jueves, enero 10, 2013

Hablando con las piedras (Epílogo)

Hace unos días, por razones de trabajo, volví a Almería, o cerca de Almería, más bien, porque recalé en Roquetas de Mar. Trabajo para un grupo de inversión que, en plena crisis, compró un montón de promociones inmobiliarias a precio de risa y ahora las vamos colocando, aun a buen precio, pero con jugosos beneficios.
Mi trabajo es sencillo, pero crucial: fotografío la promoción, el entorno, le pongo un nombre evocador y diseño la campaña de comunicación, presentando el asunto como si fuera la última oportunidad de tu vida de ser feliz en el paraíso, porque todas las promociones, estén donde estén, son, invariablemente, El Paraíso. Puedes creerlo o no, pero funciona.

No es que me pillara de paso, pero me acerqué a la Fabriquilla por pura curiosidad. No había vuelto desde mi episodio con Selena y supuse que 3 años eran tiempo más que suficiente como cuarentena, o margen de seguridad.

El Jipi Perdío no estaba ya, y en su lugar había otro bar que parecía lo mismo: garito de urbanita intentando parecer del lugar de toda la vida. Ni siquiera entré. Recordaba, aunque vagamente, el sitio al que nos llevó Isabela, el bar de Floren y Amparo y allí dirigí mis pasos, más dubitativos a medida que me acercaba y veía lo cambiado que estaba todo. Ni Floren ni Amparo, naturalmente, se acuerdan de mí, pero en un rincón está Isabela, metida hasta las cachas en la lectura de un libro. Me acerco a ella y, no diré que se alegra de verme, pero parece reconocerme y esboza una sonrisilla.
- Isabela...
- ¡Anda...! el piriodista escéptico... el de las preguntas incómodas - dijo con una sonrisa abierta y simpática - ¿qué tal va todo?

Estuvimos hablando un buen rato y bueno, Isabela seguía siendo la misma encantadora mujer, con un punto excéntrico, que recordaba. Hablar con ella es siempre agradable y te hace sentir bien. Me llevó un buen rato, mis buenos 20 minutos, preguntarle lo que realmente quería preguntar.
- ¿Sabes algo de Selena, la ves habitualmente...? - ella sonrió sobre su sonrisa establecida, o sea que cambió de sonrisa. Si la que reinaba hasta ese momento era su sonrisa de qué bien lo estamos pasando, ahora me regalo una sonrisa de ya era hora.
- Así que has venido a ver a Selena, ¿eh...? - no digo que no sea un tío simplón, primario, seguramente lo soy, pero en según qué asuntos, no me gusta que los demás (las demás) lo adviertan espontáneamente. Llevo años cultivando una imagen no exactamente sofisticada, pero sí un poco de hombre modernillo, socialdemócrata, como si dijéramos, sensible y todo ese rollo. Pero bueno, en según qué  situaciones... no cuela.
- Sí... he venido a eso.

-.-

Isabela me llevó a su casa y me invitó a un té alucinante. Me contó cómo estaban las cosas y me acompañó al acantilado mientras me preparaba para lo que me encontraría a continuación.

Selena.

Ahí la tienes, ahí la tengo. Ha engordado un poco. Me gusta.
Hablamos de muchas cosas. Está distante. Selena nunca ha estado cerca de mí, en realidad. Profundamente, quiero decir. Se acerca a mí cíclicamente, de forma superficial. Pero yo no formo parte de ella, de su vida, de su camino. Soy como una gasolinera en la vía de servicio a la que, a veces, entra a repostar, si viaja sola, y si le apetece. Me paga en efectivo, no pide ticket y no quiere dejar huella. Ni siquiera saluda. Simplemente viene y me deja que rellene su depósito. Deja que me vacíe en ella. Hace de su repostaje un paréntesis y sigue sus camino, pero a mí me deja al margen, mirando como un tonto en la cuneta, esperando a que vuelva al día siguiente. Pero nunca vuelve. Bueno, volverá, si quiere. Pero yo no tengo opinión en eso. Vendrá, si quiere y volverá a repostar y tendremos otra remenbranza. Para ser justos, la remembranza será mía, ella simplemente ha llenado su depósito de vanidad, de ego o de cariño, no sé muy bien lo que busca en mí, y seguirá su camino sin recordar si quiera la marca de la gasolinera que acaba de dejar.

Estamos juntos un rato, pero apenas intercambiamos una docena de frases. Es raro, pero nos sentimos incomodísimos uno al lado del otro. Yo no sé muy bien qué decir, pero su problema parece ser que ella preferiría no estar conmigo. Siempre me pareció un poco alocada y egotrípica, pero esencialmente buena. Ahora me parece descubrir que su caráter es un poco más salvaje, más asilvestrado y es capaz de morder... no, mejor, es capaz de arañar, de sacar las garras. Más gata que perro. No la ves venir. Selena. Es lo que quiero, y lo que odio. Es un sueño y, muchas veces, mi pesadilla.

Vive allí. En una cabaña preciosa. Moderna y eso. No es jipi ni nada, sigue trabajando para la revista, pero escribe desde allí. Vamos caminando, esquivando piedras, cuando pasamos por delante de su casa; me parece ver a alguien en la casa. Le pregunto con la mirada.
- Es Benny, me ayuda a configurar todo, viene una semana cada trimestre y me deja todo funcionando - Benny Vidal, su amiguito del alma. Pase lo que pase, la vida sigue. No sé cómo no me doy cuenta de eso: la vida sigue al margen de mí. No soy el centro del universo - ¿Quieres entrar y le saludas? - dice ella.
- No, Selena... claro que no. Entra tú - ella no me contesta, pero parece aliviada - Yo sigo allí, ya sabes...
- ¿Dónde...?
- A un lado del camino, hablando con las piedras.

Selena se va.
Y será poético. Será evocador. Será un sueño. Pero os juro por lo que más queráis, que a mí, las piedras, no me dicen ni pío.

Me falta corazón.




2 comentarios:

Mal dijo...

precioso, Wolffo, me ha gustado mucho

besazos

Wolffo dijo...

Gracias, Mal, a mí también me ha gustado escribirlo. Terapéutico, o algo así.

Un beso enorme.

(a ver si te llamo y hablamos)