lunes, marzo 18, 2013

Mi abuela, las pelucas y la lotería

Por lo que yo sé, a mi abuela nunca le tocó la lotería. Pero usaba peluca, algo que, cuando yo era pequeño, era bastante molón. Podía presumir ante mis amigos,  inventando hazañas que nunca, en mi sano juicio, me hubiera atrevido a perpetrar, como pegar un chicle en susodicha peluca.
Que yo recuerde, porque mi abuela debió morir cuando yo era un adolescente de flequillo dorado en constante desorden, mi abuela tuvo dos pelucas.
 
Una negra, muy de abuela, del estilo Carmen Polo de Franco, que era la que usaba hasta que murió su marido, mi abuelo, a la sazón, atragantado en presencia de sus nietos cuando se disponía a batir, para nuestro deleite, el récord de ZSS (Zampe de Sugus Simultáneos): murió con 33 sugus en la boca y dos (de piña) tercamente alojados en el tracto digestivo superior, verbi gratia, esófago. Esa peluca, de mítica prestancia, descansaba por la noche en una cabeza de esas para poner pelucas hechas de mimbre (no sé cómo demonios se llaman esas cosas, un "galán de noche", pero para pelucas) en su mesita de noche de su oscura casa de la oscura Barcelona de antes de los juegos olímpicos; para mí y para mis hermanos pequeños, Pannomizze y Yannozze, no había prueba de valor más definitiva que entrar en la terrorífica habitación de mi abuela y robarle la peluca mientras dormía su tétrica siesta. Nos infundían un terror inenarrable tanto sus ronquidos, leves pero profundos, como su manía de dormir con la postura de una momia, con los antebrazos cruzados sobre el pecho, y cuando en su duermevela nos oía entrar en su habítación, no preguntaba ¿Quién anda ahí? ni nada por el estilo: simplemente, su tronco se incorporaba como si estuviese haciendo flexiones abdominales, con los brazos inmóviles y pegados al pecho y la visión de sus facciones de zorro astuto, en combinación con su calva calavera, apenas moteada de ralos mechoncillos de una pelusa como de recién nacido, nos aterrorizaba más que cualquier cuento de Edgar Allan Poe, que era nuestro autor predilecto... no porque fuéramos grandes lectores, simplemente porque sus historias hacían llorar a Güidia, nuestra hermana mayor.
Mientras tuvo esa peluca, mi abuela fue una abuela de aquella manera: como en blanco y negro, poco luminosa, una mujer algo huraña... o mejor, poco divertida y poco divertiente, es decir, que divertía poco a los demás, aunque quizá ella se divertía, nunca se lo pregunté. La abuela que yo conocí hasta el fatídico día del fallecimiento de mi abuelo era una mujer oscura, que infundía más temor que cariño, pero no porque fuera antipática... es que entonces, supongo que las cosas eran un poco así.

El Gran Día, el día que mi abuelo intentaba batir el récord de ZSS fue el día que más me reí de toda mi vida.  Mi abuelo era muy payasete. Su sentido del humor, visto con el retrovisor de la nostalgia, era muy payaso, muy aniñado, perfecto para jugar con sus nietos, letal para la vida adulta, como a la postre se demostró.Panomizze, Yannozze y yo nos estábamos dando la panzada de reír más tremebunda que quepa darse en vida, viendo a mi abuelo atiborrarse de sugus a los que quitaba el papelito de fuera, el de color, pero no les quitaba el plastiquito semitransparente, el que tenía bajo el de color, y los escupía más tarde y cómicamente para nuestro deleite. Éramos tres niños disfrutando como niños de un abuelo que disfrutaba de sus nietos. Le vimos ponerse colorado como un tomate, agrandarse sus ojos inyectados en sangre y llevarse las manos a la garganta teatralmente sin dejar de reír. Y nos llevó un rato largo, una vez yació quieto, en el suelo, asfixiado, darnos cuenta de que no estaba payaseando y que esta vez iba en serio. Que se había muerto nuestro abuelo. Ese día, ese Gran Día, fue el día que más me reí, pero también el que más larga y amargamente lloré en toda mi vida.

Y mi abuela, que había sido una especie de sombra de mi feliz y reluciente abuelo, con la viudez, en vez de marchitarse, revivió. Se dio cuenta de que podía divertirse un huevo, y entre su pensión y la que le quedaba de mi abuelo, y con lo que sacó de vender su oscura casa... bueno, cambió.

Una de las primeras cosas que cambió fue su peluca. Tiró la vieja carmencitapolo y adquirió una peluca blanca reluciente, azul, en realidad, mucho más acorde con su nueva y resplandeciente personalidad. La nueva peluca, le daba un aspecto a medio camino entre abuela de supermán y Bárbara Bush y no sé, chicos, pero mis hermanos y yo pensamos que fue la peluca la causante de su asombroso cambio.

Mi abuela se hizo como ye-yé y todo el mundo decía que era superdivertida, y que hay que ver el mérito que tenía que con 75 años se pusiera a vivir la vida, y a bebérsela, casi, como si tuviera 25.


Se echó un montón de novios y yo, qué queréis que os diga, no acababa de cogerle el tranquillo a esa vida tan absurda. Todos sus novios me caían fatal y sospecho que a ella también, tal vez porque ambos recordábamos a mi abuelo, su marido. Recordaba con cariño a aquella viejecita en blanco y negro que tanto temor nos infundía a mí y a mis hermanos y, de verdad, aunque nunca dudé ni por un momento, que mi abuela tenía todo el derecho del mundo a vivir su vida, tengo que reconocer que, para mí, mi abuela era la que apenas se reía, la señora gris, la que hacía aterradoras flexiones en su habitación de techos tan altos y maderas tan oscuras.


Mi abuela murió durmiendo, en un crucero por las islas griegas, en el que la acompañaba su último novio: un tipo bastante más joven que él, de cincuíentaytantos, funcionario, caradura y gilipollas, pero con un asecto envidiable. Todos dijeron que murió sonriendo.

He empezado contando que a mi abuela nunca le tocó la lotería. A mí sí. ¡Fui su nieto...!
 


 

4 comentarios:

Clementine dijo...

Hola, Wolffo. En esto que me asomaba para saludar y me encuentro con esta maravillosa entrada... Me ha encantado leerla, divertida y entrañable a un tiempo. Preciosa.
Pues eso, que un cordial saludo y... ¡Feliz día el de hoy!
Besos.

Wolffo dijo...

Gracias, Clemsie, bonita. Un beso para ti y mucho criño.

Mal dijo...

Precioso, Wolff.
Esto.. es inventado, ¿no? Hay algo de verdad?? Me puede la curiosidad, oyes..

Wolffo dijo...

Tiene un poquito, algunos detalleitos de verdad... pero de verdad que me fue contada, porque yo era muy pequeñajo cuando mi abuela murió,

Un besazo, Mal.