martes, octubre 07, 2014

El hombre que fue su propio culo

 (A ver si hay suertecilla...)

Ha vuelto a suceder. Adiós a todas esas pequeñas cosas: paseos por las piedras, conversaciones flotantes sobre física cuántica; disertaciones eruditas y cariñosas sobre Las Meninas y otros cuadros; discusiones sobre la vida trascendente; aftersun sobre tus hombros cuando todos se han acostado y, de refilón, sobre tus pechos; juegos malabares con tus pies bajo la mesa, o con mis manos bajo una manta de invierno en el sofá. Todo eso ha terminado.

La asombrosa narración de la peripecia vital de Portticus Vack demuestra que las verdades inmutables de hoy, son las bromas pasadas de moda de mañana.
Portticus Vack... no puedo creer que no conozcas su historia, te dije y tú, tan bonita como siempre, tan enloquecedoramente sensual como siempre, te sentaste en la silla de mimbre, cruzaste las piernas y balanceaste el zapato en la puntita de tu pie derecho, me dijiste
- No la conozco, ¡cuéntamela!
Y así fue que supiste del auge y caída de Portticus Vack, el hombre que... mejor te lo cuento.

Tras el árbol que hay junto al puente, sólo unos pasos más allá de donde el camino se hace apenas un senderillo, allí fue donde Portticus, apenas un jovenzuelo recién abandanada la adolescencia, besó por primera vez un culo. Revelación. Revelación es la palabra.

El culo fue su norte desde ese momento mágico en que, tropezando, sus labios chocaron -accidentalmente- con el enorme y meritorio trasero de  Jenifer Ramona.
¿Meritorio? dijiste, meritorio, sí, te contesté yo,  porque a pesar de su tamaño y de la cantidad de filetes que podían cortarse de cada cacha, el culo de Jenifer Ramona se mostraba al mundo firme y elevado, orgullosamente enhiesto, un culo del tipo repisa, en el que podías apoyar, estando ella de pie, una copa y un cenicero en equilibrio nada inestable.

Nalguista, desde entonces, Porticcus fue, poco a poco inclinando su vida y sus intereses ("Pompa y circunstancia" era su pieza favorita) hacia el mundo del culo y todo lo veía como deben verse las cosas a través de un único, central maloliente y negro agujero. No es exactamente que se volviera pesimista pero si su filosofía y su visión del mundo pudieran resumirse en una sola frase, esta sería sin duda: vamos de culo.

Con treinta años era ya un cachetólogo refinado, un rectófilo convencido, pero a esa edad ya era evidente que, si no mediaba intercambio monetario, Portticus no se comía un colín... un culín. Su ansia anal estropeaba cualquier plan, arruinaba citas con la misma eficacia con la que una ventosidad arruina un recital de poesía, y las mujeres no entendían que un hombre de aspecto tan normal (anodino, incluso), encontrara placer, por ejemplo, en conversar con ellas no frente a frente, sino frente-a-culo, o que sus regalos fueran, invariablemente, bragas.

Las mujeres le eludían y la naturaleza no le dotó de homogusto, por lo que no encontraba semejante dispuesto a calmar sus culansias, ni un buen par de glúteos en los que descansar su cabeza atribulada. Siendo tan así que sólo encontraba consuelo en sí mismo, y ensimismado, empezó a dedicar quizá demasiado tiempo a su trasero. El suyo.

Aprendió a girarse y a mirarse, acariciarse y ocuparse de su caldero, al que no desatendía jamás. Se hidrataba a diario las posaderas, y se depiló ambos mofletes con láser en cuanto la tecnología lo permitió. Le daba pena sentarse sobre sus posaderas, por lo que se operó y se hizo un autotransplante de nalgas a la barriga donde, además, podía tocárselas a la vez que las miraba.

La función hace el órgano, dicen algunos, y en el caso de Portticus Vack, el dicho fue verdad. Porque de tanto dedicar a su vida al culo, ésta acabó por convertirse en una cagada plena y todo su cuerpo, poco a poco, fue asumido por la voraz expansión de su culo. Su cuerpo era todo nalgas y su cerebro, un gris e inútil ojete cuyos pensamientos eran simples pedos, ideas apestosas que en unos segundos se diluían en el agradecido olvido.

Convertido en culo, Portticus Vack fue olvidado al cumplir los 50. ¿A quién le gusta, no... a quién le importa el culo de un hombre de 50 años? ¿Hay algo más triste?

Portticus Vack murió de una patada en él mismo. Resbaló cuesta abajo y sin freno y se peló y apretó tantas veces que al fin... la cagó.

Esta es la historia de Porticcus Finch, Selena, te dije, con la esperanza de acostarme contigo, pero tú me miraste y me dijiste:

- Vaya... una auténtica historia de mierda

(Y no me acosté con ella)











2 comentarios:

Mal dijo...

Jajaja, historia de mierda-cagao-culo!!, como decía Lolo García en La guerra de papá.
Pues sí, algo hay que decir aunque sean tontás como ésta. Es mi forma de fichar.

Más besos en el cu..tis

Wolffo dijo...

Jamás una ficha fue tan apreciada y cariñosa.
Ficha siempre, Mal, que yo también te quiero