domingo, noviembre 25, 2012

A sus pies, señora (6)

El Talgo a Almería sale a las ocho. Selena, en su amable mensaje, me dice que no llegue tarde. Son las seis de la mañana y ya estoy en la estación. Este dato no debe trascender, anoto mentalmente. Selena tiene los billetes. Selena tiene la gracia, tiene el poder, tiene los pies hábiles. Selena tiene todo lo que yo quiero. Selena no tiene prisa. O, al menos, no tiene el ansia viva que yo tengo por que empiece la fiesta.

Siempre me han gustado las estaciones de tren. Mucho más que los aeropuertos. El tren tiene... tachán-tachán... tiene una cosa que no tienen los aviones, los barcos, los coches o autobuses. El tren tiene esa lentitud, ese camino, ese ritmillo tachán-tachán... , que no tiene nada más. El tren tiene literas, revisores, vagón restaurante; el tren tiene historias, tiene épica y tiene viajeros con los que un avión no puede ni soñar. Selena sería distinta en un avión. Sus pies no serían, pardójicamente, tan volátiles. El tren mira al futuro, si te pones en la máquina; y tiene punto de fuga si te pones en el furgón de cola, mirando alejarse la intersección de las vías. El tren vuela pegado al suelo, raíles inmunes al aburrimiento, sol de mediodía, luna de medianoche, tachán-tachán...y piececitos traviesos de ángel dormido. 

Todo eso tiene el tren. Y a todo eso, además, hay que sumarle en las estaciones miles de acompañantes ansiosos de encontrar la mítica y la estética de todo esto. En las estaciones de tren hay gente despistada y hay, ¡ay, joder!, gente que... vaya, no iba a contarlo, pero, ¡qué caramba!

Al salir del baño, me tropiezo con mi ex. Ex jefa, ex pareja, ex mejor amiga. También es mi ex... ¿cómo decirlo... dominatrix, exyomismo...? Marierally Pods, es un poco de todo: arquitecto, tía buena, resuelta, inteligente, con muuucha personalidad, con carácter, mala hostia, empatía... Marierally Pods, Rallypsie, como yo la llamaba, me dominaba por completo. Más aún: me anulaba por completo. Empezó siendo mi jefa, en los albores de lo que parecía sería mi gran y fulgurante carrera profesional. Yo era redactor jefe de iDeas&Spacios, una revista de arquitectura, diseño y pedorrez en general, la típica revista pedante para arquitectos pagados de sí mismos... o sea, para arquitectos. En la revista, yo hacía y deshacía a mi antojo y entonces, llegó ella. La ficharon como directora. Eso significaba un cambio: hasta entonces, los directores de la revista habían sido piriodistas, y Marierally era una refulgente estrella en el universo de la arquitectura. Sus diseños eran sorprendentes y polémicos y más polémicos aún eran sus artículos desdeñosos con todo lo que no fuera... su obra.

Marierally entró en plan suavón y humilde en la revista. Usó con todos, luego lo supe, la misma estrategia que conmigo: me llamó a su despacho, me ofreció una copa y una vista de su escote. Nos sentamos en el sofá de su despacho copa y pitillo en mano. Se descalzó y se sentó sobre sus pies mientras me soltaba todo ese rollo de soy nueva y estoy perdida, voy a necesitar toda tu ayuda y experiencia, etc., etc. Parecía muy desvalida. Indefensa. También parecía muy sexy. Era evidente que íbamos a revolcarnos en ese mismo sofá antes o después, así que dejamos que ese mismo día se fuera todo el mundo y a las 8 de la tarde, así que me desahogué por primera vez entre sus piernas, fui suyo. Literal y absolutamente.

Íbamos donde ella decía. Nuestros amigos eran sus amigos. Hacíamos el amor cuando ella decía, donde y como ella decía. Me buscó trabajo en otra revista, para que no la acusaran de follarse a su redactor jefe. Volvió mi vida del revés. Y yo, los cuatro años que pasé a su lado, o bajo su yugo, más exactamente, viví entre anulado y y obnubilado por sus pechos, sus muslos, el sabor de su sexo y su carácter indomable.

Un día, igual que termina el verano, o el invierno, o la pubertad, desperté. Durante una discusión mandé a Rallypsie a freír espárragos, cogé mi ropa y mi guitarra y la dejé con la palabra en la boca. Eso fue hace 12 años. Desde entonces, aparte de 10 sms's exactamente, en los tres días siguientes, para que me dejara la casa libre y poder así llevarme mis (pocas) cosas, ni la había visto, ni hablado con ella ni mantenido contacto alguno. Así que os podéis imaginar mi sorpresa al tropezarme, literalmente, con ella y oír sus palabras.

- Métete en el baño conmigo, Wolffo, que te necesito.
Mierda.

Era el baño de señoras que, afortunadamente, a esa hora, las seis y media, estaba vacío. Debo decir que a Rallypsie le han sentado estos doce años como si fuera un whisky. Ha mejorado en cuerpo, en carácter, en aroma... y supongo que en sabor.

- Caray, Wolffo, estás de dulce... - me dice, un segundo antes de echarse sobre mí y aprisionar mi boca entre sus labios voraces. Ya he dicho que no estoy demasiado orgulloso de mi carácter y en fin, en cuanto tuve su lengua camino de mi campanilla y noté sus pechos, sus enormes tetas, por decirlo en palabras sencillas, empujándome el pecho contra la pared del baño de señoras, debo reconocer que se me olvidó Selena por completo y me dediqué a eso que tenía entre manos en ese momento.

Los lavabos eran tres senos metidos en una misma encimera de falso mármol y senté a Selena ahí para entrar a matar.

- Estoy con la regla
Y volví a despertar.
- Perdona, no sé qué me ha pasado...
- Que estabas salido, como siempre... - me dice, dominándome, como entonces, como siempre - veo que no has cambiado nada.
Ella tampoco.
- Tú tampoco - dije, y demostrando que, de hecho yo sí había cambiado, me atreví a añadir -. Al menos, ahora no te duele la cabeza.

Rallypsie acusó el golpe, aunque la sorpresa asomó a su rostro sólo un segundo. Se repuso para espetarme


- ¿Tienes pareja...? - al ver mi cara, lo dedujo todo, la muy zorra - No, si tuvieras ya pareja, no tendrías reparos morales, eres un cabroncete. ¡Estás persiguiendo a alguien! - bien, ya he dicho que siempre me ha dominado así, que como un cretino, asentí.

- De hecho, sí... - y antes de que pudiera seguir, se había colgado de mi brazo y apretujaba sus tetas contra mi hombro. Yo, maldito salidete, trataba de zafarme, en el mismo plan que cuando te dicen, coge un bombón, y dices, no, no, gracias, pero lo coges. En seguida me encontré tomando un café con ella, pensando que si le contaba todo me dejaría en paz. A Rallypsie nunca le hicieron gracia los fetichistas y mi nueva obsesión con los pies de Selena seguro que le parecía asquerosa. Pero no fue así.

Estaba tratando de convencer a Rallypsie de que me dejara ir pero algo no debía ir bien, porque ella, lejos de atender a mis razones, o de odiarme por lo salidete que soy, me escuchaba al otro lado de la minimesa sometiéndome de una forma que, en fin, era más notoria de lo que yo pensaba.

En esas entró Selena en la cafetería de la estación. Me vio enseguida, desde la puerta, cuando levanté la cabeza y le hice una seña. Ella levantó las cejas, sonriendo y se acercó. Saludó amablemente.

- Hola, Selena - le dije, sin poder levantarme, como me había enseñado mi madre que era lo correcto- ¿por qué no coges una silla y te sientas con nosotros? Ella es Marierally Pods, arquitecto, mi ex...

Rallypsie sonreía malévolamente y no se inmutó cuando Selena contestó.
- No gracias... aunque me gustaría, pero tengo que enviar un par de emails de trabajo -  dijo mirando a mi ex. Luego, mirándome a mí,- me sentaré allí y tal vez, cuando saques su pie de tu paquete, te puedas sentar conmigo para que preparemos un par de cosas antes de salir.

Zas. En todo el paquete. Menudo viajecito me espera.









martes, noviembre 20, 2012

Un email desde las piedras (5)

(espero que haya llegado este email a la bandeja de entrada de Selena; espero que no se enfade conmigo y que me siga el juego)

Es así...
vendréis un día y recordaréis cada una de nosotras, sencillas piedras de playa, que vuestros pies pisarán a partir de mañana. Prevemos ya todo lo que habéis sentido al rozaros con nosotras y, a pesar de todo, de vuestros amores y desamores, de vuestros frenos y horizontes, del túnel de los instintos legendarios y del dragón de siete cabezas que quiere explorarlo, a pesar de todo, terminaremos por ver juntos cómo amanece.
Escuchadnos.
Oídnos cantar; acompañadnos como mejor sabéis: tú moviendo tus manos y tus caderas con tus bailes inimaginables, sensuales, finales, y él, tañendo hipnotizado su guitarra mientras te mira bailar, descalza sobre las piedras, desnuda y recortada contra la noche de estrellas.
Veros bailar, oíros tocar es nuestro privilegio, y esto no ha hecho más que empezar.

Viajad juntos, pues. Venid.

(tres días después recibo mi ansiada respuesta:)

Mira que eres cursi.
Más que una zapatilla de pelusa rosa.
Mañana, en Atocha, a las 7 y media, en la cafetería. No llegues tarde.


jueves, noviembre 15, 2012

Si son cinco minutos...

Ayer me dice mi costilla:
- Vas tuerto
- No fastidies... ¿del todo?
- Bueno, la de posición funciona, pero la de cruce, no. Tendrás que llevarlo al taller...
- ¡Qué va...! Compro la lámpara en los chinos y se la pongo yo mismo, ¡si son cinco minutos...!

Y una mierda.

En mi pueblo, hay una tienda, tamaño supermercado grande, que se llama "EL CORTE CHINO". Es como los chinos normales (gente viviendo tras el mostrador, mercancía extraña abigarrada en las estanterías, precios bajos, profusión de productos de menaje tan atractivos como inútiles, etc), pero grande. Yo creo que la elección del nombre es desafortunada: el Corte Chino no tiene escaleras mecánicas. Bueno, pues voy a comprar una lámpara H4 para el faro delantero derecho de mi coche. Como en el extravagante sector "Automóvil" no veo la lámpara, le pregunto a uno de los chinos:
- ¿Lámparas de coche hache cuatro?
- Sí - dice el chino -  y me lleva al sector Automóvil y me da una que ni de coña es H4. No se parece en la forma ni en el tamaño ni en nada. Parece más una bombilla de nevera que una lámpara de coche
- No, no - digo sonriendo - hache cuatro...
. Checuato - insiste él acercándome el producto, como diciendo, lo tienes a tu alcance, hombre, no seas lila, llévatelo
- No, hombre... - trato de ser paciente - esta no es una lámpara de coche, no es una luz de cruce, yo necesito una hache cuatro, es una luz de cruce, de un Picasso...
- Checuato, Checuato - dice el maldito chino, un poco enfadado, y me coge la mano y pone la lámpara en mi mano. Entonces se le quita la expresión de enfado y me sonríe con una sonrisa luminosa. Y falsa. - ¡Checuato...!
Me cago en el chino y en su calavera. ¿Será posible que quiera colarme esta cosa...?
- Mire, espere, que voy al coche y le traigo la que se ha roto... y me da una igual, ¿de acuerdo?
- Checuato
-Sí, hombre, hache cuatro, ahora se la traigo y verá cuál es.
Pero salgo de allí sin ninguna gana de volver a entrar. El chino Checuato me miraba con expresión asesina y además, no tenía pinta de dejarse convencer ni siquiera a la vista de la evidencia, el quería colocarme la checuato y punto.

Como hay huelga general (que a mí me parece bastante particular) los transportes están con servicios mínimos, así que tengo que llevar a mi hija a dar una clase a una alumna de otro pueblo, a donde no puede ir sin autobús. La dejo y me acerco a un concesionario Volkswagen que he visto por la zona, que tiene servicio técnico y todo el rollo; entro en la tienda de repuestos y le pido al tipo, que parece bastante aburrido, una lámpara  H4.
- Creo que me queda alguna - me dice, y se queda mirándome, como esperando algo de mi parte.
- Con que le quede una, es suficiente para mí - digo intentando ser coleguilla, simpaticote y todo eso. Pero creo que a este hombre no le seduce mi encanto y se va bufando, a ver si le queda alguna.
El almacén tiene una pinta de tener no una, sino 300 lámparas H4. Todo en plan alemán: a lo grande, eficiente, robusto... salvo el encargado del asunto, que parece netamente español. Vago, malpensado, a medio asear... Veo un cartelito que pone "Pregunte por nuestra gama Economy: máxima calidad, al mejor precio". Así que cuando viene el tipo y me dice:
- Aquí tiene -  y me suelta la cajita con la lámpara, hago caso al cartel y le digo, muy en plan interesante
- ¿No la tiene en gama Economy? Si es más barata... - no recuerdo cuando fue, aunque creo que debió ser poco después de nacer, cuando me convertí en el rácano que hoy sigo siendo.
- Sí, supongo - me dice, y se queda ahí, con los huevos pesándole como si fueran de plomo y del tamaño de Francia- ¿por qué no me lo ha dicho antes?
Menudo gilipollas.
- Lo siento, pero no había visto esto - digo, señalando el cartel - pero, vamos, si es mucho problema...
Se da la vuelta, dejándome con la palabra en la boca, hacia el mismo pasillo de antes y reaparece, de nuevo, con dos cosas que no tenía cuando se fue: la primera cosa es otra cajita, del mismo tamaño que la anterior, pero con un diseño como más cutrecillo, tipo los productos esos baratos de Carrefour. La segunda cosa que trae el ciezo, es un cabreo del doce.
- Hache 4, Economy. ¿Qué más?
- Nada más. ¿Que le debo?
- Pague allí - me dice, mandándme a otro mostrador donde reina una señora silenciosa y flaca, no sé si simpática o qué. Me acerco con la cajita de mi H4 y no sé, la divina providencia o lo que sea, me hace abrir la cajita y veo que lo que hay dentro no es una H4... o no es la H4 que yo necesito. O sea, la parte acristalada parece igual, pero el resto...
- Oiga, perdone... - le digo al simpaticote
- ¿Qué le pasa ahora? - me dice sin ocultar su desdén. Un rayo de inteligencia se cuela en mi mala cabeza. Ahora sé
- Mire, es que yo no tengo un Volkswagen, ni un Audi, ni un Seat ni nada de eso, entonces esta parte de aquí - me arrepiento de que mi vocabulario del sector del automóvil, subsector recambios, sea tan pobre- , esta que no es es cristalito, ¿lo ve...? Pues resulta que...
- Usted quiere sólo la lámpara, sin el casquillo
A veces admiro la capacidad de síntesis de ciertas personas no admirables.
- Justo.
Me da al fin mi H4. La pago y salgo de la tienda de recambios. Con aire resuelto, abro el capó del coche y miro allí dentro como quien mira una operación a corazón abierto: con curiosidad, pero sin atreverme a meter la mano. Me sobrepongo, al fin, audaz, y meto la mano un poco en plan misión de reconocimiento. Vaya. Está caliente. Levanto la vista. Anochece. En 20 minutos, ya no se verá nada. No tengo garaje, mañana salgo a trabajar a las 6 de la mañana, así que debo aplazar el cambio de lámpara a mañana a las 3, cuando salga de currar.
-.-
Ya es mañana a las tres, o sea, es hoy. Salgo de trabajar y con el coche aparcado en la gasolinera, me pongo unos guantecitos desechables y abro de nuevo el capó, con cara de experto. No debemos olvidar que soy un profesional del ramo del motor. Que uno va a una gasolinera y espera que el pollo que está allí (yo) le ayude a cosas como cambiar una bombilla del coche. ¡Qué ilusa es la gente!
En el Manual de Empleo del Citroën Xsara Picasso, podemos leer en la página 106, SUSTITUCIÓN DE LAS LÁMPARAS:

Alumbrado de cruce /Luz de carretera
Desconectar el conector; retirar elprotector de goma.Presionar y retirar el resorte.Sacar el portalámparas.
Lámpara:
H4 (anti U.V.)

Parece sencillo, ¿verdad? Pero, en serio, es un tipo de redacción engañoso. Es como decir:

106, DOMINAR LAS GALAXIAS:
Conquista de Marte/Colonización
Construir un cohete nuclear que supere la velocidad de la luz; descubrir un bactericida universal. Aterrizar en Marte, cargarse a los marcianos e instaurar un régimen democrático y plural con tintes progresistas.
Lámpara:
H4 (anti U.V.)

Pues ya os digo yo que no es así. Además de incompleto. Si consigues meter la mano (yo, además de mancharme hasta el codo, he roto la cadena del reloj y una bonita y macarril pulserita de trenza de cuero), desconectar el conector, retirar el protector de goma, presionar y retirar el resorte y sacar el portalámparas sin demasiados contratiempos (yo no lo conseguí, yo tuve contratiempos y tardé un huevo), si lo consigues... luego tienes que retirar la lámpara fundida (fácil), meter la nueva lámpara en el portalámparas (facilillo) volver a colocar el resorte en su sitio (imposible) y colocar el portalámparas en su lugar, sujeta por  el resorte (como no has podido volver a ponerlo, este punto es igualmente imposible).

Desesperado después de una hora y media, decido que mejor me acerco a mi taller de confianza (sí, ¡tengo uno!) y, con el resorte que tiene que sujetar el portalámparas en su sitio sujeto en mi mano le digo a Eladio, un mecánico de los que ya no quedan:
- Eladio, es una estupidez, pero necesito que me hagas un favor. Mira estaba intentando cambiar la luz delantera del coche -  le digo con el resorte en la mano -  y se me ha soltado esto... - me callo porque me mira con cara de "¿¡qué has hecho, calamidad!?"
- Si se ha salido el resorte... malo - Eladio no es, precisamente, un campeón de optimismo-; en estos coches hay que tener mucho cuidado y procurar que no salga el resorte, porque... hay que desmontar el faro - mira el coche, abre el capó - y en este coche, para sacar el faro, hay que sacar primero la parrilla frontal y el paragolpes...
Resumiendo. No es una tontería. Les llevará, al menos, una hora. Y eso significa que Eladio, el alegre, no me puede "hacer un favor", me tiene que cobrar una hora de mano de obra.

- Te tengo que dejar el coche...

El taller de Fun-Fun Eladio queda cerca de mi casa... si vas en coche. 5 km. No me importaría volver a casa andando si no llevara puesta la ropa (y el calzado, sobre todo) de trabajo. Un paseíto de una hora normalmente me atrae, pero no he comido, hace un día asquerosillo y, sobre todo, los zapatos reglamentarios de gasolinero ejemplar son una tortura para mis pies.
Me voy a casa, en coche, con la idea de cambiarme, subir la bici al coche, dejar el coche en el taller, volver en bici a casa, comerme un bocadillo, volver en bici al taller, recoger el coche y ya. Es un buen plan. Pero siempre sucede algo que fastidia los buenos planes. Lo que me ha pasado esta vez es que se me ha olvidado el resorte en casa. En el chaleco de mi uniforme de trabajo. Vuelvo a casa, encuentro el resorte, lo guardo en el bolsillo del chubasquero que llevo puesto. Vuelvo al taller. Mierda de día...

Llego al taller. Dejo el coche. Pregunto a Eladio:
- ¿Tienes compresor? ¿puedes echarme un poquito de aire en las ruedas de la bici, que las llevo un poco flojas?
Los mal pensados siempre aciertan. Las ruedas de mi bici no están flojas. Están pinchadas. Tengo que volver andando a casa, pero ahora con una bici pinchada a cuestas. Qué planazo.
Y sí, los listos siempre aciertan, también. Podía haber vuelto andando y dejar la bici en el coche, pero esta solución, tan lógica, sólo se me ocurrió cuando estaba llegando a casa.
Me siento desgraciado. Cuando me siento desgraciado soy aún más tonto y no pienso con claridad. Afortunadamente, me llama Susana en plena aflicción. Me dice que no vaya andando al taller, no sea que al pasar por el puente haya un temblor de tierra y se venga abajo. Que la espere, que lla me lleva a recoger el coche.
Hacemos eso. Susana llega y me deja en el taller, y se va a comprar nosequé y nos vemos en casa. De acuerdo, genial, gracias, muacks (beso).
En el taller, Eladio me dice
- Ya lo tienes
- Gracias, ¿qué te debo? - en la puerta del taller tiene puestas las tarifas: una hora de mano de obra son 47,50€.
- 20 euros
Echo mano al bolsillo.
Mierda.
La cartera.
En casa debe estar.
- Joder, Eladio, se me ha olvidado la cartera...
- Buueno, no te preocupes...
- si me dejas pasar a la oficina, llamo a mi mujer y seguro que ella lleva dinero encima y se puede acercar - debo estar casi llorando mientras digo esto porque Eladio el Alegre, poco propenso al contacto físico, me pone la mano en el hombro y me dice:
- Mira: métete en el coche y vete a casa. Mañana, o pasado, o cuando puedas, te pasas por aquí y me das los 20 euros. Pero ahora vete a casa, hijo, y mañana te preocupas por los 20 euros.
Y puede que no lo creáis, pero esto, olvidarme la cartera, es lo mejor de todo lo que me ha pasado.
Iban a ser 5 minutos. Y cambiar la maldita bombilla han sido 27 horas. A veces, las cosas, hasta las más sencillas, se complican. Lo juro.






martes, noviembre 13, 2012

PainStorming: la reunión de los dolores (4)

La reunión se desarrolla con sorprendente agilidad. Toma la palabra Liker Ximena, experta, por decir algo, en redes sociales y esoterismo; Liker es la ponente principal, y plantea el asunto con eficacia mitinesca. Sin centrar el tema, disparando al aire con metralleta, haciendo gala de un desprecio olímpico por el rigor pero, eso sí, con un dominio absoluto de los tiempos y de los resortes sentimentaloides del discurso.
- Hace unos días, comiendo en El Cruce con Nino, nuestro director, hablando de nuestras cosas, comentábamos experiencias que hemos tenido ambos, asi como conocidos de los dos, acerca de gente que ha sufrido operaciones de transplante de órganos, de receptores...
(Nino me pasa una nota: "Mentira, sólo hablamos de dinero")
- ... y sobre las sorprendentes experiencias que han sentido, supuestamente, al tener sensaciones y experiencias que pertenecían o eran propias de los donantes...
Vale, efectivamente, no podía interesarme menos la reunión, pero asisto a ella porque Nino me ha propuesto una colaboración especial con "Hablando con las Piedras"(HcP), la revista esotérica que él dirige y edita. La revista se publica con solidez de ventas y publicidad una vez al mes. y cada tres meses, publican un especial "a fondo". Bien, Nino es un tiburoncillo de los negocios y es un hábil editor y un director con olfato, como demuestra el milagro que ha conseguido con HcP. Pero, a pesar de todo eso, Nino se siente con respecto a su trabajo, como se sentiría un profesor que da clases de pedofilia. Le permite vivir bien y tener un trabajo interesante y divertido, pero detesta lo esotérico, así que ha pensado que en esos especiales trimestrales podía participar una especie de voz disonante, que haga como de conciencia crítica. Un viejo truco que se usa en los medios de comunicación para dotar de legitimidad un contenido. Por ejemplo, una tertulia con una marcada tendencia izquierdista o derechista, contratará un tertuliano de tendencia contraria para presumir de tolerancia. Bien, pues Nino me ha contratado a mí para que haga de pseudocientífico escéptico. La partícula "pseudo" en este caso es importante: mis reparos y objeciones deben ser entusiastas, pero no demasiado sólidos ni, por supuesto, incontestables. Pero debe parecer que en la revista se da voz a la Razón y a Ciencia. Por eso estoy aguantando como un machote en esta reunión. Bueno, por eso y por ver si hago que Selena me tome en serio, acaso ocasionalmente, como posible amante.
- ... algunas cosas de lo más sorprendente - sigue diciendo Liker - como por ejemplo, gente a la que no le gustaban las verduras, de repente, se volvían adictos al brécol...
Miré a Nino para buscar un cómplice que se ría conmigo, pero está hablando por el móvil. Busco a Selena y le pongo cara de ¿oyes lo que dice esta pájara? mientras la señalo, pero claro, he incurrido en lo que los cabezas de huevo de la estrategia mundial empresarial llaman EEA, Elección Errónea de Aliados, porque Selena está mágicamente buena, tiene unos pies que hacen pura magia, pero quizá ese, la magia, sea el problema. Todo esto del mundo mágico y todo eso parece importante para ella, así que ignora mi compadreo vacilón y yo, en fin, trago saliva y trato de parecer interesado también en las majaderías que dice Liker porque, creo que ya lo he comentado: el asunto de los principios no es mi punto fuerte
- ... Selena, si te parece, puedes ir tú a hacer este trabajo. Francamente, necesitamos a nuestro mejor redactor... o sea, redactora, para esta entrevista. ¿Puedes ir tú a hacerla? Piensa que lo que diga Isabela es el punto fuerte de este especial. 
Miré a Selena. Dios qué guapa está con esa media melenita. Y qué profesional parece. Ya me gustaría tener a mí la mitad de ese aspecto profesional, seguro y confiable, me habría ido mucho mejor en la vida... y tendría un trabajo, y no tendría que estar arrastrándome para que me den las migajas del trabajo de un sitio que detestaría si me estuviese permitido. Selena toma la palabra
- Bueno, de acuerdo... voy, pero acabo de volver de Washington, y no sé...¿quién es esa Isabela? ¿a dónde tengo que ir ahora...? sabéis que odio el avión... lo llevo fatal
- No creo que haya problemas - dice Liker - Isabela Balsa es pintora y vive en el Cabo de Gata, en una casa en un acantilado que te va a encantar... puedes ir en tren
Vaya, el tren, la playa, Selena en chanclas, seguramente, esto se pone interesante. Me imagino a Selena con su pareo y su bañador, paseando descalcita por la playa en la puesta de sol, y yo a su lado intentando no parecer demasiado interesado en el asunto, y esperando que la playa sea de arena, porque si es de piedrecitas, lo llevo fatal, porque me gusta caminar justo por donde la arena está mojada, y algunas olas te mojan los pies, pero nunca sé si es mejor andar con chanclas o descalzo y bueno, prefiero la arena blanca a las piedras, qué quieres que te diga. Además, ante un eventual revolcón, por ejemplo, la arena es más confortable.¡Acción! Escribo un papelito y se lo paso a Nino; el papelito dice: "acabas de tener una gran idea: voy con ella a la entrevista". 
- Un momento - dice Nino, levantándose - acabo de tener una idea: Wolffo acompañará a Selena, ¡es perfecto!
- Vale... -dice Selena, mostrando, más o menos, una milésima del entusiasmo que me habría gustado ver.
- ¿Wolffo...? - dice Liker - ¿Va a trabajar con nosotros? - debo decir que bueno, antes del  trabajo en el periódico cutre  on-line, Wolffo Diesel tuvo su momento de gloria como piriodista y los profesionales del sector, los más metidos en el ajo, aún me recuerdan. Decir que me consideran sería demasiado.
- ¿Os acordáis de lo que hablamos en la última reunión del consejo de redacción? La contrafigura escéptica para los especiales... es él, Wolffo, es perfecto, ¿no?
- O sea que iba en serio - dice Liker - pensé que esa idea era una broma... una más de tus genialidades que se quedan en las actas sin pasar a las páginas de la revista... - desde luego, esta Liker es una figura fuerte en la revista, no se calla, la muy puta, perdón, la muy descarada, ni debajo del agua, ni delante de su editor-director.
- Claro que iba en serio, Liker -dice Nino, que parece acostumbrado a los mandobles de Liker - Piénsalo un momento.
Debo decir que me sorprendió lo que dijeron las dos mujeres en cuestión.
- A mí me parece bien - dijo Selena sonriendo, que parecía divertida con la situación y no llevarse demasiado bien con Liker.
- Vale -concedió Liker-, supongo que si vamos a hacer esa locura de meter la crítica en nuestra propia casa, desde luego, Wolffo es el tipo indicado. Bienvenido, Wolffo.
A partir de entonces, claro, todo cambió. Empezó a interesarme la reunión. Es curioso el efecto que tiene el trabajo en las personas. Quiero decir que cuando vi que la cosa tomaba cuerpo, dejé -casi por completo- de mirar el escote de Selena, porque la idea me parecía genial.
Lo que había pensado Nino era una gran idea.  Básicamente, la entrevista iba a ser el plato fuerte del gran reportaje trimestral de la revista. Debíamos entrevistar a Isabela Balsa, una mujer que hasta hacía dos años había trabajado como litigante imbatible para un bufete importante de Granada. Llevaba una vida como uno se imagina en un abogado de éxito, hasta que tuvo el accidente. Perdió los ojos, el bazo y el corazón y tuvo la suerte de que todos esos órganos le fueron transplantados.
Desde su recuperación, abandonó el ejercicio de la abogacía y se dedicó a la pintura -con cierto éxito y alabanzas por parte de la crítica- y se retiró al Cabo de Gata a dedicarse a su arte y a la otra vida.
Debíamos entrevistarla ambos, Selena y yo, ella con la tesis de que los ojos, y el corazón, que le fueron transplantados cambiaron su percepción y sus sentimientos sobre la vida; yo debía objetar esos argumentos, claro. El único momento en que, de hecho, trabajaríamos juntos sería el de la entrevista, en la que ambos podríamos hacer las preguntas  que habríamos preparado por separado, y grabarla.
Luego, con el mismo material, la grabación, ambos elaboraríamos un artículo que defendiera nuestra tesis. El hecho de que trabajáramos por separado con el mismo material era interesante y, además, nos impedía manipular las respuestas, pues debían ser las mismas en los dos artículos.
La idea y el enfoque me parecieron geniales. Y entendí un poco más el éxito de Nino, mal que me pesara.

O sea, que ya véis: me voy con Selena y sus piececitos al Cabo de Gata. Vine a ver si coincidía con ella para una comida y ahora tengo esto. como en la canción, con dos flechas, tres dianas. Eso es magia y precisión.



Esta vez has dado en el blanco
con dos flechas, tres dianas para ser exactos.
Es magia con precisión.
¿Dónde estás, cómo te has ido?
Si entre vahos de cerveza veo que has venido.

La juerga llega a su fin.
Hoy tengo el placer
de invitarte a una resaca para comer.
Sólo el calor de un canción
puede ahora recordarme algo mejor.
Con una nube en la cabeza,
encadenado a tu total destreza,
me he fundido en un bloque de hielo
entre llamas he perddo el miedo.
He seguido bajo tierra la luna
y tus jugadas una a una.

Sólo al azar  puedo encontrar
ese truco que revela tu soledad.
No esperes más,  juégalo ya,
tienes en tus manos magia para acertar.
No me descubras el secreto
es tu manera de dejarme quieto.

Esta vez has dado en el blanco,
en todo el camino no hemos dado un paso en falso.
Es magia con precisión.

¿Dónde estás, cómo has venido?
Si entre vahos de cerveza he visto que te has ido.
Entre vahos de cerveza he visto que has venido.
Entre vahos de cerveza he visto que... irreal
Creo que no eres real.



Hay más.





lunes, noviembre 12, 2012

Sólo queda mirar (3)

De vuelta de los Estados Unidos, sin compartir la emoción mundial por la reelección de Obama, sin trabajo y sin planes que acometer a corto plazo, me centré en poner mi vida, mi cabeza y mi alma en orden, y en dar sentido al batiburrillo de emociones en que se había convertido mi vida. Necesitaba calmar mi ansiedad, realizarme como ser humano, cumplir mis sueños. Por decirlo en pocas palabras, necesitaba volver a contactar con Selena y tratar de acostarme con ella a toda costa.

De Selena tenía el recuerdo de sus pies, el teléfono -conseguido de forma deshonesta, pero conseguido, al fin y al cabo- y la casi seguridad de que ella no compartía el entusiasmo por nuestra aventura ferroviaria, ni mis esperanzas de repetir, cuando no ampliar, nuestras relaciones. Para ella era, esa es mi impresión, un capítulo antiguo, hoja pasada, historia olvidable, si no ya completamente olvidada.

En mi casa mis cosas seguían en su sitio y nada de todo lo que conformaba mi vida paracían ser consciente de la nueva situación. Por ejemplo, ahí estaban mis guitarras, pulcra y tranquilamente expuestas en su rincón habitual, totalmente inconscientes de que la cosa había cambiado, que tal vez tuviera que vender algunas de ellas si no encontraba trabajo pronto.

Estuve un rato de pie, frente a ellas, pensando en cada una y en todas en conjunto y valorando cuál de ellas me acompañaría durante los próximos minutos en mis momentos más íntimos de creación y  desestima de materiales de desecho: finalmente me decidí y me llevé la acústica al baño. Normalmente me inclino por la lectura, pero nunca desdeño el impacto emocional de unos buenos acordes sentado en la taza de la vida, porque la acústica y la reverberación del cuarto de baño favorecen la euforia musical y, porqué no decirlo, el tránsito intestinal fluido.

Puede que a ella, mi diosa pedestal, no le haga demasiada gracia que la evoque en semejante situación, así que tengo que apuntarme en algún sitio el no contarle a ella, oh musa de mis sueños, que me inspira para aliviar mis tripas, porque no me sorprendería que le sentara mal. He sabido que a las chicas no les gustan estas cosas. Prefieren ser evocadas mientras miramos un acantilado que mientras nos masturbamos, preguntadles a ellas porqué.

Obré pues, en paz musical, y pasé del trono a mi cocina, una secuencia que, ahora lo sé, debería haber ahorrado al desavisado lector, para evitarle conexiones indeseadas, y después de haber hecho una exploración visual rápida de mi nevera, decidí que era mejor salir a comer fuera. Antes de salir, no obstante, me senté en el ordenador, vamos, frente a él, y le mandé un mensaje a Selena: Hola, guapa; Esto es por si los astros se alinean. Tú crees en esas cosas, ¿verdad? voy a comer en El Cruce, un restaurante que sé que frecuenta, por estar junto a su revista, si te apetece, pásate, comemos juntos y hablamos. Y si no te apetece, o no puedes... pues nada, mala suerte, los astros no se habrán alineado a mi favor. Un beso.

Llegando al Cruce, me encontré con Saturnino Nino Balerma, antiguo compañero del colegio y editor de la revista Hablando con las Piedras, en la que trabaja Selena. Me saluda con franqueza y campechanía, con esa confianza que sólo los triunfadores saben mostrar con quienes no la tienen, hacemos la coreografía habitual de golpeteos machotes de salutación y pasándome la mano por los hombros, me conduce al interior del local.

No sé si ha leído mi email, pero Selena está en la barra, con Benny Vidal, el informático de la revista, una persona extraordinaria, y extraordinariamente sosa, también. Nos ven y noto en Selena una mueca de fastidio reprimida, si bien no puedo asegurar si es por verme a mí, el pesao que la atormenta últimamente, o por ver a Nino Balerma, su jefe con quien, sospecho, no tiene la mejor relación. Me da igual, la oportunidad de hacer piececitos con ella mientras comemos mientras Nino monopoliza la conversación y Benny está ausente, como suele, me basta. Pero Selena se inventa una patética excusa y se va según llegamos nosotros y me deja abandonado en mi peor pesadilla: un antiguo compañero de colegio que me cae mal, triunfador, expansivo y parlanchín y un tío sano y mortalmente aburrido con quien no tengo ganas de hacer buienas migas, pero a quien envidio la cercanía que, sólo con verlos juntos, he adivinado que tiene con Selena.

La comida es letal. Me quedo porque paga Nino y porque no pierdo la esperanza de que Benny se largue y poder, al menos, pedirle a Nino que me dé trabajo, porque mi situación va a ser desesperada en pocas semanas. Pero no ocurre ninguna de esas cosas, aunque a última hora, consigo que me invite a una reunión con los redactores para un proyecto nuevo en el que, tal vez, pueda colaborar. No me interesa nada participar, pero podré estar junto a Selena y eso es lo único que le importa al cerebro que guardo tras la bragueta.

Subo al despacho con Nino y al pasar por la redacción obtengo un atisbo de Selena con un café y me ha parecido que me sonreía. Me cuenta lleno de entusiasmo no sé qué diablos sobre un especial que van a hacer sobre un tema que no me puede interesar menos: experiencias paranormales que han tenido personas a las que les han sido trasplantados órganos de otras personas. Le pido, al llegar a su despacho, si me puede dejar entrar en internet un momento para consultar el correo.

- ¿No tienes iPhone? -  me dice, como quien se extraña de que no tenga, no sé... un techo bajo el que dormir
- Pues no... ni tengo Smartphone, ni tableta ni nada de eso - digo, tratando de parecer sueltecillo, pero consiguiendo sólo parecer un pringao - ¿me dejas mirar, por favor?

Me siento en su ordenador y abro gmail. Veo algo que me hace feliz:
Los astros se alinearon sin saberlo, nos encontramos allí antes de leer yo esto.
Un besazo llenico de buenas intenciones
Vaya... Selena no me odia.

En la reunión no dejo de mirarla y ella, al verme tan colgao, ríe y escapa de mis miradas sombrías y enamoradas. Vale, puede que esté más salido que enamorado, pero en mis miradas hay un poco de todo. Mirar: eso es todo lo que, por ahora, puedo hacer.

Mirar(te)
¿no te das cuenta de lo que necesito mirarte? ¿no notas nada cuando te miro?





La cosa sigue.

STATUS: HAVING FUN - Aprendiendo Whatever you want, de Status Quo

Este tema me recuerda, indefectiblemente a Javi Rubio y a las eternas discusiones en casa de alguno de los dos sobre música: para picarme, él solía decir que cualquier grupejo era mejor que los Beatles y me ponía enfermo intentando demostrarle que no, mientras él, supongo, se partía de risa por dentro.


miércoles, noviembre 07, 2012

Re-election day (2)

Llegamos a Washington (¿Whasington.... Was-in Town... Washing Tone...?) a las siete de la mañana siguiente a mi aventura ferroviaria con los piececillos de Selena, con mi espíritu elevado a la altura de sus pulgares regordetes y, admitámoslo, más hambriento que el león al que se le escapan los ñus en los documentales. Como enviado especial de un periódico on-line cutrecillo, mis dietas no eran precisamente ilimitadas, sino más bien dietas a dieta, así que, con la excusa del sabor local auténtico, y con gran dolor de mi corazón, dejé que Selena, enviada de una revista esotérica, pero de verdad, de las de papel,  se marchara a desayunar a algún sitio famoso de piriodistas y quedé con ella en que nos veríamos en la embajada, en el almuerzo para los medios previsto para la una de la tarde.
- Yo voy a caminar, cielo, la verdad es que odio llegar a un sitio y meterme en un coche o un taxi, voy a patearme la capital del imperio- dije, en un patético intento por parecer mundano- nos vemos en la embajada
Lo cierto es que soy un bocazas. Sí, lo sé, hay cicuitos "a pie", pero esta ciudad es más bien para limusinas. Yo no iba preparado para caminar, además, y mis zapatos me estaban fastidiando ya a la media hora de caminata.
Un grupo de negros raperos o algo por el estilo se divirtió a mi costa un rato, haciéndome acelerar el paso e iniciar alguna indigna carrera incluso, para que me dejaran en paz, mientras oía sus nada compasivas risotadas de negro truculento resonando en mi cabecita de blanquito europeo, y haciéndome sentir muy disdechado por: a) haber juzgado impropio de mí, un protointelectual pomposo y satisfecho, una correcta preparación física y en defensa personal y b) haber mentido con respecto a mi conocimiento del inglés. El "inglés medio" de mi CV era claramente falaz, y si no hay peor mentira que una verdad, no hay nada más desesperanzador que medio entender lo que te dicen, entre otros, los negritos risueños que llevan un rato dándome la mañana.
Cuando se cansan de mí, yo estoy claramente arrepentido de haber optado por la ruta a pie y gustoso, a pesar de mi precaria situación, hubiera pagado un taxi para ahorrarme este penoso paseo. Esperaba encontrar un carrito de hot dogs de esos de Central Park, pero nada de eso hay en mi desesperante caminata, aunque no hay esfuerzo sin premio, que decía mi falible abuela, así que termino visualizando, invadiendo mi campo visual y tiñendo de esperanza mi demacrado ánimo, The Hill.
Una visita a Washington no estaría completa sin el recorrido por The Hill, o la colina del Capitolio. Además del impresionante edificio del Congreso, comentaré, con la esperanza de que no se note demasiado que acabo de copiar este párrafo de una web turística, que el barrio tiene valores muy interesantes heredados de una vida muy activa desde el siglo XVIII. Debemos incluir las barracas del Cuerpo de Marines y la Casa del Comandante. Y no dejemos de visitar el Eastern Market donde cada día se ofrecen especialidades culinarias de todo el mndo como el sandwich de cangrejo, los cojones de canguro en vinagre, cannoli, quesos frescos o carnes variadas.

Hoy es el día. Los norteamericanos eligen entre darle cuatro años más a Obama o cambiar a Romney. Cualquiera diría que ganará Obama, pero la apuesta de mi periódico es Romney, y eso es lo que yo debo defender en mis crónicas. Debo actualizar el blog "Esperanza Republicana" cada dos horas y, según las instrucciones de mi jefe, mis crónicas deben destilar optimismo e impulsar a los indecisos a votar por Mitt, y yo no tengo ni idea de cómo sugerir eso, comono sea rogando abiertamente: vota a Romney, ¿vale? A mi favor está el que mi jefe es demasiado vago como para leer cualquier cosa más larga que un tweet, y demasiado capullo como para entender nada, especialmente la realidad, transmitida en código alfabético. Que no le gusta leer, vamos.

Voy enviando mis crónicas y según avanza el día de las elecciones, resulta más patético fingir que el amigo Mitt tiene alguna esperanza, así que mis actualizaciones toman un sesgo culinario absurdo: no tengo pasta para probar las cosas de las que hablo, de modo que hablo de las fotos de los platos que los restaurantes para turistas ofrecen en la puerta de sus locales. Un nada selecto catálogo de platos que me comería ahora mismo. Toda mi esperanza está en el almuerzo de la embajada.

Mi vida entra en una especie de letargo preventivo de unas cuantas horas; se trata de ahorrar energías (las que tan espléndida y graciosamente malgasté a los pies de Selena last night) y tratar de recuperarlas en el bruch de la embajada... con la esperanza de volver a perderlas si las cosas con Selena van bien.

Fracaso absoluto. Selena no me hace ni caso. Hay piriodistas de verdad que resultan más sexys que yo, así que, sabiendo lo miserables que son los plumillas, así, tomados en conjunto, podéis haceros a la idea de lo cutre que resultamos mi piriódico on-line y yo en un brunch para la prensa española en la embajada española en Washington. Eso sí: me lo como todo.

Gana Obama. Me llaman del periódico para decirme que no hace falta que siga actualizando, que van a cerrar. Como estoy acostumbrado a intoxicar sea cual sea la realidad, lo primero que se me ocurre es el enfoque tóxico: Obama produce paro y no sólo en Estados Unidos. Qué triste es ser piriodista.

Estoy esperando el tren en la estación. Estoy despedido. Los negros están felices. Los hispanos, se supone, estamos felices. Los demócratas están felices. Imagino que los progres en España están felices y el que haya ganado Obama, al menos, nos ahorrará los clásicos análisis sonrojantes desde España, condescendientes con la estupidez estadounidense por empeñarse en votar lo que les apetezca a ellos y no votar lo que nosotros encontramos natural, o sea, progre. O sea, que tiene cosas buenas que gane Obama, y este sesudo consuelo, que no puedo publicar en mi extinto periódico on-line, se lo regalo a la prensa liberal.

¡Qué lejos queda Selena!






domingo, noviembre 04, 2012

Duerme, duerme... (1)

Soy de esos, sí: de los que dicen dormir poco, no necesitarlo, que si duermo con un ojo abierto, que si dormir es morir un poco, perder el tiempo lastimosamente, bla, bla bla... lo cierto es que cuando me abandono en brazos de Morfeo, éste me achucha de tal manera, que caigo como un tronco en mitad del oscuro bosque recóndito: con un ruido sordo, pero a plomo, inexorablemente y terminando con la vida que pille bajo su desplome letal. Me duermo, vamos, como una piedra: inerte, sin posibilidad aparente de volver a ser uno entre los vivos, desconectado de la vida y el mundo. Frito.
No pasa así con todo el mundo.
Ella, por ejemplo, duerme graciosamente. Su pecho sube y baja, y su sinusitis, aun cuando no está en flor, da pequeños respingos de aviso, de anuncio de su existencia, como pidiendo a su anfitriona que no la olvide.
Viajábamos en tren, en el extemporáneo expreso nocturno que parece de cuando aquello de "siempre sobre la madera de mi vagón de tercera". No es madera, no tanto, son sillones de skay; un departamento de 6 sillones enfrentados que nos prometen una incómoda noche a todos.

Somos seis, claro, a bordo de este departamento. Ellos cinco viajan juntos. Nerve, el padre, es un hombre tranquilo, parece seguro de que nadie le va a contradecir. Su mujer se llama algo como Cris, o Kiss, o algo parecido, no lo he oído bien. Parece no hacer demasiado caso a su marido, a quien da la sensación de respetar porque se lo prometió hace unos cuantos años, pero hoy, se nota, le quedan pocas ganas. Tiene esa clase de tristeza profunda y enraizada, que trata de disimular, inútilmente, al fin, con amabilidad. Los niños, para mí, son un misterio: no he tenido niños, no pienso tenerlos, y nunca he comprendido su mundo. No sé si es que yo nunca fui niño, pero ni me acuerdo de tener esa forma tan rara de pensar y reaccionar, ni quiero entenderla: caigo mal a los niños y a mí no me importa demasiado, ni hago nada para ganármelos. Suelen dejarme en paz y eso es la mejor forma de relacionarnos: passando each other, como si fuéramos idiotas.

Y ella. Ella... caray. Me la han presentado como su cuñada, de los dos, así que será, supongo, la mujer de un hermano de alguno de los dos. Como si se tratara de niños, no les he preguntado nada más: me interesa ella, pero me importa un bledo la relación que tenga con Nerve y Cliss, o como se llame, y menos aún con sus sobrinos, a los que espero no esté demasiado unida. Pero, maldita sea, lo está.

Suele pasarme una cosa de la que no estoy demasiado orgulloso: para conquistar a una mujer no me importa degradarme u olvidar mis principios y, como aquél, tengo otros, llegado el caso. Soy capaz de comer queso (aunque tenga que vomitar a escondidas), ver concursos en la tele (aunque tenga que vomitar a escondidas), bailar sevillanas (aunque... etc.), o, en el caso de Selena, que así se llama, si como parece, quiere mucho a sus sobrinos y les hace mucho caso, puedo hasta contarles un cuento. Es lo que he hecho: al darme cuenta de que Selena quiere mucho a sus sobrinos, me he olvidado de lo que me fastidian los niños y les he atizado un cuento para dormirles, con espectaculares resultados: he dormido a todos, no sólo a los niños.

Ha sido un cuento poco admirable, la verdad, con demasiadas concesiones al pensamiento contemporáneo correcto (multiculturalidad, feminismo, buenismo con los animales, todo ese rollo), y con poco cuidado con los detalles que dan gracia a los relatos, y más interés por el pulso narrativo, la documentación falaz y el color local. Una mierda de cuento, vamos, pero educativo en el pensamiento general, el típico cuento que aprueban los psicólogos y los didactas aficionados, que aburre a ovejas y niños, y que me ha servido para colocar palabras de muchas sílabas, dar la sensación de que soy muy culto y, en fin, dormir al personal.

Antes de caer, habíamos, más o menos, acordado que debíamos consentir al que está enfrente, que apoye sus pies en nuestro asiento, soportando, en su caso, el eventual olorcillo u otras molestias.

Para que te posiciones: los niños están uno enfrente del otro, en los asientos del pasillo. Nerve y Cuiss, o como se llame, también enfrentados, en los asientos centrales, con la triste mujer a mi lado. Selena está enfrente de mí, y ambos ocupamos los asientos de la ventana, yo de frente a la máquina y ella de espaldas al sentido de marcha. Yo, entonces, desde mi window seat facing engine, miro por la ventana el aburrido paisaje, árboles, montañitas y un sol que cayó languideciendo sin ser capaz de teñir mínimamente el horizonte. Ya sin sol desde hace un buen rato, trato de concentrarme en su luz ausente, pero latente aún como un invitado que se resiste a marcharse, en el recorte nítido de las rugosidades del horizonte, cuando noto que los delicados pies de Selena, que ejercen de frontera entre su cuñada y yo, se pegan a mi muslo y me empujan con insistencia.


Sorprendido, miro a la dueña de estos pies descarados y pujantes, pero parece dormida y estar soñando. ¿qué puede estar soñando? Seguramente sueña que está en un tren haciéndose la dormida e incordiando con los pies a un desconocido, porque la insistencia con la que pega sus pies a mi pierna, no me deja otra explicación. Cris o como se llame, la cuñada de Selena, tiene unos pies preciosos y los de Selena son casi tan bonitos como los de su cuñada, pero los pies de Kiss descansan en el regazo de su marido, lejos totalmente de mi alcance, y los de Selena, caramba, no dejan de frotarse contra mí.

Dejo caer mi mano izquierda sobre los pies que escrutan mi flanco inferior izquierdo y dejo que mi mano se asiente con delicadeza, pero firmemente, sobre su pie. Como no lo retira, decido avanzar un poco, y empiezo a acariciar suavemente su empeine. Llámame loco, pero creo advertir en ella un estremecimiento y la situación se vuelve profundamente sensual por momentos.

La caricia va, paulatinamente, convirtiéndose en franco masaje y su respiración se hace profunda y se acompasa a las presiones firmes de mis pulgares. A los selectos tironcillos sobre cada uno de los dedos de sus pies y algún leve -muy leve- suspiro se escapa de sus labios.
Cojo mi manta de viaje y la pongo sobre mi regazo, porque mi siguiente movimiento es colocar sus pies, ya sin ambages, sobre mis piernas y bajo la manta, y así poder masajearla a gusto y a fondo... y a escondidas de miradas indeseadas. Selena parece seguir durmiendo, aunque a mí me resulta ya difícil creer que mis toqueteos no la hayan despertado hace ya rato.

Sigue el tachán-tachán del tren, ritmo mecedora, y yo me atrevo a subir los pies de mi inesperada aventura ferroviaria y besarlos, mordisquear sus dedos mientras ella, ya estoy seguro, sigue fingiendo dormir.
La última frontera: no queda ya nada más íntimo entre su sustento y mi otro cerebro. Amaré, pues a esta dorable pareja con suavidad e ímpetu creciente. Acaricio y me dejo hacer, froto y la hago hacer. Las dos piezas maestras, las aladas peanas, sustentan la columna y la hacen crecer, vigorosa y vibrante, enhiesta y erecta como una manguera ansiosa por regar el jardín inadecuado. Durante veinte minutos, pierdo la noción del espacio y el tiempo, de las compañías y los inconvenientes; de los ritmos y los jadeos del tren y sus viajeros. Viajamos sin tregua, exploramos sin pausa, yo soy consciente de ella, acelero y acelero, ¡vamos en una centella!

La locomotora resopla con un suspiro estremecedor y el tren, simplemente, se deja ir, sin freno, a tumba abierta, dulce apagarse sin ton ni son.
Guardo mis razones exhaustas y un poco doloridas, dejando mi alma y mis ansias satisfechas y plenas. Sus pies, guiados por mis manos, ahora suaves otra vez, vuelven a su fronterizo estado acordado, y mi mano vuelve a acariciarlos con la delicadeza del pitillo que se enciende después de amar.
Lentamente, ella, ahora sí, se duerme. Y yo. Y despiertan los demás.
Y Nerve no me molesta y me hace gracia su pesadez; y de Cris o como se llame ya no me importa ni su pena ni sus pies. Los niños, los molestos niños, no existen en esta mañana plena de luz, de alegría y de un silencio sólo ligeramente culpable.
Porque anoche, mientras el mundo dormía, yo desperté, y ella también, aunque dormir fingía; y, qué quieres que te diga, cómo quieres que te lo explique. Nadie se siente más afortunado que yo: porque anoche, ¡ay anoche! le hice el amor a sus pies.