martes, febrero 12, 2013

12 de febrero: La caída.

Las sosas aventuras de Juanito, el Rayo Saltador (las crónicas de Gas-gas-gas). 3 

Y así, sin comerlo ni beberlo,  o tal vez habiéndolo comido y bebido todo sin medida, me veo sentado en la cuneta, frotándome el trasero y preguntándome en qué momento se encabritó el caballo en el que iba y me caí.

Tal vez no era un caballo. Era un burro, un pollino viejo y colmado de parásitos, lento y cabezón, pero era el pollino en el que iba. Tenía pocas esperanzas de que subido a él fuera a despegar y volar porque, de pronto, sorprendiéndome desplegara unas alas poderosas; ni siquiera esperaba que algún día pudiera cabalgar a sus lomos, porque, en fin, no era de esas bestias que pudieran cabalgar. Como mucho, un trote cochinero desde el que poder contemplar los arbustos del recodo.

Ahora, sin darme cuenta de cómo fue, me veo, como decía, caído de culo. El programa de radio en el que colaboraba, ha prescindido de mis servicios  sin explicaciones, debido a una pelea (desavenencia, tal vez sea más correcto) entre el productor y la directora. En su día, el productor me presentó a la directora. Aunque a ella no la convencí en principio, según sus propias palabras, mi trabajo terminó por convencerla y, si no sonara exagerado, diría que hasta entusiasmarla (y para ver que esto no es una exageración, podéis escuchar cómo me presenta en el último programa). Pero no importa mi trabajo, lo único que importa es que se ha peleado con la persona que me presentó a ella, y debo estar contaminado, o algo así, porque nada impedía que siguiera en el programa, pero fui apartado, como un apestado y ni siquiera ella se ha dignado a llamarme, hizo que me llamara su hermano, supongo que porque es más fuerte que ella...

En fin, la radio que era el salvavidas que me mantenía flotando en este mar de porquería ha terminado. En la estación, he cumplido dos años y lo que había avanzado en el año pasado (mientras mi jefa estuvo de baja) lo he perdido este año que ella ha vuelto. Estoy atrapado en un agujero negro y cada vez me veo más profundamente hundido.

A ver si pasa algo bueno, porque, de verdad, esto es para pegarse un tiro.

lunes, febrero 04, 2013

3 de febrero; me vence el sueño


Las sosas aventuras de Juanito, el Rayo Saltador (las crónicas de Gas-gas-gas). 2


Me vence el sueño. Me pesan las piernas, las manos, las uñas, los párpados... que me vence el sueño.
Soy un blues inacabado, de esos que cualquiera se anima a tocar, de esos que si tienen letra es porque tenían que gabarlo y había que poner las líricas en la carátula del disco.
Hay un tráiler ahí fuera, retamas dobladas por el viento, vida animal inexistente, muy poquitos grados y el sueño que me ronda y que si no me ha vencido es porque no se atreve conmigo.
Haré ejercicios  de vigilia, buenas obras, propósitos honorables, haré barras y baguettes y me haré un café para poder llegar a casa.
Oh, Diésel del Olimpo, perdonadme, pero no puedo seguir. Me vence el sueño.

domingo, febrero 03, 2013

Las sosas aventuras de Juanito, el Rayo Saltador (las crónicas de Gas-gas-gas).- 1

31 de enero de 2013


Sin saber de dónde vino, me llevé una hostia de campeonato el mismo día que se graduaba la hermana pequeña de mi jefa, que, por decirlo en pocas palabras, fue ayer.
Mi jefa estaba contenta, porque su hija se graduaba (ignoro de qué) y ella iba esa noche a la fiesta a presumir de hija que, por lo visto es guapa y lista y está muy bien educada y es simpatiquísima: todo lo que no es su madre, mi jefa, a la sazón. Mi jefa se llama Francisca Obvia, pero todos la llaman Pancha, y yo cualquier día de estos me sumo a esta corriente, es una mujer de presencia apabullante. No pasa desapercibida jamás a pesar de su, relativamente, escaso tamaño, sobre todo si la mesura que usamos es la vertical. Pero es, en palabras de Osmius, cliente habitual, como Tazz, el Demonio de Tasmania: pequeñaja, revoltosa, malhablada y un terremoto andante (vibrante) que no deja nada en pie a su paso.
- Perdona, Juanito - me dijo la jefa Pancha con una expresión dubitativa: resultaba evidente que el guantazo que acababa de soltar se le había escapado, pero era igualmente palmario que le había producido enorme placer cruzarme la cara de tan sonora manera -, no sé qué me ha pasado... - dijo, y a continuación se levantó y se acercó a mi rostro aún ardiente por el triple efecto de la guantada, la vergüenza y la ira contenida, y me puso una mano en la zona enrojecida y se acercó a valorar los daños y, como siempre que se encontraba cerca de mí, el estómago se me revolvió, al sentir, como un martillazo en el cerebro, una vaharada de su desagradable olor corporal. 
- Joder, jefa...
- Perdona, es que estoy nerviosa últimamente, perdona... en serio, no volverá a pasar.

Desde luego que no volverá a pasar. No. al menos en esos términos, no al menos en esos términos tan penosos.

No volverá a pasar porque si vuelve a ocurrir, le devuelvo el tortazo, te digo que le devuelvo el tortazo multiplicado por tres.
No volverá a pasar porque la sorpresa de verle las tetas a mi jefa ya está descontada y ya no se me volvería a quedar la boca abierta y la cara de bobo que había provocado su reacción. Porque eso fue lo que pasó: jefa Pancha me pidió que me acercara a su mesa.
- Juanito, mira esto, anda, que a tí se te dan mejor estas máquinas... (ordenadores)
Yo me acerqué a su mesa y cuando estaba le estaba contando lo que había hecho mal (siempre hace mal todo lo que tiene que ver con el ordenador) los ojos se me escaparon hacia su escote, anormalmente abierto esa mañana, supongo que por accidente, y en fin, debí quedarme callado en mitad de la frase, con la boca abierta y con cara de idiota, porque lo siguiente que reecuerdo es echarme hacia atrás con violencia, con la cara ardiendo y oyendo a la jefa Pancha aullar y gritar a su estilo chabacano y vulgar:
 - Pero bueno... ¿qué te has creído? ¡Que una no se chupa el dedo! - desgraciadamente, pensé yo, porque de chuparte el dedo, ese dedo gordezuelo y purulento, de perenne uña negra, te envenenarías y te quedarías en el sitio.

Pero no, no se chupa el dedo, lástima de muerte por intoxicación, y se acerca a mí, a su pesar, para disculparse por darme una hostia y yo prefiero que se quede en su sitio, porque os lo digo en serio: esta mujer huele fatal. Mucho y mal. Parece tener algún problema con las glándulas sudoríparas (no sé si existen esas glándulas, por cierto) y huele siempre a sudor fresco, como si acabara de darse una larga e intensa carrera para coger el autobús.

No quiero que se disculpe, porque me cae mal. Quiero tener agravios frescos para el momento de mi desquite.

Es mi jefa, la jefa Pancha, y es una mala mujer. Una jefa más joven que yo, funcionalmente analfabeta, cerebro de mosquito y lista como un rayo, a la vez, una mujer acomplejada y terriblemente vulgar,  que me da tortazos, a mis 48 añazos, ¿es posible mayor humillación?

Espero que no. Pero ya veremos, ya...