jueves, mayo 22, 2014

Fui presciente... y lo olvidé

En un tiempo pasado, claro, fui presciente de mi desmemoria futura. No sé cómo explicarte, oh, mi corazón sangrante, que nunca estuve seguro de que todo encajaría. "Todo saldrá bien", solía decirme frente al espejo y mi yo del otro lado escuchaba, con una malévola sonrisa, como si él, y sólo él, supiera, medio divertido, medio malvado, que nada se arreglaría porque sí, y que el caos sería la marca indeleble de mi caminar por la vida.

En un futuro cercano, seré, recuerda esto, olvidadizo. Y esto no será una novedad, pero sí sorprenderá a propios extraños, por cuanto todo el mundo espera siempre que "el tiempo lo cure todo" y a mí no me cura el despiste ni para fardar. Puedo olvidar... fuera, fuera, seamos sinceros: quiero olvidar todo lo que de ti me irrita y me enerva, quiero olvidar el daño que me hisciste y, huelga decirlo, el que te hice yo, y quiero que vuelvas a ser mi profesroa de física cuántica, mi inductora al baile de neuronas, mi instructora de piedras y tierras, mi artista preferida.


Te amé con mi amor botánico, pasión vegetal, con la asilvestrada impaciencia con la que desafía al mundo, cada año, la foresta salvaje. Como mi amor era presciente, supe que se marchitaría, como flor de temporada, pero creció con el ímpetu descarado de las malas hierbas en una parcela descuidada, la mía sin ir más lejos, invadiéndolo todo, verde y húmedo al principio, seco, amarillo y molesto en cuanto te cansaste de regarlo. Bueno, tampoco es que tengas que regarlo tú, pero si no te echo la culpa.... si no comparto contigo algo, aunque sea lo chungo, me da algo.

Y es esa mi condena. La presciencia, la maldita presciencia. La fatalidad que me hace conocer lo inevitable y que, precisamente por serlo, tengo que asumir desde el mismo nacimiento. Ando desnortado, afligido como un centrocampista con clase en un equipo de brega; mis compañeros esperan de mí que corra, y yo prefiero que corra el balón. Sé que ocurrirá y sin embargo, quisiera evitarlo, creo, precisamente por saber de su fatal destino, inevitable final, irrevocable condena.

Olvidé decirte, amor mío, que supe desde el principio de los tiempos que, llegado un día, ya no me querrías; que yo seguiría colgado de ti, diosa menor, mujer sublime, y que mi corazón roto, presciente, vegetal y futbolístico sería, otra vez, la constante en la ecuación vital de tu cuántico desprecio.

Supe de antemano, olvidé desde que soy capaz de recordar. Caprichoso destino, presciente final.




2 comentarios:

Mal dijo...

plas, plas, plas.
Redondo final y buenísimo lo demás.
Prescientes semos y en el camino nos encontraremos (aporto yo)

Wolffo dijo...

Tu cariño no se paga con nada, Mal. Me sigue asombrando que no te canses. Un millón de besos.