miércoles, abril 22, 2009

nos queda el corazón

San Jorge (1) y tal.
Consejos para una curiosa audición: estoy experimentando con el estéreo, así que, si eres de los que te gusta apreciar estas cosas, ponte unos buenos auriculares y escucha a buen volumen este tema y lo disfrutarás mucho más


Amanecer,
Salir el sol y empezar a leer,
Tratar de ver en ver entre tus líneas
un mensaje que me haga creer
Que aún te acuerdas de esos días
En los que el sol no nos causaba sed.

Sin esperar,
Sonido alguno que marque el final
No terminar es tan valioso
Como abrirle la puerta a la paz
Verte llegar, mientras reposo,
Es más gustoso que oírme llorar

Escribes otro cuento
Ya el nuestro se acabó
Tal vez sea el momento
De hacerte otra canción

Sin intención
De hacer amigos o ser simplón
Yo ya no quiero convencerte
Tú ya no quieres tener razón
si el círculo se cierra en vano,
siempre nos queda el corazón.

Algo de ti
Se me ha colado en esta oración
La letanía de nuestros días
Se ha convertido en adicción
Soy adicto a tus poemas
Y tengo mono de tu voz

Háblame ya
no me limitaré a escuchar
te haré las voces sin reproches
y así ya sonarás a mar
y cada día, a medianoche
seré el fantoche que viene a rondar

Escríbeme otro cuento
Que estoy falto de ti
Abrázame más lento
Déjame entrar en ti

Sin intención
De hacer amigos o ser simplón
Yo ya no quiero convencerte
Tú ya no quieres tener razón
si el círculo se cierra en vano,
siempre nos queda el corazón.

si el círculo se cierra en vano,
siempre nos queda el corazón.


El día que June apareció en mi vida, supe que ya nada sería igual. Vale, hay quien piensa que en la vida se cambian las fotos que llevamos en la cartera y ya está, que todo sigue, y que un clavo saca otro clavo y listos. Pero resulta que no. Que algunas cosas quedan para siempre, clavadas con fuerza, como Excalibur y no hay Artús capaz de sacarla de la piedra, por muy rey del mambo que se crea.
Las cosas empiezan despacito, no sé si sabes de lo que hablo. Si oyes la canción, lo primero de todo, de donde salió todo lo demás, fue la primera figura del solo de guitarra (Sol-La-Si bemol- Si) que divide la canción, o que une la parte más tranqui de la marchosilla, que es una frase musical muy, muy corriente. Pero algo en su cadencia me sugirió que siguiera, que desarrollara eso y salió Nos queda el corazón.
Normalmente, escribo primero la música, con la melodía cantada en inglés de palo, palabras inconexas y tal, pero que me sirven para "armar" el tema. En esta ocasión, la canción, antes de tener letra, se llamaba "I gotta say" (aigarasey) porque es lo primero que decía, en lugar de "Amanecer..." .
El segundo paso es hacer la estructura básica: cuántas estrofas, estribillos, puentes, solos, paradas... esas cosas. Para hacer esto, armo la línea de percusión en un programita muy sencillo, pero muy eficaz, que edita archivos midi (Anvil Studio). Como no dispongo de conocimientos musicales, "pinto" la percusión en el editor. Hago un patrón de percusión básico de charles (el platillo doble que se abre y cierra con pedal), bombo y caja, al que, después, añado timbales y platillos y algo de percusión extra: pandereta, shakers (el clásico huevo), cencerro...
Ya tengo la percusión y, normalmente, en este momento, escribo la letra. Si estoy inspirado y la letra sale sin problemas, cojonudo; si veo que me atasco, hago una grabación en pachinglis en el móvil o en la cámara de fotos, para que no se me olvide el tema (una cosa más frecuente de lo que cabría pensar).
El proceso de grabación empieza pegando la percusión en la primera pista del editor de audio (utilizo Adobe Audition 3.0) y grabando una primera pista de referencia de guitarra y voz, que luego borraré, para ir grabando lo demás.
Suelo empezar a grabar las pistas buenas por el bajo. Para grabarlo, pongo lo que tengo de canción grabado (percusión y referencia guitarra y voz) en modo loop infinito y enchufo el bajo y repito la canción hasta que logro una línea de bajo que me convenza. Entonces hay que grabarla. Y eso me lleva mucho tiempo: no me gusta cortar y pegar, así que repito y repito hasta que hago de una toma el tema entero. No soy demasiado perfeccionista, ni paciente, por eso a veces se oyen esas chapucillas en mis temas.
Luego le añado las guitarras. Normalmente, tres. Una pista (o dos, a veces) de guitarra acústica y un par de ellas de guitarra eléctrica. Esto también me lleva tiempo y acaba con mi paciencia y suelo dejarlo no cuando lo he conseguido, sino cuando estoy harto, lo haya conseguido o no.
Luego pongo las voces, los coros. Esto me divierte mogollón. Aunque este tema solo tiene dos, cosa rara en mí, normalmente pongo, como mínimo, 4: una melodía principal y una línea de coro de armonía completa: las tres voces del acorde musical. Aunque, dependiendo de lo bien que me sienta, a veces pongo hasta cuatro y cinco voces de coros.
Lo último es la voz principal, que suelo grabar deprisa y corriendo, porque estoy hasta los huevos ya de la cancioncita. De hecho, si oís la letra cuidosamente, leyendo la letra, veréis que me equivoco un par de veces, pero es que carezco de la paciencia necesaria para hacer bien las cosas y me basta con hacerlas hasta el final, bien o mal.
Todo este proceso, si fuese un poco cuidadoso, debería llevarme no menos de una semana dedicando al asunto 3 o 4 horas diarias, pero lo resuelvo en dos ratitos, normalmente: uno para la composición y otro para la grabación. Soy así de desastroso.
En fin, esto es Wolffo Producciones, así trabajo un tema.

A ver si os gusta.
Y en tal caso, podéis bajarla pinchando el título, arriba, en la letra.

(1) Celebrando mi santo.



Johnny y los BiGudíes son una especie de institución en Madrid. Llevan 10 años haciendo buen rock&roll, todos los jueves, en el mismo escenario, el de Segundo Jazz, que ya puede considerarse "su" escenario. El de los BiGudíes, digo. Johnny y los Bigudíes son JuanMa (voz y guitarra), Javi Polo (voz y bajo), Francis (teclas, guitarras y voz), Nino (batería y voz) y el gran Arturo Marugán, guitarras y voz, que fue mi jefe y mi maestro (profesional, musical, de vida) durante unos años, y hoy es mi amigo. Bueno y sigue siendo mi magister, claro. Había quedado con Arturo en que tenía que ir a verles un jueves cualquiera, que llevaba un par de años sin disfrutar de su música, así que el día de mi santo, le llamé para avisarle de que iba (no por nada, sino porque teníamos que intercambiar cedeses y deuvedeses) y allí me presenté con mis amigos los Ciclones a verles tocar. Me invitaron a subir con ellos a hacer un número y eMail, guitarra solista de los Ciclones, que tiene un teléfono de esos atómico, grabó la actuación (la calidad es asombrosa si tenemos en cuenta que a) es un teléfono móvil y b) allí no había luz). Wilco, batería de los Ciclones, se había llevado su grabador de James Bond y recogió el sonido. Los coros vigorosos que se oyen son de eMail, también. Además de cantar sin complejos, el tío estaba al lado del teléfono, y del grabador, así que se le oye más a él a que la banda. Bueno, así es como celebré mi santo. Ojala se pudiera transmitir lo que disfruté allí arriba.

miércoles, abril 08, 2009

yo, me, mi, conmigo (historia de una banda de rock muy personal)

primero, la cancioncilla sola, que aquí suena mejor que en el video:


Y aquí se puede bajar: Wolffo - No quiero más


(antes de nada, aviso: la música no empieza hasta el segundo 35, no está estropeado el reproductor)

No quiero más es una idea desarrollada anteayer con unos acordes que tengo desde hace años en la cabeza, no sé a cuento de qué. Pero esos Bm-E//C#m-F#m suenan de maravilla. Como el riff de guitarra que es un sencillo y capicúa A-G-F-G-A, pero con un Mi constante, que le otorga un carácter raro, como de ensueño. En esta canción nombro por vez primera en una canción a mi musa, Lorna Cor, y en no muy buenos términos, la verdad, aunque la culpa no es suya, claro, sino, seguramente, mía. El video está grabado en 4 tomas y luego cojo pequeños fragmentos de esas tomas, ampliados hasta reventar el "grano" (el pixel, en este caso), para hacer los insertos de plano de detalle. Se ve claramente el truco a poco que te fijes, pero como carezco de chroma y del soft y el hardware necesarios para insertar imagenes en escenarios virtuales, tengo que conformarme con esto. Si hubiera tenido, tal vez, sólo un par de metros más de profundidad de campo, podría haber subsanado esa chapu. He estado a punto de hacerlo un poco más profesionalmente, pero el precio que me han dado me impide hacerlo y pringar a unas cuantas personas para luego malpagarlas. De modo que sigue este amateurismo rampante en las realizaciones Wolffas para esta super producción que es No quiero más, compuesta por mí, vale, pero interpretada por Yo, Me, Mí, Conmigo Band, un peasso de grupo de 4 tíos obesoides que tocan que da gusto, aunque lo suyo no sea grabar. A ver si os gusta y, en ese caso, copiáis el enlace Youtubero y se lo mandáis a todos vuestras amistades con el famoso ¡Pásalo!, a ver si por suerte llega a un productor que no esté dormido y se decida alguien a producirme un disco, con sus videoclís y todo, y yo prometo ser bueno. No quiero más, ahí la dejo, la balada de Lorna Cor.


Me amo, y no me avergüenza reconocerlo, lo que debería avergonzarme es el sentimiento en sí, no la exposición pública e impúdica del mismo, pero es cierto que hoy, ante vos y ante el mundo declaro que me amo
por-que yo
soy una ban-da
de rock and roll
uó u-óo
Y en este post (que servirá de punto de referencia para mis numerosos biógrafos) os contaré, someramente, cómo se formó esta banda, cuáles son sus tensiones relacionales, cuáles sus objetivos y otros datos de interés para los fans (millones) y la canallesca prensa.

BioPost de la Banda

Yo, el principio de todo
Yo formó la banda, es inútil negarlo(1). Es la típica persona con el empuje y la claridad de juicio necesarios para saber que necesita formar un grupo para divertirse porque… Yo es el bajista. Ha tocado el bajo toda su vida y, francamente: ¿a quién le importan los bajistas? Sí, ya lo sé, Paul McCartney, Sting, David Summers… pero repito, ¿a quién le importa una mierda un bajista? Yo comprendo que alguien que ame la música se enamore del bajo, del instrumento, digo, pero, ¿a dónde coño vas tocando el bajo? Si cantas, puedes divertirte tocando Fever, o Sunny, como mucho, pero si no… imagínatelo: viene gente a tu casa y tu madre, siempre encantada de que hagas las gracias que te sabes, como los perritos (¡túmbate!, dame la patita y eso), les dice a sus invitados: y Fulanito toca el bajo y tú, que eres un gran bajista, quieres demostrar lo bien que tocas y te marcas las frases de bajo que John Entwistle dejó para la historia en The real me, de los Who, que son un a pasada, pero claro, son una pasada dentro de la canción, con Pete Townshend zurrando la guitarra a lo bestia y con Keith Moon dando palos como el puto amo de las baquetas que es. Pero los invitados de tu madre no tienen el gusto de saber que ese ruido extraño que haces con esa guitarra eléctrica tan rara de 4 cuerdas gordas es la línea de bajo de The real me, canción que, por otro lado, ignoran totalmente. Se produce un silencio incómodo cuando terminas tu exhibición y alguien acierta a decir “interesante” y tu carácter de bajista (agrio, esquivo, quebradizo y propenso a la psicopatía si te tocan los cojones) empieza a formarse: te sientes incomprendido en un mundo ignorante y después de unos meses de aburrirte mortalmente, decides dejar de ser la plomiza ostra que hace ruidos graves en casa y decides que una de dos: o matas a tu madre (que te atormenta preguntando si no te gustaría más tocar la armónica, o el clarinete… lo que sea, con tal de dejar de escuchar ese doumb, doumb, douuumb) o formas una banda de rock. Como el perfil psicópata de tu carácter aún no se ha adueñado del todo de tu personalidad (y tu madre hace unas croquetas cojonudas), decides formar una banda y te pones a llamar gente.


¿Me lo dices o se lo cuentas a Me?
Yo llama a Me y le pilla en su garaje, dando palos a una batería verde que le ha costado 90 machacantes. La batería es una mierda, pero Me consigue sacarle un sonido aceptable, porque tiene el ritmo y el compás metido en las venas y es de esos músicos que sabe, intuitivamente, cómo son las canciones sin tener que haberlas oído antes. Si eres músico, sabes de lo hablo. Me es un batería clásico: barriga cervecera inexplicable, pues no toma cerveza (y que, por otra parte, no tiene ningún pudor en mostrar, como se aprecia al final del video), un desinterés por su aspecto rayano en el descuido, carácter primitivo, un cierto sentimiento de yo aquí sobro, algo de esquizofrenia enfermiza episódica y, por lo general, simpatía y buen rollo desbordantes y contagiosos. Como los buenos baterías, no hace falta que Yo convenza a Me de nada, Me me apunta a lo que sea, con tal de meter ruido y de reunirse con los colegas a hacer buen (o mal) rock and roll. Ya son Yo y Me. Pero un bajista y un batería juntos no son un grupo, aunque son lo más importante para un grupo. Se sabe que guitarristas y cantantes los hay a patadas hasta en Valdemorillo.


Sólo Mi, Yo y Me
Los guitarras solistas son peor que un dolor de muelas, en serio. Aparte del acusado complejo de diva que suelen tener, se pasan el ensayo ajustando los controles de la guitarra, del amplificador y de los 300 pedales que suelen llevar. No suelen estar contentos con el sonido de los demás, ni con el propio, son puntillosos en extremo y pesados hasta la extenuación. Mi no es una excepción: es un maldito guitarra solista que toca muy bien dos cosas: la guitarra y los cojones del resto de la banda que le aguantan porque necesitan a alguien de quien reírse abiertamente en los ensayos. Porque Mi está tan absorto en su mundo que es el blanco perfecto de las chanzas de los demás. Yo, Me y Mi ya son casi una banda. Casi, porque aunque los tres tienen una voz pasable, y un atinado sentido de la afinación, ninguno es cantante. Y eso es lo que falta.


Conmigo, la banda está formada
Si el guitarra solista tiene complejo de divo, lo de los cantantes no es complejo, es enfermedad. Los cantantes no forman parte de un grupo, “tienen” un grupo; no tocan con una banda, sino que “la banda toca conmigo”. Tienen un sentido utilitario de los músicos que, la verdad, no sé cómo los músicos aguantan a los cantantes. Conmigo no es, ni mucho menos, una excepción. Es un egoísta insoportable, que quiere que la banda toque sus canciones, que considera las mejores composiciones del planeta, aunque los demás miembros de la banda dudarían muchísimo de calificarlas siquiera de pasables. Quiere ponerse en el centro, cuando están en escena, para que la gente le mire a él y si, como es el caso, el cantante está obeso, recrimina silenciosamente al resto de los miembros de la banda el ser delgados, como si lo hicieran para molestar.

Como dice el propio Conmigo en su Space, “Me conocí un día que tocaba la guitarra, lánguidamente, en mi habitación. Me dije a mí mismo que podía tocar el bajo, y otra guitarra y soplar la armónica y quizá dar golpes a la batería y hacerme coros y estuve de acuerdo. Todo fue bien mientras los egos no empezaron a dar por culillo. Wolffo quería destacar sobre el ciclón de Valdemorillo, y éste sobre Jorge. Así que no llegaron a conclusión ni acuerdo alguno y se limitaron a hacer música, de donde se deduce que no es tan necesario el consenso ni eso que dicen todos los grupos de que son muy amiguetes y tal. Que luego no es verdad. Keith no soporta a Mike, me han dicho. Hoy, cuando la realidad musical golpea con ignorancia mi maltrecho cuerpo, estoy cansado ya de contar mi vida, así que en otra ocasión os cuento lo del día que me hice astronauta, que tiene bastante gracia”

(1) Para facilitar la comprensión de este alegato de verdad, pureza y rock and roll, de ahora en adelante hablaré de los componentes del grupo (del bueno de Yo, del capullo de Me, del inconstante Mí y del insoportable divo Conmigo) en tercera persona, como si yo mismo fuera un ente externo y objetivo, un pájaro discriminador que sobrevuela la escena sin intervenir en ella. Además, existen precedentes: grandes personajes hablan de sí en tercera persona: Julio César, Juan Carlos I o Induráin son sólo unos ejemplos reveladores.

miércoles, abril 01, 2009

limpias con cuidado las azarosas gotas de sal

Desordenada habitación (cover de Nacha Pop)





Me miras, sin verme, todos los días. Muchas veces. Crees que te miras, pero soy yo quien te convence de lo que ves. Soy un hábil manipulador y tú eres guapa, lista, tienes mundo y eso, pero eres un poco ingenua y no te has dado cuenta de nada.
Te veo nada más levantarte, con esas graciosas legañas en tus ojitos aún medio cerrados… o sea, cuando, siendo sinceros, estás un poco más fea, aunque graciosa, eso también es verdad. Te prefiero cuando sales de la ducha, porque no sabes que te estoy mirando y te pones delante de mí, aún mojada, desnuda y crees que te miras detenidamente, buscando en tu piel húmeda rastros del paso del tiempo. Me gustan tus tetas redondas, plenas, suaves y ya no tan duras, un poco caídas, pero expertas, un canto vigoroso a tu vida de mujer amada.
Me gusta verte cuando te lavas los dientes, creyendo, otra vez, que te miras, porque no hace falta vigilarse uno mismo mientras realiza esta labor diaria, pero tú sigues ahí, creyendo que te miras de cerca, como si así fuera a ser más eficaz el cepillado.
Me gusta mirarte cuando desapareces un rato y vuelves a aparecer, al menos un par de veces al día (eres pura duda), primero con una camiseta ceñida, luego con una blusa azul, luego un jersey de cuello alto… y te decides por una de las tres, sin que yo, después de años mirándote, sea capaz de deducir a qué obedecen tus, para mí, adorables y caprichosas elecciones.
Me gusta verte cuando, ya vestida, te peinas frente a mí, y te dibujas la raya del ojo, y te maquillas lo justo para que no se note demasiado que te maquillas y me gustan tus caritas para fijar el pintalabios, y la forma en que me miras, un poco de perfil, tres cuartos, casi, cuando decides que ya estás guapa para salir.
Siempre, sin fallar un solo día, miras justo debajo de mí y ves unas curiosas gotas secas de agua salada que te hacen mirar al techo y preguntarte de dónde caen esas gotas. Finalmente, cortas un poco de papel higiénico, aplicas con tu lengua unas gotas de saliva y limpias con cuidado las azarosas gotas de sal.
Y entonces te vas.
Y todo se ha quedado en silencio y oscuro y yo solo pienso en verte de nuevo volver. Pero soy tu espejo y aunque tú creas que me limito a reflejarte, eso no es así. Te veo, te asimilo y te dejo ver a ti la mujer que a mí me gusta mirar. Eso explica que, a veces, al llegar a la oficina, alguien te diga que tienes mala cara, y entras en el baño y ves en ese espejo de oficina lo que nadie quiere ver: la verdad[1].
Pero me has dejado solo en esta habitación desordenada, que todavía huele a ti. Con la ropa de ayer sobre la silla que molesta solo un poco a los pies de la cama. Con el albornoz sobre las sábanas de la cama deshecha. Con tu colonia aún en el ambiente y la humedad de la ducha diluyéndose poco a poco.
Y así, como cuando el gato no está, empieza el espectáculo para los ratones. Cada día, cuando el día ha ganado ya su diaria partida a la noche y la claridad es indiscutible, la pantalla impoluta de mi superficie reproduce las imágenes grabadas de tu yo diario. Dejo de reflejar para emitir, uno por uno, todos los fotogramas de la película de esa misma mañana, y tu habitación se llena de ti, otra vez.
Hablan las paredes y reproducen en un eco sin fin las pocas palabras con las que comienzas el día; el suelo, atento a la pantalla, sincroniza tu imagen con los pasos que tus pies dieron esta mañana y reproducen el sonido con irritante exactitud.
El albornoz se incorpora de tu cama -y tus sábanas le recriminan su humedad- y nos cuenta cómo era tu piel esta mañana, cómo rozaban tus caderas y tus nalgas en su rizada superficie, y nos habla de la temperatura de tu sexo y de la suavidad de tu espalda y, de corriente, ese es el momento en que todos nos callamos y, sencillamente, esperamos a que parezcas de nuevo.
Y yo, y los ópalos que me componen, sencillamente, cantamos entre dientes, suave, pero sentido, canciones que sólo quieren llegar a tus oídos de diosa y, un poco absurdos, esperamos a que pase algo (¿y qué tendría que pasar?) que me permita dejar de verte en el espejo y empezar a verte entre mis brazos, siendo así que dejo caer unas lágrimas incontroladas que te harán preguntarte, cada mañana, de dónde caen esas misteriosas gotas saladas.
Lloro de verdad, Lorna, porque te extraño y veo que aunque intente acercarte, te irrito y te alejas de mí, pero lloro, también, porque me gusta ver cada día, cómo limpias con cuidado las azarosas gotas de sal.
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[1] Porque los espejos de oficina son como esos falsos amigos que te dicen siempre la verdad. Esos cabrones que te dicen, como presumiendo, incomprensiblemente, de ello: “yo es que soy un poco brusco, y digo siempre lo que pienso”. Claro que nunca dicen en voz alta lo que piensan de ellos mismos…