domingo, junio 01, 2014

En el corredor de la (mala) suerte

Esperar.

Un día tras otro, un gesto tras otro, y ver que todo es tan inútil como sonreír, como tú y yo, como las sopas de letras. Y te acostumbras a esperar, dócilmente a que, por dios bendito, no suene el saxofón.

El tiempo en este pasillo es un gato escurridizo, tremenda fijeza, capaz de mirarte inmóvil durante horas, profunda y tranquilamente, como si para él no existiera ese dictador inapelable que es el tiempo; ah, pero ese gato es igualmente avezado como para ponerse en movimiento en un milisegundo y escapársete entre las piernas sin que te des cuenta de cómo lo hizo, y dejarte arrodillado como un idiota mirando en círculos.

Si has caído en este agujero negro, empiezas por perder el aplomo. Es lo primero que la nada chupa de ti. De repente no, pero en muy poco tiempo, créeme, bajas la cabeza, agachas el ánimo y te comes los mocos sin pensarlo demasiado. Recoges condones, limpias mierda, encajas los insultos con docilidad que creías desconocida, pierdes los dientes, aumentas el perímetro, se te cansan los ojos, el carácter se te agría, pierdes amigos, ganas equipaje miserable, te alejas del mundo, te acercas a la muerte, se te cae la risa y te crecen las penas más amargas aunque estás tan cansado, tan cansado que no puedes ni llorar.

Un día te das cuenta de que te van a comer. Aunque te hayas vuelto un tío asqueroso y nada apetecible, aunque seas lo más triste de la carta del restorán, aunque des asco a medio mundo y el otro medio, simplemente, te ignore, ellos van e intentan comerte. Por un momento, te sientes confundido. Llevas meses siendo un cero a la izquierda, un noleimportoanadie, el hombre más olvidado sobre la tierra y un día, sin saber cómo ocurrió, como el gato que se te escapa entre las piernas, eres el centro de todo.

Eres la causa del mal, eres el origen de las miserias, el tónto útil, el diablo con grasa. Llevas tanto tiempo siendo ignorado que el ser el centro de atención te ha pillado con el paso cambiado. Tu primera reacción es comerte el marrón. Ponerte a cuatro patas y dejar que las cosas sucedan, por dolorosas que sean. Al fin y al cabo, ¿quién eres tú? Zephir, cero, la nada. El hombre irrelevante, la nada despreciable. Pero entonces, si tienes la suerte que yo tengo, aparece tu ángel salvador, que en realidad siempre estuvo a tu lado, y decides darle la vuelta a las cosas.

Un cero dado la vuelta sigue siendo un cero, pero si te colocas al otro lado, si eres un cero a la derecha, tienes poder multiplicador. Te levantas, plantas cara, peleas y, mágicamente, las cosas cambian: ahora importas, de otro modo, ahora cuentas, ahora sí.

Durante un tiempo, crees que llevas la iniciativa. Que eres el que marca el terreno y las reglas, pero no es así. Simplemente te han dejado creer que importas. Pero en algún momento del camino, alguien te dio un codazo, sonriendo, o riendo abiertamente, e invitándote a ti a reír también, y sin darte cuenta, estás otra vez a expensas de lo que los otros digan.

No cuentas, eres el bobo que espera a que los demás digan a dónde tiene que ir. Estoy sentado en mi celda, viendo pasar el tiempo, viendo pasar la vida, esperando a que me digan de qué manera van a ejecutarme. Sin esperanza, pero no resignado, desesperanzadoramente harto, no dejaré que las hordas de la vulgaridad me vacíen el alma.

Esperar.
Cantar canciones que al mundo importan lo que una mierda.
No morirse.
No, por favor, no morir.








2 comentarios:

Mal dijo...

muuuaac, muuuuac, muuuac, muuuuuuuac

Wolffo dijo...

Mal...