sábado, junio 06, 2015

Los dioses no beben cerveza.

Me presento, si no os molesta.

Yo soy Átomus Linch, un diosecillo vulgar, que salta de nube en nube, con fornidas deportivas de colores feos y llamativos y las piernas depiladas y morenitas; soy Átomus, el de la Duda Sempiterna, el  que se persona en la puerta de tu casa vestido de ridículo ciclista pedestre,  en el momento menos oportuno, pretendiendo que le juzgues (con todos los pronunciamientos favorables) cuando tú... tú... tú sólo querías hacer pis.

Átomus, el que no desfallece, el pesado de las largas cartas y el tema único.

Átomus, perdida y tozudamente enamorado de ti.

Quisiera emprender un viaje iniciático hacia el centro de nosotros mismos y sólo tú, mi diosa esquiva, la que siempre me ignora y resiste, me puedes acompañar. Caminaremos, si conmigo vienes, por las altas y nevadas cumbres y los caminos más altos de la vieja Europa, y llegaremos al confín sureño y levantino de la tierra conocida, caminando por su orilla cálida, hablando de esto y de aquello, y guardando silencios largos en compañía, compartiendo nuestra mutua e incompatible atracción, resolviendo por la vía rápida el recelo que, contumaz, nos asola.


Y en llegando al gran sur, te invitaré a una cerveza. Puede que no te apetezca, como a mí. Puede que la bebas de todos modos, simplemente porque eres una diosa cordial, y hablemos de cualquier cosa que no tenga que ver con lo que en ese momento nos apetezca debatir. Quizá intente convencerte de algo en lo que yo no creo, sólo por ver si la confrontación seduce tu atención y te quedas un rato discutiendo conmigo. Conmigo, ¿entiendes? es lo único que importa de todo esto, la única palabra que importa: conmigo. No creo en Dios, la grafología, ¿ciencia o estafa? los museos ¿sirven para algo?, el sentido de la vida.

O quizá me quede simplemente mirando al mar, esperando que vengas a mi lado y te pueda cantar lo que yo veo y puedas bailarme tú  lo que sientes a la vista del inmenso mar.

Y entre mis ojos mirones y tus pies dialogantes con las piedras de la orilla, quizá hagamos un milagro. Quizá consigas perdonarme de una maldita vez.

Quizá quieras caminar otra vez por mi pijama a rayas mientras duermes; quizá quieras levantarte a beber un último vaso de agua cuando todos se han acostado, o buscar a alguien que, por favor, te dé aftersun en los hombros y, sin querer evitarlo, acabe apuntalando tus pezones y acariciando y besando las laderas suaves y acogedoras de tus pechos.

Ya lo sabes: Resaca de tantas olas bebidas, marea de tanta ida y venida.

Pero para todo eso, tienen que pasar dos cosas.

1, que vengas conmigo, y 2...

... que los dioses aprendan a beber cerveza.

(quizá tú les quieras enseñar)