lunes, julio 14, 2014

Manuel

Delgado, enjuto y filamentoso, tuerto de los dos ojos, cojo de una pierna y media, veo acercarse a Manuel desde ayer, y tarda uno o dos días completos en llegar desde que aparece en el extremo norte de la gasolinera hasta que finalmente entra por la puerta y dice:
- ¡Hola Jogggeee...! ¿qué tal la tadddeee?
y tarda otras tres horas desde la puerta hasta donde estoy yo, cinco metros más allá. Más acá.

Manuel personifica, en su errático pasar or este mundo, el sobado tópico "el tiempo se detiene": de su puro andar tan lento, cansa a los minutos y las horas, agotadas en su pulsera, seguramente tienen un relleno distinto en su cabeza. El tiempo de Manuel corre paralelo a su andar de pasitos zozobrantes; se escora a un lado y a otro y la resultante de estos dos vectores parkinsonianos es un tembloroso, pero terco, rastro de esperanzas.

Cerca de la estación donde trabajo hay varias residencias de mayores y Manuel vive en una de ellas. Conozco a Manuel desde hace un par de años, pero hace unos meses empezó una nueva rutina que me llamó la atención desde el pirmer momento. Esta rutina contiene tres visitas diarias a la gasolinera y ponerse, lteralmente, ciego, de Cocacola light



Manuel bebe cocacola light como si le fuese la vida en ello, así que, digo yo, que seguramente le irá la vida en ello. Viene a las 7 de la mañana, antes dedesayunar y compra una botella de dos litros y una bolsa, como si se avergonzara de que la gente aprecie su adicción, y se va a un rincón externo de la gasolinera, a fumarse un pitillo, escuchar la radio con sus auriculares (¡esto son bueno, Joggge, no son barato ni ná, secucha mu bié...!) y dejar que el sol, aún agradable, de las siete de la mañana, acaricie su piel. Una piel, me apuesto lo que quieras, muy poco acariciada.
Hacia las ocho menos cuarto, entra de nuevo en la tienda y pide al que esté allí que guarde en la nevera su Cocacola a medias y se vuelve a la residencia a desayunar. Al verle partir con sus pasitos contumaces y bailongos, uno piensa que va a llegar, no al desayuno, sino a la cena del día siguiente, pero su andar tiene esa cadencia cabezona y su ojo bueno (que, dicho sea de paso, no sé cuál de los dos es) tiene en su mirada bidireccional esa terca determinación de los elegidos. Así que puede que tarde, pero llegará a donde se dirija. A cuando se dirija.





Manuel vuelve por la tarde, que es cuando yo coincido más con él, hacia las cinco, y compra otra Cocacola light de dos litros. Y otra bolsa. Y pega la hebra un rato, conmigo y con los clientes que vengan, a los que saluda educadamente. Y de los que dice, invariablemente, cuando se han ido. Era majo/a este/a señor/a, Joggge, y añade, casi siempre, la gente e maja, Joggge, la gente e maja.


Sale, ahora a la sombra, y se toma sus dos litros vespertinos de Cocacola luces como quien ve crecer la hierba. Yo salgo a cada ratito y le saludo. Está a la sombra, sentado en el suelo, con los auriculares -que son buenos- metidos en sus orejillas, un pitillo en una mano y la otra en la sien, con el gesto de alguien a quien le duele la cabeza. Cuando me ve, se quita uno de los auriculares y me saluda jovial ¡hola, Joggggeeee...! como si llevara un mes sin verme. Un par de horas después, me pide las llaves del baño, sospecho que para asuntos importantes, y se pierde, al menos, media hora, antes de largarse.

Ayer por la tarde había una brisa fresca fabulosa. También había pocos clientes, así que yo estaba dando vueltas por la pista, como un oso enjaulado en una jaula invisible, disfrutando del airecillo serrano, cuando Manuel salió de su segunda visita del día, la sustanciosa, digamos, al baño. Siempre me pregunta por mis hijos y por mi mujer y aunque yo también correspondo, él esquiva el tema. Ayer no.

Por no sé muy bien qué razón, hablábamos de reivindicaciones laborales, y en un momento dado, él deslizó que había sido jefe de cocina en Paradores. Eso llamó mi atención, porque parece un curro super interesante, y le repregunté, claro, y me dijo que había sido jefe de cocina en los paradores de Chinchón y no sé cuántos más. Ante mi cara de incredulidad, me dijo
- Pero yo llevo sin trabajá desde los 39 año (debe tener unos 68/70)
- Anda, ¿y eso? ¿qué te pasó?
Y mientras me decía lo siguiente, llegó un cliente y tuve que entrar a la tienda de nuevo.
- Me dejó la mujé y me deprimí, me puse mu malo y hacía cosa rara - siguió hablando mientras se dio la vuelta, como decepcionado de que no le hiciera caso, con una expresión rara en el rostro-, me volví mu loco y hacía tontería y tomaba esto y lo otro, bueno, me voy
Y dijo esto como quien está acostumbrado a que le abandonen. Yo quería que la cliente que había venido se largara, porque quería que Manuel, que por una vez me abría su alma, me siguiera contado. Me importaba. Pero él sólo vio que mientras me contaba cosas significativas, yo me di la vuelta y entré en la tienda, dejándole solo. Otra vez.

Es posible que no vea más a Manuel en toda mi vida. por... cosas. Y ayer, por un momento, mientras me contaba que había sido jefe de cocina en el parador de Chinchón... no sé, el aire fresco de la tarde de verano, mi propia locura, todo me hacía pensar en Manuel, no como en el viejo cojo y tuerto, medio loco adicto a la cocacola, sino, simple y llanamente como en un amigo.

Mi amigo Manuel.






domingo, julio 06, 2014

The natural.

La mujer cuyos rizos perturban mis sueños, está cansada de sonreír. Está cansada de cansarse cuando el ánimo decae y la tele no ofrece nada que llevarse a los ojos. La mujer, que ya es mujer, ya no es chica, es carne de olvido de los jóvenes impetuosos y, sin embargo, cada vez yo la deseo más: no es que me dejen el campo libre, es que para algunas, muy pocas cosas, pero sí algunas cosas, yo soy mejor que los jóvenes, que todos los jóvenes y que todos los demás.
Soy mejor diciendo cosas al oído, escuchando y lamiendo con mis susurros tus piececitos. Soy mejor haciéndole el amor a  tus ojos, penetrando hasta el fondo en tus sueños abiertos haciéndote enloquecer de risa con mis tonterías, como en una lucha de titanes ambientada en un rasgueo sin fin de guitarra acústica bien tocada.
Soy mejor cocinándote cenitas al improvís, dándote masajes de macaco, despertándote para irnos a dormir, durmiéndome para dejarte descansar y soñando con hacerte el amor todas las veces que no te apetece, y todas las que no puedes también.
Soy mejor queriéndote en público, pero amándote en secreto, cantando canciones que no quisieras oír, pero que al oírlas, te gustan. Soy mejor adivinándote, aunque a veces te duela cuando lo digo en voz alta, en letra perorada.
No soy bueno fumando, ni llevando gabardina, ni subiéndome al paso de rueda de un taxi de los años 40 y diciéndole al conductor "¡siga a ese coche!". Pero soy bueno bailando mal y eso te gusta, porque vale, soy patoso, pero tengo pasos originales y es gracioso ver a un tipo como yo bailando con tanto empeño.
Cumplo años y tú... también, y más que yo, pero deberías saber que cada vez eres más hermosa y que mi amor crece exponencialmente según te vas haciendo más mujer y menos chica y que cada año deja huella, sí, pero es una huella que yo no quiero que borres, porque es una huella tan tuya como mía, y porque mi bello animal salvaje, sencillamente amo el suelo que pisas.
Arreglaremos los desarreglos, porque sé que sufres al verme sufrir. Arreglaremos los arreglos y la vida será entonces a reestrenar, seminueva, como un coche de dirección,  con garantía y con todos los extras, como vacaciones, momentos selectos para los dos, amor a deshoras y almuerzos en tu vientre y entre mis piernas.
Entonces, cuando me perdones todos mis yerros, cuando te perdone todos tus noes, como tú no has dejado de ser la mejor, seré el mejor hombre que puedas tener y seremos juntos, lo natural, lo que a los dos, juntos, corresponde ser. naturaleza viva, vida natural, vida.
Lo natural, mal traducido, bien interpretado.


(que me perdone mi amiga Clementine)