miércoles, marzo 30, 2016

Vino la prima Vera

Aquel verano, fue el mejor verano de la historia, ¿sabéis por qué? Pues porque, nada más empezar el verano, vino la prima Vera. Vera no era prima mía, creo, pero es de esas personas en las que el vínculo por el que las conoces es más poderoso que su personalidad misma, como esa Tía Angustias o ese Tío Cirilo que nadie sabe exactamente de quién son tíos, pero todos les nombramos con el tío o tía por delante. Como os contaba, nada más empezar el verano, entró como una tormenta en nuestras vidas la prima Vera, y ya nada volvió a ser igual.
Vino la prima Vera en esos días de libertad absoluta y ansia de disfrute ilimitada que van desde que terminan las clases hasta que llegaban las notas (1), acontecimiento éste (la llegada de las notas) que solía traer consigo un significativo recorte en mis libertades y derechos y también en los de mis amigos, y éramos todos más o menos igual de insignificantes. Éramos tan insignificantes mis amigos y yo que, fijate bien, no recuerdo con quién de nosotros estaba emparentada la prima Vera, sólo recuerdo que era prima de alguien, acaso fuese prima mía, no me atrevería a negarlo ante un tribunal, lo que sí afirmo es que me volvió loco desde que apareció. Y a todos los demás, fueran primos o no.
La prima Vera, italiana, morenaza, está desdibujada en mi memoria  y no recuerdo si era guapa o no, me refiero a que no lo recuerdo exactamente, no recuerdo si su cara era lo que los que dictan esas normas la considerarían guapa o no, pero mi sensación es que la prima Vera era, con mucho, la chica más guapa que había visto yo hasta entonces.
Yo vivía en Pedrelayos de la Sierra, en las estribaciones de la Sierra de Guadarrama, de la vertiente segoviana un pueblo tan insignificante como todos nosotros, sus habitantes y cuando al principio de aquel verano, vino la prima Vera,a todos nos cogió con el pie cambiado.
En primer lugar, jugaba al fútbol, cosa que no hacía ninguna de las niñas de Pedrelayos, y no solo jugaba, sino que jugaba más o menos bien (tampoco es que fuera Maradona) pero es que tenía un sprint precioso de ver (las chicas, no nos enfademos, no saben correr, aunque luego crezcan y hagan running y todo lo que quieras, las mujeres/niñas corriendo son un desastre estético) y lo que nos dejó a todos alucinados, tiraba piedras con un estilo totalmente masculino, con fuerza masculina y puntería de golfillo. No tenía ese estilo torpón habitual de las niñas que no saben ni tirar piedras ni dar puñetazos, sino que era una experta lanzadora de piedras y exterminadora de urracas, a las que detestaba, y ahuyentadora de gatos, que tampoco eran santo de su devoción. Mataba pajaritos y puteaba a los gatos, hoy día hubiera tenido problemas en facebook, sin ninguna duda.
Era una chica de ciudad (Milán) que se encontraba como pez en el agua en el campo, y desconcertó a todas las niñas del pueblo, que no entendían como una niña tan guapa, tan estilosa y tan... perfecta, que venía de una de las capitales mundiales de la moda, podía ser tan marimacho y tan desastre, y encima volver locos a todos los cafres del pueblo... y a los veraneantes de Madrid, y todo ello sin comportarse como las meapilas habituales: grititos ante los ratoncillos de campo, o incluso ante un escarabajo, o cuando los murciélagos salían al atardecer, o porque el agua del río estaba fría, o porque en la cantina (¿por qué le llamáis "cantina" al bar...?) las patatas de la tapa las daban en un plato sopero de Duralex... la lista de agravios pueblerinos a la sensibilidad madrileña no tenía fin (os reís muy alto, coméis muchas pipas...) y nos reíamos de todas las cosas que a los veraneantes no les cool, y las exagerábamos y nos recreábamos para que pudieran sentirse especiales, porque eran más divertidos cuando se veían así que cuando querían ser iguales que nosotros. Pues bien, en eso la prima Vera era distinta: cazaba lagartijas, quemaba peos, robaba chicles... pero, al mismo tiempo, cuando salía después de cenar en casa, como hacíamos todos, a la plaza y a matar un par de horas de fresco, se ponía unos maravillosos vestidos como antiguos de tirantes, llevaba el pelo suelto y siempre muy, muy limpio y brillante, y unas sandalias super bonitas... vamos yo no recuerdo si las sandalias eran bonitas, pero sus pies en esas sandalias eran lo más bonito que pisaba la tierra, parecían algo especial, algo que nunca habíamos visto en Pedrelayos

Después de cenar, por la noche, la prima Vera pasaba de nosotros, los chicos, con quienes echaba el día haciendo el trasto, y se iba con las chicas, y se reían de nosotros, y hacían pulseras con todo tipo de materiales, y tenían conversaciones a las que nos prohibían asistir,  reuniones en las que siempre una de ellas lloraba y todos nosotros, que pasábamos de las chicas durante el día (las niñas no juegan al fútbol, no se hacen pajas... o no hablan con nosotros de ello, no roban en el colmado), las acosábamos por la noche y sólo pensábamos en lo que "se deja hacer" Pepita o Manolita y en cómo sería ducharse con Rosita o irse a la era con Anita... o simplemente que la prima Vera te dejara pasear con ella bajo la luna cogiditos de la mano y te dejara darle un beso en la nariz. A la prima Vera no querías estrujarle las tetas... querías ser su amigo del alma. Así eramos.
El verano de la prima Vera lo recordamos todos. Nadie lo olvidará jamás... y por eso nadie habla de ese verano desde entonces.
Aquella mañana, como todas, iba en el motocarro repartiendo el pan y la leche y cuando llegué a Las Eras, la urbanización en el extremo norte del pueblo, la guardia civil no me dejó entrar. No eran los de La Pradera, eran como de ciudad, menos de pueblo.
La primera verdad es que el Mario, el leñero, muy bruto y muy buena persona a decir del todo el mundo, murió aquella noche. De un hachazo en la sien. Todos pensaron que fue la prima Vera, la sangre alterada por alguna razón (estas turistas italianas...) y se la llevaron en un Toyota Land Cruiser, con vestido y sandalias, el pelo suelto... pero no tan limpio y bien peinado como lo recordaba de la noche anterior.
La primera verdad fue mentira. Un soplo interrumpido por la cazurra costumbre de no ver, no mirar, no sentir. De culpar al diferente, a aquel a cuyos padres no tenemos que ver en la cantina. A quien no tenemos que dar explicación ninguna.
La primera verdad que aprendí en la vida es que no hay verdades absolutas, ni siquiera esta, ni siquiera el fragmento de verdad que puede desprenderse de este estúpido y verdadero silogismo.
La primera verdad, la prima Vera, se fue antes de que me llegaran las notas, de que mis padres volvieran a enfadarse conmigo, de que el verano se fuera a la mierda otra vez por mi zoquetería y a pesar de eso, aquella prima Vera, aquella primera verdad llenó aquel verano, y todos los veranos que vinieron después.
Hoy, cada vez que aparecen los primeros días del verano, cuando esos primeros soles me muerden la base del cuello, inconscientemente descubierto por mi afición a las camisetas, cuando todo parece volver a ser juventud, me llena de melancolía el recuerdo hermoso de la prima Vera, de sus sandalias y vestidos, de sus pedradas, de su pelo negro suelto y de lo poca cosa que parecía entre aquellos dos enormes guardias civiles de ciudad.
Empezando aquel verano, vino la prima Vera.
Y se marchó antes de que pudiéramos saber lo que era eso.
Empezando aquel mismo verano, se fue la prima Vera. Y aprendimos a escribir, sin conocerlo,el libro del amor, ese libro largo y aburrido. Hermoso y sin igual.










(1) Esta sensación sólo pueden conercla aquellos que,como yo, solían pasar los veranos estudiando las 3, 4 o 5 asignaturas que habían cateado en junio.

2 comentarios:

fullanna0 dijo...

La prima Vera, la revolución de la adolescencia... ¿Dónde habré yo visto esa película? Me refiero a aquello de subir a los árboles, tirar piedras y jugar a churri churri como un niñazo!
Besos Jorge! Muy bien escrito!!

Wolffo dijo...

Bueno... por mucho que tu espectacualar belleza, clase y sex-appeal lo desmientan, me temo que viste todo eso en el cineExín de tu porpia vida. Pero, créeme que me cuesta imaginate como una niña chicazo.

Me gusta muchísimo que te haya gustado, Mamen, y que me lo hayas dicho por aquí... viene ya tan poca gente a verme (sobre todo porque me tiro temporadas sin escribir, no me quejo...) que es una sorpresa ver que aún hay quien resiste.

Muchos besos, guapetona.