domingo, junio 29, 2014

Después de todo, ¿tú me ves?

Sea por lo que sea, hoy no me creo nada. Por eso, cuando el Capitán Tortuga me ha venido con el cuento del viento de mayo del sur, no he tenido más remedio que matarlo.
Vamos a ver. Se supone que cuando sopla el viento de mayo del sur, las mujeres adoptan un comportamiento más másculino (voraces, sexualmente disponibles, pendencieras, promiscuas) y los hombres no es que se mujericen, pero se achantan ante la desacostumbrada bravuconería femenina.
El Capitán Tortuga es de esos que se creen estas cosas a pies juntillas, como si fueran la biblia, y como si la biblia fuera un poco como los estados de whatsapp, que uno lo cambia cuando se acuerda y le da la gana.
No es el viento, es que las mujeres de este pueblo lo saben y, como antes en carnaval, cuando llegan esos días, cuando soplan esos vientos, ellas encuentran la excusa perfecta y toman la calle, engañan a sus parejas, follan lo que pueden y se sienten un poco liberadas. Una espcie de poliandria pasajera y estacional, divertida si no estás avisado, irritante si no estás avisado.
Conocí a Lorna Cor un mes de mayo, recién llegado aquí. Estaba casada con
el Capitán Tortuga y a mí él me parecía un triste y ella, un bombón. No entendía mucho cómo una mujer así aguantaba a un palizas como el CT, pero el sexo hizo que dejara de preguntarme chorradas. Yo era el profesor de tercero, recién llegado, a final de curso, para sustituir a Muyes Túpido, el titular de la plaza que murió ahogado en un disfraz de vaso de agua.
Estaba en la barbacoa que había organizado el director del instituto en su casa para que conociera a los profesores. CT era el profesor de Educación Física y Lorna era profesora de Física sin educación, aunque ella era extremadamente educada. Lorna Cor era la única doctora del cuerpo de profesores y tenía las tetas más bonitas de ese cuerpo y de todos los cuerpos que andurreaban por ahí.
Yo, ya me conoces, soy poco amigo de las fiestas, de modo que me fui perdiendo discretamente así que empezó a bajar la luz. No es que quisiera desaparecer del todo, pero me apetecía un ratito a solas, con mi móvil, para mirar el correo, ver si mi blog tenía comentarios, ver un poco de porno... en fin, lo de siempre, así que me fui separando del grupo, desmarcándome, creía yo, casi a escondidas, pero Lorna me siguió, me acorraló y me echó el polvo de mi vida porque fue así, señores, fue ella la que me o echó, y yo, que no soy tonto del todo, me dejé.

Ese fue el final de mis días, entendidos como tales porque, desde entonces, mis días son tus días, y los recuerdo, los rememoro y los tengo presentes en función de ti. Y, sea por lo que sea, hoy, como decía arriba, no me creo nada. Te has cambiado de ropa sin previo aviso y tus pantalones y tu camiseta con bordados, han dado paso a ese vestido tan fresquito, que dejaba tus preciosas piernas y milagrosos piececitos al albur del vientecillo un tanto traidor que se ha ido levantando. Y la pantalla que te libra del sol es la misma que me priva de tus ojos/misterio desvelado, y que me impide ver tu cara. No me creo tus gafas, no me creo su poder.

La cima de mi lascivia es un regate imposible. Sentado en el suelo, preguntándome por dónde has pasado, si yo tenía todo el espacio controlado, repito la palabra, la única palabra, que hoy me has dirigido: bien, y una sonrisa de compromiso. Menos mal que sé que el compromiso, ese tipo de compromiso social, a eso me refiero, ese no existe para ti.  Y luego, varias horas después, peleando con Morfeo, y perdiendo con claridad, he visto que los que no son capaces de soñar, escriben "iz", en lugar de "id", pero no sé qué puede significar.

Dios mío, Morfeo me vence.
Volveré.

Ya de vuelta, Mis manos huelen a mar. A trabajador del mar, no a playa, no a Caribe, no a bronceador. Huelen a pesca, a red mil veces remedada, a manos cansadas, a vista y ojos cansados, a piel cansada y ahora manchada, y me pregunto si tú, y si contigo esas partes de ti que un día me desearon, sois capaces de perdonar mi inevitable caída, mi precipitado e irremediable hundimiento en el tercer estado, en mi aspecto cada vez menos sofisticado, en mis ropas cada día más vulgares y en mi terco atrincheramiento en el silencio poco participativo, tozuda determinación por irme, por no ser, por no vibrar, acaso interiormente. ¿Tú lo ves? Lo pregunto totalmente en serio: ¿tú me ves? ¿Me ves?

Escucha esta canción, por favor, y dime si me ves. Si el que canta esta canción y yo somos la misma persona, porque yo empiezo a dudarlo.



Dime, ¿puedes verme?

miércoles, junio 25, 2014

Te busco, te busco, te busco... (poema prosaico, ferroviario, sostenible)

Te busco sin descanso desde hace tres trenes; te busco sin tregua ni esperanza, ya; te busco enfermo de pesquisa y de lascivia y te busco sin dejar de buscarte jamás. En los trenes no apareces y me pregunto, sin esperar contestación, de dónde saqué la estúpida idea de buscarte renferiosamente, copón. Si tú nunca has viajado en tren, si no eres expresa, ni ave, ni bala, ni ná, si tus cercanías son ahora inaccesibles, si tu desdén es de largo recorrido, además.

Pero siempre pensé al verte, ángel de son, que si un día, en ti montado, me asomaba al
exterior, sería peligrosa costumbre, serías tachá.-tachan, serías chu-cu-chú
Por eso te busco estacionada, te busco en vías de extinción, te busco en postes, apostada, y paro, para comer un poco de melón. Tiro la cáscara al campo en movimiento, me voy al furgón de cola a ver fugar, y en el punto de fuga, sonriendo y riéndote, se aleja tu carita -traviesa- del mar.

Tu amor es, en orden de marcha, un mercancías difícil de parar; el mío, sin otra tracción que mis huevos, una vagoneta de tracción manual. Aún así te persigo por las españas, sin descanso en mi avatar pasional,  de mi corazón a tus anhelos, desde Cáceres a Portugal. Me critican por vagoneta, por mi ansia exagerar, y yo solo digo a los listillos, que prueben, a ver si ellos corren más. Más lejos o más rápido, más amorosamente o quizá, más tecnológicamente avanzados, pero más sostenibles... ¡qué va!

Le doy a la palanca y mi sombrero, de ala ancha y sin engrasar, es un avispero de sudores, de mosquitos y de pesar. Así que te llamo a gritos, y tú no vas a contestar, no es que no quieras verme, es que -mierda- no estás.

Así te persigo, profesora, tachún-tachún, tachán-tachán, preguntándome si alguna historia parecida, te habrá ocurrido jamás. Soy lento, pero paciente, soy el que te va a levantar, si te dejas de tu asiento de tercera, y te voy a subir al mar. El mar será nuestra cumbre y cuando mi vagoneta llegue allá, sabrás cómo salvarme, para que no me ahogue en la sal.

Serás tú mi sirena, mi poema final, el verso inacabable, el pecado mortal.

No te vayas, Lorna Cor, deja de irte ya, que de tanto irte, preciosa, no vas a saber regresar. No te vayas ya más veces, descansa en vía muerta y sal, y sin raíles ni agujas, podría quererte... quizá.






Nada, nada...

martes, junio 10, 2014

La re-cepción; una entrada crepuscular

En el límite, en la frontera entre lo consciente y lo imaginado, me siento en mi esquina, hago acopio de vigilias y me preparo para recibirte, entera otra vez, y rogarte, por lo que más quieras, que vuelvas. Y que no vuelvas a irte.



De rodillas, el capote en el suelo y mi corazón expuesto. Así es como te estoy esperando. Sin engaños. Esperándote. No me mates. Sal y arróllame, con tu alma incomprendida, con tu espíritu inquieto, con tus miedos y tus risas.Te recibiré a porta gayola porque no quiero torearte ya más, quiero que me arrolles, que me atropelles, que tus ideas y tus ímpetus me lleven por delante a donde tú decidas, si es eso lo que tiene que suceder, pues durante estos meses, verte tan cerca y sentirte tan lejos ha sido devastador para mí.
Si tú quisieras, yo te pediría perdón, pero creo que no se trata de eso y sospecho que me decepcionaría que me pidieras eso. Estoy arrepentido, eso sí, y declaro que me equivoqué al calibrar mis fuerzas. No puedo seguir sin ti y no debí ubicarte en aquel pueblecito encantador, porque aunque entonces lo pensara, lo más importante eres tú, poder seguir a tu lado, tener en la vida la inquietud de verte, de poder ser parte de ti.

Me dice el ángel discreto que a veces se sienta en mi hombro y me susurra verdades al oído, que quizá te moleste que te compare con un toro bravo, pero sé que no, querida mía; que tú sabes ver la poesía del huracán, la belleza de la embestida, la dulzura que encierra la violenta acometida del amor incontrolado, del sexo sin ambages del beso sin condón.

Sé que sabré recibirte cuando, al fin, me acometas, y que, de nuevo pasearemos juntos, podrás hablarme, podré escucharte y quizá ahora quieras oírme tú también.

¿Cómo ignorar los signos? Necesito que vuelvas a mí, esperanza, y ya no me abandones. Necesito aspirar a algo más. Y ahora que has asomado tu linda cabecita y que has vuelto a hacerme soñar, no puedo permitir que vuelvas a irte o, para ser más exactos, que sigas yéndote.

Esto es una re-cepción. Y si no puedes, si no te ves capaz de aguantarlo, tómalo como una con-cepción. Concibamos juntos un nuevo estado del arte, un último grito en sentimientos, bagajes y almas... y dejémonos llevar.

Termina la noche, llega el día. Terminan las tinieblas y con ellas, tiene que acabar tu ausencia. Las cosas van mejorar, pero nunca serán buenas si tú sigues lejos.

¿Volverás?










domingo, junio 01, 2014

En el corredor de la (mala) suerte

Esperar.

Un día tras otro, un gesto tras otro, y ver que todo es tan inútil como sonreír, como tú y yo, como las sopas de letras. Y te acostumbras a esperar, dócilmente a que, por dios bendito, no suene el saxofón.

El tiempo en este pasillo es un gato escurridizo, tremenda fijeza, capaz de mirarte inmóvil durante horas, profunda y tranquilamente, como si para él no existiera ese dictador inapelable que es el tiempo; ah, pero ese gato es igualmente avezado como para ponerse en movimiento en un milisegundo y escapársete entre las piernas sin que te des cuenta de cómo lo hizo, y dejarte arrodillado como un idiota mirando en círculos.

Si has caído en este agujero negro, empiezas por perder el aplomo. Es lo primero que la nada chupa de ti. De repente no, pero en muy poco tiempo, créeme, bajas la cabeza, agachas el ánimo y te comes los mocos sin pensarlo demasiado. Recoges condones, limpias mierda, encajas los insultos con docilidad que creías desconocida, pierdes los dientes, aumentas el perímetro, se te cansan los ojos, el carácter se te agría, pierdes amigos, ganas equipaje miserable, te alejas del mundo, te acercas a la muerte, se te cae la risa y te crecen las penas más amargas aunque estás tan cansado, tan cansado que no puedes ni llorar.

Un día te das cuenta de que te van a comer. Aunque te hayas vuelto un tío asqueroso y nada apetecible, aunque seas lo más triste de la carta del restorán, aunque des asco a medio mundo y el otro medio, simplemente, te ignore, ellos van e intentan comerte. Por un momento, te sientes confundido. Llevas meses siendo un cero a la izquierda, un noleimportoanadie, el hombre más olvidado sobre la tierra y un día, sin saber cómo ocurrió, como el gato que se te escapa entre las piernas, eres el centro de todo.

Eres la causa del mal, eres el origen de las miserias, el tónto útil, el diablo con grasa. Llevas tanto tiempo siendo ignorado que el ser el centro de atención te ha pillado con el paso cambiado. Tu primera reacción es comerte el marrón. Ponerte a cuatro patas y dejar que las cosas sucedan, por dolorosas que sean. Al fin y al cabo, ¿quién eres tú? Zephir, cero, la nada. El hombre irrelevante, la nada despreciable. Pero entonces, si tienes la suerte que yo tengo, aparece tu ángel salvador, que en realidad siempre estuvo a tu lado, y decides darle la vuelta a las cosas.

Un cero dado la vuelta sigue siendo un cero, pero si te colocas al otro lado, si eres un cero a la derecha, tienes poder multiplicador. Te levantas, plantas cara, peleas y, mágicamente, las cosas cambian: ahora importas, de otro modo, ahora cuentas, ahora sí.

Durante un tiempo, crees que llevas la iniciativa. Que eres el que marca el terreno y las reglas, pero no es así. Simplemente te han dejado creer que importas. Pero en algún momento del camino, alguien te dio un codazo, sonriendo, o riendo abiertamente, e invitándote a ti a reír también, y sin darte cuenta, estás otra vez a expensas de lo que los otros digan.

No cuentas, eres el bobo que espera a que los demás digan a dónde tiene que ir. Estoy sentado en mi celda, viendo pasar el tiempo, viendo pasar la vida, esperando a que me digan de qué manera van a ejecutarme. Sin esperanza, pero no resignado, desesperanzadoramente harto, no dejaré que las hordas de la vulgaridad me vacíen el alma.

Esperar.
Cantar canciones que al mundo importan lo que una mierda.
No morirse.
No, por favor, no morir.