lunes, agosto 31, 2009

donde deje mi sombrero, ésa es mi casa

Mi hogar en cualquier sitio (de Antonio Vega)

Soy un caracol, asomado al borde de la mesa, para controlar lo que está pasando en el mundo que se mueve a velocidad real. El precedente de este tema es la del hombre de la voz de arena que cantó al amor del pueblo llano y que le decía a su chica que cada vez que se iba se llevaba con ella un cachito de sí, y el que hizo una grandiosa versión del tema de Marvin Gaye. Es un tópico: el hombre sin raíces, el holandés errante, el caracol, el que no es que sea un homeless, es que su hogar es el sitio donde esté, rollo ciudadano del mundo y toda esa basura.
Antonio Vega graba este tema en el disco Anatomía de una ola que, si no estoy muy descaminado, era su tercer trabajo en solitario. Me refiero a ser músico, después de haber sido chico de los recados en una tienda de regalos y de dedicarse a la especulación de valores etéreos en Wall Street.
La canción es una delicia, te pongas como te pongas, Buch. No es lo que estamos acostumbrados a oír de Antonio Vega, pero es muy clásico de su música: una frase musical recurrente, un bucle eterno, roto por un vigoroso estribillo y una letra cuidada y a ratos, de sorprendente poética. Como muchos temas suyos, cuando le coges el aire, es una gozada tocarlos, interpretarlos, porque la sencillez genial que tienen (sencillo, no simple) hacen que se desarrollen en tus manos con tu propio estilo de una forma muy natural.
En esta ocasión, la instrumentación este tema está grabada en sólo dos pistas: una de guitarra acústica y otra de bajo. Y voces, claro, le he puesto un trabajo vocal distinto del que tiene el original, pero es que… no puedo evitarlo. Pero si te fijas en la banda sonora, verás que es asombroso que sólo una guitarra sincopada y un bajo juguetón consigan hacer tanta música.
He vuelto a robar algunos clips de Getty Images y me he sumergido a fondo en el mundo de la animación por ordenador. En Pixar están temblando y ya he recibido unas cuantas ofertas y otras tantas amenazas, porque mi habilidad como animador, como queda patente en esta pieza maestra, es asombrosa. Y como retocador fotográfico, también: el PhotoShop no tiene, como se aprecia en el video, secretos para mí.
Por último, darle las gracias a Susana, que me ha hecho las ilustraciones que se ven en el videoclip. Las buenas, porque los músicos (los palos con mi cabeza), son ilustraciones mías.
Otra cosa que me gustaría destacar es lo mucho que pueden parecerse dos cosas tan opuestas como un Libro Mayor y un buen culo en tanga, dependiendo de cómo se ponga la cámara, ¿no es asombroso?

P.D.:
Oh, no...
Me dice Leticia que Noel Gallagher deja Oasis. Mierda, a mí me encanta Oasis y sobre todo, Noel. ¡Mierda, mierda...!

lunes, agosto 24, 2009

aeropuerto ’09 (la balada de la estúpida odisea, la muerte útil y el duelo vulgar)

Fly me to the moon

Mi querida amiga Kotinussa me convenció para que grabara esta canción. Vale, no es la mejor versión, pero es mi versión, y por eso, querría dedicársela a ella en este día que, si mis cuentas no salen mal, ella cumple años. Añado unas cuantas versio9nes más que, creo, serán de su gusto también y le dedico, asimismo, la historia que viene a continuación. Yo sé que a Kotts lo que más le gusta de mi página es cuando desvarío y la hago reír. Es arriesgado intentarlo, pero espero que ría con esta historia absolutamente disparatada de desastre aéreo y desastre posterior terrestre. Un beso, Kotts, y muchas felicidades.


Sinforoso Delano Rojo murió de la forma más estúpida que quepa imaginar: y este es un post de homenaje a su persona.
Sinforoso era casi obeso, y viajaba de vuelta de Tenerife a Madrid en avión, como todo hijo de vecino: en turista, y en turista (Vuelo 525i de Hem Air Roide, una compañía con fama de incómoda y con una realidad económica innegable: iba de culo) le entró el apretón y se dirigió al baño, digno y apresurado; como siempre, se llevó su novela para tener algo que hacer, algo que ocupara su cabeza, mientras se aliviaba. Imaginadle: concentrado, con los pantalones por los tobillos, los calzones perdidos entre la ropa arrebujada, y los faldones de la camisa hawaiana cayendo a ambos lados de sus gordos muslos, que ocupan sin dejar resquicios el agujero de la taza, su novela en el regazo y haciendo esfuerzos regulares para efectuar la descarga de archivos nocivos. Como mucha gente que sufre de constipación del vientre, un apretón no significa una evacuación rápida, completa y satisfactoria. Sobre todo cuando estás fuera de tu rutina. De tu casa. Significa, de corriente, que has de sentarte, apretar los dientes, las tripas, y sudar la gota gorda para que el asunto fluya. Es un esfuerzo no continuado, sino que, como la inspiración, viene y se va. De repente, Sinforoso lo siente: ¡ahora! Y aprieta con todo su ser durante un minuto para expulsar una canica que, en la poco acogedora taza del avión, suena no al caer al agua, sino al rebotar, como un pimball, en las paredes no inundadas del inodoro. Bien, pues para los interludios inter-aprietis, a veces de diez minutos de reloj, cada uno de ellos con sus sesenta segundos del mismo reloj, un libro es mejor compañía, y ofrece mayor consuelo, que contar las baldosas o la literatura (mejorable) de las etiquetas del desatascador de tuberías.
Como casi toda la gente estreñida, además, a este mal le acompañaba una silente hemorroide que se irritaba y florecía magnífica (como queriendo saludar) cuando las sentadas de Sinforoso superaban los quince minutos.
Por mucho que duela leerlo, e imaginarlo, me debo a la verdad y a ella seré leal en el relato de los hechos que acontecieron a bordo del vuelo 525i. Y por ello advierto a los sensibles de corazón, a las mentes impresionables y a los débiles de tripas revueltas, que no avancen, por favor, en esta crónica verdadera, sí, pero cruda y cruel con la sensibilidad.
Sinforoso el lector, atravesaba en ese momento una época Elmore Leonard, y era la quinta novela del gran novelista americano. A Sinfo le daban esas épocas (las tenía Wodehouse, novelaza histó/érica, grandes sagas, Jardielescas, ingleses de principios del siglo XX, contemporáneos americanos o clásicos personales) y ahora estaba ya a punto de terminar con Leonard, pues estaba un poco harto ya de los arquetipos leonardescos: el poli duro, el prota hiper duro, pero sensible, el malote desagradable y sin sentimientos y el fortachón enorme, chulo, tonto y cobardica. La que ahora devoraba, aquella cuyo canto vibraba entre sus rodillas desnudas mientras apretaba para expulsar un tronquito en ese momento, era Joe LaBrava y a él le gustaría ser como el prota, claro.
Apretaba pues, los dientes, las páginas de Joe LaBrava y las tripas cuando sucedió lo inesperado: de la presión, el cerito dijo que no aguantaba más tensión y se desgarró con gran aparato hemorrágico y sonoro. El grito de Sinforoso no fue pequeño, pero quedó apagado por el descomunal pedo, que fue lo que llamó la atención de Rosita, la azafata, que en ese momento preparaba el carrito de la infamia (el tentempié de abordo).
La tranquilidad de Rosita y el ano de Sinforoso, no fueron lo únicos arruinados por la gigantesca ventosidad: la taza del inodoro, que estaba preparada para las más grandes cagadas, era a prueba de mierda, como si dijéramos, no estaba sin embargo, diseñada para los efectos que el atronador cuesco produjo: unas ondas demasiado potentes para la débil estructura metálica del wáter: como si, en lugar de una hez, Sinforoso hubiera cagado un misil aire-tierra, el pepino mortal, tras dejar atrás el sangrante culo de nuestro héroe, atravesó el fuselaje del avión y cayó, produciendo un mini seísmo marino, en el atlántico, matando una ballena payasa y tres peces-berenjena que le estaban dando la mañana a la ballena, riéndose a sus lomos.
Las consecuencias en la cabina fueron inmediatas: el comandante Mich Tanguy percibió el impacto e interpretó que se trataba de un ataque terrorista, así que le dijo a Marjorie, azafata y, a la sazón, hermana guapa de Rosita, que se levantara de donde estaba sentada (o sea, encima de él) y que iba a confirmar que se trataba de un ataque terrorista.
- Dios mío, ¿y si lo es…? – preguntó aterrada Marjorie
- En ese caso –dijo el comandante Tanguy mirando de forma ausente al horizonte extraño (porque las nubes eran el suelo) pero hermoso (porque se trataba del cielo, al fin y al cabo) - en se caso, Marjorie, si lo que tenemos entre manos es un ataque terrorista, bonita, terminamos lo que estábamos haciendo, que se te da muy bien y así nos despedimos del mundo con una sonrisa.
Pero no era un ataque terrorista.
Aunque sí terrorífico, a juzgar por los daños causados. El agujero del fuselaje hizo ventosa en el culo de Sinforoso y la hemorroide, los intestinos, el estómago y todas los higadillos salieron del cuerpo sin vida de Sinforoso y, en contacto con la atmósfera, provocaron una pequeña, pero letal, lluvia ácida en la costa oeste de El Jadida (Marruecos).
En realidad, no se me ha escapado lo de "el cuerpo sin vida de Sinfo", pero quería resaltar (para facilitar la labor de Grissom y sus muchachos) que murió del pedo, y que cuando se vació como un odre rajado, estaba ya fiambre.
En el avión, superada por el pasaje la conmoción del super-pedo, el comandante Tanguy su puso manos a la obra y dejó que el copiloto, Ramón E.T. siguiera a los mandos del avión, exactamente igual que si siguiera follándose a Marjorie. Fue a inspeccionar los daños causados en la cabina por el temible cagarro volador.
- ¡Joder, joder, joder…! – fueron sus únicas palabras en los primeros minutos de su inspección. Nadie sabía si se trataba de una exclamación causada por la impresión, de cabreo o simplemente de la verbalización de su deseo, de su coitus interruptus.
Cuando comprendió la naturaleza del incidente (la gran cagada) tuvo un acceso de humanidad: se descojonó internamente, vamos, y tuvo que hacer grandes esfuerzos por no hacerlo abiertamente cuando abrieron el W.C. y vieron al parcialmente desinflado Sinforoso con la expresión de dolor cagón congelada en el rostro.
Rosita, jefa de azafatas de abordo, había hecho la inevitable pregunta “¿hay algún médico abordo?” y el doctor FantCotts se personó, claro, para echar una mano.
Así que Rosita, el comandante Tanguy y el doctor FanCotts formaban el gabinete de crisis que se asomaba, incrédulo al W.C. donde el cuerpo vacío de Sinforoso seguía en esa poco decorosa postura.
- Démosle dignidad a la escena, vistámosle – dijo Rosita
- ¡Anda… está leyendo a Elmore Leonard…! – dijo el doctor y se dispuso a ayudar a Rosita y aprovechó cuando pasó a su lado para tocarle el culo.
- ¡Por dios, no lo haga! – gritó el comandante
- Envidia, ¿eh…? – dijo doc
- Me refiero a mover al sujeto… gracias a su gran culo, está haciendo de tapón y nos está salvando la vida a todos. Le vestiremos al aterrizar. Si le movemos, la cagamos…
Y nadie puedo evitar, esta vez, las risas apagadas.

Sinforoso Delano Rojo fue rellenado por un taxidermista para que su capilla ardiente tuviera un cadáver presentable en el féretro. Porque hubo capilla ardiente. Era la típica noticia idiota que encantaba a los periodistas: un hombre salva, gracias a su obesidad, a todo el pasaje del vuelo 525i de HAR de una muerte segura. Durante tres días, y a falta de una catástrofe mejor que rellenara los noticiarios, se entrevistó a la tripulación y los viajeros del vuelo, que mintieron como bellacos para parecer buenas personas (“era un tipo simpático, le dio un caramelo a mi hijo…” “era un pasajero modelo –dijo Rosita-, educado, atento con nosotras, siempre agradable… ha sido una gran pérdida”). Se entrevistó a un sinfín de psicólogos y pretendidos expertos en las más variadas disciplinas con las preguntas más peregrinas (¿deberían vigilar en los aviones a los obesos? ¿habría que habilitar vuelos especiales para estreñidos? ) y se oían las típicas y falsas frases de siempre: “hay que seguir adelante”, “es lo que a él le hubiera gustado”, “la muerte no puede marcar nuestra hoja de ruta” y estupideces así.
Joaquín Sabina, perdido en su habitual mar de chocheo mental, le escribió una canción; Nieves Herrero promovió una asociación de “Héroes Obesos”; Matías Pratts hizo un guiño de los suyos diciendo que Sinforoso dejaba “un legado… de peso…” y sucedieron todas las cosas que suceden siempre.
En los programas del corazón se hicieron unos sonrojantes homenajes con supuestas novias (unas veinte, en total) todas con una pinta inefable de golfas calentorras que jamás se hubiesen acercado a Sinforoso en vida y que, sin embargo, ahora contaban sin pudor sus hazañas sexuales con un poco verosímil, sorprendentemente hábil y bien dotado Sinfo. Todo terminó cuando unos de esos programas, presentándolo como una exclusiva, entrevistó en directo, telefónicamente, a la madre de Sinforoso.
- Esperad, esperad – dijo el presentador, tratando de acallar los cacareos de los pretendidos periodistas que debatían- porque tenemos en directo, en exclusiva, a Dorotea, la madre de Sinforoso… Dorotea, cariño, buenas noches, le agradezco muchísimo que nos atienda en tan dolorosas circunstancias, pero, como sabe, estamos tratando de que la gente conozca al verdadero Sinforoso… díganos, Dorotea, ¿cómo era Sinforoso?
Y se oyó, atronadora, la voz de la decencia
- Váyase usted - sollozos-, y todos los que están ahí--- -respiración entrecortada-, a tomar por culo. ¿Me han oído? - gritando - ¡¡A tomar por culo, malditas hienas!!

Y no tengo nada más que añadir.

lunes, agosto 17, 2009

carta a una amiga

En Valdemorillo, a 17 de agosto de 2009
Mi querida amiga,
he sabido que sigues adelante, a pesar de todo, y que nunca dejas de sonreír, por más que cuando el sol declina y baja la cabeza como saludándote, a veces, te entran ganas de llorar. Y lloras, si delante hay alguien en quien confías, o si el momento no puede brindarte una vía de escape digna de ti.
¿Sabes? recuerdo, perfectamente, lo que pensé el día que te conocí: "¡Qué elgante es!" Eras una entre muchos, los 30 de rigor, más o menos, con algunas bajas, otras altas y añadidos, como siempre, y yo estaba aturdido por la cantidad de gente, costumbres, nombres, caras que asimilar en ese día en que me exponían por primera vez a la Hermandad Constructiva, Endogámica y Familiar. Estábamos en el local de la Hermandad, el antiguo y te recuerdo perfectamente bajo la luz incierta de la pérgola, algunos rayos filtrados, otros no, porque, en esa época del año, aún le faltaban unas semanas para estar completamente tupida; ibas de un lado a otro, cuidando de que a nadie le faltara nada, eso me parecía a mí que hacías, pero yo te recuerdo, según mi punto de vista, moviéndote de izquierda a derecha en mi cuadro visual, dejando un plato en la gran mesa y tu pelo brillando al sol, tu vestido claro y estampado (con motivos que, en mi recuerdo, son florales, de largos y sutiles tallos) ciñéndose a tu cintura y tus caderas; recuerdo que me fijé en eso, en tus piernas, que asomaban bajo el vuelo de la falda, y en que parecías moverte unos 30 centímetros por encima del suelo, como si flotaras, con una ingravidez, una majestad y una elgancia que siempre he atribuido a la leyenda de Jesús andando sobre las aguas. Andando, elegante y repartiendo paz, así te recuerdo yo. Bueno, así y pensando que estabas buenísima, todo hay que decirlo.
Porque a mí siempre, cuando no hablamos, cuando te miro de lejos entre la multitud de la Hermandad, me has parecido eso, majestuosa y me has transmitido paz: es como si, en medio de la tempestad (creo que ya sabes que esas reuniones masivas me causan enorme inquietud) tu imagen dulce, firme, amistosa, acogedora y maternal me dijera, "tranquilo, Wolffo, siempre te puedes refugiar aquí". Por eso, tú eres el otro pilar en el que me apoyo para pasar el mal trago que para mí son estas ocasiones.
Te vi convertirte en amiga. Me acostumbré a hablar contigo. ¡Qué placer! Y descubrí, lejos de lo que otros, o tú misma dices de ti, que eres una mujer dulce, cariñosa, sincera, más necesitada de amor (de hermano, de amigo, de amor verdadero) de lo que se atreve a traslucir y/o declarar. Todo esto me hizo darme cuenta de que eras aún más hermosa de lo que mis ojos me habían dicho. Es hermosa tu forma de plantarte en medio de la pista, o delante de la prole, cuadrarte, poner los brazos en jarras y retar a los bobos del mundo, haciéndoles creer que eres malvada, cuando, nena, eres puro encanto.
Te vi convertirte en madre. O, mejor dicho, vi como, de forma natural, la madre que estaba en ti se abría paso, no a codazos, sino a empujoncitos cariñosos, de entre la multitud de mujeres que te habitan: la profesional competente, la mujer tradicional de su casa, la hermana entregada, la esposa cómplice, la malhumorada, por tímida, pero cariñosa tía, la amiga leal… y la madre que eres pasó al primer plano de ese imbatible equipo y con la misma naturalidad que habías sido una profesional intachable, nos dejaste ver a la mamá con la que sueñan todos los niños.
Han pasado años y cosas, algunos años y muchas cosas, y algunas de las cosas que han pasado en los últimos meses han sido verdaderamente terribles. Pero todo lo que ha pasado y lo que no ha llegado a ocurrir, todo lo que va a suceder y todo aquello de lo que nos libraremos, conforman el cauce por donde los ríos de nuestras vidas transcurren, directos al mismo mar.
Hoy, sin aspavientos, quiero felicitarme por lo mucho que te quiero. Porque, aunque te cueste creerlo, has dejado de ser parte de mi familia, para empezar a formar parte de mí. Me cuesta pensar en los años venideros, mi preciosa amiga, sin pensar en ti y en tus niños revoloteando alrededor, conformando la misma y única escena. Bueno, correteando los niños, tú dejándome estar a tu lado, compartiendo un atardecer, cinco trasnoches, diez días de alegría y otro de llanto, fiestas preparadas e improvisadas y, ya lo sabes, regalándome mi más preciado tesoro: unas cuantas horas sentado a tu lado poniendo al mundo en su sitio, interesándonos por nuestras cosas, poniendo a caldo a quien le toque esa semana, planificando vacaciones, discutiendo y, en definitiva, dejándome llevar por el placer de vivir en el mismo mundo, la misma época, el mismo lugar y la misma vida que vives tú, mi queridísima parte de mí.
Bueno, se hace tarde y tengo que llamarte y desearte que este sea el primero de tus cumpleaños en los que, lejos de sentirte sola, te sientas más arropada que nunca, así que voy a dejar de enrollarme. A pesar de todo, mi querida amiga, mi querida luna alada, a pesar de todo lo que tienes que sujetar, ya sabes que esta canción tiene un significado especial, es de antes del terremoto y te va como anillo al dedo, así que, tuya es. Escúcuchala y léela y piensa en ella, en la Rana, en ti y en mí.
Te quiere,
J.

Sujetando nada


No temas nada
hoy no hay nada, nada que sujetar.
Quédate echada,
escucha nada y siente el ritmo nadar
entre tus venas, suena,
fluye el ruido dentro de ti.
Hoy llena el día
la alegría de la nada sin fin.

Hoy no hay caminos
ni destinos, nada que seguir.
Hoy solo date
el acicate caminar junto a mí;
veremos mundo juntos
tendremos ganas de sobrevivir.
Hoy descansada,
sujetando nada, para variar

Hoy vas a verte
suave y fuerte en mi mirada neutral.
Hoy, sincopada,
te vi moverte y eso me hizo callar.
Disfruta sola,
pilla la ola, déjate llevar.
Hoy, descarada,
sujetando nada, para variar.

Voy a contarte,
Niña grande, historias de mi ciudad.
Voy a cantarte
para pedirte que no me olvides jamás.
Renace en tu mirada
la leyenda de mis nadas
Hoy, luna alada,
Sujetando nada, nada más

jueves, agosto 06, 2009

anoche, mientras dormías

A palo seco (Los Hermanos Cover)

Me gusta, por la noche, en verano, antes de irme a la cama para la lectura que precede al sueño, ir a mi habitación a por mi toalla de playa, echármela al hombro y salir al porche de casa, dejar que la noche difumine el vergonzante perfil de la tripa, esperar a Samantha, que, me acompaña cada noche en este ritual, y caminar despacio hacia la piscina, a darme mi chapuzón nocturno.
Sam es sabia y me acompaña sólo un ratito, porque sabe que si se pone muy cerca, no podré resistir la infantil tentación de salpicarla, y se acuesta a sus buenos cinco metros del borde de la piscina y, desde allí, me cuida.
En noches como la de anoche, también te echo de menos, claro. Entro en el agua bañada por la luz de la luna, tan quieta y sedosa a esa hora, que solo moverme me llena de remordimiento, como si la estuviera violentando, y mi culpa se propaga, circular y concéntrica, como la onda expansiva que es: un atentado contra la naturaleza de las cosas.
El remordimiento no es fruto sólo de perturbar la calma de las aguas, sino, también, en gran medida, porque a esas horas me gusta bañarme desnudo y no consigo quitarme de encima la sensación de estar haciendo una gamberrada. Pero es superior el placer al remordimiento, claro, y cuando el agua oscura de la noche me acoge, fresca y violada, entiendo a los naturistas. La desnudez total en el agua es como el estado natural de las cosas: del agua y de ti, y entro en comunión con la noche sin que ésta se dé cuenta de nada.
Técnicamente, no es un chapuzón, porque entro despacio y despacio me muevo, no chapoteo (salvo si Sam se acerca) y te busco entre las sombras y, de no encontrarte, me enfrío, porque es aquí donde deberías estar, quejándote de que está fría y dejándote abrazar por mí, porque yo te haría entrar en calor.
Pasa un coche despistado y algo de la luz de sus faros halógenos se filtra por entre la arizónica salvaje y crea espectaculares y fugaces reflejos en la superficie de la piscina, recordándome que… un momento: basta, por favor, no me recuerdan nada, sólo son bonitos.
¿Y si en vez de descansar en la noche, en lugar de extenderte cual larga eres sobre las praderas y las ciudades, vinieras y me llevaras contigo?
Soy bueno para que me lleven, en serio, me dejo llevar sin quejarme, escucho atentamente lo que tengas que contarme, discuto si tú lo quieres, muestro entusiasmo con las cosas que me digas tú que son bonitas y si sabes de lo que hablas, y me lo cuentas con pasión, me habrás ganado para siempre.
Si quieres, jugamos a ser amigos, sólo amigos, te doy crema en la espalda y no me excito; me siento a tu lado y finjo que no me estremezco cuando nuestras rodillas se rozan; o te miro y desvío la mirada cuando tú me mires, y no sostengo tus ojos boscosos frente a los míos marinos. Si quieres, te quiero pero si no quieres saber que te quiero, sencillamente quédate allí arriba, en las nubes, y sólo en noches como la de anoche, yo te llamaré en silencio, a ver si suena la flauta.
Tan cerca y tan lejos. Tan afortunado y tan desgraciado.
¡Ay, soledad…!

martes, agosto 04, 2009

casi lorna cor

Mirar

Subo este tema de nuevo porque me gusta y porque es de esos que subí en videoclip (uno con muchas gafas) y así le doy una oportunidad a la canción, que no es pegadiza, pero es buena, os lo juro. De todos modos, puede verse aquí el video: Mirar, por Wolffo



Y ella sonríe con su ser entero, entregado a iluminarte, si la miras, y a mi casi me vuelve loco cuando me dedica, de entre todos, una sonrisa a mí. Y yo, ya sabes, la estoy mirando en medio de todo lo demás y ella habla, se ríe, mira y de repente, vuelve a mí sus ojos marinos y me dedica un par de segundos en los que yo trato de disimular que la estaba mirando. Fracaso, claro.
Estamos ella y yo, y 50 listillos más, en este extravagante autobús descapotable (pensado, sin duda, para días mejores que este frío día de octubre) que nos lleva hoy por Moscú, dentro del programa denominado Tour Intensivo City Europa al que nos hemos apuntado, y promete, en 3 horas, enseñarnos lo más destacado e importante de la capital rusa. En la semana y pico de viaje que llevamos, ya conocemos –“nos hemos hecho”, según la jerga del viajero intensivo- París, Amsterdam, Berlín, Praga, Viena, Budapest y Varsovia, y somos un poco más cultos, un poco más europeos, más personas, incluso, hasta el punto de que, casi sin saberlo, nos convertiremos en unos expertos conversadores en la barra de cualquier bar cosmopolita.
- Cierta noche, mientras veíamos caer el sol a espaldas de la majestuosa silueta de la Ópera Estatal Húngara y nos tomábamos unos Svässes – una especie de gaseosa amarga de pepinos con ginebra y angostura –tendrías que probarla (pensamiento no verbalizado: es un asco)-, un marinero sueco quiso llevarnos a ver una representación del Ballet Gork… naturalmente, no caímos en su trampa porque, como seguramente sabréis, la delincuencia sueca es una particularidad de algunas de las más hermosas ciudades de la Europa Central, pero sólo atracan a los grupos de pardillos, claro…
Yo lo sé. Sé lo necio del propósito de este viaje estúpido, de lo inane que es pretender conocer una ciudad sin bajarse del autobús, y sé que cuando vuelva a casa el vacío será aún mayor. Supongo que ella lo sabe también. Pero estamos aquí. Raros e inadaptados. A mí me empujó la soledad y a ella… no sé lo que la impulsaría a ella. A lo largo de la semana que llevamos juntos (juntos es una expresión optimista) en este cutre LandCrucero (viajamos por Europa en Autobús de lujo, ¿hay algo más deprimente?) he sabido que ella no es como los demás. Ella es… más elevada. Aunque, si lo piensas bien, y por las –escasas- conversaciones que he mantenido con el resto de los Touristas, eso de no ser “como los demás” es algo que llevamos todos en el alma. Como una marca de ADN. Nos avergüenza ser vulgares y, privadamente, todos nos manifestamos distintos del resto, todos nos creemos más… pero, al final, todos hemos coincidido, sin que mediaran amenazas o coacciones (¿es la soledad un chantaje?) en este tour de mierda por estos vetustos cachitos del mundo aspirando no sé muy bien a qué.
El plan de viaje es aterrador: vamos en bus a una ciudad. Llegamos. Si no llueve, el autobús se descapota y recorre sus calles y un señor de bigote y polo azul de manga larga, bastante homosexual, nos explica cosas de este edificio que ven a su derecha o esa calle que se ve allá abajo. Cenamos en esa ciudad y después de cenar, bajamos al piso de abajo del bus y dormimos en los camarotes-colmena, que son más bien nichos durmientes. Mientras dormimos, viajamos de una ciudad a otra y así todo el rato.
En París me fijé en ella por primera vez. Mientras cenábamos en un infecto restaurante de ambiente pretendidamente Apache (yo de pequeño pensaba que los españoles éramos más listos, sólo porque los extranjeros parecían caer fascinados por los bandoleros), ella se lamentaba de no tener tiempo en este viaje de visitar el Louvre, porque a ella le gusta mucho el arte, y yo pensé “qué típico”, pero me quedé embobado mirándola, porque su sonrisa era descongelante y al rato me fijé en cómo sus pechos llenaban la camisa discreta pero carnalmente. No se vestía para resaltarlos, mas bien al contrario, pero en fin, puede que no fuera una mujer demasiado original, pero hay que ver lo buena que estaba.
En el viaje hacia Amsterdam me di cuenta de que no hacía más que buscarla con la mirada y ella llenó mis pensamientos en mi ritual masturbatorio de antes de dormir y en el de después de desayunar, también. La visita de Amsterdam fue igual de frustrante que la de París, pero yo no me di cuenta porque no miraba por la ventana, sino que miraba, todo el rato a sus ojos y, a veces, a sus pechos y antes de cenar, lo juro, algo me obligó a ir al baño a pensar un poco más en ella. Mientras tocaba la zambomba (esto, lo juro, no estoy seguro de si es gracioso u ordinario… a mí me parece gracioso) su imagen de sonrisa llena y pechos sonrientes, o al revés, me inspiraba… dejémoslo ahí, me inspiraba profundamente. En la cena holandesa, gané dos o tres puestos hacia ella, pero no estaba aún en situación de que ella me viera así que sólo la hablé en mi imaginación mientras pensaba en ella antes de dormir.
Durante las jornadas siguientes pensé muchísimo en ella, tanto que tuve una especie de reacción en el pellejo ese, el prepux, y se me inflamó un poco, todo rojo y tal, y me picaba, pero el picor se me aliviaba si me la meneaba, así que entre las ganas que tenía de pensar en ella y lo agradable que era que dejara de picarme, un círculo vicioso perfecto, casi me mato, literalmente, a pajas.
Moscú es la última noche. Después de cenar en algún sitio tan deprimente como todos los que han jalonado esta gira de los despropósitos, este autobús de lujo (define lujo, como dijo aquél…) nos llevará al aeropuerto para volver a Madrid, así que esta noche tengo que atreverme a hablar con ella. He pensado tanto en ella que me da corte hablarla o algo tan inocente como darle dos besitos, no sea que se me escapen las manos y le toque un pezón.
Nos hemos sentado en una mesa alargada, muy alargada, en la que estamos los 52 viajeros y yo estoy, justo, enfrente de ella. Si estiro mis pies entrarán en contacto con los suyos, siempre que no los meta debajo de su silla, algo muy normal en las mujeres, por otra parte. Estamos hablando (bueno, habla la gente, yo me limito a unos vagos asentimientos y a reírme cuando el clima es propicio) y a veces, ella me mira, como si me conociera. Yo no le quito el ojo de encima. Cuando nuestras miradas coinciden, ella sonríe y yo, si me doy cuenta, también, porque alguien me dijo una vez que cuando me quedo así, mirando embobado a alguien (y ella me emboba, puedes creerlo) mi expresión roza la psicopatía y no es demasiado agradable.
Todos comentan anécdotas de estos días de viaje y yo me exprimo el cerebro buscando algo divertido que contar y lo único que viene a la cabeza es el día que pensando en ella, me imaginé a todos los viajeros desnudos, en un teatro, mirándonos mientras lo hacíamos al estilo perrito, porque era muy gracioso verme a mí follar con un sombrero vaquero y a ella gozar mientras gritaba ¡iiaaaajúuuuuu…! pero afortunadamente, no cuento en voz alta lo que me pasa por la cabeza.
Estamos en los postres, queda poco y, al fin, digo algo en voz alta. Menos mal. Alguien comenta lo raros que nos vamos a sentir, después de 10 días sin separar el culo de la carretera, cuando despegue el avión.
- Mi alma se eleva, solo de pensarlo – dice una
- Creo, que por primera vez, me alegraré de no tener los pies en el suelo – comenta otro
- Yo ya me estoy preparando – dice uno, dando un trago – me emborracharé y esa será la única forma de ser sincero con vosotros… los borrachos siempre dicen la verdad
- Pues, te pongas como te pongas – comenta una chica muy rapidilla ella-, nos pondrás por las nubes, claro…
Y mientras todos ríen ese jocoso chascarrillo, aprovechando el ambiente de francachela y camaradería, yo añado este mar de sabiduría:
- Ya te digo, ¡no te jode…!
Vale, no ha sido un gran discurso, pero vosotros que pensáis, ¿se habrá fijado en mí? ¿le habré caído bien? Como estoy seguro de conquistarla, y como más vale pájaro en mano que ciento volando, con vuestro permiso, os cuento otro día el final del viaje, que me voy a pensar en ella un poquito...
No te tengo, Lorna Cor, pero casi, ¿eh?