viernes, diciembre 20, 2013

(elipsis navideña)

Y siempre que suena la boz de Bioleta... (¡voz de Violeta, voz de Violeta...!), la voz de Violeta, perdón, sus dos ojitos pequeños y casi opacos, feúchos hasta la ternura, se humedecen y brillan como los de un niño negro justo antes de echarse a llorar.

Mi amigo Edu, cuando era pequeño, cuando era mi amigo, cuando yo tenía amigos, tenía esos ojos húmedos, y parecía, de pie en el autobús del colegio, a punto de romper a llorar, pero nunca lloraba. 

Nunca lloran los cobardes, sólo lloriquean, como yo, porque no nos atrevemos a gritar nuestra verdad, y sólo queremos que las mentiras que nos atribuyen desaparezcan: ni siquiera queremos pelear por esclarecerlas... sólo que la infamia se diluya y que la vida nos vuelva a sonreír, pero es tan difícil...

Foto e idea: Arturo Marugán.


Oh, sí, difícil Navidad sembrada de sospechas, lejos de casi todo mi mundo, cerca de las miserias de otros mundos que no puedo eludir. No huelo a muérdago, huelo a gas-oil, no veo esperanza, veo desdén. mi

La gente protesta y grita en la ciudad, y en el campo, los colectivos se quejan, y las personas... ¿qué pasa con las personas? ¿dónde están las personas? las personas huyen de sí mismas, a veces, para diluirse en grupos de presión, en abajofirmantes, en tuits retuiteados sin darse cuenta de que todo eso les hace más pequeños, más débiles y más insignificantes como personas.

Personalmente, creo que Santa Claus se olvidó de pasar por mi casa, porque Samantha detesta a los renos gays y en cuanto olisquea a Rudolf se pone como loca y ladra y gruñe, y enseña los dientes y Santa Claus (un tipo gordito que se deja llamar Santa, en fin...) no es un héroe, precisamente. Papá Noël y San Nicolás nunca han sido muy de Valdemorillo, y a los Reyes Magos les sentó mal que yo no sea de jugar a videojuegos ni de ponerme tierno con el incienso y la mirra, y en cuanto al oro, vaya, ni siquiera sé lo que es el oro.

Las personas nos equivocamos. A veces mucho y muy pronto, y luego, llega un momento en que ¡zas! lo pagas, fuerte y feo. Las personas acertamos, a veces tarde, pero si aciertas una de las buenas, caramba, toda la vida te dura el consuelo.

Yo acerté una vez. Y esta Navidad sería para suicidarse si ella no estuviera aquí, a mi lado, incondicional y hermosa, firme y dulce, sólida y adorablemente insegura. Susana es mi acierto.

Pero si sigue habiendo alguien ahí, a este lado de la vida, en este lado en el que importan las cosas que a la gente no le importan, bueno, yo no soy de esos que odian la Navidad, ni me parece mal la caridad, ni creo que desear lo mejor a la gente sea hipócrita. Es sólo que estoy al borde del abismo y triste, inmensa y oscuramente triste este año. Estoy muy debilucho y no tengo demasiadas ganas de luchar, pero, caramba, eso no me impide desearos los mejor.

Que os toque la lotería. Que la cena de nochebuena sea venturosa y sin peleas. Que el día de Navidad sea un día feliz. Que en fin de año vayáis al sitio adecuado. Que en Año Nuevo purguéis los excesos en paz. Que los Reyes os sean propicios y que, en general, el año que viene sea mejor que este. De corazón.

La foto que ilustra este lamentable Christmas es una idea de mi maestro, ex-jefe y eterno amigo Arturo Marugán. Un fiera, el tío.












martes, diciembre 10, 2013

1. EN PRESENCIA DE GENTILES Y, SI ANTE ELLOS, HUBIERAS DE HABLAR (verbi gratia, rubias poligoneras).

(Capítulo primero del Insignificante y, sin embargo, Épico relato titulado PRONTUARIO DE ALEGRÍAS Y TRISTEZAS DEL PRÍNCIPE JODUAR)

Cuando por la razón que fuere, me decía mi padre, te encuentres en presencia de tus gobernados, de esa parte de ellos sincera y humilde, sé sólo igual que ellos, sincero y humilde, porque, pequeño principito de la nada, como rey, a lo máximo que puedes aspirar es a ser como ellos... sincero y humilde. Simplemente sincero, complicadamente humilde.

Si bien como consejo general, vital, si quieres, si eres esa clase de persona, es admirable, lo cierto es que como entrada consultable de prontuario es un apunte manifiestamente mejorable, y menos mal que mi vida ha transcurrido por senderos decepcionantes para un heredero real, porque si me planto, pogamos, ante un grupo de labriegos, abro el prontuario, y leo este consejo, caray, me hubiera cagado, literalmente, en mis muertos, empezando por el más próximo de todos ellos.

Traducido a mi experiencia vital, un tanto burbujeante en los primeros años de mi vida, y no por la abundancia de espumosos, sino porque me tenían, como al niño de la burbuja, un tanto aislado del mundo, un encuentro con gentiles y "si ante ellos hubiera de hablar" podría ser algo así como Cómo entrarle a una rubia poligonera

Y es que, vaya, una vez libre de la espada de Damocles que para mí, suponía el trono, más una amenaza que una esperanza, mi salida al mundo fue un poco la del paleto al que sueltan, a los 50 años, en medio de Nueva York. Miradme: la mano derecha en jarras, en la cintura, mano izquierda haciendo visera y el torso inclinando hacia atrás, ante un rascacielos, y exclamando, asombrado: "¡coño, qué alto!". Así me sentía yo, simplemente, en el mundo.

-.-

El primer trabajo serio que tuve me lo proporcionó, al terminar mis inútiles estudios de Ciencias Políticas, uno de los más entregados miembros de la "corte". Era Director Comercial de TransitOn, una empresa de logística centrada sobre todo en el transporte, un cargo absolutamente inmerecido, y tan fuera de mis capacidades como todos los trabajos que he tenido después. Y es que el único mérito laboral que uno, en su humildad, puede enarbolar, es la aceptación de ser enchufado con abierta naturalidad. Este primer trabajo, se me dio sin tener expectativas, al menos explícitas, en lo que mi trabajo y mi tesón pudieran revertir en la cuenta de resultados de la empresa. Como mucho, se confiaba en que al ser presentado como "El príncipe Joduar" el interlocutor fuese lo suficientemente trepa como para quedar impresionado y que esa impresión se tradujera en jugosos contratos o cuantiosos pedidos en cuanto los comerciales de verdad entraran a hacer su trabajo. El mío, al parecer, era engrasar las bisagras de las puertas de los clientes, con un par de anécdotas sobre palacio, o sobre princesas y duques y gente por el estilo.

Lo cierto es que esta fórmula funcionaba mejor en el campo social que en el mercantil y era normal ver que la gente encajaba con incomodidad la palabra príncipe, para luego reaccionar e intentar ganarse mi simpatía, mi favor, o al menos mi atención a toda costa, disimulando peor que mal, generalmente.

En aquel primer empleo en TransitOn, era costumbre que después de una jornada de trabajo, en mi caso, poco fructífera, nos reuniéramos en el Pub que había en el polígono y tomáramos unas cervezuelas en campechana comunidad (los Borbón no son los únicos). Éramos un buen puñado de currantes encorbatados y/o taconazos, de diferentes compañías, los que nos dejábamos caer por ahí, deseando que el mundo, acaso por un par de horas, se olvidara de nosotros, y creando un microclima particular, un ecosistema inmune a la realidad, nos disolvíamos con la indolencia de un azucarillo en un hábitat natural propicio para el escarceo sexual, la conversación fanfarrona, la risotada viril y el arreglo general del mundo. Allí eran habituales las beodas invectivas del tipo "esto lo arreglaba yo en dos días", discursos mal ensamblados y peor articulados, emitidos en un estilo etílico y pelmazo que contaban con el asentimiento murmurado de ese círculo hipócrita que formábamos los tontos allí reunidos.
Ejemplo sabrosón de poligonera fetén
Una chica de belleza chillona y plasitificada llamaba mi atención. Se llamaba Ana, pero ella pronunciaba -y escribía- "Anna", haciendo énfasis en la doble ene, ella sabrá porqué. La susodicha, una Auténtica Rubia Poligonera Nivel 1, trabajaba en la tele local y era lo que podríamos llamar, una estrella emergente, dicho sea con todas las salvedades y dimensionando el término correctamente (tele local de una antigua ciudad dormitorio del entorno de Madrid). Vestía de forma práctica: todo lo que se ponía encima no buscaba la belleza o la elegancia, sino que estaba destinado a resaltar sus, ya de por sí, resaltables atributos. Y vaya si lo conseguía...
También era, aunque de una forma bastante bastorra, una mujer simpática, resuelta y desinhibida,  y mucho más lista de lo que insistía en mostrar; en lo suyo, en la tele, era muy buena, estaba bien preparada y, en fin, todo ello mezclado estallaba en cuanto se ponía delante de la cámara. De momento, lo era sólo a escala local, pero sin ninguna duda era una chica con madera de estrella.

Un día especialmente aciago en el trabajo, le eché el ojo. Era uno de esos días en los que quieres asesinar a alguien, emborracharte, o acostarte con una mujer como Anna (lo que podríamos llamar un día normal). Me hice presentar por uno de esos bobos a los que impresionaba el hecho de que fuera príncipe y ese fue mi último acierto de esa noche.

Anna se quedó prendada de la palabra "príncipe" desde que la oyó pronunciar por primera vez, y ya al ser presentados, con los dos besos de rigor, me regaló con un restregoncillo de sus pechos. Rió durante toda la velada mis comentarios, incluso los que tenían alguna gracia, y cuando me hablaba, o cuando hablaba a otros, dejaba caer su mano (su garra buitresca) en mi antebrazo, en mi muslo o en mi pecho. Al reírse, me agarraba del brazo y restregaba sus maravillosas tetas en mi fofo y poco musculado brazo, pero vaya... supongo que da el mismo gustito que si hubiera sido un brazo fibroso y musculoso.

Ahora sé que todo eso eran, como se dice ahora, "señales", pero entonces era tan capullo que ni idea. Lo que sí sabía era que me estaba volviendo loco esa solicitud de semejante mujer, y que cada vez que su mano, o sus pezones, se me clavaban en la piel... en fin, esa pequeña parte de mí se hacía un poco menos pequeña. Estaba salido como un demonio libidinoso (por si alguien no lo sabe, los demonios libidinosos son los más salidos del mundo, según un estudio de la Universidad Central de Ontario) y acudí al prontuario que me dejó mi padre para buscar su luz y su consuelo en un momento así. Y esta entrada es la que encontré:
Cuando por la razón que fuere te encuentres en presencia de tus gobernados, de esa parte de ellos sincera y humilde, sé sólo igual que ellos, sincero y humilde, porque, pequeño principito de la nada, como rey, a lo máximo que puedes aspirar es a ser como ellos... sincero y humilde. Simplemente sincero, complicadamente humilde

En fin... a ello. Empecé a emitir risotadas explosivas, a tocar a mis semejantes mientras hablaba; emitía juicios vulgares y opiniones que mejor hubiera sido para todos si las hubiera silenciado. Trufaba por doquier con "ya te digos"  y "además que sí"  (con acento madrileño: ademájjjesí...) los comentarios de los demás, o colofonaba sus anécdotas con el inevitable "Sí... ¿no?", me colocaba el paquete como sin darle impotancia y contaba las anécdotas desde un punto de vista revisitado, quedando yo bien, con numerosos  "y entonces le digo" totalmente inventados, que no se me ocurrieron mientras duraba la conversación que estaba referenciando, cuando hubieran sido oportunos y letales, sino diez minutos después, cuando ya eran completamente inútiles.

Para cuando la francachela empezaba a languidecer, empecé a pensar en la logística. ¿A dónde podría llevar a Anna? No quería traerla a casa, porque este tugurio no es lugar para personas, es sólo mi guarida, mi alma con paredes, y nadie puede entrar aquí.

Por entonces, además de que mi nueva personalidad poligonera había hecho descender sensiblemente  los anhelos de Anna (pero no desaparecer, pues seguía viéndome con el cartel de "príncipe" en la frente), me había enterado de que la casa de Anna estaba descartada porque vivía con su madre, y ¡dios libre a un príncipe de las madres de las mozas casaderas!

Así las cosas, discurrí un rato y di con una estrategia totalmente poligonera: ¡botellón y posterior polvo en el coche! Era tan bueno que me decepcionó enormemente que ella no compartira mi entusiasmo.

- ¿En tu coche...? - dijo. Y más adelante, cuando vio mi coche, un vulgar Opel Corsa, varió ligeramente su pregunta - ¿Es tu coche...?

No ocurrió, claro.
A la alegría de los primeos lances, cuando Anna, solícita y ambiciosa, receptiva hasta la obsequiosidad, me tocaba, reía mis gracias, se me restregaba... sucedió la tristeza neta de ver el dulce pajarillo de la felicidad alejarse aleteando al mismo ritmo cansino con el que mi poligonismo se imponía en mi estrategia; una frialdad creciente creció dentro de la otrora tórrida Anna y todoo terminó antes incluso de haber comenzado.
-.-
Y es tan así que se me ocurre decir que quizá los consejos, así, en general, no sirven para los príncipes. O tal vez sea sólo este consejo.
Lo cierto es que hay cierto tipo de personas para las que este circo sí que tiene importancia. Que uno, a veces, está atrapado por su destino, que existe, creedme, el destino, en ocasiones, existe.

Soy un príncipe, mal que me pese. Soy torpe, desangelado, huérfano y desnortado, pero esa parte de mí me acompañará siempre mientras exista gente como yo, como Anna, para las que las cosas que no tienen importancia (el color de mi sangre, el tamaño de sus tetas) y aun sabiendo que no la tienen, en realidad, se convierten en prioritarias cuando actuamos.

Quizá el consejo era bueno, un discurso útil. Quizá sólo yo soy el malo, el príncipe inútil. Pero tengo la impresión de sólo si por mí mismo, y con mi parda experiencia, seré capaz de desgranar los consejos de mi padre, puede que tan llenos de sensatez como de desconexión mundana. Sobre todo... tratándose de mí.