miércoles, enero 30, 2013

The long and winding road WolffAcoustic

El lunes cumplí 2 años en la estación de servicio donde trabajo. Dos años y la sensación que tengo ahora, es que caí en un agujero negro del que va a ser complicado salir. Ahora atravieso un mal momento en la empresa, me ahogo poco a poco, no veo perspectivas y tengo una jefa que vaya, vaya... Estos dos años han sido, pues esto que dice la canción, un largo y tortuoso camino, además de empinado y de desagradable paisaje. Sé que no debería quejarme porque tengo un puesto de trabajo, pero, os lo juro, se me hace un mundo venir a trabajar cada día.
Tengo mi guitarrita, y puedo cantar canciones como esta, eso me salva de la locura. Ojalá a alguien le gustase tanto escucharme cantar este tema como a mí me gusta cantarlo.
Dos años en este camino, dos años pisando mierdas. Caray...

lunes, enero 21, 2013

Tocar en un grupo


De todas las cosas que siempre quise hacer, de las que me imaginaba, cuando niño, que haría cuando  fuera mayor, tocar en un grupo es de las pocas que se han cumplido y, además, se han cumplido bien.

Me gusta, me gusta muchísimo tocar en un grupo. Simplemente eso, tocar, tener unos compañeros de banda con los que compartir momentos vitales de calidad, con los que experimentas toda la gama de sensaciones de la autoestima: desde la sensación inicial de "dios mío, con lo malos que somos, ¿cómo vamos a tocar estas canciones?" hasta el subidón verdadero (a mí a veces se me saltan las lágrimas y otras veces, con perdón, me empalmo

Casi siempre soy el más atractivo, no sé porqué
mientras tocamos y la cosa "suena").

Tocar es difícil. Cuando tienes ya cerca de 50 castañas, ojo, juntar a cuatro personas y que las cuatro coincidan en todas las cosas que hay que coincidir para poder ensayar juntos, sólo intentarlo es ya un triunfo. Cuando ves que la cosa empieza a funcionar (y "funcionar" quiere decir tantas cosas como grupos hay) te das cuenta de lo gustoso que es eso de juntarte con personas unidas por una extraña pasión -tocar música junto a otras personas- y, juntos, empezar a construir el proyecto.

Yo adoro esto. Montar canciones. Trabajarlas. Ver que las cosas funcionan. que lo que tienes en la cabeza empieza a cobrar sentido. Me gusta trabajar temas propios y versiones y me gusta, sobre todo, tocar. Ver que la primera vez que tocas suena a mierda. Y que poco a poco las piezas empiezan a encajar y surgen nuevas formas, nuevas sensaciones que ni de coña esperabas, pero que te sorprenden mientras te aprendes un lick de guitarra, un patrón de batería, una línea de bajo, una armonía vocal complicada.

Ahora toco con thePerros. Con Jota, al bajo, y sus movidas personales y musicales y su constante tormenta interior; con Bertoldo, a la guitarra, un maestro de la teoría musical y de la práctica, sobre todo con las guitarras acústicas (española y americana) y su generosidad de carácter; con EmeÁ, a la batería, hombre de sabias manos y carácter afable, el típico tío al que no puedes evitar pasar la mano por los hombros cuando le ves. Somos cuatro bichos raros que, de no mediar la música, jamás hubiéramos tenido un minuto en común, pero... ya nos ves, viéndonos todas las semanas y levantando un grupo que espero que puedas ver pronto en vivo.

Cuando tocas en un grupo, otro aspecto importante, es el tiempo que dedicas a eso, incluso cuando no estás con ellos. Como no hay demasiado tiempo para ensayar juntos (si hay suerte, una tarde a la semana), es importante el trabajo en solitario, en tu casa. Entre las muchas canciones que estamos montando ahora, me tiene sorbido el seso Hotel California, el clásico de Eagles. Desde siempre me ha encantado esta canción, especialmente, las guitarras. En thePerros, Bertoldo es el guitarra solista oficial, pero a mí me gusta mucho pisar el distorsionador y marcarme mis solitos. En este tema, el super solo final de la canción, me ha tocado a mí y estoy en ello. Un día lo tocaré bien y el día que nos veas en un escenario tocándola, te la dedicaré, por haberla aguantado en este video.

¡A por ellos!


 Mejorará, lo juro.

jueves, enero 17, 2013

El extraño caso de la ardiente cafetera

Tengo una sensación algo más que extraña. Una ansiedad vieja que, sin embargo desconozco, y que me tiene en vilo desde que esta mañana se ha roto la cafetera. El mundo parece ir a desmoronarse y sin embargo, nada cambia su paso, todo sigue su ritmo como si no importara nada que una cafetera eléctrica Ufesa se rompiera. ¿Importa?

Bonita foto de fea cafetera.
He de decir que la mala suerte que tenemos en casa con las cafeteras es casi una enfermedad crónica. Da igual del tipo que sea, las cafeteras acaban por romperse en mi casa. Voy a otras casas y la gente consigue  que sus cafeteras duren años y hacen un café rico y a mí no me importa que sus coches sean mejores, sus ventanas más bonitas, sus suelos más confortables y sus calefacciones más eficientes y amorosas; ni siquiera quiero esas cafeteras exprés tan de modhttp://otradewolffo.blogspot.com.es/2013/01/el-extrano-caso-de-la-ardiente-cafetera.htmla ahora, sólo envidio esas viejas melittas que hacen café casero para tomar con leche calentita y cremosa. Cuanto más viejas son esas cafeteras, cuanto más ajadas parecen, tanto mayor es mi envidia y mi aprecio insano.

¿Por qué duran tan poco las cafeteras en mi casa? Lo más probable es que la causa sea yo, pues soy yo, en general, aunque no siempre, el que "pone" el café, pero no logro adivinar qué es lo que hago mal. Las roturas son de toda índole: mecánicas, eléctricas, de fontanería, las causas son distintas en cada caso, y como he dicho, ha habido muchos casos, muchas cafeteras, pero esta mañana, mientras hacía el café... bueno, casi sale ardiendo.

He recordado que me aficioné a hacer el café mañanero con mi padre. Aunque últimamente el trabajo, de horarios cambiantes y agotador para mi corpachón ya viejo y con bastante sobrepeso, me hace dormir más, a pesar de esto, digo, siempre he sido madrugador. No me gusta estirar la dormida más de lo necesario para recuperar fuerzas. La luz de la mañana suele ser la última frontera: por tarde que me haya acostado, encuentro antinatural dormir mientras la luz entra por la ventana.

Mi padre amanecía, de siempre, muy temprano. Cuando yo empecé a madrugar, no sé, debía tener, ¿10 años? quizá sí. Me levantaba y descubría a mi padre trasteando en la cocina de mi casa, con el aroma del café de puchero recién hecho y de cosas más apetitosas aún: pan tostado, huevos fritos, beicon, chorizo, cebolla, ajos, pimientos, tomates... mi padre desayunaba como un príncipe inglés y a mí me dio mucha envidia desde que lo descubrí.

Llegamos a un acuerdo favorable para ambas partes: yo haría el café (me enseñó él) y él prepararía el desayuno, el mismo desayuno, para los dos. Desayunar higado encebollado, pollo con tomate, huevos fritos con puerros y pimientos, patatas machacadas con pimentón y bacalao... era una delicia. Mientras yo hacía el café, mi padre escudriñaba los restos de la comida de los días anteriores y con un talento que me gusta pensar que he heredado, improvisaba un desayuno que era para morirse, pero que en realidad te devolvía a la vida. Sólo en una cosa nos distanciábamos: a mi padre le gustaba desayunar con su vasito de tinto de garrafa (garrafas que rellenábamos en la bodega de la Ventilla), y a mí me gustaba hacerlo con el café que había hecho. Aún hoy, cuando mi desayuno tiene ese rubro pantagruélico, recuerdo esos días en el no había problema en mojar (es una forma de hablar, no lo mojaba, lógicamente) el atún en el café.

Eso es lo que tengo en mente. Me gusta cocinar mientras oigo el gorgojeo del café haciendo ese líquido milagroso que me hace despertar. Ahora el café sale alegre y borbotea mientras cocino para los míos, bien para que desayunen (no al estilo de mi padre ni al mío) o bien para llevarse la comida al trabajo. Necesito ese ruido, ese aroma y ese sabor para salir adelante cada día. Por eso me fastidia muchísimo que se rompan continuamente las cafeteras. Las he tenido de todos los tipos y marcas, precios y capacidades: da igual, ninguna dura más de un año.

Desdichado de mí, que ninguna se queda conmigo.

¿Qué tengo yo que, a pesar de mi necesidad y amor por ellas, me odian tanto las cafeteras?


Desdichado de mí...



jueves, enero 10, 2013

Hablando con las piedras (Epílogo)

Hace unos días, por razones de trabajo, volví a Almería, o cerca de Almería, más bien, porque recalé en Roquetas de Mar. Trabajo para un grupo de inversión que, en plena crisis, compró un montón de promociones inmobiliarias a precio de risa y ahora las vamos colocando, aun a buen precio, pero con jugosos beneficios.
Mi trabajo es sencillo, pero crucial: fotografío la promoción, el entorno, le pongo un nombre evocador y diseño la campaña de comunicación, presentando el asunto como si fuera la última oportunidad de tu vida de ser feliz en el paraíso, porque todas las promociones, estén donde estén, son, invariablemente, El Paraíso. Puedes creerlo o no, pero funciona.

No es que me pillara de paso, pero me acerqué a la Fabriquilla por pura curiosidad. No había vuelto desde mi episodio con Selena y supuse que 3 años eran tiempo más que suficiente como cuarentena, o margen de seguridad.

El Jipi Perdío no estaba ya, y en su lugar había otro bar que parecía lo mismo: garito de urbanita intentando parecer del lugar de toda la vida. Ni siquiera entré. Recordaba, aunque vagamente, el sitio al que nos llevó Isabela, el bar de Floren y Amparo y allí dirigí mis pasos, más dubitativos a medida que me acercaba y veía lo cambiado que estaba todo. Ni Floren ni Amparo, naturalmente, se acuerdan de mí, pero en un rincón está Isabela, metida hasta las cachas en la lectura de un libro. Me acerco a ella y, no diré que se alegra de verme, pero parece reconocerme y esboza una sonrisilla.
- Isabela...
- ¡Anda...! el piriodista escéptico... el de las preguntas incómodas - dijo con una sonrisa abierta y simpática - ¿qué tal va todo?

Estuvimos hablando un buen rato y bueno, Isabela seguía siendo la misma encantadora mujer, con un punto excéntrico, que recordaba. Hablar con ella es siempre agradable y te hace sentir bien. Me llevó un buen rato, mis buenos 20 minutos, preguntarle lo que realmente quería preguntar.
- ¿Sabes algo de Selena, la ves habitualmente...? - ella sonrió sobre su sonrisa establecida, o sea que cambió de sonrisa. Si la que reinaba hasta ese momento era su sonrisa de qué bien lo estamos pasando, ahora me regalo una sonrisa de ya era hora.
- Así que has venido a ver a Selena, ¿eh...? - no digo que no sea un tío simplón, primario, seguramente lo soy, pero en según qué asuntos, no me gusta que los demás (las demás) lo adviertan espontáneamente. Llevo años cultivando una imagen no exactamente sofisticada, pero sí un poco de hombre modernillo, socialdemócrata, como si dijéramos, sensible y todo ese rollo. Pero bueno, en según qué  situaciones... no cuela.
- Sí... he venido a eso.

-.-

Isabela me llevó a su casa y me invitó a un té alucinante. Me contó cómo estaban las cosas y me acompañó al acantilado mientras me preparaba para lo que me encontraría a continuación.

Selena.

Ahí la tienes, ahí la tengo. Ha engordado un poco. Me gusta.
Hablamos de muchas cosas. Está distante. Selena nunca ha estado cerca de mí, en realidad. Profundamente, quiero decir. Se acerca a mí cíclicamente, de forma superficial. Pero yo no formo parte de ella, de su vida, de su camino. Soy como una gasolinera en la vía de servicio a la que, a veces, entra a repostar, si viaja sola, y si le apetece. Me paga en efectivo, no pide ticket y no quiere dejar huella. Ni siquiera saluda. Simplemente viene y me deja que rellene su depósito. Deja que me vacíe en ella. Hace de su repostaje un paréntesis y sigue sus camino, pero a mí me deja al margen, mirando como un tonto en la cuneta, esperando a que vuelva al día siguiente. Pero nunca vuelve. Bueno, volverá, si quiere. Pero yo no tengo opinión en eso. Vendrá, si quiere y volverá a repostar y tendremos otra remenbranza. Para ser justos, la remembranza será mía, ella simplemente ha llenado su depósito de vanidad, de ego o de cariño, no sé muy bien lo que busca en mí, y seguirá su camino sin recordar si quiera la marca de la gasolinera que acaba de dejar.

Estamos juntos un rato, pero apenas intercambiamos una docena de frases. Es raro, pero nos sentimos incomodísimos uno al lado del otro. Yo no sé muy bien qué decir, pero su problema parece ser que ella preferiría no estar conmigo. Siempre me pareció un poco alocada y egotrípica, pero esencialmente buena. Ahora me parece descubrir que su caráter es un poco más salvaje, más asilvestrado y es capaz de morder... no, mejor, es capaz de arañar, de sacar las garras. Más gata que perro. No la ves venir. Selena. Es lo que quiero, y lo que odio. Es un sueño y, muchas veces, mi pesadilla.

Vive allí. En una cabaña preciosa. Moderna y eso. No es jipi ni nada, sigue trabajando para la revista, pero escribe desde allí. Vamos caminando, esquivando piedras, cuando pasamos por delante de su casa; me parece ver a alguien en la casa. Le pregunto con la mirada.
- Es Benny, me ayuda a configurar todo, viene una semana cada trimestre y me deja todo funcionando - Benny Vidal, su amiguito del alma. Pase lo que pase, la vida sigue. No sé cómo no me doy cuenta de eso: la vida sigue al margen de mí. No soy el centro del universo - ¿Quieres entrar y le saludas? - dice ella.
- No, Selena... claro que no. Entra tú - ella no me contesta, pero parece aliviada - Yo sigo allí, ya sabes...
- ¿Dónde...?
- A un lado del camino, hablando con las piedras.

Selena se va.
Y será poético. Será evocador. Será un sueño. Pero os juro por lo que más queráis, que a mí, las piedras, no me dicen ni pío.

Me falta corazón.




jueves, enero 03, 2013

El despertar, en todo su sentido (y 10)

El sol de una playa sureña, incluso en invierno, es a veces insuficiente para que mi despertar sea el más dichoso del mundo. Selena está a mi lado, encima de mí, más bien, dormida sobre mi pecho, acurrucada, me temo que medio muerta de frío también. He esperado un poco, esperando que el sol de Almería nos calentara y echarme otra dormidita, calentito, con Selena aquí, dispuesta a todo al despertar, pero no, si no me la llevo de aquí pronto y entramos en calor, vamos a pillarnos una buena.
- Eh... Selena
Ella murmulla algo con dulzura, como es ella, pero de su delicioso amanecer sólo capto las vocales
- ¡...e.a.e e. .a., .i.i.o..a.! (1)
- Venga, cielo, que te estás quedando helada...
- Joder...
- ¿Cómo...?
- Que me dejes en paz, gilipollas, que ya te he oído
Entonces, si yo fuera una de esas personas que llevan siempre consigo un cuadernito donde apuntan enseñanzas, datos de interés y teléfonos de tías buenas, apuntaría, probablemente con forma de silogismo sentencioso, la enseñanza del día:  "Algunas mujeres, por dulces que parezcan, no tienen un dulce despertar si no les llevas a la cama con edredón de plumas y almohada de viscolática,un zumo de naranja y un par de croasanes".  Pero no llevo cuadernito, así que reacciono de la única forma en que se me ocurre: me zafo, con la rapidez de un extremo zurdo, de mi marcador rodando hacia el lado en el que no está Selena (el derecho, en este caso) y dejo que ella caiga de cara sobre la arena para despertar de una forma abrupta.
- ¡Dejándote...! - digo según me escurro a la derecha y dejándola caer con gran prosopopeya.
- ¡Capullo...! - dice ella levantando la mirada. Miradla bien. Con la cara aún hinchada por el incómodo y poco reparador sueño, el maquillaje corrido, despeinada, la arena pegada a su rostro y la cara de cabreo que tiene, no está en su mejor momento, no está para hacerse una foto, pero me sigue pareciendo la mujer más deseable de la tierra.
- Espera un momento... - le digo mientras saco mi teléfono, hago como que busco algo, pero lo que hago es ponerlo en modo cámara de fotos y le tiro una traicionera instantánea - estás horrible, Selena, y esto tengo que rememorarlo cuando pasen los años.
- ¡Capullo...! - insiste ella, pero esta vez, bajando la mirada y sin la suficiente rapidez como para evitar mi disparo. Se incorpora y se queda, sentadita, con la espalda apoyada en el rompeolas, esperando a despertarse de verdad, y pensando, tal vez, en cómo hacerme sufrir algún tipo de humillación.
- Espera un momento, cielo, no te muevas...
- ¿Cielo...? para ti soy el averno, anormal. ¿será idiota...? - pero yo ya me he levantado y me voy, porque sé que me va a perdonar.
Y lo sé, porque a menos de 50 metros, en el mismo paseo marítimo, hay una cafetería abierta y convenzo al camarero de que me deje una bandeja con un par de cafés, un zumo recién exprimido y un croasán y se lo llevo a Selena. Es un bello gesto romántico e inútil.
- ¡Qué encanto! - me dice... - pero entre nosotros, Wolffo, tengo que mear o voy a estallar
- De acuerdo - digo, malinterpretando su urgencia - ¿quieres que me ponga así delante y te tape?
Si hubiera miradas asesinas, estaría fulminado, os lo juro.
- ¿Tú eres imbécil? -  me dice - ¿Crees que me voy a poner aquí a hacer pis, agachadita, mientras tú haces de parapeto...? ¿No crees que hemos tenido ya bastante escatología en nuestra relación, Wolfillo? - el cabreo se le ha pasado. Es un efecto que suelo causar en las mujeres: a veces soy tan tonto que se olvidan de que estaban enfadadas conmigo y empiezan a reírse de mí abiertamente
- Bueno, yo sólo queria...
- Vamos a ver, Wolffito... - me dice divertida por mi azoramiento- Has tardado 2 minutos en traerme esto de un bar... ¿no será más fácil que vaya a ese bar?
Vale, de acuerdo, es más fácil, más lógico, pero menos romántico. O sea, no es que ver mear a tu chica sea romántico, pero si va al bar de donde he sacado yo el desayuno, en fin, mi desayuno en plan "héroe mío" se va a la mierda. Pero Selena es única.
Cuando nos levantamos, me hace sentarme y esperarla en ese mismo sitio de la playa. Y vuelve, tres minutos después ya meadita (eso lo supongo) y radiante (peinada y retocada, eso lo constato) a mi lado. Para terminar de redondear la jugada, me trae un café, un zumo y una tostada de jamón con tomate. ¿Os imagináis algo mejor? Yo sí, que hubiera venido completamente desnuda y me hubiera ofrecido un polvo de agradecimiento con ella encima, al sol playero, pero no se lo voy a tener en cuenta. Esta vez.

-.-

Después de desayunar (desayuno con diamantes), mientras esperamos a que nos den un cochecito de alquiler, esquivamos a Cay que tiene una pinta tremenda de no importarle una mierda todo lo que no sea su corbata. Le vemos detener su cochazo, dejarlo en mitad de la calle, taponando la circulación, bajarse, sacar dinero de un cajero que está justo al otro lado de la calle donde estamos nosotros, sin importarle nada que le piten y le griten los que han quedado bloqueados y se va conduciendo con el corazón. Quiero decir con el dedo corazón enhiesto y asomando por la ventanilla mientas acelera y se va. Un bobo menos del que preocuparse.
Tenemos que darnos prisa. El plan es pasarnos por el hotel, duchazo, cambiarnos (polvete rápido si estoy de suerte), coger el coche e ir a un sitio del Cabo de Gata que se llama La Fabriquilla, a unos 50 minutos de Almería, pero hacia el otro lado de la costa, bordeándola hacia levante.
No hay suerte. En el viaje hacia el hotel, Selena centra su conversación en lo mono que es el coche, lo bien que funciona,  y lo poco que gasta, extremo este que no puede comprobar hasta que llevemos un buen montón de kilómetros, pero Selena parece haberse tragado la cháchara del comercial del Rent a Car. Si me hubiera preguntado, a mí me importa un bledo lo mono que sea el coche, sus detallitos, su consumo (el real, por favor, no el anunciado) y todo eso. No quiero parecer insensible, pero es que la cosa graciosa es que creo que me habla del coche porque cree que a mí me va a interesar esa conversación.
En el hotel, no me da opción. Me paseo un rato en bolas por la habitación, a ver si hay suerte y entra Selena. No es que tenga un desnudo bonito, pero vi un capítulo de "Cómo conocí a vuestra madre" en el que un tío feísimo afirmaba que esta técnica (plantarte desnudo delante de la chica con la que estás), a la que llamaba, asaz descriptivamente, como "el hombre desnudo", funcionaba dos de cada tres veces. La técnica correcta no es la mía, puesto que yo estoy en mi habitación esperando a que ella entre y la buena ejecución de esta estrategia consiste en estar con ella en la misma casa, y aprovechar que ella va a al baño, o a por unas bebidas, o algo y desnudarse y adoptar una postura rumbosa para que cuando ella regrese, te encuentre en pelotas, por ejemplo, con un pie sobre el sofá y en la postura del pensador, con el asunto colgando, yaque no es estrictamente necesaria la exhibición erecta del pene. Sea como fuere, no funciona.
Nos vamos al Cabo de Gata.

-.-


I used to think of no one else, but you were just the same
La Fabriquilla y una barca que ya no navega
La Fabriquilla es un sitio encantador. Es una especie de minipueblo, todo blanco y azul, con barcazas abandonadas que son maceteros, flores de pita secas que todos fotografían, y un mar y un atardecer que que cuando se ponen bravos, todo el mundo debería estar obligado a mirar.

Llegamos a eso de las 2 de la tarde y rápidamente localizamos El Jipi Perdío, el sitio en el que hemos quedado con Isabela Balsa, para tomar algo, antes de entrevistarla, se supone que en su casa, si la caemos lo suficientemente bien como para que nos lleve allí. El Jipi Perdío es el clásico garito que monta un urbanita que quiere hacerse el troglodita, si es en la montaña, o el viejo lobo de mar, si es en la playa. A mí, os lo confieso, no me va ese rollo; prefiero mil veces el bar sencillo de un lugareño que se esfuerza en dar a su negocio un aspecto aseado, al negociete de un ex-urbanita que se empeña en parecer más del lugar que las piedras, vestido como un guarro y, en mi modesta opinión, con cara de gilipollas. Es una especie de prototipo, no sé si me explico. Y el dueño del Jipi responde al prototipo como un maldito manual. Y ni siquiera sabe tirar una cerveza en condiciones.

Isabela, sin embargo, me sorprende. Tiene pinta de señora de su casa, no de abogado, y menos de pintora, y menos aún de ex-abogado que se lía la manta la cabeza y se instala como pintora en el Cabo de Gata. Es agradable de aspecto y de trato, gordita (punto a su favor) y muy educada. Parece una abuela joven con ropa de pasar el domingo en casa. No me creo que a ella le guste esta mierda de sitio. Cuando estamos acabando la cervecita, y estoy convencido de que a ninguno de los tres nos gusta este local, me lanzo:
- Isabela, si llevas tiempo aquí, seguro que conoces un sitio mejor para comer, aunque no esté en la misma playa

Aliviada, estoy seguro, nos lleva al bar de un amigo, Floren, donde comemos como príncipes. Tiene esas cosas que molan: tú no eliges la comida, según llegas, te plantan una ensalada sencilla de que huele a gloria bendita, una jarra de vino de sospechosa higiene pero sabor áspero y delicioso, otra de cerveza,  pan, alioli y unas quisquillas a la plancha con limón y pimienta de aperitivo que están de infarto. Luego nos trae un plato con embutido, mientras sigue la conversación y la preparación de la soberbia bandeja de pescados raros que nos trae a continuación. Dios mío qué cosa tan rica.

Pasamos unas tres horas en el bar de Floren, tres de las horas más deliciosas que he pasado en mi vida. Después de comer, Amparo, la mujer de Floren, cocinera, amiga de Isabela, se sienta en nuestra mesa. Amparo tiene unos 60 años y nos habla de sus cosas y sus cosas son insignificantes e importantes al mismo tiempo y es genial ver como el Floren, que no ha parado de atender las mesas, le trae a su mujer un cariñoso café con un bombón y la besa en la frente sudada y se va tras la barra a fregar los platos.

-.-

Vamos caminando hacia la casa de Isabela, porque no hay acceso por carretera. Ni siquiera un camino que un coche pueda afrontar. Me pregunto cómo se las arreglará cuando tenga que llevar cosas pesadas, hasta que llegamos a su casa y veo el precioso burro gris que remolonea por detrás de la casa. La casa de Isabela es sencilla, pero muy bonita. Muy de señora de su casa.Cómoda, razonable. Piedra, madera, barro, todo combinado de forma graciosa y práctica y nos sentamos en un porche desde el que vemos el magnífico acantilado que, estando hace un minuto en la playa, no sé de dónde ha salido; y nos sirve un café, ofreciéndonos también algo para desinfectar, un resto, sin duda, de sus días de ciudad. No sé lo que le echa finalmente al café, pero está endemoniadamente bueno y yo, endemoniadamente colocado.

Hablamos y es todo muy natural y relajado. Yo no termino de creerme estas movidas, pero ella me entiende, y yo entiendo a Selena y su entusiasmo por el renacer artístico y pastoril de una letrada de asfalto. Aunque Selena muestra su entusiasmo con un silencio que no sé muy bien cómo interpretar.
- Selana, ¿vas a permanecer en silencio...?
- A veces, el silencio habla - dice Isabela y Selena, que parece extrañamente ausente, sigue callada.

Pero yo estoy con la cabeza un poco ida, y además, la obra de Isabela es soprendentemente agradable de mirar: caballos blancos por doquier, paisajes ajenos al entorno (montañas verdes y oscuras) y formatos tirando a grandes. Anoto mentalmente que tengo que volver con mi coche para llevarme uno de sus cuadros, porque no entiendo una palabra de arte, pero me gustan sus caballos y sus hojas verdes y oscuras.

El atardecer asoma e Isabela nos invita a dar un paseo mientras ella prepara la cena. Insiste en que nos quedemos a cenar y a dormir, pero que "hagamos el favor de dajarla sola un rato" y que nos vayamos a dar una vuelta.

-.-

Sé que camino junto a Selena porque la oigo hablar y me cuenta cosas preciosas acerca de su relación con algunos amigos y con algunos miembros de su familia. En condiciones normales, me parecería un rollo patatero, y estaría deseando que se callase para comerle la boca. Pero Isabela y el Cabo de Gata, y el amor de Floren por Amparo y su frente sudada, la tarde ardiendo al otro lado del mar y los caballos blancos me han dejado esta tarde más blandito que de costumbre.

En un momento dado, ella se detiene y de nuevo, como si fuera la cosa más natural, nos besamos. Estamos en mitad de ninguna parte, sin gente ni nada alrededor que no sea el cielo ardiente del atardecer. Sin dejar de besarnos, caemos sobre las piedras cálidas, con cuidado, porque estoy un poco pedo, pero no insensible, y hacemos el amor. Ella se funde con las rocas lisas y calentadas por el sol así que yo entro más y un poco más en ella y cuando la consciencia parece que me va a abandonar, ella ya no está y yo estoy acostado con las piedras, a quienes entrego, un poco alucinado, mi semillita despistada.

Me cuesta un rato levantarme, recomponer mi triste figura, preguntarme dónde está Selena, preguntándome si es posible que acabe de follarme una piedra y en este estado de confusión, al volver a la casa de Isabela, ésta me recibe con un papelito escrito por Selena que leo con atención:
El atardecer me entusiasma y he decidido pasear por el acantilado. Miro al horizonte y, sumergida en mi mundo de fantasía y atrevimiento, resbalo con unas piedrecillas que me hacen caer al mar. Ahora seré marina, y disfrutaré de conversaciones con las piedras y, para mi sorpresa, con todo aquello que encierra ese otro mundo nuevo que yo antes desconocía. En este mundo, Wolfillo, querido, no tienes cabida tú.

Espero que me entiendas y lo respetes. (Es cierto que el silencio habla)

Y aquí estoy yo, con cara de tonto. Otra vez.


(ojo, falta el epílogo)





























(1) Si cada puntito es una letra, lo que dijo Selena fue: ¡Déjame en paz, gilipollas! (N del A)

miércoles, enero 02, 2013

Presentando a... thePerros

Aquí tenéis un poquito de mi nuevo grupo, thePerros, en un video montado de un ensayo para el bolo acústico que tuvimos el pasado día 28. En el video se puede escuchar la intro de nuestra versión de "The Masterplan", de Oasis y, cómo no, una cancioncita a voces de los Beatles: Devil in her heart.
Pronto otras cosas, más fuertes y aún mejores.





Mola, ¿eh?