martes, julio 21, 2015

Los bailes de Caronte


Y te presentaste en mi casa vestida de Luna. De luna lejana de planeta más lejano aún. Luna que baila saltándose su órbita a la torera, dando vueltas diferentes e imprevistas y reclamando su cuota parte de cariño, atención y palabras  eufemisticas.
Te abrí la puerta y te saludé con una teatral reverencia y me dijeron que según pasabas a mi lado, agachado como estaba con la excusa de la reverencia, pero fijándome en tus pies en realidad, dejaste caer -indolente- en mi espalda la ceniza de tu cigarrillo.
El baile empezaba a animarse y tu presencia, rotunda, suave y morada,  sólo podría mejorar las cosas. Y así sucedió.

Y tanto fue así que aquél, que en realidad era mi baile, se recordaría ya siempre como el primero de tus bailes, el primero de Los Bailes de Caronte.

Bailes de voz grave, Regius y tiranosáuricos, y no divinos, futuros o radiados, no os confundais. Empezabas a moverte y tus brazos al aire eran como esos gigantes-globo, esos larguiruchos que se mueven a merced del viento, pero exactamente al revés: porque cuando tú te mueves, cuando tú bailas, el aire nace en ti, tú haces que el viento sople y y nosotros te respiramos con avidez, bebiéndonos el aire como el cazador de ostras después de 5 minutos de inmersión.

Y fue que se invirtió de tal modo el orden natural, fuiste una Luna tan magnética y talentosa, que yo, Plutonio Didio Falco, un verdadero héroe de la república, rehusé a mis privilegios -poca cosa, no creáis- por tener la oportunidad de interpretar contigo el dúo lúbrico del toma  y daca. No es un alto ideal, soy consciente, mas donde hay cabeza no manda cerebro y en mi caso este axioma es tristemente verdadero entre mis piernas.

Lo reconozco. Te deseaba tanto que perdí la perspectiva y el mechero y pensé que tal vez el mundo me premiara por invitarte a aquel primer baile, fantaseé con que quizá  tú misma me premiaras (dejándome escribirte un poema lírico, componer una canción o tocarte una teta, soy facilón) pero fui un iluso. El mundo siguió, obviamente, su camino y tú, si alguna vez pensaste en mí, cosa que dudo, fue en los términos en que un conductor piensa en un mosquito  en el parabrisas.


En esas, te secuestré. Serías mi, bom, bom, bom, satélite del amor, o no serías.  Nada. Y me fui lejos, colega, tan  lejos que daba frío sólo pensárselo. Estuvimos gran temporada
 desaparecidos, hasta que un día alguien  descubrió nuestra órbita incierta, nuestro desconcertante baile y nos dio el noveno lugar, me lo dio a mí en realidad, supongo que porque ese tío tan listo que nos descubrió, lo hizo en un lance de esos  en los que tú me orbitabas y yo fui planeta y tú mi Luna.


Más tarde, alguien más listo todavía, supongo que porque nos pilló en algún movimiento sexual envidiable, dijo que yo la tenía tan pequeña que no podía ser planeta y me llamó planeunuco, planeta enano con la picha corta, y ya no fui el noveno nunca más.

Con los tiempos de la igualdad dejamos de ser un planetucho y su Luna, para ser un planeta binario, que es como una unidad de destino en lo universal pero pasado por el tamiz progre de los tiempos.  Éramos iguales, ya, aunque tú y yo lo fuimos siempre, pero ahora una ley nos lo confirmaba. Y ahora... ahora que han llegado a nosotros y nos hacen fotos,empiezan a pensar si no fueron demasiado duros con nosotros.

Bien, pues que se jodan. Seré noveno y tú, luna mía,  serás lo que quieras ser. Sigamos bailando juntos porque, aunque sepan dónde estamos, estamos demasiado lejos, demasiado arriba para el 99% de la gente. Sigamos bailando, Caronte y hagamos el amor. Venga.




sábado, julio 11, 2015

Situación embarazosa en la meseta central


Era el suyo un embarazo delicado. En lugar de albergar a sus hijos antes de nacer, como le pasa a todo el mundo,  Fingida Missela, mediterránea por convicción, a quien le sientan mejor las chanclas que los tacones, se quedaba embarazada de sus primos Segundos, lo cual dificultaba... No, dificultar no es el verbo... complicaba las relaciones familiares.


La primosegundez, como todo el mundo sabe, es un grado de parentesco que la gente olvida con facilidad. Si tu primo segundo es un pelma, o si está buena y tiene buenas tetas, uno está dispuesto sin problemas a olvidar el parentesco. Pero si a tu primo segundo, además de ser un señor de Soria, le has llevado en tu seno... Es diferente. Si el bicho lo llevas dentro, acabas por cogerle cariño, podríamos aventurar. Ese, por decirlo en pocas palabras, era el asunto de Fingida Missela, que como se preñaba de señoritas de Ciudad Real o señores de Soria, y les tomaba cariño, acababa decepcionando, por cuestión de celos, a su familia más próxima, una familia un poco idiota, todo hay que decirlo.


Fingida, Fingy (pronúnciese "finyi") para algunos de sus amigos, albergaba otras peculiaridades en cuanto que gestante: paría personas adultas con lo que sus embarazos  la deformaban espectacularmente. Ella apenas levantaba 155cm del suelo, y estaba muy bien facturadita, tendiendo a mollar, así que si se quedaba encinta y lo que le crecía allí dentro era un transportista navarro de 93kg. (con sus tatuajes y todo), como le pasó el año pasado, a nadie le extrañará que guarde cama desde el tercer día de gestación. Afortunadamente, este delicado embarazo que ha traído  a Fingy a nuestras páginas, no era el de Fermín, el transportista antes citado, sino que en esta ocasión, nuestra heroína alojaba a una pizpireta modistilla de Zamora.


Sí, amigos, a mí también me pasa, yo también me lo pregunto, porque no es demasiado normal, aunque el pensamiento políticamente correcto nos aconseje no usar este adjetivo -"normal"- que una mujer dé a luz primos segundos adultos que sean de algún sitio antes de nacer. Así que se lo pregunté.


- No lo sé -dijo sorbiendo por la nariz - pero es que yo lo noto, igual que otras mujeres notan que sus hijos dan patadas, yo noto que son de algún sitio.


Eso es lo que dijo. Yo ni quito ni pongo. Menuda gilipollez.


Otra peculiaridad de Fingy es que no necesita echar un polvo para embarazarse, préñase sólo cuando se le olvida ponerse bragas y llueven ranas, no me preguntes  porqué . Y no le preguntes a ella, que está como un cencerro.


Y, para que no quede en el aire. El embarazo era complicado porque la modistilla de Zamora, en lo tocante a aficiones, no era manca, sino manitas y, en lo que esperaba para nacer, era muy aficionada al ganchillo, y tejía kilómetros de primores y todo ese tejido -y los tintes- dábanle acidez e Fingida Missela. Y las agujas no le daban acidez, sino pinchazos.
Y eso es todo lo que puedo decir sobre el milagro de la vida.

viernes, julio 10, 2015

Me llamaste

Supe que tu vida era ya otra vida, ajena a mí y mis circunstancias y que pensabas sostener nuestro vinculo común sin contar conmigo.
Pero, de repente, me llamaste.
Apuesto a que ni siquiera tú te lo esperabas, pero me llamaste. Después de ignorarme durante años, de repente, te sentiste mal, quizá sola, o puede que rechazada... Y por alguna extraña razón -bendita extrañeza - de entre todas las personas que tenías a tiro... me elegiste a mí.
Me llamaste.
Y yo creo que no es casual. Casi nada es casual. En algún lugar de tu sorprendente cabecita, debajo de tus rizos,  cerca de tus orejitas, junto a tu naricilla descarada, alrededor de esos labios que, tarde o temprano tendrán que fundirse con los míos en nuestro primer gran beso aún pendiente, o quizá en la zona cercana a esa nuca que sí que he acariciado, besado e incluso he visto estremecerse mientras mis manos o tus pies hacían otras cosas... En algún lugar de los nombrados, tú supiste sin dudar que siempre me tendrás, dispuesto, predispuesto y enamorado como un colegial a recibirte en mis brazos, física y espiritualmente, cuánticamente, sexualmente y que después de hacerte el amor, querré quererte, hacerte confidencias, los dos exhaustos, desnudos  y entrelazados, tu fumándote un pitillo, yo alternando chistes malos, cosquillas y besos a traición. Se trata de no dejarte pensar. Que no pienses en quiénes somos. Que no tengas tiempo para valorar lo gordo que estoy. Que no pienses en aquellos a quienes, inevitablemente, herimos. Que critiques mis opiniones, pero que me dejes, de cuando en cuando, bucear bajo las sábanas y leerte la cartilla del placer, y enseñarle los dientes a tus labios.
Me llamaste. Y quizá porque tú y yo estamos predestinados, que deberías dejarte llevar... Un poquito, al menos, dejar que me acerque, explicarme esas cosas tuyas,  que sabes que las aprecio como nadie, dejarme pistas, ser un poco mía, ser el ángel y el pez discreto que nada libre por la mar océana de mis inmensas ganas de ti. 
Esto es lo que me gustaría. Y la decepcionante verdad es que llamaste... Y me olvidaste, cruel, otra vez.
¿No podrías olvidar que me detestas?
Me llamaste...