lunes, marzo 04, 2013

Un pantalón a rayas

Tengo castigado a mi pantalón a rayas. Si admito esto, que está castigado, es que estoy admitiendo su existencia. Y digo esto porque mucha, muchísima gente se estaba preguntando si era verdad ese run-run que corría por el foro: "Wolffo tiene un pantalón a rayas". Bien, es cierto, lo tengo, soy el orgulloso poseedor de un auténtico pantalón a rayas.



(te gustan Simon & Garfunkel, ¿no?)

Decir que está castigado es exagerado, pero no me lo pongo desde que, en fin, desde el último día que nos vimos, el día que te diste un paseo por mi playa, ¿te acuerdas? Ni me avisaste, ni nada, simplemente, esperaste la oportunidad, dejaste los zapatos bajo el banco en el que estábamos, y te fuiste a pasear por las húmedas arenas de la orilla de mi mar.

Suena raro eso de mi playa, mi mar... ¿verdad? De acuerdo, lo cierto es que ni una ni otro son míos, pero en mi corazón, en el fondo de mi alma, son míos desde que tú, con tu dormido paseo, los paseaste para mí; sin mí, cierto, pero para mí, sólo para mí.
Evoco, en estos días desastrosos, en los que parece que mi vida entera se va a colapsar, cada uno de tus pasos. Cada vez que posabas un pie en la arena dejabas una huella, creo que imborrable, en mi memoria que, por cierto, es más firme que la arena de mi playa y de mi mar, si vamos a eso.
A este respecto, me viene a la cabeza que en el primer escalón del portal de mi casa, tres viejos escalones que imitaban viejo granito, en el número 15 de la calle Agustín de Foxá, de Madrid, estaba impresa la huella de un pie. Un pie pequeño, un 36 o 37, hablo de cabeza, no vayas a ir a comprobarlo y vengas luego con que si no era esa la talla. Lo lógico es que fuera la huella de un niño, pero siempre he pensado que si era de un niño, era una hazaña digna de Daniel el Travieso. Para mí, la verdadera razón de esa huella, era que el albañil que hizo los escalones había sufrido la polio de chiquitito y su pierna izquierda (la huella era de un pie izquierdo, ese dato no lo había dado antes) se había detenido en su desarrollo más o menos a los 10 años. El caso, lo que ocurrió, amiguitos, es que al terminar, se levantó, salieron las hermanas de Coqui, mi amigo del sexto derecha cuyas hermanas -mucho mayores que él- estaban buenísimas y él perdió pie de la impresión y plantó su huella en su recién terminado escalón. Debió ver que quedaba bien y allí lo dejó.
Mi memoria no es tan firme como el viejo escalón de Agustín de Foxá, 15, pero lo es más que la arena que pisaste donde, ya te digo yo, no queda ni rastro de tus huellas. Y fíjate lo que te digo, corazón: tus huellas no están en la arena, pero permanecen, todas las de ese paseo dormido, grabadas a fuego en el lado más feliz de mi cerebro.
No sé, quizá no tenga nada que ver, pero me he montado la historia así: me viste con ese horrendo pantalón (sé que es horrendo mi pantalón a rayas) y decidiste darme una alegría y diste pasos y más pasos para mí.
Y ahora, sin expectativa de verte, no me pongo ya esos pantalones. Quizá si mañana las cosas vuelven a ser como antes, y vuelves a querer pasar tiempo a mi lado, me ponga otra vez ese pantalón.
Mientras tanto... sólo me queda el recuerdo, y para antenerlo vivo, el castigo a mi pantalón.


2 comentarios:

Mal dijo...

Perdóneseme mi ausencia, que no es tal, sino cambio de hábitos.

Me ha gustado un montón, como casi-casi siempre. Qué gusto volver a leerte..


Wolffo dijo...

Si a alguien n he de perdonar, porque estáperdonada de antemano, esa eres tú, mi queridísima Mal, la más leal, fiel y cariñosa de mis lectoras.
No sabes cómo me gusta gustarte, mujer. Un besazo enorme.