lunes, noviembre 30, 2009

En ocasiones, maldito Buch, tienes buenas ocurrencias, vive Dios


Llegué a la Abadía Das d’Esperhaus, en la falda sur de la montaña, poco después de nona, pero no tan tarde como para perturbar el normal funcionamiento de la abadía. Para completas ya estaba perfectamente instalado y no necesitaba nada, absolutamente nada. Entonces, decidme, ¿qué hacía el hermano Buch Anclosiano, el ecónomo, susurrando oraciones intempestivas en el pasillo de las celdas de los huéspedes?
Esperé en silencio paciente, sin siquiera deshacer mi equipaje, pues suponía que el hermano Buch habría de acudir al oficio de Maitines Laudes, el de media noche, que oficia los jueves con socarrona piedad y buen tino Fray Bhar Riggha, el hermano cocinero, siempre con un lamparón de grasa en su desgastado hábito. Es sabido que aunque es un oficio voluntario, asistir en esta abadía tiene un carácter veladamente obligatorio, y el uso en Das d’Esperhaus es asistir, o prepararse para un incómodo interrogatorio a la mañana siguiente, Dios mediante. También es sabido que, aunque no está así escrito, al hermano cocinero le gusta un acompañamiento somero al órgano para su especial oficio, y elige normalmente para esa misión al ecónomo, pues dicen, yo no me atrevo a juzgar a mi prójimo, por ignorante, en el divino arte musical, que fray Buch es un buen organista. Me cuesta creerlo mas, bien sabido es, es nuestro trabajo creer en cosas que son difíciles de demostrar de forma experimental.
Salí, pues, de mi celda, cuando calculé que se habría ido el odioso (Dios me perdone) Buch con el objeto de acercarme a la desprotegida cocina. No se oía el demoníaco gorgojeo que emite fray Buch cuando reza, y el pasillo estaba expedito. El aroma de viandas recias y sensuales era tan intenso que, si no hubiera conocido de sobras el camino, el olor a panceta, nabo y garbanzos hubiera bastado para dirigirme a la cocina. Hoy los monjes, malditos cabrones en Cristo, se han puesto las putas botas al comer. Dios mío, cómo huelen los manjares que voy a robar…
Entro en la cocina, grande, cálida, llena de vida, vacía de personas, y me estremezco al pensar en el festín con el que voy a empujar a mis atascadas arterias a un síncope por exceso de grasas y sal, pero prefiero un día de dolor a ciento de malsanas privaciones. Pan blanco y de semillas, panceta, chorizo, nabos y grelos; patatas y aceite frito, caldo de gallina y garbanzos gloriosos; carne hilada de ternero macho y fuentes de verduras cocidas; cabeza de jabalí y polla de toro al aroma de eneldo y salsa Perrin’s. Todo me lo voy a comer y nada quedará a estos monjes lujuriosamente obesos.
Estoy frotándome las manos y aspirando el pecaminoso aroma, a modo de aperitivo, cuando oigo unos pasos inesperados que perturban mis planes pantagruélicos.
Me escondo en la despensa, tras los sacos de harina, un lugar desafortunado, advierto cuando es demasiado tarde, pues está plagado de ratas de blancos bigotes.
Es el maldito hermano Buch, que lleva de la oreja al desdichado hermano Plúmbeo Ibam, el joven y despreocupado (hasta hoy) ayudante de cocina de Fray Bahr al que, tiene toda la pinta, va a someter a una humillante reprimenda.
El joven Plúmbeo apenas levanta cinco pies del suelo y fray Buch le lleva de puntillas, cogido por el lóbulo de la oreja y recitándole salmos apócrifos en latín clásico y burlón. Entran en la cocina y el hermano Buch, sumamente cabreado, le hace abrir el cubo de los desperdicios y meter la mano.
- Vamos, ingrato, ¡saca una maldita monda de patata al azar!
El pobre Plúmbeo, que no se atreve a rechistar al ecónomo, saca una monda de patata y la enseña al súbitamente feliz hermano Buch.
- ¡Qué hermosa, verdad? – dice dulcemente, confundiendo al desgraciado monje capullín-. Casi dan ganas de comerla, ¿no te parece hermano? ¿No es hermoso que Dios, en su infinita bondad, haga que nos parezca hermosa esta monda de patata?
- Ciertamente, hermano, lo es… - dice fray Plúmbeo, animado por la inesperada suavidad que parece tomar la conversación – es una monda rabiosamente bella y hermosa –dice, ya francamente animado-, tanto que…¡no sé que hace en la basura, ja ja ja…! –ríe confiado e infeliz, hasta que el alarido del hermano Buch hace temblar los cimientos de la abadía.
- Entonces, pequeño hijo de la gran puta de Jerusalén, ¿quieres explicarme por qué cojones has tirado la puta monda a la basura? ¿Quién eres tú, pedazo de la peor mierda de la peor vaca, para decidir qué es lo que se tira y qué es lo que se come? ¿Acaso, maldito gilipollas tragalefas, pagas tú las patatas, chupando pollas a los mercaderes, o cediendo tu ano rojo y desdichado para que te lo rompan con sus pichas infectadas? ¿en virtud de qué jodido mandamiento, chapero indigno, aliento de glande, te ves con derecho a tirar esas gloriosas mondas a la basura en lugar de cortarte los huevos de cerdo moribundo que te cuelgan entre las piernas y dejárselos a los cuervos?
Podría contarlo de muchas maneras, pero resumamos: Fray Plúmbeo se echó a llorar. Lloró desconsoladamente por espacio de diez minutos y luego hizo amago de arrodillarse para besar los pies del hermano ecónomo, pero éste le despreció con una bonita patada con efecto que hizo saltar una muela al joven freire.
- Cocinarás para mí y aprenderás algo importante esta noche.
No asintió. No contestó. Pero ni siquiera las ratas más descreídas que vivían detrás de los sacos de harina dudaron un segundo de que el hermano Plúmbeo obedecería a fray Buch sin atreverse, si quiera, a rechistar. Tal era la majestad de Fray Buch.
- Seguro que ibas a tirar los restos del cocido, ¿verdad? ¿Cómo puedes ser tan necio? Los que sabemos destos menesteres, hacemos cocidos sobrados para deleitarnos en las recocinas de este plato maravilloso y divino. Es conocida la Ropa Vieja; menos conocida, pero no menos celebrada por quienes tienen la fortuna de haber leído “Tiembla, cariño, hoy cocino yo” de Wolffo, es la feliz receta “Ropa Hueva: lo que va de un cocido sobrao a uno huevón”. Pero tú, despojo humano, estás aquí hoy. Aunque creas que es una desdicha el estar aquí y ahora, te equivocas, meaesquinas: te voy a instruir en el arte de la cocina aprovechaticia y creativa: sin nitrógeno, sin espumas ni reconstrucciones, pero con talento por arrobas y con un par de pescozones que, reconócelo, gañán, te has ganado.
“coge de la despensa una cebolla de tamaño medio (diez veces tus ridículos cojones) y del corral trae seis huevos;
“pela la cebolla, córtala a la mitad y apoyando el lado liso en la tabla, corta en finas tiras semicirculares; llora como corresponde a un mequetrefe pichafloja como tú. Enciende una sartén y échale un chorrito de aceite y pocha esa cebolla con paciencia y un poquito de sal. Tapa y espera:
“mientras se pocha la cebolla, casca y bate esos seis huevos en un bol grande y reserva; coge los restos de carne del cocido (morcillo, gallina, chorizo, morcilla, panceta, tocino…) y la cortas en trocitos pequeños y reservas; cuando esté la cebolla, la añades al bol;
“en la misma sartén, echa otro chorrito de aceite, aborto de fraile, y demuestra que tienes la cabeza para algo más que te la follen obispos agarrándote por las orejas, echando en el aceite caliente los garbanzos, patatas y la carne y lo fríes todo junto a fuego vivo hasta que salga costrilla;
Añádelo todo al huevo con cebolla y revuelve y machaca durante un rato. Corrige de sal y procede a hacer la tortilla como la hacía tu madre… no, desgraciado, tu madre no hacía tortillas, era tortillera y puta, ahora que me acuerdo. Bueno, pues procede, gilipollas: haz la tortilla, monje estúpido y horadado por mil curas salidos, como la hiciera el revientaculos abrazalmohadas que vivía con tu padre. O como si fuera una tortilla de patatas.
Llamo a esto la Tortilla del Obispo, porque es esto, y no otra cosa, lo que hago yo para congraciarme con los obispos. Tú les sirves de letrina, yo, les hago felices guardando mi honra.


Entonces, drogado por el olor de la tortilla del obispo, salí de mi escondite, para felicidad de las ratas de blancos bigotes.
- ¡Hermano Buch!
- ¡Hermano Wolffo, hermanito…! – me miró como se mira a un hermano pequeño- ¿Qué haces aquí de nuevo?
- Se trata de él. De papá.
- ¿Por fin ha muerto? –preguntó esperanzado
- Ojalá –deseé-. Se ha vuelto a curar.
- Mierda.
- Sí, mierda… - señalé la tortilla- ¿puedo…?


(y comimos como dos putos obispos)

20 comentarios:

Kotinussa dijo...

No me digas que esa gloriosa tortilla se le ha ocurrido a Buch... Ese chico va ganando puntos a mis ojos.

Yo, con los garbanzos del cocido, la carne y el tocino hago una cosa que en casa llamamos "plato cursi". No me preguntes por qué. Se llamaba así antes de que yo tuviera uso de razón. Es una variante de la ropa vieja de Cádiz.

En Cádiz la ropa vieja es la carne del cocido con patatas fritas y salsa de tomate. Mientras que nuestro plato cursi son los garbanzos con la carne, el tocino y patatas fritas en cuadraditos pequeños, todo muy fritito en la sartén. Umm, a pesar de que acabo de cenar me estoy relamiendo.

George, eres realmente perverso. En estos momentos me están entrando unas tentaciones enormes de mandar al garete mi plan de adelgazamiento, con el que he perdido un montón de kilos en los últimos meses. Pero no vas a conseguirlo, no. Aunque me tientes de esta manera.

Besos.

Guiss dijo...

La tortilla tiene buena pinta, aunque a mí el refrito ese del cocido no me gusta mucho, soy más de aliñar los garbanzos que sobran simplemente con aceite y vinagre. Yo no empecé a comer cocido hasta que comencé la Universidad, y eso porque se puso de moda en todos los bares de alrededor dar una cazuelita de sopa con unos garbanzos a partir de la una, con los vinos; a esas horas, y con hambre, me supo hasta rico y, por pura coherencia, decidí que si lo comía fuera de casa tenía que comerlo en casa también. Desde entonces, he recuperado el tiempo perdido. Y siempre me sorprende del cocido que nadie lo come igual, ni siquiera dentro de la misma casa.
Pero además de la foto de la tortilla (hubiera sido mejor contigo y con Buch sobre una mantita, encuadernados en pana, como un homenaje :P) me gusta mucho el post picaresco. Está claro que los hermanos aprovechaban bien la carne que llegaba al convento ¿eh? Ni un desperdicio.
Un montón de besos.

Buch dijo...

Pues mira, sí. Sí que me veo como un fray de malas pulgas, maltratando al personal. Y la verdad, al leer el título del post, empecé todo contento, y al leer las cosas de l personaje, pues también, a fin de cuentas, por raro que parezca me gustan las mismas cosas que a los seres humanos : Aparecer en los títulos de tus posts, aparecer en tus posts, aparecer en tus personajes, la princesa del guisante, los baños calientes…
Pero claro, a continuación veo una foto de la interfecta, y, ¡canastos! Tu tortilla del Obispo es perfecta. A mi no me salen tan bonitas. (Buenas me salen, vive Dios, voto a tal, pero tan bonitas ni de coña). ¿Cómo crees que puede sentarme que aparezcas con un as de oros en mi propio terreno? Esa piel lisita de terciopelo, amarillita, joder , seguro que te pegaste un homenaje del quince. (Por cierto, el día anterior habías cenado tortilla, que te ví. La célebre tortilla improvisada de Amparo…)

En fin, me ha encantado esta historia , me ha encantado “mi” personaje, y también el final tan lítirico (¿Puedo?) Pero no me gusta que te salgan tan lisitas las pieles de las tortillas , ni que luego compongas temas como “Condenados” o “TE quiero comer”, y que encima pretendas que te queramos.
Confórmate con que no te demos una paliza.

Besos…
En realidad se le ocurrió a mi madre, pero tampoco se si exactaemnte a ella o a alguien de antes. Yo solo la valoré y decidí hacer la cebolla aparte, porque la cebolla es muy puta y tiene mucho carácter.

fasntasma paraíso dijo...

Buena historia y buena tortilla. La verdad es que al ver la foto lo que da es un hambre tremenda, así que a ver cuando probamos tus delicias culinarias. La historia está muy bien, con Buch metido a fraile entre pucheros, y su repertorio de insultos resulta (cuando menos) apabullante. Espero que no haya desarrollado tantas malas pulgas...

La historia bien podría formar parte de un futuro «Tiembla cariño, que sigo en la cocina» o algo así, porque con tu afición y buen hacer entre fogones se impone ir preparando la segunda parte de tu libro. Ya te conté en su momento que me había gustado pese a un cierto recelo inicial por la similitud que creí que tendría con otro que había escrito yo. Al final eran bastante diferentes, casi la imagen del espejo. En fin, a ver si tenemos ocasión de comentarlos.

El próximo sábado vendrá Luis B a cenar a casa. Me consta que lee tu blog de cuando en cuando, aunque se le ve un tanto reticente con comentarte nada... A ver si logro que salga del armario (o de la despensa o de donde sea, que seguro que este símil no le va a gustar) y se anima un día de éstos.

El fantasma de quedar sigue planeando, aunque para ser rigurosos, más por el fantasma que por el planeador, porque si seguimos pendientes de nuestro querido piloto vamos aviados (de aviador). Las tortillas se quedarán frías, los merengues se derretirán, y no nos quedarán dientes para masticar los suculentos manjares. Vaya, me ha quedado de lo más apocalíptico. Será que ya lo relaciono con 2012.

Wolffo dijo...

¿plato cursi...? jajajajajajaaaaa, eso sí que es matar un plato. La Ropa vieja de mi casa era como la de Cádiz, entonces: con salsa de tomate, pero no patatas fritas, en casa se refreía todo y se añadía salsa de tomate. Eso sí, la salsa de tomate la hacía mi padre y el muy mala persona, se llevó consigo su particular receta. Ninguno de sus hijos hemos reproducido, ni por asomo, su salsa de tomate.
En casa, ahora, la ropa vieja que tomamos es el plato cursi que dices tú, pero jamás se me ocurriría llamarlo así. ¿Plato cursi...? jajajajajajaaaa, es buenísimo. Un beso, Kotts.

Está buena, en serio, MariGuiss, aunque sea una idea de Buch y receles, como es natural, está muy rica. Es verdad lo que dices del cocido. En casa hacen una especie de salsa/aliño con carne de tomate natural (o sea, fuera piel y pepitas), aceite, ajo y romero que está riquísimo. A mí me gusta hacer lo que haces tú con el recocido: me gusta comerlo con aceite bueno, vinagre corriente y un poquito de sal extra. Besos a ti, Guisantilla mía, que me alegra tanto que vuelvas a escribir que no te haces una idea.

Normal que te veas así, hermano: eres así. No he conocido a nadie con peor pronto de mal humor que el tuyo. Y a nadie peor hablado que tú, tampoco.
Claro que parece perfecta mi tortilla, soy un as de los fogones aunque te cueste admitirlo. El día anterior no cené tortilla, sino el día anterior al anterior: cuando escribí este post aún olía la casa a tortilla. Eso de que se le ocurriera a tu madre ya me cuadra más... recuerdo ciertos experimentos que hicimos juntos en el mundo del bocadillo: de paella fría uno y de ketchup el otro. Entonces no me supieron mal (pero en aquellos ños éramos como Otilio, el de Pepe Gotera, capaz de meterse entre pan y pan una sierra de madera o un radiador), pero no auguraban un gran futuro entre fogones... Aunque el puntito de la cebolla es bueno, amigo, muy bueno...

Claro, Fants, supongo que ver la foto a la una y media es un poco matador. ¿Sabes una cosa? a veces me sale increíble la comida, pero el día que digo, "veniros a comer a casa, coño, que os voy a hacer la comida" se me quema, se me cae el salero en el puchero o, sin querer, vomito en la sopa, o algo así. Dios, qué malo soy "pa los días señalaítos".
Es posible que sí, que recopile las nuevas recetas. Tengo unas cuantas recetas nuevas preparadas, pero mi idea de la segunda parte del libro era con recetas singulares de amigos, lo que requería una invitación no solo a comer, sino a cocinar juntos. De amigos, o de tías buenas que se dejen meter mano mientras cocinamos., eran las dos variantes.
Vamos a hacer una cosa. Es intolerable esto. Las navidades están ya aquí (tengo encargos de 3 xmas, dios mío, ¿cómo lo voy a hacer?) y antes va a ser imposible, pero el mes de enero será el mes en que organice una mediana: he arreglado una enorme terraza que tengo en casa y cualquier día con sol es perfecto para hacer una comida al aire libre, incluso en invierno. De enero no pasa. Y dale a B. un abrazo machote de mis partes.

Fray dijo...

Muy bueno hermano, que gran honor que tu post este ambientado en las cocinas de Fray Bhar Riggha, y grandiosa esa tortilla del obispo, casi tan memorable como la tortilla rellena que prepare este sabado para cenar.
Mi madre preparaba unos fritos con los restos del cocido picados (patatas y garbanzos incluidos) añadiendo unos huevos y un poco de perejil picado que estaban mejores que el propio cocido.
Con es lenguaje Fray Buch no habria llegado a economo ni de coña, de hermano lego no habría pasado.
Pues es un gran abrazo.

Fray dijo...

.

Wolffo dijo...

Querido hermano, es siempre un honor y una alegría en Cristo contarte entre los lectores y comentaristas de este (nada) humilde blog. He de aclarar lo del hermano Buch. De corriente, se conduce con prudencia, y usa un lenguaje discreto y preciso; es respetuoso con sus superiores y tirano y felón con los jóvenes. En resumen: es un trepa. Y usa sus habilidades culinarias para seducir a las autoridades eclesiales, a las que honra cada vez que puede (y se las arregla para poder muchas veces) con exquisiteces de diente y cuchara que ni tú ni yo, al fin, pobres mortales, podemos si quiera imaginar.
Dicho queda.

Buch dijo...

Y, lo que me cuelga.

Kotinussa dijo...

Buch, te noto un poco obsesionado con los colgantes últimamente.

Creo que la proximidad de la Navidad, con su decoración de bolas y demás, te está afectando.

De todas formas, te seguiré queriendo. ¿Quién no tiene un amigo un poco (o un mucho) obsesionado por algo?

Buch dijo...

Es, verdad, joé, es verdad. Estoy dando una sensación de superficialidad y de personalidad vacua que hace un demoledor efecto en mi psique y concretamente en mi autoestima.
Estoy avergonzado.

Lo único que me consuela es el cacho nardo que...(¡perdón, perdón, era broma!)

Buch dijo...

Estoy totalmente avergonzado por mi superficialidad, Kotts, creo que he dado una imagen de idiota obsesivo que, francamente, cada vez que lo pienso me rebaja un quintal de autoestima.

Lo único que me consuela es el caho anacond...(Perdón, perdón, era broma)

Anónimo dijo...

Jodo, vaya tortilla!!!.

Mola la historia, digo!. Además, me ha recordado lo que hacía mi abuela con los restos del cocido. Ponía a freír los garbanzos con la carne y tal y estaba de chuparse los dedos oiga.

Y Buch, no te preocupes. Yo te entiendo, que a mi también me cuelga lo mío.

AbRaZoS.

Wolffo dijo...

Sí, básicamente, Foss, es una de las múltiples variantes de ropa vieja, pero entortillada con cebolla. Y está tal y como su pinta anuncia.
Amí, sin en cambio, ¿veis? no me cuelga: se yergue enhiesta como un hierro al rojo vivo: la espada del amor en casa del herrero, antes de ser enfriada.

Antonio Castaño dijo...

Eso se llama PRIAPISMO

Wolffo dijo...

Que no, Fray, que no es eso. ¡Es que estoy empalmao!

Antonio Castaño dijo...

A ver Wolffo:

Tu has dicho que a tí no te cuelga, por lo tanto una de dos:

- La tienes enana
- Estas en permanete estado de erección.

O sea que o reconoces que tenía razón o haces pública confesión de tu oculto secreto.

Un abrazo.
P.A.: eso sí de lado para no ensartarme.

mahomal dijo...

¡¡Dios, cómo tiene que estar esa tortilla de obispo!! Y cómo está de bien el post,que te transporta al ambiente del nombre de la rosa y te muestra una faceta oculta (y normal que la oculte) de Buch.
Si algún dia somos un poco más vecinos tendremos que llegar a un acuerdo para contratar tus servicios de catering diario. De verdad que estoy interesadísima.

Wolffo dijo...

¿erección? ¡qué va, yo anod un poco con los hombros caídos! Lo que te digo es que estoy empalmao, ¡em-pal-ma-o...!

(¡el post abrazum es genial...! jajajajajajaaaaaaa-.....)

Está soberbia, desde luego que sí, Mal. Y sí, claro, la referencia es El nombre de la Rosa y lo de Buch, es que nena, estoy cansado de que la gente le tome por una buena persona. Es malo. Yo creo, Mal, que mi cocina sería pelín contundente para ti, pero rica-rica... eso no se duda.
Un beso enorme.

Buch dijo...

Es verdad, es verdad, lo iba pensando el otro día en el tren. Soy malo. Pero también es un poco culpa de la puta sociedad, si se me permite.
Esa sociedad hipócrita que fabrica mosntruos como yo, y que luego al ver que le estorban se los quiere quitar de encima.
Mc Cartney, Guti, Clarés y yo, sin ir más lejos.