jueves, enero 17, 2013

El extraño caso de la ardiente cafetera

Tengo una sensación algo más que extraña. Una ansiedad vieja que, sin embargo desconozco, y que me tiene en vilo desde que esta mañana se ha roto la cafetera. El mundo parece ir a desmoronarse y sin embargo, nada cambia su paso, todo sigue su ritmo como si no importara nada que una cafetera eléctrica Ufesa se rompiera. ¿Importa?

Bonita foto de fea cafetera.
He de decir que la mala suerte que tenemos en casa con las cafeteras es casi una enfermedad crónica. Da igual del tipo que sea, las cafeteras acaban por romperse en mi casa. Voy a otras casas y la gente consigue  que sus cafeteras duren años y hacen un café rico y a mí no me importa que sus coches sean mejores, sus ventanas más bonitas, sus suelos más confortables y sus calefacciones más eficientes y amorosas; ni siquiera quiero esas cafeteras exprés tan de modhttp://otradewolffo.blogspot.com.es/2013/01/el-extrano-caso-de-la-ardiente-cafetera.htmla ahora, sólo envidio esas viejas melittas que hacen café casero para tomar con leche calentita y cremosa. Cuanto más viejas son esas cafeteras, cuanto más ajadas parecen, tanto mayor es mi envidia y mi aprecio insano.

¿Por qué duran tan poco las cafeteras en mi casa? Lo más probable es que la causa sea yo, pues soy yo, en general, aunque no siempre, el que "pone" el café, pero no logro adivinar qué es lo que hago mal. Las roturas son de toda índole: mecánicas, eléctricas, de fontanería, las causas son distintas en cada caso, y como he dicho, ha habido muchos casos, muchas cafeteras, pero esta mañana, mientras hacía el café... bueno, casi sale ardiendo.

He recordado que me aficioné a hacer el café mañanero con mi padre. Aunque últimamente el trabajo, de horarios cambiantes y agotador para mi corpachón ya viejo y con bastante sobrepeso, me hace dormir más, a pesar de esto, digo, siempre he sido madrugador. No me gusta estirar la dormida más de lo necesario para recuperar fuerzas. La luz de la mañana suele ser la última frontera: por tarde que me haya acostado, encuentro antinatural dormir mientras la luz entra por la ventana.

Mi padre amanecía, de siempre, muy temprano. Cuando yo empecé a madrugar, no sé, debía tener, ¿10 años? quizá sí. Me levantaba y descubría a mi padre trasteando en la cocina de mi casa, con el aroma del café de puchero recién hecho y de cosas más apetitosas aún: pan tostado, huevos fritos, beicon, chorizo, cebolla, ajos, pimientos, tomates... mi padre desayunaba como un príncipe inglés y a mí me dio mucha envidia desde que lo descubrí.

Llegamos a un acuerdo favorable para ambas partes: yo haría el café (me enseñó él) y él prepararía el desayuno, el mismo desayuno, para los dos. Desayunar higado encebollado, pollo con tomate, huevos fritos con puerros y pimientos, patatas machacadas con pimentón y bacalao... era una delicia. Mientras yo hacía el café, mi padre escudriñaba los restos de la comida de los días anteriores y con un talento que me gusta pensar que he heredado, improvisaba un desayuno que era para morirse, pero que en realidad te devolvía a la vida. Sólo en una cosa nos distanciábamos: a mi padre le gustaba desayunar con su vasito de tinto de garrafa (garrafas que rellenábamos en la bodega de la Ventilla), y a mí me gustaba hacerlo con el café que había hecho. Aún hoy, cuando mi desayuno tiene ese rubro pantagruélico, recuerdo esos días en el no había problema en mojar (es una forma de hablar, no lo mojaba, lógicamente) el atún en el café.

Eso es lo que tengo en mente. Me gusta cocinar mientras oigo el gorgojeo del café haciendo ese líquido milagroso que me hace despertar. Ahora el café sale alegre y borbotea mientras cocino para los míos, bien para que desayunen (no al estilo de mi padre ni al mío) o bien para llevarse la comida al trabajo. Necesito ese ruido, ese aroma y ese sabor para salir adelante cada día. Por eso me fastidia muchísimo que se rompan continuamente las cafeteras. Las he tenido de todos los tipos y marcas, precios y capacidades: da igual, ninguna dura más de un año.

Desdichado de mí, que ninguna se queda conmigo.

¿Qué tengo yo que, a pesar de mi necesidad y amor por ellas, me odian tanto las cafeteras?


Desdichado de mí...



2 comentarios:

Mal dijo...

¿Qué tienes tú para conseguirme hacer añorar unos desayunos tempraneros que nunca he catado?
Magia en las palabras

Wolffo dijo...

Lo que yo te quiero, Mal, no se puéscribir. Y tú también, que se te nota...

Un beso enorme.