domingo, enero 10, 2016

Cercano y desorientado (en el lejano oriente).


Conocía a Xiaoyan en la misma versión en la que casi todo el mundo la conocía: con una bata blanca, no precisamente reluciente, un pañuelo-redecilla verde  en la cabeza y zuecos del siglo pasado aliviando sus cansados pies. Era china, y era cocinera, pero no cocinaba en un chino, cocinaba platos de toda la vida, guisaba, en A destiempo, mi bar, aderezando con gracia y practicismo oriental las raciones y menús del día que ofrecíamos a los trabajadores del polígono donde estaba ubicado mi negociete.
En A destiempo siempre tuvimos cocinera gallega. Y no solo en A destiempo, en todos los bares de mi familia (soy hijo y nieto de bareros o baristas, gente de restauración) siempre se confiaron los fogones a mujeres gallegas. Pero cuando Bieita nos dejó, harta de cobrar poco y trabajar mucho, sólo Chao (Xiaoyan era demasiado largo y exótico para gritarlo en el fragor de la batalla de los menús de mediodía) fue capaz de asumir la tarea de las muchas horas, el trabajo poco gratificante y sacar platos y platos y platos y platos sin despeinarse, sin quejarse demasiado (nadie que trabajara en A destiempo podía trabajar sin quejarse) y teniendo satisfecho al personal del bar. En efecto, camareros y ayudantes adoraban a esta mujer menuda pero fuerte como un roble y, en apariencia, inofensiva.
Chao tenía que trabajar en dos turnos, de comida y cena, de 11:00 a 16:00 y de 20:30 a 23:30 de la noche. Pues bien, llegaba a las 9:30 de la mañana y se sentaba para dejarse mimar "como los señoles" y sus compañeros le ponían su café y su tostada con aceite y atún y se enchufaba a su portátil hasta que empezaba a trabajar, siempre unos minutos antes de las 11. Y desde que terminaba su primer turno, a las 16:00, hasta que volvía a entrar en la cocina, hacia las ocho menos cuarto, se sentaba en su mesita, sacaba su labor y tejía primorosos kilómetros de todo tipo de prendas mientras veía en su portátil, chupando wifi como una loca, programas de testimonios uno tras otro. No tejía para su familia, de la que no teníamos noticia, sino para nosotros. Nos regalaba bufandas, guantes, gorritos para el invierno, algún jersey, tapetes... y más que regalarnoslos, paracía aliviada al deshacerse de ellos, como si los hiciera pensando en otro y no se atreviera a dárselos, y nos los atizara con tanta determinación que nadie se atrevía ni siquiera a decirle que era alégico a la lana, como le pasaba a Alecio, el camarero de barra de toda la vida del A destiempo.
Pero en la cocina, simplemente, no tenía rival. Ni sustituta, por supuesto. La cocina española la tenía completamente asumida, era muy, pero muy hábil haciendo pizzas y pasta y tenía su propia técnica de hamburguesas. Ella hacía su mezcla para la carne y hormeaba los panes que ella misma hacía y sus hamburguesas eran el reconstituyente mañanero preferido de los poligoneros que salían de fiesta de los locales de marchuqui bacalaero a las 9 de la mañana.

Cuando cumplimos 10 años en el polígono con A destiempo, organicé en casa una super fiesta con piscina y barbacoa y todos los trabajadores del bar acudieron como un solo hombre, sin mediar violencia y respondiendo con nobleza y claridad de espíritu a mi sutil coacción (o venís o a la calle). Tampoco sé porqué quise hacer ese tipo de celebración. Todos en bañador, como si fuéramos el equipo de rodaje de una peli, y el caso es que, bueno, yo estoy bastante acomplejado de mi peso. Bueno, no exactamente de mi peso, sino de mi volumen y ninguno de los trabajadores de A destiempo me había dado ni el menor indicio de que verle en paños menores fuera agradable.
Éramos un ramillete de seres poco expuestos a la luz solar, cenicientos y poco dados a la vida deportiva y al ejercicio saludable, generalmente cansados y con dolor de pies. Poco atractivos, no demasiado amantes del alterne y con más ganas de estar en casa rascándonos los codos que de ir a una fiesta en bañador con gente poco agraciada.
Y sin embargo... de quien menos esperaba, surgió la magia, un hechizo, un endemoniado encantamiento al que no pude entonces resistirme... y hoy, 15 años después, sigo sin poder hacerlo.
En cuanto vi a Xiaoyan en bañador, el tiempo empezó a contar de nuevo. Estaba harto de verla con el pelo aplastado bajo el pañuelo verde, la grasienta bata de trabajo, los horribles zuecos ennegrecidos por años de exposición a la grasa, el humo y los pasos penosos. Nunca me di cuenta de que bajo la incansable trabajadora, había una mujer de lo más comestible y el caso es que su condición de mujer trabajadora, responsable, inteligente, con sentido práctico, imaginativa y resolutiva... la hacían aún más sexy.
En realidad no era una mujer espectacularmente hermosa la que descubrí junto a la piscina... solo descubrí, o mejor dicho, descubrí, nada menos, que a una mujer.
No una cocinera china.
Una mujer.
Con los ojos rasgados. Con los pechos llenos de futuro. Con la piel llamándome a gritos. Se había hecho la manicura y la pedicura y estaba tan radiantemente femenina que casi me volvió loco. Sonreía, bebía cerveza, emitía opiniones (eran opiniones vulgares, pero entonces, bajo shock, me parecían originales y novedosas) y comía con las manos con voracidad y finura orientales.
¿Cómo pude ser tan ciego? Llevaba tres años trabajando para mí, trabajando conmigo, y hasta ese infausto día no me di cuenta de nada.
Surgió Facebook en la conversación. Al parecer, Chao era muy activa en redes sociales. Como siempre que oigo ese término, un escalofrío recorrió mi médula espinal. Me hice el suevo y subí a mi habitación a cotillear su cuenta. Madre mía... Fotitos con mensaje. Solidaridad de pacotilla: lazos, je suis, foto de perfil con banderita (arco iris, Francia.. lo que fuera), videos de youtubers sin cerebro, pero muy lenguaraces, y algunas opiniones llenas de lugares comunes. Me estaba poniendo enfermo con cada cosa que leía, así que lo dejé y bajé a la fiesta de nuevo.
La busqué. Me uní algrupo donde estaba ella. Me metí en la conversación. Estaba en desacuerdo con prácticamente cada cosa que decía. Todo me parecían tontunas y majaderías, pero no podía dejar de estar a su lado y reclamar su atención. Me daban retortijones de escuchar algunas de sus ideas, pero me hechizaban sus labios,la curva de sus hombros, sus axilas... y no podía separarme de ella. Mi deseo y mi rechazo se alimentaban paralelamente.
Deseaba a esa mujer. Detestaba a esa persona. Y ninguna de las dos eran Chao, mi cocinera china. Eran las mujeres que amo y detesto, todas las que he amado y detestado en mi vida y en mi muerte.

Alcé el vuelo. Sobrevolé la fiesta,como el humo de la barbacoa. Fui el pájaro discriminador que, fingiéndose nube, mira tu escote y caga en los parabrisas de los forasteros. Vi a Xiaoyan
desconcertada por mi nueva naturaleza planeadora, rapaz y drónica, y pensé en lo que podría hacer con esa mujer si la rapto, como a una sabina, para proveerme de un futuro hogareño y carnal.
La arrancaría de este mundo pecador de cerveza, costillas y bailes sensuales. Y la llevaría al hombro, mientras selecciono una nube confortable para hacerle el amor despacio y etéreamente, haciéndola callar, salvo que quisiera halagar mi cuerpo (mientiendo, obviamente) o mi mente, sin asomo de falsedad en este caso.
Por alguna razón, las nubes blancas son cómodas, pero las negras ni siquiera te sujetan, te caes, te lo juro, si te pones de pie en una de esas nubes grises o negras.
A la luz de la luna Xiaoyan es hermosa, es lista, es ecológica. Pero al salir el sol su dimensión falsaria queda en evidencia.
No quiero ni imaginarme lo que parezco yo cuando sale el sol. A la luz mortecina de esta luna de enero parezco un saco de sebo. ¿Qué pensarás de mí mañana? Cuando despiertes y sin la pasión del momento, me veas levantarme penosamente, gordo y torpe.

Volaré, pero lejos de ti. Porque para no herirme inventas historias que te eviten ver la realidad: me detestas. Y yo te detesto a ti casi tanto como te deseo. Deseable y detestable, cerca y lejos de mí.

En mi querido sur... o en el lejano oriente.
Lejos, lejos, lejos de mí...

6 comentarios:

Carmina dijo...

Estoy un poco cansada de tus complejos. Me gustas como eres, rotundo y rellenito. Tan apetecible como un gran soufflé. Y PUNTO

Wolffo dijo...

Vaya... no sabes cómo lamento oír eso. No sabía que mis complejos pudieran cansarte. Descansa, por favor, procuraré no volver a agotarte con mis complejos.

Carmina dijo...

No te lo tomes tan al pie de la letra por favor. Solo intento convencerte de que te gustes más. Ni más ni menos que como gustas al mundo en general

Wolffo dijo...

El mundo de mis complejos es... complejo. Perdona mi insoportable carácter pero soy, en ese terreno, impermeable a casi todo, incluso a la verdad. Todo está ensombrecido.

Mal dijo...

Naranjas de la china!!
Todo está relacionado, ¿ves?

(No me lo tengas en cuenta, es sólo una forma de decirte que te sigo siguiendo)

Besazos

Wolffo dijo...

Mal. Busca una peli que se llama "Todo está iluminado". No tiene mucho que ver con esto, pero creo que te gustará.
Gracias por quererme. Voy a ver si te pones al teléfono.