martes, diciembre 25, 2012

Mejor, fuera de la fiesta (9)

La fiesta se desarrolla con extraordinaria pesadez. ¿Sabéis cuando uno quisiera estar en cualquier sitio del mundo, cualquiera, antes de estar en el lugar donde uno, de hecho, está? Es mi caso. Selena, ni idea. No sé dónde está. La perdí hace tres horas y no sé porqué narices no estoy con ella, si ese era el plan.

Esta fiesta es, literalmente, para pegarse un tiro. Estamos en el yate de un ruso, en el puerto de Aguadulce, cerquita de Almería, y aquí corre de todo menos buenos tiempos. Abundan fosas nasales irritadas, estómagos hartos de comida y bebida, sexos agotados por exceso de uso, gente con dinero de sobra, gente sin dinero, pero que va donde va la gente con dinero para recoger las migajas y yo, más perdido que un poeta. Ahora que lo pienso, ¿puede ser envidia? Puede serlo, porque me gusta pensar que el sexo y las drogas y la bebida y el dinero son inmorales cuando los disfrutan otros, pero a los que no recuerdo haber hecho ascos cuando estuvieron a mi alcance. ¿Me convierte esto en un ser envidioso y ruin? Bueno, no me convierte, porque creo que nací así de mísero de espíritu, pero, por lo demás...

De todos modos, se me da de fábula fingir la indignación moral, y la tormenta se dibuja en mi cara con notoria expresividad cuando decido que en un sitio como en el yate en el que estaba, se han sobrepasado los límites de lo tolerable o, por decirlo en palabras más ciertas y sencillas, cuando veo que todo lo que hay de bueno en esta fiesta, no es para mí, que no me voy a comer ni media rosca, me revisto de indignación, me levanto digno -tanto como puedo, que no es gran cosa- me levanto y me voy.

No quiero estropear la fiesta con mi cara de arroz, con mi tristeza infinita, ni con mi ánimo tan poco simpático con el mundo en general, así que me voy. Vine junto a Selena, en un sorprendente giro de los acontecimientos del día más románticamente desastroso que recuerdo. Pero ahora no sé dónde está Selena y sus amigos, ala verdad, me repatean. Nada hay para mí aquí, así que desapareceré.Si ella regresa mientras no estoy, hacédmelo saber por favor.

(I don't want to spoil the party


¡menudo temazo!)

Es así de sencillo. Después de mi aventura (desventura) con la taza del váter de la habitación de Selena, en fin, logramos, con mucho estómago y mucho corazón, sobre todo por parte de ella, rectificar la tarde. A ello contribuyó, y no de manera despreciable, el que evitamos el incidente en la conversación y el hecho de que cambiáramos el carácter de nuestra reunión, desechando, de momento, cualquier aspecto romántico. Debo decir que eso, con una mujer como Selena delante es harto complicado: mis ojos la están viendo, mi nariz la está olisqueando, mis oídos la oyen, mi imaginación la recuerda y es difícil abstraerse de todo lo que evoca Selena en mí.

Bajé a la cafetería y echamos casi toda la tarde hablando, preparando la entrevista del día siguiente, trabajando como dos buenos profesionales, cosa que hay que saber valorarme, en serio, que Selena es mucho delante de uno.

El caso es que, eludiendo el tema, y mientras decidíamos si salíamos a picar algo, aparece un pollo vestido cien veces mejor que yo, con un pelazo peinado a raya hace tambalear mi masculinidad, alto, bien plantado (un poco de cara de memo, como de pingüino, pero quiero señalar lo bueno, para que no se me tache de  -excesivamente- envidioso) e inclinándose y ahuecando la voz para parecer más machote, como si hiciera falta, dice:

- ¡Por todos los santos, si es Selena...!

La invocación al santoral me pone en guardia. Además, no se limita a uno o dos santos, sino que alude a todos, convocándolos en torno a su causa, como si fuera a librar una batalla. Para mi inmenso pesar, Selena, en lugar de poner cara de grima, o de echarme una mirada de horror de esas tipo "¡sálvame!", o algo que indique que está de mi lado, o sea, deseando que el bien plantado caballero se esfume, si es posible, tropezando y haciendo el ridículo, Selena, digo, sonríe con toda su sonrisa y contesta, como quien descubre a un viejo amigo largamente esperado

- ¡Caracoles, Cayetano! - sí, ha dicho caracoles. Y sí... se llama Cayetano. El aludido echa atrás su cabeza bien peinada y deja escapar una cosa parecida al resuello de un pez volador que es lo que hace en vez de reír. Es una especie de movimiento circular de la cabeza, con caidita de ojos y apertura bucal que deja escapar el resuello y una visual de su perfecta dentadura. Será muy atractivo, pero vaya mierda de carcajada que tiene.
- ¡Heah...! - grazna - ¿Caracoles, aún te acuerdas...?

Era una broma privada lo de "caracoles". Mierda. Eso significa que tenían cositas en común. Bueno, hablan, Selena me presenta y el tío es encantador, pero me cae como una patada en los huevos, qué quieres que te diga. De todas formas, aunque no participo en la conversación, a pesar de las continuas invitaciones a hacerlo por parte de Selena, que es un encanto, aguanto el tipo sin escupir al suelo ni nada, por no parecer tan patán como soy en realidad, y acabo aceptando que nos subamos al X5 de Cayetano para asistir a una fiesta en un yate que esa noche está atracado en el puerto de Aguadulce.

En el coche dejo de disimular. Quiero poner cara de pedo, mientras Selena y Cay (le llama Cay, ¡qué desgracia!) pero la carretera bordeando la costa es demasiado bonita como para ignorarla y, como un niño madrileño cuando, después de un largo viaje en coche, llega, por fin, al mar, admiro atontado el trabajo del agua con la costa y los asombrosos paisajes que siempre genera. ¡Cómo me gusta el mar! Sobre todo la costa, cuando el mar y la tierra se juntan y se dan y quitan cosas. Claro, entre mirar eso y escuchar como el maldito Cay trata de seducir a Selena, me quedo con la lucha abierta entre el mar y la montaña, no hay color.

-.-

El yate es una pasada. Es de un ruso cuyo nombre no recuerdo ni a los tres segundos de ser presentado a él. El yate tiene, en serio, probablemente, la colección de tías buenas más apabullante que he visto en mi vida. O sea, hay unas cuantas mujeres españolas, muy guapas y elegantes y tal, pero la colección de chicas rusas impresionantes es tan, tan asombrosa que a uno se le quitan hasta las ganas. No es posible que sean de verdad. son como hologramas de una revista de moda que pululan por ahí y que, por supuesto, me ignoran absolutamente, con mi camiseta negra, mi chupilla vaquera y mis chinos de mercadillo, con mi corte de pelo Philips casero, con mi cara de bobo mirando los sofás que cuestan más de lo que yo jamás podré pagar.

Selena, bueno... Selena no es una chica. Es toda una mujer, ya ha cumplido los cuarenta y no tiene nada que ver con estas ninfas y claro, el maldito ruso y sus amigos, hartos de los hologramas neumáticos, se lanzan a por ella como si no hubiesen visto jamás esa mujer.  Me echa, al principio, un par de miradas en petición de auxilio, pero estoy con la boca abierta y la baba caída mirando tetas, comida, culos, sofás, cristalerías y mayordomos y no acudo, cobardemente a su llamada. De lo que no me pierdo una es de las pasadas de camareros con bandejas con champán y otros brebajes, pero esta noche, me estoy dedicando al champán en cuerpo y alma. Los camareros, expertos, tratan de fintarme con movimientos rápidos de cinturas y hombro, con quiebros de piernas, pero soy demasiado astuto para dejarme engañar por regates tan primarios y cazo al vuelo las copas y las vacío con singular apremio y acierto.

Entre copa y copa toco algún trasero en plan palmeo de incógnito, pero en eso no estoy demasiado fino esta noche (será el champán) porque a la tercera hostia que recibo, desisto. ¡qué rico está el champán y qué mierda de fiesta!

-.-

Son ya las dos de la mañana y paseo por la playa, sólo y borracho como una cuba. Bueno, no como una cuba, porque soy capaz de pensar y de alternar los dos pies al andar. Sé que cuando estoy pedo-pedo, intento andar adelantando los dos pies a la vez y suelo caerme. Pero estoy fino, vaya.

Deberíais ver la luna aquí. Porque supongo que es la luna eso de allí, sobre el mar, en mitad del maldito cielo. O eso o ya están aquí, vigilando para invadir y destruir el planeta. Quita, quita, que va a ser la luna. Y Selena, ¿dónde está? Igual necesita ayuda... probrecilla, porque estoy yo bueno para ayudar. El Cayetano, ya en condiciones normales, seguro que me pegaba una buena tunda, pero tal y como estoy ahora, no soy enemigo ni para Selena, que acabaría conmigo, a pesar de mis 100 kilos, en un pis-pas.

Solo y derrotado, me dejo caer en la playa. La temperatura es fantástica. Menos mal, porque lo llevo malamente. Estoy sentado en la arena, con la espalda apoyada en el muro-rompeolas que separa la playa del paseo marítimo. Me cae una piedrecita en la cabeza. Joder, qué mala suerte, espero que no sea un pájaro cagando. Me cae una segunda piedra, mira que voy a tener que levantar la cabeza y, si la mala suerte persiste, cambiarme de sitio. A la tercera piedra, acompañada de un dulce y familiar "¡eh!" ladeo la cabeza y levanto la vista.

- ¡Mierda, Selena...! - está arriba, en el paseo, apoyada de codos en el murete, asomada  con toda su carita, mirando y sonriendo. La felicidad podría ser completa - ¿Estás sola...?
- Claro... ¿con quién iba a estar?
- Con el ruso, o con Descartes
- ¿Descartes...? - dice extrañada - ¿te refieres a Cayetano?
- Eso, Cayetano
- No, que va - ríe y está tan guapa que se me va a romper el cuello - estoy contigo, pero voy a bajar ahí abajo contigo, porque te vas a romper el cuello.

Con sorprendente agilidad, salta a la arena. son un par de metros, yo me lo hubiera pensado un par de ves antes de saltar... y me hubiera metido una buena. Pero ella cae de pie, agachándose, pero sin hacer la clásica caída del paracaidista, quizá para que no le vea las bragas en la voltereta, porque lleva un vestido color arena precioso y vaporoso.

- No has hecho la caída oficial del paraca, la de la voltereta
- Tú lo que quieres es verme las bragas
- Vale, quiero hacerlo, pero me hubieras impresionado aún más si la hubieras hecho
- ¿Ah, sí...?
- Sí, te admiraría... ahora sólo me caes bien.

Se sienta a mi lado.  Hace un poco de fresco, así que le doy mi chupa y ella se encuentra mejor y yo estoy bastante helado, mierda. Hablamos y hablamos de esto y de aquello y poco a poco, ella se acerca a mí y apoya su cabeza en mi pecho y así nos quedamos dormidos. bueno, supongo que ella ha dormido también, porque yo me he quedado como una marmota.

Es, con diferencia, la mejor fiesta de la que me he ido en toda mi vida.














4 comentarios:

Mal dijo...

Me encanta eso de que la tierra y el mar se den y se quiten cosas, preciosa forma de verlo.

feliz año nuevo, queridísimo Wolf

Wolffo dijo...

Feliz año nuevo, Mal.
Es una zona genial, como todas las que se encuentran entre dos frentes. Piensa en el atardecer, o el amanecer, en la penumbra o en lo que pasa entre dos personas antes de que hagan el amor por primera vez.
Un beso enorme, mi querida y preciosa amiga.

Wolffo dijo...


...


(vaya comentario cursi que me ha quedado)


...

-

Mal dijo...

jajajaja