martes, octubre 27, 2009

la fuerza de los sueños (una historia con moralejilla)

Half the world away (Oasis cover)

Ya sabéis que me encantan Oasis. Y hoy traigo una de esas canciones de Noel Gallagher que a mí me dejan tirao. Canciones sencillas con una melodía directa a mis tripas y una forma de cantarlas (por el propio Noel, esta es una de esas que canta él) que a mí me conmueve de verdad. En fin, la letra de este tema le va muy bien al post de hoy: "me gustaría dejar esta ciudad, este viejo pueblo no huele demasiado bien..."


Habíamos salido de Jarruchillos de la Vega de madrugada, esperando poner tierra de por medio durante la noche, aprovechando el fresco de la madrugá, que luego de día no hay quien ande por estos caminos. Yo y mi amigo Ylliba Cor, hermano de Lorna, que me han dicho que la basca de aquí controla a Lorna. Yo creo que la basca flipa, porque a Lorna no la controla ni la misma Lorna, pero bué…
Parecemos de ciudá, porque a estas alturas del año no hay fresca de madrugá, sino un frío de cojones y una humedá que se te mete en los huesos y te deja hecho cisco.
Nos íbamos del pueblo que nos vio nacer, apresuradamente. Llevábamos meses, años, soñando con irnos de ir a Madrí, de dejar atrás a toda esta panda de garrulos, pero al final, nunca nos íbamos y nuestros sueños no eran más que humo: nunca se concretaban en nada y siempre que hablábamos del asunto, acabábamos borrachos como cubas y yendo a la casa de la Amparo, que si la pillas de buenas se deja hacer de todo menos meter, y si la pillas de mejores (o sea, pedo) te hace ella de todo, pero claro, siempre que vamos a su casa es ya tarde, y despertamos al borrico de su padre, Andrés el Gordo, que es temible si te pilla en su radio de acción, pero siempre anuncia sus movimientos con tanta antelación y es tan lento al ejecutarlos que hay que ser gilipollas, o estar dormido, para que el Andrés te pille en una hostia. Así que vamos a casa de la Amparo a ver si mojamos, y siempre despertamos a su padre, que sale con su camiseta de tirantes blanca, llena de lamparones que se resisten a la lavadora (la Amparo no parece muy buena en eso de limpiar), y vale, no está mal:
- ¿Qué queréis a esta hora, desgraciaos…? – nos pregunta Andrés el Gordo con un cabreo de cojones
- Follarnos a tu hija – digo yo
- O al menos, que nos la chupe - dice Ylliba
Entonces vemos como el enorme cuello y la grasienta papada del Andrés se pone colorado y mueve un poco los brazos, como aleteando, como si fuera un fuelle, para darle fuerza al cuerpo antes de lanzar su fofo brazo hacia delante para ver si nos caza en un puñetazo. Pero es un movimiento tan lento y previsible que, a los efectos es como si dijera: atención, cabrones, os voy a dar una hostia, pero no os mováis, que si no, fallo. Y para cuando lanza su puño regordete y rosado, pero de blancos nudillos, nosotros hemos dado un par de pasos atrás
- ¡Uy… casi! Sólo has fallao por un cuarto d’hora, Andrés – le digo yo
- ¡Cabrones…! – dice el Andrés resoplando
Y la Amparo arriba en la ventana de su cuarto, de codos, mirando p’abajo con las tetas en los brazos
- ¡Baja Amparo…! – le dice Ylliba, ignorando al padre- que estamos cariñosos…
Y la Amparo ni caso
- ¡Pos enséñanos las tetas, pa que podamos menearla…!
Y por raro que parezca, si no está en el campo de visión de su padre, que no suele estar, porque éste anda fatigao de haber intentao darnos una hostia, la Amparo se abre la blusa y menea esas domingas grandes y colgonas y mi amigo y yo soñamos con tener la cara ahí en medio y la Amparo se mete en casa.
Y el Ylliba (se pronuncia Yliba, como si sólo tuviese una ele) y yo nos damos el dos y vamos a dormirla a cualquier sitio. Menos aquel día.
Hace frío y aún faltan un par de horas pa que el sol raye sobre las montañas y empiece a calentar un poco. Ylliba todavía está manchado de sangre, pero dice que cuando lleguemos a la Poza del Río Grande, que se lava allí, que ahora no podemos perder tiempo, no sea que nos coja el chérif. El chérif… tié cojones, el Ylliba.
Porque aquel día… mierda, cómo la cagamos.
Aquel día dejamos al Andrés más humillao que de costumbre, llorando, y nos dio un mal rollo de la hostia. Así que nos metimos en su cochiquera, cabreaos, y al entrar, le di una patá en tos los morros a una cerda y la tía salió berreando y nos empezamos a reír. El Ylliba cogió un tablón y me dijo:
- ¿Cuál se te parece más al Andrés?
Yo estaba pedo, así que no señalé ninguno, pero dije:
- Ese
Y al primer cerdo que se le acercó le descargó el Ylliba un tablonazo de mierda, porque estaba pedo y no lo controlaba bien, pero le rompió una pata y allí se quedó chillando. ¡Qué cabrón, el cochino… qué ruido metía!
- Haz que se calle, jodó…
Y el Ylliba empezó a darle con el tablón unas hostias medianas y salpicaba sangre como un cabrón, y el hijoputa no se calló hasta que palmó. Pero necesitó, al menos, 30 tablazos, ¡qué pesao! El Ylliba estaba mamao, claro. Pero entonces, los otros guarros que se habían amontonao en un rincón, acojonaos, empezaron a chillar también y se montó una mediana. Así que le dije al Ylliba que se apartara, vacié lo que me quedaba de whisky en la petaca encima de uno de los maderos que había allí y le metí fuego, pa ver si azuzándoles con un poco de fuego se callaban los cabrones. Pero, claro, estaba pedo y se prendió algo más que el madero, que además, pesaba un huevo, y pronto todo aquello amenazaba con arder. El fuego hace un ruido genial, pero aún así, oímos la voz de Andrés el rápido elevándose a los cielos
- ¿Quién anda ahí…?
Y salimos por patas.
Vale. La situación era la siguiente. Que supiéramos, habíamos matao un guarro y habíamos prendido fuego a la cochiquera del Andrés, con lo que, además, casi seguro, habíamos hecho una barbacoa de primera, con 12 guarros, uno de ellos con, al menos, una pata rota. Lo de los cerdos, se puede arreglar con dinero, pero eso de prender fuego a un edificio, aunque sea sólo para cerdos no es una cosa que le haga gracia en general a las personas, y a la policía y toda esa gente, tipo jueces y tal, tampoco.
Así que, al fin, estábamos fuera del pueblo. Parecía que, al fin, nuestro sueño se podía hacer realidad. Al menos lo estábamos persiguiendo. Joder. ¡Qué flipe…! Vida peligrosa, al margen, como auténticos bandidos, como maquis… todo un sueño.
Cuando aún faltaba una hora para amanecer, se nos cayó el día encima. Estábamos cansadísimos, así que cuando el sol empezó a salir, nos paramos junto a unos arbolitos, y nos sentamos apoyando las espaldas de cara al sol naciente. Vaya papelón.
Soñábamos tanto con salir, que acabamos dormidos. Como troncos.
-.-
Nos cogieron, claro.
Llevamos 3 años en Madrid. En Soto del Real, una cárcel de puta madre. Conocemos a la gente más enrollada del mundo. Mola.
Nos fuimos del pueblo persiguiendo un sueño y todo lo que conseguimos fue quedarnos dormidos. Y el sueño nos atropeyó.
- Se dice atropelló, zoquete - me dice Tinusoo, un recluso bien encarado que parece estar mosca conmigo y que tiene la costumbre -bendita costumbre- de leer por encima de mi hombro mientras escribo....
- Vale, vale, atropelló...
Así que, tíos, cuidado con lo que soñáis.
Y si bebéis, no soñéis, porque puede que, de una extraña manera, los sueños terminen haciéndose realidad.
Y a veces, eso jode.


(gracias Kotts, el link, en el título de la canción)

jueves, octubre 22, 2009

de lujo

El pasado fin de semana estuve en Puente Viesgo, en la provincia de Santander, o Cantabria, como se llama ahora. Estuve alojado (no puedo evitar que esta frase me suene hortera: “estuve alojado…”) en un sitio que se llama, asaz poco imaginativamente, Gran Hotel Balneario Puente Viesgo cinco palabras y cinco verdades: es un hotel, es grande, es un balneario y está en Puente Viesgo, así que por ahí, nada que objetar.
El hotel es chulo y todo eso, y respira lujo y teníamos reservado uncircuito pomposamente llamado Tratamiento Romano, que consistía en un baño de Algas, una sauna de eucalipto natural, un baño de barros y un masaje. Suena genial, ¿verdad? Pues la verdad es que es un timo: el balneario es muy demodé, con azulejos blancos y tal, muy principio de siglo XX, Doctor Kellogs y todo eso, como de alta sociedad norteña y tal, pero ahí termina el encanto. El baño de algas es un jacuzzi vulgar al que le echan una cosa color verde-marrón que traen en una jarra (sin mucha prosopopeya, tampoco, no creas) que te dicen que son algas y tú, que estás dispuesto a que eso sea una experiencia genial, lo crees a pies juntillas: vale, algas en jarra, no pasa nada, será genial, olerá raro y será una pasada. Pero no huele raro (no huele) ni es genial. El jacuzzi, en un sitio tan así, te apetece más calentito, molaría no tener que tomarlo solo, que pusieran algo de música y que no oliera todo a vestuario de piscina. Cuando llevas un rato, te entra cierta inquietud: ¿seré yo, o esto es un coñazo? Esperas que venga pronto la alegre chica que te ha dicho, en tono confidencial, antes de dejarte solo en esa fría celdilla alicatada, “puede tomar el baño desnudo” para que se acabe esto del baño de algas porque, vamos, no parece una cosa demasiado divertida. Además, el vaso de la bañera donde tomas el baño no es cómodo, a pesar de que te dan una especie de flotador de cuello-cabeza de sospechosa profilaxis. En fin, llega la alegre chica y la amas, porque empezabas a aburrirte mortalmente entre tanta burbuja y las reverberaciones de voces lejanas y húmedas.
El siguiente paso es la sauna. La puta sauna, podríamos decir. Te dicen que te va a abrir y limpiar las vías respiratorias, puesto que es de eucalipto natural. Hemos llegado allí ambos con un resfriado mediano, de esos que cursan con gran aparato tusivo y mucoso, así que, en principio, mola. Abren la puerta y efectivamente, huele a eucalipto. No hay nadie más en la sauna, que es grande (para que la tomen juntos 6 o 7 adultos) y entro feliz de no tener que enseñarle mi barriga a nadie. Vaya, sí que huele a eucalipto, pero lo de natural… vamos a dejarlo. Como con las algas: la alegre muchacha, que seguro que no toma café, sino infusiones varias, tiene una jarra en la mano medio llena con un líquido transparente que vacía en una especie de pared pretendidamente natural, de piedra, a donde se dirigen unos chorros de agua provenientes de unas alcachofas de ducha que salen del techo. Tampoco te creas que el vapor es intenso o el calor es enorme: qué va, está apenas caldeado el ambiente y eso sí, huele a caramelo de menta que tira p’atrás. Intento hablar, pero hay que levantar la voz y reverbera muchísimo, por lo que una conversación interesante, de las que suelo tener yo con la gente, vamos, no alivia el rollazo de estar sentado oliendo a eucalipto. A los cinco minutos entra un tipo en cuyo semblante se adivina la esperanza. A los quince minutos, las tres personas que estamos ahí dentro nos miramos incómodas, intentando disimular que eso es un maldito aburrimiento y que el olor empieza a ser enfermizo. Personalmente, me siento como si estuviera dentro de un enorme saci, dentro de la boca de un gigante, que chupa y chupa el caramelo, llevándose todo el aire y dejándome al borde de la muerte por asfixia eucalíptica. Quiero que me saquen de aquí de una vez. A estas alturas, empiezo a arrepentirme de lo del fin de semana en el balneario. Mejor fin de semana a secas.
Media hora (¡media hora, colegas…!) después, nos rescatan de la puta sauna y nos llevan al final apoteósico: baño de barros y masaje.
El baño de barros… ¿cómo decirlo? Hay que ser muy optimista para considerar un baño eso que te hacen. Te llevan a una sala de masaje y en una especie de compresa alargada de papel ponen unos barros (yo lo llamaría pringue, porque son unos polvos a los que añaden agua del grifo, así que barro tiene poco, si quitamos la textura) y te tumbas encima, boca arriba, de modo que la compresa de barro te queda justo en la columna vertebral. Al poco rato, el barro empieza a calentarse en contacto contigo y a emitir una especie de burbujitas blop-blop-blop que no están mal. Te apetece que la cosa vaya a más: más temperatura y más pompitas, y… más placer. O sea, no está mal, pero es muy pequeña la sensación. No obstante estás ahí y quieres que sea genial, quieres contar a tus amigos “sí, joder, los barros esos que se calientan y te dan ellos solos un masaje… da un gustito…” pero no es así. Se calienta un poquito y suelta unas pompillas, pero nada más: ni siquiera lo disfrutas, tan leve es.
Luego viene el masaje. Eso está bien, pero, como le dije a la amable masajista, que me preguntó que qué tal había resultado el circuito: me ha sobrado todo menos el masaje.

El caso es que a mí no me suelen gustar las cosas que se entienden como lujosas. No me gustan los mármoles, ni el oro, ni la alta cocina, ni los camareros obsequiosos ni las sillas de patas finas, ni los encajes, ni las moquetas, ni la gente relamida, las corbatas o los zapatos de tacón. Soy más llano, pero, ojo, no soy campechano. Detesto la mala educación con toda mi alma. Si alguien cerca de mí sorbe la sopa, o no sabe manejar la pala de pescado, me fastidia la comida. No soporto que no se abra la puerta del coche a las personas mayores o a las mujeres, que no se ceda el paso o que no se den los buenos días, aun cuando llueve (eso de “buenos días, por decir algo…” me pone enfermo: cuando dices “buenos días” estás expresando un deseo hacia los demás, no una descripción del tiempo meteorológico, o del estado anímico de nadie). La gente zafia me revuelve el estómago y despierta mi instinto asesino, y la falta de educación y de discreción me ataca al hígado.


Para mí un lujo es poder trabajar en casa, aunque a veces me queje, como toda buena ama de casa. Que cuando me duela la espalda, mi amiga Alicia me alivie con sus manos-magia, es un lujo asiático. Que antes de llover salga a la puerta de casa y huela la lluvia en el campo. Que mis amigos puedan venir a mi casa a tocar rock and roll cada semana y que a menudo nos juntemos 40 personas en casa sin tropezar unas con otras, eso es un lujo. Que pueda perderme en el curso de un riachuelo sin ver ni siquiera postes de luz a tres minutos de casa, a pie, eso es un lujo. Que pueda grabar en un ratito la canción que ilustra este post para ponerla aquí porque, sencillamente, me apetece, eso es un lujo. Y ese, y no el otro, es el lujo que me gusta. También me gustaría, claro, poder darme el lujo de comprar mi guitarra soñada sencillamente así, zas, y la compro, y no tener que guardar pacientemente el dinero de dos años de conciertos para poder hacerlo… pero creo que puedo vivir sin ese tipo de lujos.

Y a vosotros, ¿os gusta el lujo?

(*) El tema, una maravilla de Camera Obscura, un grupo escocés, creo del que no sé nada más que hace algunas canciones cojonudas, he vuelto a subirlo con una mezcla creo que un poco más brillante que se oirá mejor ahora, creo. Además se me había olvidado el Fade out final.

martes, octubre 13, 2009

libertus, tonto la polla

Aunque el día despuntaba claro y despejado, a pesar de haberse levantado optimista y vital, unos esbeltos cúmulos congestus, blancos como coliflores cocidas, iban jalonando el cielo de dudas como las ovejas llenan la pradera con su lanuda y pastueña presencia. Su zozobra se ceñía a esto: ¿le quiere?
Alto, un momento: quizá deba presentarle.
Se trata de él, de Libertus, llamado el Pródigo, y no a humo de pajas; llamadle si necesitáis sostén anímico, ayuda física desinteresada, apoyo moral, una recomendación convincente para medrar en vuestros empleos o en la espuria escala social o una donación de semen de calidad extra, pues es su miembro -de generosas dimensiones, y perfilado con una curiosa curva que lo asemeja a una cornucopia de la fertilidad- el que le define: si vida es su verga, podríamos decir. Su sustento, millones de seres fabulosos revoloteando en su interior, esperando a ser disparados por la pistola del amor que es la espada que ahora descansa de su vibrante turgencia entre sus piernas.
Nadie sabe si es motivo de orgullo o vergüenza, mas su mayor mérito, el asunto por el que es recordado, requerido y aún interrogado con curiosidad mal disimulada ("¿es cierto, es cierto…?") es la abundante dádiva lechosa de ese momento mágico (mágico, al menos, para él) que es su corrida. Tal es su fama y así se credencia cuando es presentado a alguien:
- Encantado, soy Pepe Leches, astrólogo.
- El gusto es mío, Pepe, yo soy Libertus el Pródigo, donante de semen - aunque a veces, si no quiere dar demasiadas explicaciones se define como “lechero” y todo es más sencillo.
A esta sorprendente (para ellos) declaración suele seguir un silencio incómodo (para ellos también) y denso que rompe Libertus si hace falta y si no, sencillamente deja que esa posible amistad muera en ese momento.
Lorna Cor le fue presentada en la convención anual de LEA (Lechuguinos Españoles Auténticos) a la que ambos asistían en calidad de estrellas invitadas. Ella, catedrática de física cuántica, como los lectores de esta página recordarán, iba a dar unas conferencias de esas con mesa redonda no sé con qué objeto, porque los Lechuginos Españoles Auténticos son especialmente obtusos en estos asuntos, y carecen de la menor capacidad empática y de abstracción, y no iban a enterarse de nada. Lorna no se separaba de Wolffo, sí, vuestro amiguito, que también estaba contratado por la directiva lechuguina para dios sabe qué… para animar la cosa, decían, pero llamar a Wolffo para eso es tan extravagante y absurdo como celebrar tu cumpleaños haciendo limpieza general de la casa. De cualquier modo, lechuguinos al fin, contratado estaba, tanto como Lorna o Libertus. Él debía cantar y tocar la guitarra, Lorna, perorar sobre física cuántica y Libertus debía meneársela cada tres horas y repartir sus apreciados espermatozoides entre los y las lechuguinas. Hay quien da jamones, o reproductores multimedia a los conmilitones en los congresos; los lechuguinos regalaban semen calidad extra.
Aquella primera vez, cuando trató de regalarle a Lorna su celebrada esencia, pero en un vis a vis y sin asepsia de por medio, fue atajado sin ambages:
- Ni de coña - le dijo la catedrática, asaz poco académicamente. Y Libertus, que está bastante dotado para estas cosas, entendió aquello como una negativa neta.

-.-
La segunda vez que la vio fue por pura casualidad. Tuvo lugar el encuentro a la salida del servicio de la facultad. Ella salía del baño y él se disponía a entrar. Se disponía a entrar, claro, porque llevaba todo el día espiándola. Fue a la facultad donde sabía que ella sentaba cátedra y la vigiló durante todo el día, y no pudo charlar con ella a solas hasta que fue al baño.
- Hola, Lorna, ¡qué sorpresa!
- Vaya…
- Qué alegría verte… ¿qué haces?
- ¿No te haces una idea…? –dice ella señalando la puerta del baño
- Oh… - Libertus no es muy bueno cuando le dan un corte, así que calló, pero tampoco iba a desaprovechar esa oportunidad, de modo que hizo el ademán de ir a darle los dos besitos de rigor, pero le añadió un quiebro en el último momento y la besó en sus dulces labios. Fue un beso lento, no sé si sabéis de lo que hablo. Y mutuo. O sea, no robado, sino el tipo de beso cálido que se dan dos que saben que un día, sin saber si será pronto o tarde, vendrán más besos, más caricias, más amor.
Luego ella se marchó sin decir adiós.
-.-
Sólo vio a Lorna una vez más. Y fue el día que empezaba a contar al principio de este relato, ese día, repito, que despuntaba claro y despejado, y en el que, a pesar de haberse levantado optimista y vital, unos esbeltos cúmulos congestus, blancos como coliflores cocidas, iban jalonando el cielo de dudas como las ovejas llenan la pradera con su lanuda y pastueña presencia.
Encontró a Lorna, otra vez por azar, a la puerta de su casa, donde llevaba todo el día esperándola, qué casualidad.
La expresión, entre sorprendida y contrariada de Lorna le dijo que no pensaba invitarle a subir a su casa, pero algo le hizo cambiar de idea. Tal vez fuera el puñetazo, rápido, seco, discreto y fuerte, que le dio en el costado. Su respiración se cortó, se mordió los labios de dolor y las lágrimas le nublaron la visión y le cerraron la garganta. La siguió al ascensor y se metió en él con ella. Su mano violenta y firme mano agarró su mentón de cristal y miró profundo en sus ojos-selva. Para reforzar su argumento, su revólver se encajó entre las costillas de Lorna.
Él sólo pensaba en hacerle el amor. Llamaba así a penetrarla.
Ella sólo pensaba, aterrorizada, que iba a violarla.
Entraron en la casa y la hizo desnudarse y se desnudó él mismo. Le gustaba el cuerpo de ella. Tenía pecas. No pensar. No dejar que piense. Pecas, pezones, piel suave. La chupó y ella empezó a llorar. Le molestaba, por el ruidito, que ella sollozara, así que le dio un guantazo con la mano que sujetaba la pistola. Mucho peor. Ahora ella tenía la cara llena de churretones de lágrimas, sangre y mocos. Mocos… Se le bajó. La polla que nunca fallaba, la que siempre disparaba, ahora estaba floja como un quinto afeminado en su primer día de mili.
- Querías humillarme, ¿verdad, puta? - la empuja y ella cae aparatosamente sobre un sofá. Se acerca a ella y pone su miembro incomprensiblemente fláccido a la altura de su cara - ¡Chúpala, bésala, haz que funcione…! – dice mientras la apunta con el arma, pero la cara de Lorna es un revoltijo de lágrimas, sangre y moco, sus ojos están hinchados, su pelo, despeinado y ya no es atractiva. No funciona.
Suelta el arma en la mesita de centro, se aleja del sofá y se acerca a la ventana. Mira el horizonte.
- No me mires, llama a la policía – dice él sin mirarla-, y deja de llorar de una puta vez.
- ¿Por qué quieres que llame a la policía? – dice Lorna mientras se hace con la pistola y le apunta
- Porque alguien va a morir
Lorna es de las que, como muchos, al escuchar los episodios de asesinatos de mujeres que van seguidos de un intento de suicidio del asesino dice: podía haber cambiado el orden. Y, sin embargo, sabe que si no actúa, va a morir a manos de un picha floja.
- Nadie va a morir – dice Lorna apuntándole – pero tú te vas ahora mismo.
Él la mira. Apuntándole, desnuda, con ese halo de poder que le da el arma y el saberse dueña de la situación, vuelve a encontrarla atractiva. Está manchada, pero le excita. Nota que empieza la actividad ahí debajo de nuevo. Cientos de miles de seres diminutos se están dando cita en la cornucopia de la fertilidad. Libertus vuelve a ser el que era. Potente. Lleno de vida. Empalmado como un maldito demonio. Mira hacia su verga e invita a Lorna a hacerlo a su vez.
- Mírala. Funciona.
Lorna mira aterrorizada esa picha enhiesta y asesina que la apunta enrojecida y vibrante.
- Te vas a enterar… - dice él avanzando resuelto hacia ella.
Lorna dispara justo a la cabeza: al capullo enrojecido que corona la polla -y que se acerca para meterse en ella- y ésta revienta como un tomate maduro, llenando de sangre la habitación. Cuando Libertus cae, con sus manos en la entrepierna tratando de tapar estúpida y púdicamente su otrora orgullo, Lorna dispara por segunda vez, esta vez a la cabeza que hay sobre los hombros.
Libertus, herido mortalmente, reúne fuerzas para volver los ojos hacia Lorna y decirle, como si hubiera ganado una partida de parchís:
-Te lo dije... alguien iba a morir.


martes, octubre 06, 2009

al fin, buch, al fin.

Después de mucho, mucho tiempo, compañero, lo hemos conseguido. Ya no nos limitamos a ensayar penosamente y soñando con lo que podría ocurrir. Ahora ya vamos por ahí y, con mayor o menor fortuna, pero con creciente aceptación, y podemos cantarle a quien tenga a bien acercarse nuestras propias canciones.
Esta canción es tuya, Buch, y desde el primer día que la oí la adopté como si fuera mía, porque me atrapó desde el primer acorde. Seguro que recuerdas la tarde fabulosa que pasamos grabando esta primera versión, la de aquel proyecto tuyo y mío que era Rock'n'Rulos, nuestro grupo.

Rock'n'Rulos - Lo que quieras buscar


Tiene mucho encanto, ¿verdad? Bueno, y algún que otro desafine...
Hace apenas tres meses presentabas este tema a Los Ciclones y a todo el mundo le entró como un balazo en mitad del corazón. Todo el mundo puso de su parte. MiJoe le dió un carácter distinto con esa línea de bajo tan John y Yoko; Wilco empeñándose en hacer el doble bombo a contratiempo, a pesar de lo que le cuesta, porque es un patrón nuevo para él; eMail haciendo esos licks, esos dibujos a dos cuerdas que tanto realzan el carácter de la canción... y, bueno, lo que más ilusión me hace a mí de este tema, fíjate, es que salgas de detrás del piano, te cuelgues la guitarra acústica y te vengas a mi micrófono y lo cantemos juntos, como si fuéramos Paul y George, dos amigos cantando juntos esta canción.
Por eso, voy a pedirte una cosa, cabroncete. Aunque suene la flauta y tengamos pelas para tener ocho mil micrófonos y sitio para ponerlos, te pido que siempre, en recuerdo de todos los días que hemos cantado juntos (desde Cachas 77, nuestro primer grupo hace 22 años), cuando toquemos este tema en directo (y si hay sitio, que tú yo sabemos cómo son algunos escenarios) lo cantemos compartiendo micro. Y si no, colega, mira la de veces te sonrío mientras cantamos, vamos que parezco tu madre (bendita sea tu memoria, Isabel), dejando por un momento el pincel que pinta hermosos caballos blancos, con mirada cansada, pero orgullosa de su hijo mayor, y sólo me falta plantarte un beso en la frente, darte el bocadillo y recordarte que a las diez vuelvas a casa.
Lo conseguimos, Buch.

Los Ciclones - Lo que quieras buscar (en vivo)