sábado, enero 30, 2016

El ladrón del Museo (y su prostituta madre). Y viceversa.

Yo, bastante atractivo, y mi madre sentada a la puerta de su ofi, el Hermitage de Amsterdam

Wolffus Neptunae, un día, quizá dos al mes, iba al museo a robar. Su madre también trabaja en el museo, pero ella todos los días, salvo los lunes, que libra, porque en el Hermitage los fines de semana es cuando más afluencia de público (y de personas) hay y no se puede librar esos días, porque es cuando más dinero puede hacerse.

La madre de Wolffus es milagrosamente joven y terrenalmente guapa. Tiene algo de la china girl de Bowie y admite Visa, Mastercard y Amex, como se aprecia en la fotografía; fuma casi sin darse cuenta y al mirarla, uno no puede explicarse que un cuerpo tan menudo pudiera albergar en su interior a la bestia que ahora es (y debió ser de bebé) Wolffus.
La madre de Wolffus es una mujer accesible, y menos mal, dado su oficio, y no pone problemas a este periodista a la hora de fotografiarla, pero pone siempre la misma postura, como esas chicas que tanto se prodigan en facebook. Se llama, y ya va siendo hora de decirlo, Seul Bluos, es pelirroja de ahí abajo (un milagro de la naturaleza), rubia de axilas y morena de cabellera, cejas y pestañas, siendo esta variedad cromática capilar muy apreciada por sus clientes.

Seul no pertenece, en rigor, ni de ninguna otra manera más laxa, a la plantilla del Hermitage, pero es una mujer de hoy y ha llegado a un acuerdo win-win con la gerencia del museo: se la chupa a los Hermitagnos y solo les cobra un manual (al menos, eso es lo que creen los Hermitagnos); a cambio, le permiten usar, con discreción, las instalaciones del museo, aunque solo para cerrar tratos. Para sus celebradas ejecuciones Seul prefiere su apartamento, habitaciones de hotel o, eventualmente, el coche del cliente.

Seul paga sus impuestos y puede ser, si te  lo puedes permitir, tu enfermera de noche. Sus vecinos la respetan y a ella no le hace gracia que su hijo, Wolffus, se gane la vida robando en el mismo lugar donde ella trabaja, en un negocio cuyo nicho de mercado, cuya ventana de oportunidad, es la misma. Aunque de sexo opuesto: si bien el 99% de los clientes eran hombres (entre ellos, algunas personas), y ella no decía que no nunca a un cliente que estuviera aseado, fuera del sexo que fuera, el 100% de las víctimas (no sería justo llamar "clientes" al público objetivo del ladrón) de Wolffus, eran mujeres porque, vete tú a saber porqué, Wolffus ejercía de ladrón sólo con  mujeres.

Wolffus no contaba con el plácet de la gerencia o el personal del Hermitage para realizar su trabajo, pero lo realizaba con diligencia y profesionalidad. Wolffus robaba besos en el museo. Besaba cuellos, besaba naricitas, besaba lóbulos y besaba bocas también. Besaba párpados y besaba frentes. Pezones, hombros, rodillas, tobillos, corvas (Cristina, esto va por ti) caderas y nalgas. Bocas de labios finos, prietos y voluptuosos, besaba manos y besaba pies. A veces besaba largo y profundo, pero lo normal era un beso rápido y un esquive del guantazo subsiguiente. Besaba porque no podía evitarlo, era verte... y tratar de besarte y así... no se vive bien.

Wolffus, al contrario que Seul, su madre, no paga sus impuestos y ni de coña será tu enfermera de noche, pero puedes echarle de menos si no has vuelto a verle desde aquella tarde que os citásteis en Hawaii, cuando llovía a mares sobre la avenida y pedísteis un té con croissant. Vivía para besar. Su día no era día si no besaba a una mujer y besaba en todas partes, pero una vez, o quizá dos, al mes, tenía que dejarse caer por el Hermitage porque fue allí, una vez, donde te besó a ti aunque tú no quieres acordarte.

Era un día especial. Una exposición extraordinaria con motivo del centenario del museo de Grandes Maestros de la Humanidad (una mierda de tema, ya lo sé, pero ni soy el comisario de la exposición ni me importa). En verano. Tú llevabas un precioso vestido de tirantes, tu melena rizada y tus enormes gafas de sol (inciso: no te sientan bien esas gafas de sol, ese tipo de gafas; eres muy guapa y deberías llevar gafas de sol más pequeñas, que dejen ver tu cara... no esas pantallazas que te tapan tu precioso rostro). Se presentó delante de ti y te hizo saber por gestos que le parecías maravillosamente guapa. Cuando te dijo su nombre le diste la mano, repitiendo el tuyo (Lorna Cor...) como con miedo, y él cogió tu mano, la llevó a sus labios y te la besó. Fue un beso en el dorso de tu mano, nada ceremonioso, nada inocente. Un beso tórrido y fatal que desató un tsunami de deseo desde tu mano hasta tu axila. Te deshiciste de tus amigos y le pediste que te diera un poco de aftersun en tus maravillosos hombros quemados. No se te ocurrió nada mejor.Y a él no le pareció una mala idea. El te extendió crema en los hombros poniéndose detrás de ti, y te besó los hombros,el cuello, los labios, la barbilla y te pellizcó los pezones mientras tú te volvías tan loca como él. Pero el museo no era lugar para hacerlo que a ambos os apetecía en ese momento: arrancaros la ropa y haceros el amor salvajemente. O sin salvajismo, pero bien.

Desde ese día vuelve al museo, una vez, o quizá dos, al mes, y te busca entre beso y beso porque, bueno, vuestra historia es bonita, pero el tío besa todo lo que lleva falda. Pero... y tú lo sabes bien: aunque tú quieras pasar página, él no lo hará. Porque besándote, descubrió el sentido de la vida, la fuerza del mundo y reconoció las revelaciones de la madre naturaleza. No es justo que intente siquiera renunciar a eso.

Y nunca, nunca, nunca... nunca te olvidará. Y no quiere más.







2 comentarios:

Mal dijo...

Cómo mola este video, me encanta..

Wolffo dijo...

¡Mal! cómo me alegra verte pior aquí.
Y dime una cosa... esta historia holandesa, ¿te ha molado? POrque el video tiene un huevo de años,pero la historieta es nueva.

UN besote,