domingo, mayo 18, 2014

164364, madera canalla

La sala estaba llena de gente, mala gente en su mayoría, cuando el presidente de la compañía abrió el sobre, con torpeza manifiesta, dando un golpe al micrófono que nos dolió en los oídos a todos los asistentes y al presidente en su golpeada mano izquierda.

- ¡El operario dieciséis cuatro-tres-seiiiis-cuatroooo...!

Yo reaccioné con sorprendente ligereza y agilidad para mis 121 kilos y aproveché para dar una colleja, mientras me acercaba al escenario correteando entre las mesas, al delegado provincial de Nadaenparticular, que seguía royendo una costilla como si nada. Como si no fuera yo a recoger un premio. como si no fuera a dar un discurso. Como si fuera idiota, en pocas palabras.


Al subir la media docena de escalones del escenario en tres saltitos, tropecé un poco en el saltito número 3, o sea, no me caí, pero tropecé un poco, perdiendo la verticalidad y la dignidad a partes iguales: lo que hasta entonces era un dinámico paseo, lleno de juvenil desenfado y de despreocupada velocidad, pasó a ser una errática sucesión de pasos equilibradores; el español medio debe saber que cuando un cuerpo lozano y semiobeso como el mío está lanzado en carrera, las inercias superan en mucho al control y si a ello se une un tropiezo, un mal paso, 121 kilos en orden de marcha equivalen a una acometida de hipopótamos en truculenta embestida.

El presi me vio llegar, pero no me vio venir y quiso protegerse, pobre imbécil, con el sobre del que había sacado la papeleta con mi número de operario. Nuestro encuentro fue un dramático trompazo sin ninguna igualdad.

Él es un hombrecillo física, volumétricamente despreciable, fibroso y encogido, que orgulloso proclama seguir llevando la misma talla de pantalón que a los 14 años, y siempre anda chupando caramelos de eucalipto, una irritante manía, por Tutatis. Esto de chupar caramelos compulsivamente es asqueroso,de verdad. Los españoles han de saber, porque no puedo mentiros, queridos compatriotas, que una hedionda nube de eucalipto rodea a este hombrecillo en un radio de un metro y medio. Si entras en el perímetro del eucalipto, peliagudo posicionamiento donde los haya, y si lo soportas, pronto te sorprende otro olor, el de la colonia Nenuco con la que su mujer, la Antonia, intenta combatir el odioso olor del caramelo. Arreglemos la herida de tu cabeza dándote con un bate de béisbol, como si dijéramos. Todo eso se junta, si ya intimas con él y, por ejemplo, le das la mano y te trata con su condescendencia habitual, con su falsa campechanía, con un olor como a linimento rancio, a medicina antigua de uso tópico aplicada en espray. El presi, en resumen, apesta. Disculpadme si la descripción de su olor ha herido vuestra sensibilidad, pero pensé que España debía saberlo.

Bien pues no sé si él pensó en algo tipo "¡oh, el gordo se me viene encima!" o lo que sea, pero yo, os lo juro, españoles, pensé que, además de aplastarlo, iba a tener que olerlo cuando vi que, irremisiblemente, me lo comía en mi errática carrera.
Chocamos, pues. Le embestí, mejor expresado. Noté que varios de sus huesecillos se quebraban como palillos de encina así que mi humanidad iba avasallando su liviana persona. Debajo de mí, con mi rodilla sobre su esternón roto en, al menos, cinco trocitos, derrotado y aceptando lo inevitable con más resignación que gallardía, el presidente de la compañía exhaló una última bomba eucalíptica y fétida (soltó aire) y falleció. Muerto como un salchichón. Como un pajarilo, más bien, pero un pajarillo muerto, no sé si me explico.

Hubo un pequeño revuelo en la sala y yo, viendo que nada podía hacerse por la vida ida del presi, me acerqué al atril y dije con firmeza al micro:
- Palmolive, colegas, la diñó - y por ser más expresivo y gráfico hice el gesto del pulgar hacia abajo y se me escapó una bufa (dícese del pedo silencioso, pero letal, en un contexto olfativo) que vino a completar la zarzuala de hedores, a saber, por orden inverso de aparición: bufa, viejo muerto, linimento rancio, Nenuco, caramelo de eucalipto. Toda una paleta apestosa que, lo creáis o no, queridos míos, tuvo la virtud de mantener a raya a los curiosos (el muerto apestaba) y el viejo pudo morir sin que, encima, le agobiaran.

Alguien llamó a un médico, hubo quien llamó a la policía, también hubo llamadas desde la sala (la investigación posterior lo confirmó) a la Bruja Lola y una linea erótica. Todas llamadas inútiles. Hubo docenas de tuits inapropiados y estados compartidos en facebook totalmente irrelevantes, whatsapp funcionó a todo gas, tormenta de chorradas, instagram se inundó de fotos malas con filtros sepia y eso, y sonaba,oh, fatalidad, Pablo Alborán en la sala.

La poli me dejó marchar después de interrogarme duramente, gracias a que me defendí gallardamente, intentando venderle al poli bueno, y al malo, una inversión de tipo piramidal, pero fui detenido a la mañana siguiente, por pesado y por gordo. Y por idiota. Y de eso no supe defenderme.




El juicio fue rápido y poco ejemplar: el juez, delgado y huesudo, estaba consternado por la muerte del presidente de la compañía, pues era, a la sazón, era el amante delgado y huesudo del hombreucalipto finado y le desagradó mi buen rollito y buen aspecto desde el primer momento, condenándome por torpe, gordo y por pedante. 
- Su condena será ejemplar, operario dieciséis cuatro tres seis cuatro

Dijo huesudamente y sin dejar de ser delgado en ningún momento. Y lo fue, vaya si lo fue. Fui condenado a ser el idiota de la compañía, el pringao del que todos se podían reír y al que nadie haría caso alguno. Me llevaron a trabajar para una célula semiclandestina sita en atomarporculillo, a las órdenes de una apestosa zoquete de primer orden que me tomó un cariño especial desde que me vio.

Escribo esto cuando he cumplido ya tres años y medio de condena y lo malo es que no sé hasta cuándo estaré aquí. La justicia corprorativa tiene esas cosas. Tengo varios planes para escapar, pero ninguno de ellos es inmediato ni, por supuesto, tiene garantía de éxito,  y se me hace más cuesta arriba soportar la oscuridad mariana que me aplasta día tras día. 

Soy uno seis cuatro tres seis cuatro. Y me estoy muriendo un poco cada día.

Puedes escribirme.




Mola






2 comentarios:

mal dijo...

Vale, ahora entiendo qué haces ahí: mataste al presidente, coño.

Lo que sí que mola es leerte.

Besazos
Mal

Wolffo dijo...

Fue un accidente, Mal, pero nadie parece darse cuenta...

Pues no sabes lo que significa para mí que sigas apareciendo por aquí para leer, me das vidilla, Mal.

Muchos besos.