplo, que le hiciera fotos en bolas a su hermana... pero nunca conseguía nada. Así que tiré por ese lado

- No voy de nada, Bola, ¿es que tienes miedo? - me dijo Netol, haciéndose el listillo y, lamento decirlo, acertando. Yo tengo mucho de eso. Presumo mucho, pero cuando llegan ciertas cosas de verdad, no me gusta estar cerca. Cuando mis amigos mods iban a pelearse con los rockers, me sentía molesto, nervioso, porque yo no me atrevía. Cuando salí con la primera mujer-mujer y ella me dijo que iba a meterse una raya, que si quería... tuve miedo también. Y cuando Netol sacó esa pistola, la verdad, me cagué.
- Noooo... no tengo miedo... mientras no me apuntes con ella cargada, chaval
- Ah... - dijo, con su cara de memo, supurando imbecilidad y sudor por el bigote y haciendo el clásico movimiento de halar la corredera sin dejar de apuntar hacia nuestro lado de la habitación - pues...ya está cargada - y dicho esto, aunque intentaba sonreír, su sonrisa era evidentemente nerviosa y el sudor empezó a perlarle las sienes. Su aspecto de imbécil era ya imbatible.
Ese ruido que hemos oído mil veces en las pelis hizo que Jerezano y Bonmatí dejasen de disimular con el Fotogramas y los tres nos levantamos del sofá como impulsados por un resorte invisible. El miedo era ese resorte, claro, y dando un dramático rodeo para salir de la zona que amenazaba la pistola, nos lanzamos hacia Netol, gritando todos al tiempo, tratando de aturdirle o no sé qué tratábamos de hacer.

Lo que es seguro es que no tratábamos de provocar lo que, de hecho, provocamos, no sé muy bien cómo: en medio del forcejeo y el griterío, y evidentemente, sin querer hacerlo, a Netol se le disparó el arma y le descerrajó un tiro a quemaboca a Jerezano, que cayó hacia atrás como un pelele con la cara ensangrentada.
Nos volvimos hacia Netol, para recriminarle a los gritos lo que acababa de hacer. Yo, lamento decirlo, fui un cerdo y di comienzo a una vergonzosa huida, porque no quería correr la misma suerte que Jerezano, pero me dio tiempo de ver a Bonmatí lanzándose sobre Netol para tratar de impedir lo que hizo éste: apoyar el cañón entre sus ojos y abrirse la cabeza de un balazo. Murió allí.

Jerezano, no. La bala entró por la boca, destrozando dientes y mejilla, pero salió bajo su oreja sin interesar, milagrosamente, ningún órgano vital. Al menos él tuvo la suerte de no ver a nuestro maltratado amigo Netol quitándose la vida, una imagen que ni Bonmatí ni yo olvidaremos jamás.

Y así fue como Netol, nuestro amigo Héctor, en el mismo instante, salió de nuestra pandilla y entró en nuestra pequeña historia.


















(1) :gular.

Del lat. gula 'garganta'.
1. adj. Zool. Perteneciente o relativo a la garganta.

4 comentarios:

Carmina dijo...

AAyyyyy, esta vez me ha dado mucha pena tu historia. De forma que me quedas debiendo unas cuantas risas y un beso gordo como el que me das siempre que vengo a verte. Si tardas mucho en pagar los intereses se acumularán de una forma peligrosa para tu salud. Tu mismo.

Wolffo dijo...

Hm... así que ¿se me ha ido la mano con el drama? pues no era consciente de eso, pensaba que era gracioso. Quiero decir que el humor y el costumbrismo tenían más peso que el drama, llamésmole así.
Tú sigue viniendo y aquí hay besos esperándote, no lo dudes, y serán tanto más gordos cuanto mayor sea tu entusiasmo por lo escrito.

De momento, ahí van los de esta ocasión. Pongamos dos porque, vaya, tampoco me has dicho lo listo que soy ni nada de eso...

Carmina dijo...

¿Sólo dos? Bueeeeno, me conformo. Culpa mía. Te dije que me debías uno. Al fin y al cabo tengo el doble de lo que te pedí. Ya no te digo lo listo que eres por no repetir lo obvio. Para mí el más divertido, culto e inteligente de mis amigos. También buena persona y guapo, por supuesto. Como para comerte a besos.

Wolffo dijo...

Y además, soy super buena persona, las abuelitas también me adoran!!