viernes, septiembre 25, 2009

esa insostenible sostenibilidad (sostiene wolffo)

Hace unos años, a alguien más listo que tú y que yo, Josele, hablando del asunto de las prespectivas económicas de los países en vías de desarrollo y la protección del medio ambiente, se le ocurrió el concepto de “desarrollo sostenible” y desde entonces, hablamos de la sostenibilidad. Como es una palabra larga y que suena bien, que parecía nueva y estaba -colateralmente- relacionada con el medio ambiente, los bobos y los ecologistas, valga la redundancia, se enamoraron de su eufonía y la adoptaron como propia.
Un ecologista, en esencia, es un ser humano que se esfuerza en demostrar que es tonto (como si hiciera falta) y que no tiene cerebro, y el poco corazón que tiene lo emplea en preocuparse por las langostas de África y no por los humanos a los que esas langostas impiden progresar, porque arrasan sus sembrados.
Un ecologista como dios manda está en contra de la globalización, Josele, porque hay que ver lo mala que es. Para un ecologista (ser humano desprovisto de cerebro y prácticamente de corazón, como hemos visto) la globalización es que Nike venda en Swazehilandia a 100 dólares zapatillas hechas por niños de tres años violados por capitalistas amercicanos bajo amenazas de muerte en Tururulandia.
El buen ecologista, es idiota netamente, sin descuentos, y sabe que la crisis económica que vive el mundo es una crisis del capitalismo, que es un modelo agotado (¿?), y que es causada por la avaricia de las entidades financieras americanas y los sueldos altísimos que pagaban a esos mendrugos a los que, irresponsablemente, entregaron las riendas de la economía mundial, cuando podían habérselas dado a mentes preclaras como la de Kofi Anan, Michael Moore, Mayor Zaragoza, Al gore o el mismo Cándido Méndez, a quien adoro, Josele.


Si eres como hay que ser, ecologista, sostienes que el cambio climático “es una de las causas de la recesión” y que, por lo tanto, la forma de salir de la crisis es con una “economía sostenible”, como si "la sostenibilidad" fuera una cosa que se coge para salir de un sitio, como se coge el bus para salir del centro de la ciudad, el avión para salir de un país o las de Villadiego, para salir por patas de un problema iracundo.
Un ecologista, como vemos, eres tú, Josele, que no eres más tonto porque ya no es posible. Puedes pregonarlo más ampliamente, hacer que perdure eternamente tu tontuna, ser universalmente idiota, pero no puedes ser más tonto. No es posible. No cabe tanta tontez en una sola persona, aunque esa persona seas tú.
Por eso no sabes que la sostenibilidad es un concepto económico y no “medioambiental”. La sostenibilidad habla del avance económico sostenible de los países en vías de desarrollo, de hacer que ese desarrollo económico, basado en la explotación de los recursos naturales y propios de una zona, se sostenga en el tiempo (es decir, sin acabar con esos recursos), no de no usar según qué insecticidas o pesticidas para no matar mariposas. Lo que ha de sostenerse es el desarrollo humano (económico) de una zona, sus posibilidades de progreso, de supervivencia, y no el número de focas, o lo bonita que le resulte al europeo de turno, que va allí de vacaciones a limpiar su conciencia, la selva tropical. Sostenible no quiere decir ecológico o natural, quiere decir, simplemente, que se puede sostener a lo largo del tiempo.
Debería estar prohibido usar la palabra “sostenibilidad” fuera del ámbito que le es propio: el de la lencería femenina. Ese cruzado mágico de Playtex sí que era un prodigio de sostenibilidad. Por eso, cada vez que te oigo hablar del cambio climático y la sostenibilidad, Josele, me dan los siete males. Porque sencillamente, hijo, tu discurso tan pomposo, tan solemnemente vacuo y tan, tan, tan... sostenible, resulta que no se sostiene.

lunes, septiembre 21, 2009

lorna del sur

_._


Lorna Cor pasea, a veces, por el litoral y habla con la tierra y las piedras y el agua que lame sus piececitos breves. Cuando le cuento a esto (“Lorna habla con las piedras”) a algunas personas –necias- o cuando es ella misma, desavisada, la que se lo cuenta, algunas de esas personas se hacen una composición de lugar errónea. Estúpida. Imaginan a Lorna desnuda (porque, puestos a imaginarla, mejor desnuda, porque está riquísima) con unas piedras en la palma de la mano y ella diciendo cosas del tipo, ¿me entiendes…?
Vale, no hay que ser un lince para saber que no, que no es eso, por dios. Como digo, ella pasea descalza por el litoral y sus pies, a veces doloridos, en contacto con las piedrecitas, preguntan a la Madre Tierra si acaso son ellas de allí o si el mar las trajo del otro lado del planeta; porque su piel sabe que de los habitantes de este mundo, quizá sean las piedras los más antiguos y, por lo tanto, casi con toda seguridad, los más sabios y los que mejores historias nos pueden contar.
La hoguera en mitad de la noche nos da calor y, sentados a su alrededor, contamos historias casi tan viejas como las mismas piedras, y la brisa nocturna nos disuade de seguir por mucho tiempo despiertos. Cuando decido levantarme y acostarme, la noche no ha terminado, aunque languidece, y mi cuerpo me está pidiendo un poco de descanso.
La brisa me obliga a acurrucarme y a esconder mis manos en las axilas, entre las piernas, y el sueño relaja mis músculos y me deja en pocos minutos en total estado de quietud. Apago las alertas, me duermo profundamente y, en mis sueños, mis perores sueños, Lorna se está yendo. Ha tenido un ataque de sensatez y se va. Y cuando trato de sujetarla, de hacerla recapacitar, de convencerla de que se quede a mi lado, ella da un paso atrás, me mira con incredulidad, como negando con la cabeza. Es entonces cuando tomo consciencia de que estoy en la calle, desnudo y desamparado, en medio de la gente, vestida, socialdemócrata, normal. Me miran con desaprobación, y me dejan claro lo poco atractivo que resulto en pelotas; pero lo peor es que Lorna no me desaprueba, sino que sonríe, suficiente y letal, y me dice:
- Para que eso fuera posible, tendría que estar loquita por ti… -me dice, distante- y mírate, por favor: ¿cómo voy a estar loquita por ti?
Me miro yo mismo con ojos distantes y no soy capaz de imaginar que nadie esté loquito por mí, así que levanto la vista y veo a Lorna alejarse y no puedo seguirla, porque mis pies se meten en la tierra, como raíces, y ahora soy un árbol, viejo, grande, frondoso y de pies inmóviles y con mis ramas digo adiós al ritmo de los latidos de mi corazón herido, pero ella no parece darse cuenta de que me estoy moviendo por ella, y piensa que es el viento, y que ya cambiará.
Despierto ene se momento, bañado en sudor, y la brisa o el viento ya no me sirven de nada. Necesito respirar aire fresco. Salgo al exterior y veo a Lorna, de pie en el muelle, con el alma suspendida ene l tiempo y la mirada absorta en la luna llena de la madrugada.
La abrazo.
Ella, al principio, se deja abrazar, pero pronto se abandona al placer del abrazo sensual, firme y tierno. Así como yo siento los vértices de su pecho clavados en mí, sé que ella me siente y aprieta sus caderas contra las mías y quiere atrapar ese instante eterno. Nadie sabe porqué los amantes saben instintivamente hacia qué lado han de inclinar sus cabezas cuando sus bocas se unen, fruncidas en un beso voraz, pero ocurre así desde siempre. Mis manos, ávidas, recorren su espalda y ella me lleva a la espesura del bosque.
Camina delante de mí, asiendo en su mano delicada la mía, un poco ajada; seguirla es un placer. Veo como sus piernas contonean su espalda y su nuca no sé a dónde me lleva, pero me atrae, así que por un segundo, la detengo, la abrazo por detrás y beso allí, justo de tras de la oreja y mi mano se detiene en su vientre y estrecho su cuerpo breve, vibrante, ardiente, contra mí.
Lorna se tiende sobre un lecho de hojas tiernas y durante un rato nuestros cuerpos se limitan a estar juntos, pegados, ansiosos. Soy consciente de ti, Lorna, desde tu frente despejada, tus ojos de hierba llenos de luz, tus labios deseosos de besos eternos, tu cuello de cisne y tus hombros pecosos como un traje de gitana; muerdo la cima de tus senos, la punta de tus pies y no sé cómo, mi cabeza está entre tus piernas y yo estoy frente al centro del universo.
Es profundo y suave al tiempo, un lugar al que llegar y en el que perderse; está cerrado, pero paso la lengua por el cauce y la espesura se abre, tierna y frondosa, como una selva tropical, rebosante de vida; arqueas la espalda como un delfín juguetón y tus manos me quieren raptar y me aprietas contra ti y, por un momento, creo que es otra fase del sueño. Uno distinto, más vívido, más real, pero también más improbable.
Porque, de pronto, no estás.
De repente… no estoy.
La luna se ha marchado y todo es como si nada hubiera sucedido.
Quizá suceda, tal vez nunca llegue a ocurrir. Pero siempre, como la espada de Damocles, estará sobre nuestras cabezas la incertidumbre.
Estamos condenados, pero no sabemos bien a qué obedece esa condena. Ni en qué consiste. ¿Condenados a amarnos o la condena consiste en no tenernos jamás?
¿Me lo dirás, Lorna?
-.-



Recordad:
el sábado, 26, a las 23:15,
Los Ciclones en directo
en el Auditorio del Parque de Berlín,
c/ San Ernesto, 28002 MADRID
METRO: Concha Espina. BUS: 16 , 29 , 43 , 52 , 7 , 120

¡Os esperamos a todos!


viernes, septiembre 18, 2009

guarriquicos modenados: el sabor del fracaso

Siendo yo quien soy, huyendo como del diablo del pasillo de quesos del súper, me encuentro de cara, sin anestesia, con lo más irresistible que existe para mí en el mundo si dejamos aparte los senos generosos y los muslitos de una mujer que haya dejado atrás la cuarentena: una oferta en la sección de carnicería.
En serio, nada capta más poderosamente mi atención, nada excita más mi imaginación calenturienta, que el rótulo cuidadosa y primorosamente manuscrito (el mercado tradicional, y el del supermercado, ha surtido de grandes rotulistas al mundo del cine, por ejemplo) de una buena oferta en carne. Tranquilidad: llevo más de 30 años haciendo la compra y no se me engaña fácilmente. Yo sé lo que cuestan las cosas (la cebolla, los pimientos, el chorizo cular, el azúcar, los yogures, el papel higiénico, la cerveza, las alitas de pollo -¡ay, si yo os contara de las alitas de pollo…!- los bolis bic, una mamada, el paquete de lucky, medio gramo –de azafrán, cuidado- el café, las púas o un asesinato sin testigos) y no se me engaña con hábiles promociones publicitarias. Sé cuándo estoy pagando un céntimo de más y cuándo me estoy ahorrando ciento, y cuanto más llamativa es una oferta, tanto más vigilante está mi alma cofrade del puño y podéis creerme: haciendo la compra, no es fácil llevarme al huerto. Muchas compras he hecho de carritos llenos a 3.000 pelas (18€, para los jovenzuelos), porque no me podía permitir más, como para que me la peguen con un antes tanto y ahora cuanto.
De modo que ahí me tenéis, andando de forma tranquila, pero decidida, empujando mi carrito con la determinación de los héroes anónimos y las piernas arqueadas, como el mismísimo John Wayne hiciera junto a Río Bravo, pero yo entre los lineales de aceite/vinagre y el de cerveza, hacia el mostrador de carnicería con una sonrisa de suficiencia en la boca y esperando que Germán, el carnicero, no note la excitación que me ha producido ya la jugosa oferta. Pero si yo soy perro viejo comprando, Germán me supera con creces desde el otro lado del mostrador, y es un demonio infalible calificando psicológicamente al incauto comprador.
- Ya tardas… - me dice seguro de sí mismo
- ¿Por…? – trato, en vano, de disimular, de mostrar una serenidad que disto mucho de tener- ¿es que hay algo nuevo…?
- Caretas fuera, Wolffo, que ya peinamos canas en esto… - y sin esperar a que lo confirme, toma el pedazo de carne que yo iba a pedir y me dice: - Kilo y medio en un trozo y un kilo en librillos, ¿no?
Porque, hora es ya decirlo, hombre, la oferta era la cinta de lomo fresca a 4,49€ y, en efecto, yo quería un kilo medio en un trozo, para asar y un kilo en librillos para hacer alguna delicatessen, pero como me joden los listillos (por eso yo me jodo tanto a veces), le digo:
- No, Herman (pronunciado con hache aspirada, y cambiando el acento de sílaba), no quiero librillos… - y entonces, en uno de esos momentos gloriosos en los que sientes que tienes la sartén por el mango, mientras saboreo su desconcierto, improviso una salida – Esta vez me vas a poner ocho filetes, solo ocho, pero gorditos, de unos dos dedos de grosor…
Porque en la décima de segundo que transcurrió entre las decisiones de darle un corte al fraile que había sido previamente cocinero y encargado de letrinas y ladronzuelo y listillo en general, y verbalizarlo, se hizo la luz en mi fértil imaginación de cocinero porquenomequedaotra.
Lo sabía: sabía cómo sería el plato en mi cabeza y sólo hacía falta comprar un par de cosas para llevarlo a cabo. Compré un pimiento rojo, que era lo único que no tenía en casa para cocinar el plato que ya bullía en mi cabeza y pasé como una exhalación por la caja porque en mi cabeza, tan fértil como mal peinada, ya sólo existían los Guarriquicos Modenados, y con esa idea fija, con ese objetivo gastronómico marcado a fuego en mi terco espíritu, aliñando mi alma cocinera, me dirigí a casa como poseído por el demonio de los fogones.
Salieron mis hijos al paso, a preguntarme una de las dos preguntas que siempre te hacen los hijos de uno: ¿qué hay para comer? (si es en coche, ¿cuánto falta?, es la otra). Y yo contesté lo que nos contestaba a nosotros mi madre, cuando, de pequeños, la acribillábamos los siete hermanos con la preguntita: Caca de cadete. Mi madre tenía otro latiguillo inexplicable, de carácter castrense también, para cuando alguien tenía una ocurrencia de esas idiotas, lo que luego vi que todo el mundo llamaba “ideas de bombero”, para ella eran ideas “de cabo interino”. Fin de la disgresión.
Salieron mis hijos de la cocina pensando que soy gilipollas y sabiendo que, en este estado, es mejor dejarme solo, y yo, con una mirada posesiva sobre mis dominios (la cocina) me senti cono el señor feudal que dispone a su antojo de cuanto hay en sus tierras.
Pundonoroso, creativo y tenaz, me puse manos a la obra.
El recién comprado pimiento rojo, fue salado y envuelto en papel de aluminio y entrado con la violencia justa en el mini-horno de encimera que me regaló MariCleria’s para que fuese asándose mientras preparaba el resto del plato y hacía otras cosas interesantes, como ir al baño y sentarse en el trono con el catálogo de MusicStore en las piernas, y soñar con guitarras, bajos, amplis, sistemas inalámbricos, fundas de cuero para las guitarras, etc. Este trámite me lleva entre 20 y 30 minutos y no daré más detalles al respecto.
Al salir, me siento más ligero (¿física, fisiología o psicología?) y decido que una bandeja de horno de base perfectamente circular sería el continente perfecto de los Guarriquicos.
Enciendo el horno (el de verdad, el grande) para que se vaya calentando.
Caliento un chorrito de aceite en una sartén, para que sea más manejable, y cubro el suelo de la bandeja con este aceite.
Cojo una cebolla de tamaño mediano/pequeño, le quito el culo, la pelo y uso el cortafiambres para cortar rodajas semitransparentes de cebolla que me servirán de suelo para los guarriquicos.
Tomo la botella del vinagre de módena (del que no soy fan, precisamente, pero lo compré y hay que usarlo) y salpico un poco la cebolla; añado, además, medio vaso (de los de vino) de agua y espolvoreo la cebolla con un poco de orégano.
Es el momento de los filetes gruesos de lomo.
En la misma sartén que he usado para calentar el aceite, pongo un poco más de aceite y espero a que esté muy caliente (humeante) para poner, ya salados, los filetes de lomo. El objetivo es que se tuesten rápidamente, pero sin llegar a hacerse del todo, así que vuelta y vuelta y a la bandeja de horno, sobre la cebolla; cuando están los filetes, se añade, por encima, el aceite en el que se han frito.
Saco del hornito el pimiento, ya asado y lo dejo enfriar, para después, proceder a pelarlo y a cortarlo en tiras. Ahora reservamos mientras se enfría.
Mientras tanto, cojo una bolsa de quicos y la vacío en la picadora (el accesorio picador de la túrmix, en realidad) y lo machaco hasta que se hace una arenilla gruesa, sin dejar que llegue a ser polvo de quicos. Cojo una cucharadita generosa, colmada (de las de café), y coloco amorosamente una montañita de quicos encima de cada filete. Sobre esto, pongo un par de tiras de pimiento asado cruzadas sobre cada filete, también, espolvoreo con perejil, sin cortarme, como si fuera gratis, tapo todo con papel de aluminio y lo meto en el horno a fuego vivo. Quince minutos bastarán.
A la hora de comer, mis hijos esperan con el cuchillo y el tenedor en la mano, apuntando hacia arriba en actitud de “¡date prisa, maldita cantinera!” y los Guarriquicos Modenados son recibidos con alborozo en la mesa.
Tienen un aspecto delicioso y el olor es pornográfico. La salsilla, con la cebolla desleída, el vinagre, el caldo soltado por la carne… está de muerte, pero al hincar el diente a la carne…
Sólo sabe a quicos.

Pero sin la gracia de los quicos, puesto que no es una textura crujiente. Sólo un grueso y jugoso filete de lomo de cerdo con sabor a quicos. La salsa, que no ha sido contaminada por los quicos, está de puta madre, pero los lomitos de guarro no hay quien se los coma. O sea, sí, se pueden comer, si te gusta comer algo que parece un bocadillo de quicos.
Una mierda, vamos.
Mis hijos me lanzan miradas furibundas, pero se abstienen de hablar, sabiendo lo sensible que soy en estos temas pero observo que, sin alzar la voz, separan la cobertura de quicos y pimiento y se comen con gusto la carne. Pruebo yo y la carne está riquísima y no sabe a quicos. Los quicos lo contaminan todo si entran en el bocado, pero no dejan su sabor al resto de los ingredientes. No demasiado.
Imagino que con almendras, cacahuetes, avellanas, anacardos, estará riquísimo, pero con quicos, creedme, un fracaso de lo más sabroso. En fin…

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Recordad: el sábado, 26, Buch y yo, y el resto de los Ciclones, claro, en directo en el Auditorio del Parque de Berlín dando la nota y, lo juramos, dejando buen sabor de boca.
Os dejo otro rocanrolillo cantado furiosamente por Buch como aperitivo.

(Kotts, en este se ve bien a Buchito)




domingo, septiembre 13, 2009

Termina la temporada de Los Ciclones

En serio, ver a Los Ciclones se está convirtiendo en todo un espectáculo de música, optimista y vigorizante. Este es el último testimonio, el pasado 29 de agosto en Los Hinojosos (Cuenca)






¡Hey...!

El próximo Sábado, 26 de septiembre, y como parte del programa de festejos de las fiestas de San Miguel del distrito de Chamartín, Madrid, daremos un concierto al aire libre, en el Auditorio del Parque de Berlín. Mirad qué monada de escenario

En el programa del día primero están Los Monos, que están de gira presentando su disco y luego, a eso de las 11:30, Los Ciclones arrasarán el Parque de Berlín.

Con este bolo damos por terminada la temporada veraniega de conciertos, ya que nuestra intención (si no nos tientan con mucho dinero) es no volver a tocar hasta diciembre, para dedicar estos dos meses próximos a preparar material nuevo.

Si estás en Madrid, es la forma perfecta de despedir al verano: imagínate respirando el aire viciado (de coches, sí, pero también de churros con chocolate, fritangas y porros) pero entrañable de la ciudad en el veranillo de San Miguel, con una copa en la mano, tu pareja tocándote el culo, el cielo de Madrid como bóveda y los Ciclones poniendo la banda sonora a este momento único. Y si no estás en Madrid, ¿se te ocurre alguna excusa mejor para venir? Imagínate respirando el aire viciado (de coches, sí, pero también de churros con chocolate, fritangas y porros) pero entrañable de la ciudad en el veranillo de San Miguel, con una copa en la mano, tu pareja tocándote el culo, el cielo de Madrid como bóveda y los Ciclones poniendo la banda sonora a este momento único (deja vú, ¿verdad?)

¡NO TE LO PIERDAS!


Sábado, 26 de septiembre de 2009, a las 23:00 y pico.
Fiestas de San Miguel
Auditorio del Parque de Berlín
c/ San Ernesto, 28002 MADRID
METRO: Concha Espina. BUS: 16 , 29 , 43 , 52 , 7 , 120



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Actualización:
malos "empieces" quieren los gitanos pa sus ninios. Así empezó en los Hinojosos. Afortunadamente, luego la cosa se enderezó...