viernes, julio 22, 2016

Matar, yacer, matar.

Mi padre era un asesino en serie, pero eso, te lo digo en serio, nunca fue algo que me molestara de verdad, hasta el momento en que mató a John Lennon (1). Eso, lo reconozco, fue bastate molesto. Resultó embarazoso. Hubo muchísima gente que se puso bastante exquisita con ese tema, y nadie supo ver el lado bueno, todos se centraron en la tragedia, el drama, en lo malo... ¡Menos mal que no había Facebook! Pero... la gente, ya sabes, ¿qué vas a a esperar de la gente? La gente no piensa, no aprecia, no siente... la gente solo se junta en manadas y actúa como sin cerebro. Y eso es lo que me gusta de la gente.
Como asesino en serie, mi padre resultó bastante bueno, un gran profesional,y nunca le pillaron ni de lejos, y ganó pasta y prestigio social y todo eso, pero tenía esa cosa que tenían los toreros: no quería que yo siguiera la tradición familiar. Mi padre quería que yo tuviera un estanco, como su hermano, mi tío Pablo, y que mi vida estuviera más o menos controlada. Luego, si quieres, aparte, como jobi, puedes matar gente de vez en cuando, extranjeros, árbitros de fútbol, empleados del mes... ese tipo de gente; pero no te dediques a ello profesionalmente. Es muy duro.
La verdad: a mí la gente... pues no me emociona, pero tampoco es que me muera por matarlos. No me divierte. Solo veía que mi padre se ganaba bien la vida y yo quería una vida como la suya, con mucho tiempo para jugar con nosotros, para llevar a mamá de viaje, a cenar... así que podría soportar lo incómodo que resulta algunas veces eso de matar personas, si con ello tengo una vida buena, una vida como la que tuvo mi padre.
El otro día vi una peli americana, de esas de hay que ver los hijos de los divorciados, los pobres; y en el cole, bueno, pues resulta que los niños llevaban a sus padres en algo llamado como el día delos oficios, o por ahí, y los padres daban una charla a la clase sobre su trabajo. Y el hijo del poli, imagínatelo... Y el hijo del sastre, pobrecillo, y así. Me puse a pensar que si hubiéramos vivido en Alabama, o en Ohio, o esos sitios, y llega el día en que tiene que ir mi padre, asesino free-lance, trabajitos finos, consulte disponibilidad y pregunte por nuestros precios especiales para grupos y trabajos fuera de la ciudad. Te digo yo que triunfa.

En fin... cumplí, a medias, los deseos de mi padre. No tengo un estanco, pero fumo bastante, Lucky, y con eso debería darse por satisfecho el cabroncete de mi padre. Fui a la facultad de derecho. Un año. Seis meses, quizá. Fui poco a clase. Hablaba poco. procuraba coger apuntes mientras me preguntaba qué carajo estaba haciendo allí, oyendo al marido de Pastora Vega disertar sobre... ni me acuerdo, de qué daba clase el pobre. Sí recuerdo que tenía ese aspecto de progrecillo, con su media melenita semirubia, pantalón marrón y chaqueta beige, sin corbata, gafitas de John Lennon, ni media hostia y aspecto blandengue y blanquecino. Un tío aburrido como pocos, probablemente buena persona y eso sí, con el morbo de ser el marido de una famosa de entonces.
En mi facultad también estaba Miguel Pardeza, el menos lustroso de La Quinta del Buitre (joder, qué de años, esto no le suena a nadie, fijo), pero yo no le recuerdo en clase (ni él a mí, claro, apenas visitaba yo esas estancias), siempre le recuerdo rodeado de tías por los pasillos, como con prisa por ir a pillar un coche y largarse a cualquier sitio a lo que sea. Había dos chicas que se sentaban cerca de mí y que cuchicheaban (en los primeros días,cuando iba aún a clase) y un día un profesor repipi que no recuerdo ni quién era ni de qué me daba clase, ni estaba casado con famosa alguna, me dijo
- Usted, ¿cómo se llama?
Mi primer impulso fue mirar detrás de mí, porque "usted" no era un tratamiento al que yo estuviera hecho. No tardé demasiado en comprender, no obstante, que me interpelaba a mí y me rehice
- ¿Cómo se llama.... a quién? - fue mi respuesta y todo el mundo rió mucho, como si hubiera hecho un chiste, y el profesor no me quiso explicar a qué se refería, como si hubiera hecho un chiste. Me echó de clase.
- No podré coger apuntes -protesté-. Quiero decir, si me echa... - Me habían dicho que era muy importante tener unos buenos apuntes
- Ya se las arreglará- me dijo el profe redicho.
- ¿De verdad...? -dije yo, súbitamente esperanzado, porque yo respetaba y confiaba en ese profesor, a pesar de ser un pedante, porque parecía realmente inteligente. Pero, por alguna razón, la clase volvió a reir, como si yo fuera un gracioso, y el profesor se enfadó más conmigo, como si yo fuera un gracioso.
Las chicas que cuchicheaban se me acercaron con sus carpetas al finalizar la clase.
- Hola - me dijeron muy sonnrientes
Una era un poco más bajita que yo, morena, con los ojos claros, azul casi gris, espectaculares, pero muy separados el uno del otro, dando al que la miraba una sensación como de estar viendo una cabeza de pez. Si la mirabas de frente, parecía estar vigilando constantemente los flancos, transmitiéndote una impresión de profunda inquietud. La otra tenía una graciosa melenita rubia, ni fu ni fa, era un poco gordita, muy sonriente y llevaba un vestido blanco de florecillas azul pálido, muy fresquito y una bonita chupa vaquera. A mí me gustó la gordita desde el primer momento. Pero, como suele suceder, era la mujer-pez la que parecía más interesada en conocerme, y la que llevaba la voz cantante del dúo.
- Te podemos dejar nuestros apuntes.
- Vaya... ¿y eso...?
- Eres muy gracioso
- No lo soy
- ¿Ves...? eres gracioso
LadyMerluza no me estaba pareciendo muy astuta y no era el tipo de persona en el que piensas cuando se habla de "buenos apuntes". Entonces intervino Miss Chupa vaquera
- Creíamos que eras escocés.
Y tal. Habían pensado que llevaba 10 días sin abrir la boca porque no entendía bien el español... y por mis camisetas de grupos raros. Y todo porque no me gusta demasiado hablar, tampoco me gusta la gente y me había hecho camisetas con los discos de los Jam, esos eran los grupos raros.
-No lo soy. Ni escocés, ni gracioso. Ni esto -dije señalando mi camiseta de Sound Affects -  es un grupo raro. Pero necesito los apuntes.
Mi encantadora chica vaquera me sonrió, como si supiera de qué iba todo aquello. La pez, ni flores, te lo digo yo.
Y fuimos, Besuguita, Cow girl y yo, casi del bracete a reprografía, a fotocopiar los apuntes y a ver si les explicaba que ni soy escocés, ni gracioso ni los Jam son un grupo raro, aunque sí ciertamente enrollados.
La pescao se llamaba Obdulia. Mi preciosa vaquerita, Leynie, y quise hacerle el amor desde el momento en que me dijo que creía que era escocés. Curiosamente, ella sí que era extranjera, alien, casi, de puro rara, a legal alien, como dicen los ingleses, como Sting, ella era de otro planeta, en realidad, muy esotérica y terriblemente sexual. Y yo... me enamoré de ella como un universitario.
Aquel primer día, como quería acostarme con Leynie, llevé a la dulce parejita a la cafetería de Medicina, donde ponían unos copazos de espanto por 50 pesetas; me las arreglé para que Obdulia creyera que era con ella con quien quería enrollarme y la hice seguirme a los baños. Lejos de miradas curiosas y de otras miradas que aunque no fueran curiosas, me iban a fastidiar el plan, maté a Obdulia sin contemplaciones y me las apañé para dejar su cadáver, desnudo, en compañía de otros simpáticos y discretos cadáveres en la sala de disección, donde no parecían tener un control riguroso (ni laxo) sobre sus cadáveres. Sus ropas, las tiré en los contenedores de basura de la cafetería y volví con Leynie, ya sin pececillos molestos alrededor, para hacerla mía. No quiso. Y eso que no le dije que había matado a su amiga. O quizá, esa fue la razón de que no triunfara. Quizá hubiera cambiado su opinión sobre mí (parezco escocés y divertido, pero soy un coñazo y un poco salido) de haber sabido que mataba chicas. Aunque, para ser sinceros, Obdulia fue mi bautismo de sangre, así que, entonces, no mataba chicas, aún era solo un estudiante de derecho mediocre, pero... acababa de incicar mi propio recorrido en el mundo del asesinato.

-.-

En la facultad de derecho, me aficioné a no ir a clase y, a cambio, iba a una timba de póker (clásico) que apostaba pequeñas cantidades. No se me daba demasiado bien, pero me aficioné al vértigo de la apuesta, a la emoción del farol, a poner cara de póker, a ser un poco gilipollas. Mis contendientes eran compañeros del colegio, de C.O.U., letras, que habíamos pasado en bloque a la facultad de derecho como si no hubiera otra carrera de letras en el mundo. Era malísimo jugando al póker, pero me creía muy listo, así que pensé que sería capaz de hacer trampas. Estuve durante tres o cuatro manos pensando en cómo lo haría... y lo hice, al recoger una mano de esas con 300.000 cartas descubiertas sobre la mesa, me quedé no con un as, sino con un joker en la manga.

Nunca nadie contaba las cartas, pero en esa maldita mano, Corvus, un tío sin demasiada importancia en el mundo, antes de repartir, se puso a contar las putas cartas.
- Falta una carta
Joder, joder, cuenta bien, y tal y cual... pero contó otra vez... y faltaba una carta. Tras una rápida inspección, sentenció:
- Hostias, un puto joker.
Yo no sabía dónde meterme. Creía que lo había hecho bien, y sin embargo, para mí era evidente que Corvus me había pillado.
- Alguien está haciendo trampas...
Joder, joder, es increíble... y cosas así pero no avanzamos nada. Yo traté de poner cara de poker, y combinar ese rictus inexpresivo con otro que expresara bien a las claras, que si me había visto y decía algo, le partía la cara.
- Chicos, estoy perdiendo ya demasiado -dije, con todo mi papo -  y ver que alguien está haciendo trampas,pues me toca las narices, así que me piro.
Y salí al aparcamiento, pero no me piré. Sabía que Corvus salía hacia las nueve a la cabina de teléfono (joder,qué viejuno lo de las cabinas...) que había en el aparcamiento, para llamar a su novia gallega sin que le diéramos el coñazo en la cantina.
Era una cabina de esas que no es cabina, que era una especie de poste cuadrado con un telentrabas en la cabiba, sino que hablabas junto a la cabina. Cogí un super5 que había en el aparcamiento y le hice un puente. Conduje hasta ponerme muy cerca de la cabina y esperé a que saliera Corvus y se pusiera a hablar con su novia gallega. Y despacito, para no hacer mucho ruido le aplasté mientras le decía guarradas a su novia y se tocaba la minga. Yo diría que murió empalmado, dato que aporto por si le sirve a sus familiares, aun después de 30 años, de consuelo.
éfono, dos en total, en los lados opuestos. De modo que cuando hablabas, en realidad no
Después de eso, dejé de no ir a clase y me pasé un año sin dar un palo al agua. Oficialmente, tenía la excusa de la depresión por la muerte del amigo y bla, bla. LLamé un par de veces a Leynie, pero aunque no me colgó ni nada, no pude tirármela. Sobre todo porque no conseguí que quedara conmigo. El cuento de la depresión no fue eficaz con ella. Ella estaba deprimida de verdad porque su amiga Obdulia había desaparecido.

-.-

Cambié de facultad. Me matriculé en Ciencias Empresariales. Empecé a ir a clase. Un señor que daba Contabilidad explicaba un balance como si fuera un jardín de estanques de agua y el agua iba de aquí para allá y yo, caray, apenas entendía una palabra.
Otro señor, con un enorme bigote cano, explicaba macro y microeconomía. Y nos dijo en tono melancólico: "léanse los Pactos de la Moncloa,porque ha costado mucho sacrificioo y mucha sangre llegar a un acuerdo así en este país". Ya entonces, me fastidiaba la gente que decía "este país". Yo no me enteraba de nada.
Un día llamé a Leynie. Le dije que me había matriculado "en empresas" (perdonadme) y a ella le parecía bien que rehiciera mi vida y tal. Quedamos.
Pedí una caña. Siempre me ha gustado cómo las tiran en Santa Bárbara, que no sé si sigue abierto, el de Alonso Martínez, digo. Esa capita de espuma cremosa me vuelve loco. Estaba con mi caña, de codos en la barra, manchándome las mangas de la camisa, echándome un piti, entonces se podía fumar en la cara del bebé de la ministra de sanidad, si querías. Y vi a Leynie, que no venía sola. Trajo consigo a una amiga con unas enormes tetas bamboleantes bajo un jersey de ochos finitos, de cuello vuelto. Me dio la impresión de que estaba muy distante y me presentó a su amiga: Gregoria, Goya, Lacalle, fotógrafa. Era guapa y esas mamellas no restaban atractivo, precisamente, pero a mí me gustaba Leynie mucho más, y te juro que no sé porqué. Después de unas cañas, fuimos al estudio de Goya a ver sus fotos que, dicho sea entre comas, a mí me importaban un carajo, y a beber gratis, que eso me molaba más.
En poco tiempo, se puso tan pedante y tan pesada con su arte que empezó a sentarme mal la cerveza. En un momento dado, Goya me dijo que si me gustaría ver la sala de revelado. No me apetecía una mierda, pero dije que sí, la acompañé y la maté allí mismo. Al salir, Leynie estaba como super guapa.
- ¿Y Goya...?
- Revelando
- ¿Ahora...?
- Ahora... fíjate qué idea...
Me tiré en el sofá al lado de Leynie y le dije que me hiciera mi carta astral. Me dijo que no podía, que eso no era como contar un chiste, no se podía hacer así, sobre la marcha en cualquier momento, de cualquier modo.
- Pues léeme los posos del café
- Estás bebiendo cerveza...
Al final, me hizo un somero análisis grafológico que descubrió sin ningún género de duda que yo era un hombre apasionado que la deseaba por encima de todo. La ataqué sin miramientos y ella, mientras con bastante habilidad le estaba desabrochando el sujetador, me dijo:
- ¿No nos pillará Goya...?
- No lo creo... - dije. Y yacimos.

-.-

Desde entonces, diez veces he quedado con Leynie. Diez veces hemos yacido. Y nuestras citas siguen siempre el mismo esquema. Primero, me cuesta convencerla para que quedemos. La llamo y la llamo y ella pasa de mí. De repente, un día me llama ella. No me lo avisa, pero siempre aparece con una amiga. Cuando aparece, siempre se muestra fría y distante, y su amiga, que suele ser imbécil, se muestra cariñosota. Cuando mato a su amiga, siempre de una forma discreta, sin que ella lo vea, sin que ella lo note, se pone tierna y yacemos. Nunca hablamos de su amiga muerta. Ni ella me pregunta si la he matado. Sólo me dice que si estoy seguro de que no nos molestará.

Cuando quiere matar a alguien, que es algo que es desagradable para ella, me llama.  Y yo, como Belén Esteban por Andreíta, por  Leynie, mato.

(Leynie) Amar por matar.
(Yo) Matar para yacer.












(1)¿Mark David Chapman...? ¡Vamos,hombre...! es un burdo montaje de la C.I.A.