sábado, diciembre 12, 2015

La historia de la boda de la hermana de Vinnie LaPlanne



Conocía, de toda la vida, a Vincent LaPlanne y su familia. Los LaPlanne vivían en el número 11 de la calle Serafín de Sofá, la calle donde vivíamos nosotros también, en el número 13. Compartíamos patio interior y nuestros portales daban al mismo jardín. Vinnie era dos años menor que yo, pero fuimos amigos casi desde siempre, porque era como si entre él y yo esas cosas no contaran. Vinnie estaba enfermo, o eso decía él, tenía algo en los pulmones, enfisema atópico, le decían, y por lo visto era muy raro. Un día, al levantarme, ¡zas! La palmaré, me decía y yo pensaba que era idiota. Pero solo cuando hablaba de eso. Vinnie no jugaba al fútbol, ni al baloncesto ni a polis y cacos ni a nada en lo que hubiera que correr y cosas de esas… pero a mí me encantaba estar con él. No era raro ni nada. Sólo… un hombre tranquilo-
Mucho antes de que todo fuera distinto, las cosas eran de otra manera. Vinnie era el pequeño de 5 hermanos, los 4 mayores mucho mayores que él. Él era el clásico descuido; el que nació cuando sus padres ya ni podían imaginar que podían quedarse embarazados, y sus padres eran, comparados con los padres de los demás, muy mayores. Su hermano Juan era ya entonces un señor, no parecía un hermano, sino un tío, o un compañero de trabajo de tu padre o el practicante, algo así, no un hermano. Era medio calvo, cosa que me causaba un enorme respeto, llevaba gafas de alambre y cogía el 27 todos los días con muchísima soltura. No era demasiado simpático, aunque a mí me caía bien, y supongo que era un buen tipo. Las tres hermanas mayores de Vinnie eran… ¡ay! otra historia. No podían estar más buenas, entre otras cosas.
Elena, María y Olga. Elena era la más guapa, oficialmente. Era alta, delgada y realmente guapa, distinguida, con una melena castaña como de buena familia; tenía novio, claro, José Demetrio, conocido como Jodé, venezolano, un tío con megapasta, y se iban a esquiar y a montar a caballo y bueno, hacían cosas de ricos como bucear y comer langosta y pan bimbo. María era mi favorita. Estaba muy rellenita,  por eso tenía menos éxito, pero era super, super guapa, con el pelo rubio oscuro y los ojos verdes oscuros y profundos, muy simpática y para mí era lo más hermoso que había visto en la Tierra. Olga era como una traca, siempre a punto de estallar, siempre estallando. Llevaba el pelo negro y cortito, a lo chico, decían entonces, tenía un novio, el Jimmy, que era un poco macarra y muy simpático, motero y con coleta y siempre estaba peleándose con su hermana mayor  y con sus padres. A mí me encantaban las tres, pero Elena, conmigo, era como estiradilla, como si no le importara nada (¿y por qué tendría yo que importar a una chica como ella?). Olga me toleraba, salvo cuando nos poníamos demasiado pegajosos con Jimmy, su novio, entonces le daba una patada a Vinnie y éste me hacía ver que estábamos sobrando.
Pero María… María era muy cariñosa con Vinnie, quien no toleraba sus besos y achuchones, y cuando venía a achuchar a Vinnie, yo no entendía cómo a mi amigo no le apetecía que su hermana le estrechara contra sus pechos y le llenara de besos y yo ponía cara y actitud de “házmelo a mí”, por ver si podía ser yo el centro de sus expansiones cariñosas. Pero como cuando me cogía yo me agarraba a ella con desesperación de huérfano, aprendió a guardar las distancias conmigo por regla general, aunque a veces… a veces ella me besaba y abrazaba. Hasta que con 13 años y una pelusilla ingrata sobre mi labio superior, dejó de dedicarme muestras físicas de cariño. Vamos, que me tenía calado.
Recuerdo que fui a la boda de Elena. Me invitaron para no tener que aguantar a Vinnie diciendo “me aburro” cada 15 minutos. Vinnie podía ser realmente pesado con los mayores, lo recuerdo muy
bien.Ver a María probándose un vesrtido azul... fue el punto álgido de aquellos años.
La boda fue un auténtico bodorrio. Aquello era fantástico. Estuvimos todo el día de juerga, en algún lugar con mucho césped, mucho mantel blanco, mucha comida y mucha bebida. No recuerdo la ceremonia, igual nos la ahorraron a Vinnie y a mí, un gesto muy considerado, desde luego, pero no recuerdo ver todo aquello de juras amarla y todo ese rollo. Odio las bodas desde que tengo memoria. Y llevo muy mal que la gente aplauda cuando los novios se besan. Como cuando pasa un féretro con un cadáver. ¿Cómo se os ocurre aplaudir? Uno debe ser un poco más comedido en eso de hacer ruido en público.
No recuerdo la ceremonia, pero sí todo lo demás. Jimmy nos dio a probar nuestros primeros pitillos. Era un tío guay. Y Olga nos explicó cómo tragar el humo. Yo no quería fumar, quería tarta de chocolate, que estaba buenísima, y estar con María que estaba igual o más buena que la tarta de chocolate, pero Olga y Jimmy sólo hacían acopio de champán y cigarrillos y Olga y Jimmy eran los únicos que parecían soportarnos, así que probamos el champán y los Winston y nos cogimos un mareo tremendo.
Vinnie tenía primos y tíos muy simpáticos y los familiares de Jodé eran muy cantarines y algunas señoras venezolanas tenían las tetas enormes y no las escondían… las llevaban a la vista, como si les gustara que yo las mirara, con sus vestidos rojos y naranjas y amarillos muy vistosos, como si las expusieran, como si estuvieran sopesándolas constantemente. Yo me quedaba embobado mirando aquellas tetas gigantes en vestidos de colores. Ojalá María se pusiera un vestido de esos y bailara para mí.
Había un señor, muy viejo y elegante, que tenía monóculo y todo, que nos daba 25 pesetas si le llevábamos zapatos de mujer y le decíamos de quién eran. El rollo era que había enormes mesas redondas repartidas por el césped, con radiantes manteles blancos hasta el suelo y el viejo, que se llamaba Juez, y que era muy listo, nos decía que nos metiéramos debajo de las mesas y que localizáramos a las mujeres que se quitaban los zapatos disimulando, bajo el mantel, les robáramos los zapatos y se los lleváramos a él, mostrándole a la mujer a quien habíamos descalzado. Él nos daba 25 pesetas y no sé qué hacía con tanto zapato, aunque supongo que los devolvería.
Volvimos a Madrid por la noche, tarde, en el coche de Pierre, un Volvo gris oscuro de cuando nadie tenía Volvos en España, una exótica rareza; Pierre era canadiense, y era una especie de tío de Vinnie, un vividor muy simpático, que siempre contaba unas historias cojonudas, y que hizo todo el camino sentándonos a Vinnie y a mí en sus rodillas y permitiéndonos conducir (tomar el volante) alternativamente. Me lo pasé bomba. Ahora es inimaginable, claro, pero entonces las cosas eran así.
Me quedé a dormir en casa de Vinnie y sólo esperaba que llegara el día siguiente, a ver si veía a María en camisón, que era uno de mis sueños recurrentes. María en camisón, con la melena rubia despeinada, haciéndome el desayuno, dándome galletas y besos. María dándome un Colacao y yo como un idiota en pijama. María mirando la cartelera en el ABC y yo deseando que buscara una peli divertida para llevarnos a Vinnie y a mí.
Pero me desperté yo solo. Vinnie tenía una cama grande, así que dormíamos juntos cuando me quedaba en su casa. Como parecía super dormido, me tiré mi pedo mañanero al desprecio, levantando ambas piernas y agarrándome las rodillas para conferir una mayor potencia de salida al gas. Sonó a telón rasgado en el fin del mundo, y me extrañó no recibir una colleja de Vinnie.
Me quedé mirando al techo. Ojalá entrara María con un Colacao, desnuda y con galletas. Incluso Olga, que había estado simpatiquísima en la boda con un poquito más de champán y Winstons, para no perder la costumbre. Le di un codazo a Vinnie para que despertara. Ni caso, Una patada. Nada. Ni mu. El tío duerme como un pedrusco. Me acordé de que, por la noche, sudaba tanto, hacía tanto ruido (una especie de ronquido dulce y agudo) y despedía tanto calor que casi me fui de la cama. Y algo me extrañó. El caso es que ahora no sonaba nada. Ni mu. Ni despedía nada de calor. Rodé sobre mí mismo y fui a despertarle con un agradable y cariñoso alarido al oído, un hipogrito huracanado (como Maguila el gorila) pero me di repelús. Estaba frío. Y no respiraba.
Me levanté.
María estaba encantadoramente acurrucada en un sofá, con el café en las manos y un adorable pijama de tirantes y cebras, y un pantaloncito corto de color azul.
-          ¡Hola Wolfillo…! ¿Qué te pasa? – me dijo preocupada – Vaya cara que tienes…
-          Hola María… es Vinnie. Está frío. Y callado…
María demudó su hermosísimo rostro y pasó a mi lado como una exhalación, dejando tras de sí un rastro de miedo y hogareño deseo que aún hoy pervive en mí. No volví a hablar con María jamás. Todo el mundo se volvió loco y yo… en fin, sencillamente me fui de allí, de aquella casa tan conocida para mí y ahora tan extraña.
Vinnie había muerto esa noche. Habiéndose divertido el día anterior, fumando Winstons de Jimmy, bebiendo champanes de Olga y conduciendo el Volvo del beodo Pierre. Oliendo mis pedos antes de dormir (¿quizá la verdadera causa de su muerte…?) y contándome historias malísimas. Nunca volví a ver ni a hablar a nadie de su familia, excepto a Olga, que vino a verme al día siguiente, con Jimmy, y me llevaron a tomar un Helado a Oliveri (pequeña decepción, le había tomado gusto al champán) y no me dieron de fumar, cosa que no me importó. Fueron muy cariñosos conmigo.
El otro día María vino a la gasolinera donde trabajo. Iba con su marido, supongo, y sus nietos, me da la sensación. Subían a la nieve en plan familia feliz. Tanto ella como su marido eran dos abueletes marchosos, embutidos en modernos chandalillos de licra y sus nietos eran dos odiosos niños mocosos, gritones y caprichosos. Compraron Aquarius, Donuts y M&M’s y ella no me reconoció, estoy seguro. Pero yo a ella sí y me hizo gracia verla. Seguía siendo preciosa. Mayor. Pero guapísima, como siempre había sido.
Y al verla, como un miedo extraño y regurgitado, me ha venido a la cabeza la voz gritona de Vinnie, el olor dulce de su sudor al dormir, su extraña forma de mirarte cuando le explicabas algo y su siempre cariñoso sentido del humor. Vinnie, un nombre sin historia, un hombre de leyenda

No hay comentarios: