martes, junio 30, 2009

... y así fue

Estuvo genial.
Gracias a Ararat, Aroza, Arturo, Fantasma Paraíso y Diana, Joe Clemens y Mahomal y a Concha, MariKontxi's, (cuyos videos no os podéis perder, vedlos en su Canal YouTube) que son los que estuvieron allí de los que habitualmente visitan esta bitácora.
Aquí tenéis una pequeña muestra de cómo fue la cosa, gentileza de Concha, que además, se había pasado el día anterior por un ensayo. Está curioso.




Bueno, estad atentos a las pantallas, que pronto, muy pronto, otro estreno audiovisual magno. Mientras tanto, los que aún se resisten, podríais comprar el libro, que sólo me queda vender un ejemplar para recuperar mi inversión. ¡ánimo!

eMail Presley al ataque



¿No es fabuloso, el tío?
Este video es obra de Merce, la chica de Bienve, que no se pierde un concierto y los graba todos. Un beso para ella.

viernes, junio 26, 2009

Ven a ver a los Ciclones

El sábado, 27 de junio a las 22:00 en
LA ÓPERA FLOTANTE
Eugenio Salazar, 32



¡No te lo pierdas!
Todos hablarán de ello.

jueves, junio 25, 2009

labor de relleno

es este uno de esos días en los que me preocupa lo que el mundo piense de mí. Quizá se deba al hecho de que el sábado toco y mucha gente podría ir a verme. Mucha gente que lleva mucho tiempo diciendo que a ver si toco un sábado en Madrid. Bien, el momento ha llegado y yo estoy, huelga decirlo, nerviosísimo.
Los Ciclones somos cinco, pero no puedo evitar sentir una cierta responsabilidad personal ante lo que suceda el sábado. No digo que Los Ciclones sea un proyecto mío, pero yo lo vivo así, es decir, son mis nervios, mis responsabilidades las que me pesan, las de los demás, sólo puedo intuirlas.
Para hacer una labor de relleno, he compuesto esta canción, “Por si”, a ver qué es lo que sucede con ella. Es un tema intrascendente, guitarrero y machacón y seguramente no lo tocaremos nunca los Ciclones, como tantos otros temas, pero a mí me gusta subir estos temas tan, tan personales, mucho más de lo que acaso pueda parecer. Con cada canción de estas que son más wolffas que ciclonas un pedacito de mí sale a darse un garbeo por la plaza pública y a veces, algunas veces, tú entiendes de lo que estoy hablando, ¿verdad?

Por si

(He subido una versión nueva de la canción: he cambiado la voz principal y he toqueteado un poco la mezcla. Creo que ahora está mejor)
Por si un día volvías a casa
Me he comprado una olla a presión
Porque oí que te hiciste del Barça
Compré la camiseta de Eto’o
Con lo mal que me caía
Y la pasta que me costó
Pa no verla cada día
Está guardadita en tu cajón
Pienso en el momento en el que te oí marchar
Subí el volumen de mi instrumento para no oírme llorar
Todos los días lamento que no me oyeras tú a mí
Te juro que no es un cuento, a veces siento que sigues aquí

Por si un día me llamabas
Un teléfono compré
Por si, a veces, chateabas
Me hice un fiera en la red
Hice amigos a montones
casi podía olvidarme de ti,
Pero ni un millón de emoticonos
Se parecen a oírte reír
Pienso en el momento en el que te oí marchar
Subí el volumen de mi instrumento para no oírme llorar
Todos los días lamento que no me oyeras tú a mí
Te juro que no es un cuento, a veces siento que sigues aquí

Por si estás al otro lado
Por si aún me quieres oír
Por si aún no te has cansado
Por si te sigue gustando reír
Por si te has enamorado
Por si sigues siendo así
Por si ya te has olvidado
De lo que te quiero a ti

martes, junio 09, 2009

esa locurita que es tener un grupo, la morcilla elefante y soy como Cyd Charisse

tocar en un grupo tiene muchas cosas buenas, pero cuando es un grupo de pringaillos, tiene una cosa, sobre todas las demás, que es un completo coñazo: montar y desmontar el equipo. Es lo peor.
Cada vez que hay un concierto, sabes que te tocan un montón de horas del día dedicadas a desmontar el equipo del local de ensayo, meterlo en los coches, llevarlo al sitio donde vas a actuar, montar el equipo (tocar) y cuando lo único que te apetece es tomar una copa tirado y dejar que las imaginadas (y casi nunca materializadas) y sexys fans te halaguen, te soben y te besen, tienes que levantarte y empezar a recoger cables, altavoces, monitores y todas esas cosas.
Es algo que no tiene glamour ninguno, lo juro.
Y si encima eres tan tonto como yo, mucho peor.
Llevo muchos años tocando por ahí. Las he visto de todos los colores. He dado conciertos para nadie (y nadie quiere decir nadie, cero personas), para montones de gente indiferente, en pueblos donde querían darnos una vuelta a hombros y nos obligaron a fumar porros como trompetas, y en otros donde querían corrernos a gorrazos “por cantar en inglés en plan chulito”. En bares donde a nadie le importábamos un pimiento y hasta he tenido una oferta de sexo múltiple (dos mujeres, vamos) después de un concierto, que, maldición, tuve que rechazar. Pero, a pesar de eso, me pongo nerviosísimo antes de cada concierto. Creo que he comentado ya que yo nunca bebo alcohol. No por nada, es que no me gusta el sabor de cuantas copas he probado. Pues bien, cuando voy a tocar, me aprieto 4 vodkas o no toco. Y mientras toco, sigo con ello.
El viernes 29 de mayo, día que los Ciclones empezábamos nuestra exitosa gira (no se habla de otra cosa, vamos) era uno de esos días.
Desde por la mañana estaba hecho un manojo de nervios. Había quedado con Celia, jefa, dueña y a la sazón, cuñada, para ver cómo decorábamos la sala (fondo de escenario, luces, etc). Buch vino a casa y me ayudó a llevar el equipo al Plaza Mayor. Pero al llegar, mira tú por dónde, Celia se había olvidado de mí y allí no había ni escenario ni Celia ni nada. Total que cuando Buch se fue (perro traidor, pero, al fin y al cabo, ¿qué vas a esperar de un teclista?), apenas habíamos puesto uno o dos cables y me quedé allí con el marrón yo solito.
Cuando, a media tarde, empezaron a aparecer Ciclones yo estaba con un cabreo de cojones, sin comer y en medio de un ataque de nervios de primera. Os ahorro detalles de cosas que me quemaron más todavía (pero hay alguien que debería aprender a no apagar el puto teléfono móvil), pero a las 7, que estábamos ya todos juntos terminando de montar el equipo, yo ya estaba completamente mamado. De cansado, no de bebido.
Fui a echar un cable por detrás del escenario, una maniobra sin complicación alguna, en condiciones normales, y al ir a sortear por arriba, un monitor de escenario, de esos en forma de cuña, noté que me daban un auténtico y genuino hostión en el gemelo de mi pierna izquierda, a la sazón mi pierna de apoyo en la miniproeza física que estaba ejecutando, como un golpe seco con una barra de hierro o algo así. Me di la vuelta, deseando que fuera alguien más débil que yo sobre quien pudiera descargar mi frustración de todo el día, la ira acumulada en 5 horas, pero allí no había nadie. Nadie me golpeó: simplemente, mi gemelo izquierdo, se rompió.
Terminamos de montar el equipo y aquello me dolía tanto que fui al médico, de urgencias, a ver si me daba algo que me calmara el dolor (yo ya me había comido dos ibus por mi cuenta). eMail, el guitarra de los Ciclones, que iba a quedarse en mi casa a dormir, me acompañó al ambulatorio. Allí no me diagnosticaron nada, pero me dieron Nolotil, un gel calmante y me pusieron una exagerada venda bien apretaíta para que aguantara el tirón esa noche. Debo decir que aguanté. La adrenalina es una poderosa droga y pude enfrentarme al concierto sin demasiado dolor.



Al terminar el concierto empecé a sentir verdadero dolor y el cansancio del día se me cayó encima. Al día siguiente, el dolor había aumentado y por la tarde, estando en casa de mis suegros, se hizo insoportable. Tenía la pierna hinchada como la pata de un elefante sufriente y me dolía solo mirarla, no os quiero contar la experiencia de intentar apoyarla.


El hecho es que me despertaba bien, con la pierna hinchada, pero el dolor, con el descanso nocturno había remitido, así que hasta el miércoles no volví al traumatólogo, que se llevó las manos a la cabeza al ver el estado de mi pata: un estadio intermedio entre pata de elefante necrótico y morcilla de Burgos. Si no eres aprensivo, abre la fotito en otra ventana/pestaña y verás qué horror.
En fin, me recetó un pico de clexane diario, Ibu y, sobre todo, reposo y pata en alto tanto tiempo como pueda soportarlo. Debo decir que no me importa pincharme en absoluto, pero lo de no poder salir de casa (porque no puedo conducir) y llevar casi dos semanas sentao me está matamdo de aburrimiento. Pero, se me olvidaba, el traumatólogo me prescribió también una media de esas que comprimen y debo decir que esa es la parte mejor de mi lesión: he descubierto que mis piernas pueden ser preciosas. Como las de la mismísima Cyd Charisse. ¿O no?


Nota social: Recuerda que el sábado 27 tocan Los Ciclones en Madrid, en La Ópera Flotante, a las 10 de la noche (Eugenio Salazar, 32). Nota decente: ¿Aún no has comprado el libro? Pues ya estás pinchando aquí: Tiembla, cariño: hoy cocino yo.

Amos que...

lunes, junio 08, 2009

la soledad

No milk today
(Herman's Hermits cover)


Herman's Hermits son un grupo típicamente british y típicamente sesentero. Si te gusta la música de los años 60, te gustarán. Esta canción es la típica que todo el mundo conoce sin saber que la conoce. En cuanto oyes la primera frase, ya está, ¡zas! ¡claro, hombre, era esta...! En fin, esta canción me ha inspirado este post, como es evidente y me gusta desde que tengo memoria. En cuanto la escucho, no puedo dejar de cantarla en tres días. Hace tres días, mi hija Leticia, que está super sixties últimamente, tenía puesta esta canción mientras estudiaba y ya me ves... no milk today, my love has gone away...

(Cada mañana, suelo hacer acopio de los recuerdos de ti que tengo, Lorna, y deseo que, sin llamarte yo, sin que nadie ni nada medie, salvo la fuerza de mi mente, ocurra algo en tu cabeza que te acerque a mí, que te obligue a llamarme, o a coincidir conmigo en alguno de los lugares comunes de nuestras vidas tan inexplicablemente separadas, ahora. Trato de pensar dónde está el hecho, la circunstancia, el punto de inflexión que me obligó a desterrarte de mi lado y no lo encuentro. Sé que tú estás mejor desde que no me tienes alrededor, y eso me duele. No es agradable pensar en que estás mejor cuando yo no estoy. Porque yo no estoy mejor sin ti, Lorna, ni mucho menos: yo estoy peor, nena, aunque, siendo francos, eso no te debe importar demasiado)

Lo primero que me enamoró de ti fue tu letra. Me enamoré de tu letra, aunque parezca idiota. Solía pasar, como flotando, todos los días por delante de la puerta de tu casa y mirar la sucinta carta, monocarácter más que sucinta, que dejabas cada día pegada en la puerta de casa, bajo el picaporte (1, 2, a veces 3) con la cifra pintada con a pincel, de un llamativo color rojo oscuro, y de trazo muy grueso. La mano que pinta semejantes números, debe ser una mano frágil y fuerte a la vez, una mano con misterio, pensaba yo, una mano capaz de crear colores únicos, de descubrir el verdadero sentido del arte, una mano que, al imaginarla yo ahí, justo ahí, me haría olvidarme del mundo.
Me preguntaba yo quién era el afortunado receptor de esas misivas tan públicas, por su impúdica exhibición, tan privadas, por su significado oculto, y tan desesperadamente sinceras, concisas y esenciales. Sencillamente un número bastaba para decirle a tu amado lo que querías decirle, comunicabas con sólo un carácter tus necesidades del día y yo, que no soy más que un sentimiento solitario, envidiaba la parquedad de tus epístolas enigmáticas como el necio envidia las incomprensibles pero musicales palabras del poeta. Yo, que necesito párrafos y párrafos para expresar un gesto; que escribo en diez páginas lo que acaso sólo necesitase diez líneas; que gusto de extenderme sobre el papel, para que no se me encoja el alma al escribirte, que necesito más palabras que segundos para decirte cuánto te amaba, leía con los dientes largos esas parcas cartas y deseaba que fueran para mí.
Fue mi imaginación la que tomó el testigo de la envidia y asumió como propias esas invectivas en forma de carta en post-it; como si fuera yo el interlocutor de esa comunicación arábiga, cuando veía el más común, el 1, imaginaba que, en realidad, lo que querías decir es que yo era el único, el uno para ti, y que con ese uno solitario y enhiesto uno te referías, dulce metonimia, a mi polla, y hacías ver como que tenías necesidad de ella, de sentirla entrando y saliendo de ti, o jugueteando con ella entre tus artísticas manos o tus labios celestiales, cerrados en torno a ella en forma de oh, sorprendida, tal vez, por su vibrante calidez.
Si dos era el número, quise creer entonces que te referías al amor verdadero. Porque tú, como yo, pensamos que eso de que dos se hacen uno cuando se aman es una soplapollez. El verdadero sentido del amor es la dualidad, el saber que el otro el es otro, y que su otredad sea la causa del amor, y te imaginaba exponiéndome apasionadamente tu argumento: Te amo porque eres distinto, porque no eres como yo, y no quiero que te conviertas en mi reflejo al amarme, ni que te transformes en la imagen ideal que tengo del amor al amarte yo, quiero que ames lo distinta que soy de ti y quiero amar a ese ser original y distinto que he descubierto en ti. En eso pensaba yo al ver el 2. Dos. Y dos tetas, claro, en eso pensaba a veces, también.
Y si el travieso tres atravesaba el cachito amarillo de papel de lado a lado, entonces pensaba en cómo sería la primera noche que nos viéramos. En cómo fue. En cómo al verte tan hermosa, tan sexual y tan mujer, nada más entrar en ti, de puro amor, me derramé sin remedio y sin darte nada más que mi impaciencia. Pero tú no me miraste mal. Tu sonreías agradecida (eso lo supe más tarde) de que te amara con semejante urgencia. Pero mi orgullo herido me hizo recuperarme en cuestión de minutos y volver a estallar antes del cambio de tercio porque, sencillamente, me urgía igual. Y tú fuiste paciente, amante y cariñosa y dejaste que las cosas sucedieran por tercera vez, esta vez como tenían que ser, lentas, firmes, suaves y crecientes, sudadas y abrazadas y tus gemidos y mis envites siguieron el mismo ritmo, y el andante fue breve, el moderato dio paso al allegro y este, casi sin solución de continuidad, se convirtió en vivace y Molto vivace y ¡viva Cartagena!, los fuegos artificiales, en honor a tu piel mediterránea nos bendijeron a la tercera.
Y yo pasaba así los días, pasando ante tu puerta y viendo tus cartas e imaginando que eran mis cartas, viéndote sin verte, amándote sin conocerte.
De modo que aquel día, aciago, en que en lugar de un número, sencillo, práctico, evocador, redondo, ensoñador, leí una frase completa, “no más leche”, quise seguir engañándome y pensé que lo que querías decirme, de una forma directa, como tú eres, es que usara preservativo porque tú habías dejado de tomar la píldora y que, en pocas palabras, no querías terminar el asunto pringada.
Fui a la farmacia y la boticaria, Mrs. Brown, lloró al verme entrar. Es una farmacia grande, en la que deben trabajar unas quince personas, pero la pillé sola, desprevenida, con la guardia baja y eso la hizo temblar. Quiso cerrarme el paso:
- ¿Otra vez tú, Soledad?
- Sí, soy yo, pero no vengo a por ti, tranquila, vengo a por condones
- ¿Condones? – le chocaba, claro, que la soledad quisiera condones, aunque tampoco es tan raro, ¿no?
Salí de allí, pues, perfectamente protegido para una relación sexual plena y segura y volví al palacio donde vivía mi amada, pero allí no había nadie, excepto Gerry Hermit, hijo de Herman, el muchacho que hace el reparto de leche en su camión blanco, poniendo cara de circunstancia y llevándose las botellas vacías mientras en el radiocassete de su furgoneta sonaba “A kind of hush” pero no en la versión de los Carpenters, sino en la otra, la british, ya sabes.
Así que nada, compuesto y con condones sabor fresa, me amé a solas en el patio trasero, pensando claro, en Mrs. Brown, ¿en quién si no?

Nota sanitaria:
  • Mi pierna va mejor.

Nota decente:

martes, junio 02, 2009

animicus, un estado de cordura.

Detrás

Esta es una vieja canción mía, que por alguna razón no parece mía, pero que me encanta. Los más viejos del lugar quizá la recuerden. Un día me gustaría grabarla con una orquesta de verdad. Quedaría de lujo.

Animicus, joven descarriado y loco, el hombre que te pide para un bocadillo, el que te cuenta su desgraciada historia a menos que seas hábil y sepas escapar, el que te acompaña y te lleva las bolsas hasta la puerta de casa, agradeciéndote luego con una ancha sonrisa lo que le des, por poco que sea, no acepta, sin embargo, las monedas de Mrs. La’Teef, la mujer que le ha robado el corazón.
Nadie se lo ha dicho, porque nadie le cuenta cosas, aunque él aceptaría de buen grado que la gente le devolviera su generosidad con las historias, pero sabe que Mrs. La’Teef conoció épocas mejores. Hubo un tiempo, de eso Animicus está seguro, en que por llevarle las bolsas sonriendo, diciéndole cosas agradables de sus hijos, y hablando animosamente mientras la ayudaba, Mrs. La’Teef le hubiera dado, además de esas maravillosas gracias sonriendo que sólo ella sabe dar, sus buenos 10 pavos. Y quizá, Animicus dejara de trabajar por ese día y se hubiera comprado un filete de vuelta a casa, y se hubiera encerrado con sus recuerdos y, borracho de nostalgia, habría pasado una buena tarde.
Animicus, el loco amable y sin techo que tiene cada barrio, vuela bajo esta tarde y se da cuenta de lo mucho que le importa Mrs. La’Teef, lo que le ocurra y todo lo que tenga que ver con ella. Desde hace un tiempo ve en la mujer dorada un resto de tristeza en su mirada resuelta y percibe un deje quebradizo en su tono de voz. Le da la sensación de que cuando la ayuda con las bolsas, cuando sujeta la puerta del ascensor mientras termina de contarle la historia de ese día, cuando se despide de ella tratando en vano de que sus miradas se crucen, ella está apunto de echarse a llorar. Animicus no es del todo buena persona y, aunque a su manera, ama a Mrs. La’Teef, le gustaría que rompiera a llorar, porque si bien eso significa un sufrimiento que, en realidad, no desea para su amada, le daría ocasión de consolarla.
Tal vez se dejara abrazar, acaso pudiera pasarle el pulgar, dulcemente, por la mejilla, para enjugar sus lágrimas…
Aquella mañana, Mrs. La’Teef salió un poco antes a comprar y Animicus estaba pletórico, se sentía vivo. Al salir del super, Teefy estaba tan atractiva como sus 51 años delataban: cada uno de los días, de los minutos de su vida, todo lo vivido le había dejado huella, contribuyendo a hacerla, a los ojos de Animicus, mucho más hermosa que el resto de las mujeres. Adoraba su mirada cansada pero sabia. Su sonrisa tan sonreída y tan mordaz, la curva de su espalda, sus caderas anchas y la frágil majestad de su porte.
- Perdone, señora, deje que la ayude, usted no puede cargar con todo ese peso, para eso estoy yo… usted no se preocupe de nada, que yo le llevo las bolsas, faltaría más… deje, deje, que se va a romper las uñas…
- ¿Las uñas…? – dijo Mrs. La’Teef mientras se detenía con una sonrisa agotada que daba carácter al momento – Mira mis uñas… - dijo enseñando a Animicus sus mordidas y casi inexistentes uñas. Animicus no daba crédito, era la primera vez que, fuera del “gracias” habitual, se dirigía a él su adorada señora.
- Tiene usted unas manos preciosas, deje que la ayude…
- Hace años tenía unas manos preciosas, ¿sabes? – Mrs. La’Teef hablaba y parecía que hablaba con Animicus, pero éste sabía que no era a él, sino al inexistente hombre que añoraba, al que, melancólicamente, se dirigía su amada. – Pero ya no me las cuido, porque ya todo me da igual, ¿entiendes?, ya nada me importa…
- No me diga esas cosas, señora, - Animicus se encontraba incómodo ante tanta franqueza: estaba acostumbrado a ser ignorado o, como mucho, tolerado en silencio- que la van a oír hablar conmigo y se van a creer que la loca es usted… no me diga cosas, señora, no me diga cosas
Y hacia el final de la calle, con el sol aun sin asomar del todo por encima del polideportivo, caminan la figura cansada de Mrs. La’Teef y la figura rara y deslabazada de Animicus, el loco del barrio.
Llegan al portal y Animicus le pide la llave a Mrs. La’Teef para abrir. Abre y le cede el paso a su señora, y advierte que ésta, en silencio entra llorando. Con las bolsas en las manos, adelanta en una casi cómica carrera a su dama celestial, para llegar antes que ella al ascensor y abrirle la puerta, cederle el paso y meter las bolsas una vez que ella se ha llegado al fondo de la cabina.
Al dejar las bolsas en el suelo del ascensor, levanta la cabeza y ve que ella está llorando.
- No llore, señora – dice, y acerca su mano temblorosa al lloroso rostro de ella. Se deja tocar y tiembla de placer cuando nota su mano endurecida en su rostro enjugado de tanto llanto –. No llore, por favor – dice Animicus mientras su mano pasa de su rostro a su nuca y acerca la cara de Mrs. La’Teef a su pecho, abrazándola con fuerza, con más fuerza de la necesaria.
- No llore más.
Se lleva su mano libre, sin saber muy bien por qué, al bolsillo trasero de sus vaqueros, donde sabe que espera su navaja.
- He dicho que no llore más, ¡coño! – dice con una sorprendente tono autoritario, mientras le pone la hoja, sucia, mal afilada, más peligrosa por antihigiénica que por cortante, en la garganta, mojada por las lágrimas y el sudor.
Se da cuenta de que aún tiene las llaves de ella en la mano y, sin dudar, aprieta el botón con el número 6 y deja que la puerta del ascensor se cierre. Llegan a la planta sexta y con gestos, Animicus le dice a Mrs. La’Teef que salga y la sigue con las cinco bolsas en una mano y la navaja apoyada en el costado de ella, en la otra. Abre la puerta con la C dorada en su parte central alta y deja que entre primero la señora y él la sigue.
Mrs. La’Teef sigue llorando, a mares, pero en silencio. En un doloroso silencio.
- Desnúdese, vamos, deje de llorar de una puta vez y quítese la ropa
Ella obedece sólo a medias, pues no es capaz de dejar de llorar.
- ¡A la cama!
Cuando está en la cama, desnuda, él se desnuda también, sin dejar de mirarla ni un instante, pero sólo le mira a los ojos. Su cuerpo es joven, pero como el cuerpo de muchos sintecho, es delgado, amarillento, deteriorado, enfermizo. Tiene la mirada perdida, húmeda, y el pene flácido.
Se mete entre las sábanas sin navaja y se abraza a Mrs. La’Teef, pegando su cuerpo al de la dama que no para de llorar y metiendo su cabeza entre sus pechos.
Ahora es él el que llora con sollozos quedos, y ella sigue llorando. Pero, si miras con cuidado, ves que sus lágrimas son ahora extrañas en esta situación: parecieran lágrimas de alegría.
Porque, por primera vez, desde que aquel conductor beodo embistiera el coche en el que ella, su hijo, la esposa de éste y su recién nacido nieto, esperaban a que cambiara el semáforo, matando al bebé y a su madre y asesinando al hombre cuerdo que vivía en el cerebro de su hijo, por primera vez desde aquel día, desde que la locura le arrebatara a su hijo, éste había vuelto a su casa y se abrazaba a ella, desnudos ambos, exactamente igual que el día que nació, y las cosas parecían volver a ser como antes:
- Mamá...
- No, llores, hijo.