miércoles, marzo 25, 2009

La cintas de Jose y otras músicas

Indian girl (Hollies cover)



Cualquiera que escuche esta canción con un poquito de apertura de orejas, y salvando la insalvable distancia de las voces, verá en el color de este tema más a Crosby, Stills & Nash que a los Hollies. Se escucha clara la voz y la forma de plantear las armonías vocales del gran Graham Nash. Este tema es de la época psicodélica de los Hollies, un grupazo de Manchester a quien se ha colocado el sambenito de ser los Beach Boys o los Everly Brothers británicos, o los herederos de los Beatles. Seguramente, si los Hollies no fueran los Hollies. todo el mundo tendría un poco de razón. Si te gustan todas esas referencias (Beatles, Beach Boys, Everly Brothers, etc.) debes acudir urgentemente a donde te surtas de música y buscar discografía de los Hollies, preferentemente de los años 60, que es donde se acumulan casi todas sus obras maestras, que no son pocas. En este temazo, el reverso del single (no me atrevo a llamarlo cara B) de otro monumento al buen gusto que fue Magic Woman Touch, toco todo. Esa batería chapucerilla que se oye soy yo dándole a los palillos, por fin me he atrevido a grabarme a la percusión sin ayuda de maquinorris. El sonido no es muy bueno, porque la batería con la que toco (que me costó, completa, 90 euros) no es un instrumento de primera calidad, que digamos. Tampoco toco con baquetas, sino con una especie de cosa a medio camino entre éstas y las escobillas que se llaman matizadores, que no son lo más apropiado para grabar, pero hacen menos ruido que unas buenas baquetas y no quería torturar a mi familia con mi peculiar sentido del ritmo. aparte de eso, otra característica curiosa de esta grabación es que la guitarra eléctrica que se oye levemente al final está tocada sin enchufar, con el micro pegado a la caja de mi querida Dotty y suena con gracia, hombre. El resto, lo habitual: guitarras acústicas (normal y 12 cuerdas), bajo y tres voces que rozan el desafine en algún pasaje, pero es que esa forma de hacer armonías es endemoniada y yo no tengo demasiada paciencia. Bueno, vaya rollo, a ver si te gusta.


Yo desperté al mundo (al de la música y al otro), probablemente, con las cintas de mi hermano Jose. En mi casa, todo el mundo era cantarín y musiquero, herencia de mi madre, cantante aficionada que, en su juventud canaria había hecho sus pinitos junto al gran Alfredo Krauss, a quien le unía una vieja amistad. Todos, de alguna manera, adoraban la música. Jesús, el segundo, que siempre ha ido a su aire, era un hombre de su época y adoraba a Led Zeppelin, Deep Purple, Pink Floyd... y en general la música de los años 70. El rock progresivo, el rock sinfónico y el hard-rock eran sus banderas. A Militos les gustaban otras cosas que, la verdad, no recuerdo muy bien. Pero me hacúia reir constantemente con imitaciones y parodias de cantantes. La recuerdo imitando a unas trillizas cantando You are the sunshine of my life, y cosas así. Y con la guitarra, claro.
A Paloma siempre la relaciono con Journey through the secret life of plants, de Stevie Wonder y con la bellísima tristeza de una canción de baile de aquellos días, Gonna get alone without you now, de Viola Wills. una canción que tenía la peculiaridad de sumirme en un estado melancólico, aun no sé por qué.
Mi querida Montse, la frágil y quebradiza Montse, de quien ya peroré un día, adoraba la música de niños y sus discos, aun a los veintitantos, seguían siendo los de un niño pequeño. Pero la relación de Montse y la música estaba en las repeticiones interminables en la flauta dulce de "Campanitas del lugar".
Al otro lado del descansillo vivía Michel, y en su casa siempre había música, también: otro tipo de música (música francesa, y música americana, John Denver, Peter, Paul and Mary, Jim Croce...). Vamos, igual no era esa la música que ponían en su casa, pero es la que ha quedado en mi recuerdo relacionada con mi segunda casa, o sea, la suya.
Pero ninguno de mis hermanos me influyó como el mayor de todos ellos, Jose, en el asunto musical. De él recuerdo su inglés fraudulento pero estilosísimo, a la guitarra (inventaba descaradamente la letra de todas las canciones), sus charlas didácticas sobre los Beatles y sobre mil grupos más, sus discos intocables (como el Abbey Road de los Beatles y el Sticky Fingers de los Stones, ambos originales y traídos de Londres) y, sobre todo y por encima de todo, sus cintas.
Había tres cintas por encima de todas las demás. Tres cintas que acabé robándole, porque eran insuperables, y en aquella época recopilar música era más trabajoso y caro que ahora. Una de ellas, Buch la recordará con toda seguridad, era una BASF C-90, que se llamaba "Spanish Rock" (en aquella época, te grababas una cinta y le ponías un nombre), y que estaba llena de música de los 60 en español: los Sírex, los Mustang, Los Ángeles, Los Salvajes, Los Brincos... todos los grupillos molones. Esa cinta, además de oírla miles de veces, nos sirvió a Buch y a mí en nuestra primera aventura musical juntos (Cachas 77 era nuestro nombre de guerra, nombre genial propuesto por Buch, claro) para darnos cuenta de que la fama era dura. Grabábamos canciones cantando encima de la música original (La escoba y miles más) y tratábamos de impresionar a Maria Victoria (Maritoria) y sus amigas enviándole cintas que, imagino, les servirían para reírse de nosotros a mandíbula batiente. Debéis saber que esa persona tan juiciosa que ahora responde al nombre de Fantasma Paraíso, era en esa época amigo de Maritoria y su trouppe, además de enemigo nuestro (él era de los mayores) y creo que él escuchó las cintas en alguna ocasión y participó en una contestación grabada riéndose de nuestros jóvenes corazones enamorados. Ay...
La otra cinta era de los Beatles, claro. Una cinta con canciones que, aun hoy, siguen recordándome a mi hermano mayor sin remedio: I will, I'll follow the sun, I don't want to spoil de party, Things we said today... cada vez que oigo ese rasgueo inicial de guitarra, veo a mi hermano con su guitarra española, sentado en mi sofá cama, armado de paciencia intentando enseñármelo y diciéndome que por canciones como esa, los Beatles siempre serían únicos. Cualquiera, decía, puede escribir un rock. Pero Things we said today sólo podrían hacerla los Beatles. Y es verdad, yo sigo convencido de eso. Relaciono esa cinta, sobre todo, con tardes de verano solitarias, disfrutando de que en casa se hubiera largado todo el mundo (menos él, que preparaba sus oposiciones). Sí, porque en aquellas casas tan llenas de gente, lo extraordinario era cuando estaban vacías y silenciosas.
La última es la que me ha inspirado el post y la canción de hoy. Era una cinta de los Hollies. Ahí estaba Carrie-Anne, Pay you back with interest, Sorry Suzzane, Bus stop y las dos canciones que me hicieron amar a los Hollies más que a otros grupos, supuestamente míticos como los Stones: Magic Woman Touch y esta delicia que grabo hoy.
Si mi hermano llega a leer esto, probablemente se sorprenda de que esas tres cintas me marcaran tanto y, probablemente, se enfade, momentáneamente, al enterarse de que yo le mangué las cintas, si es que recuerda estas cintas en concreto. Si llega a leer esto, espero, de corazón, que escuche la canción y que le haga gracia ver que, al final, esos ratos sentado en su cuarto o en el mío, tratando de meterme en la cabeza la música y cómo tocar la guitarra, sirvieron para tonterías como esta.
Ea, Jose, esta va por ti.

domingo, marzo 22, 2009

Lady Marmalade me hace un sitio

A Pilar.

Yes it is(*)

¿Y si su pretendido mal humor no fuera más que miedo? ¿Y si su supuesta manía de que todos piensan mal de ella, no fuera más que una forma de ponerse la venda antes de resultar, efectivamente, herida? ¿Y si ella fuera la que yo pienso que es?
Lady Marmalade es la mujer que sostiene el universo. Es el pilar sagrado en el que se apoyan su devenir y su historia, y el el regazo materno en el que puedes encontrar calor y consuelo. Es un solo día de tu vida, pero es ese día especial que nunca olvidarás. Es un dedo que acaricia tu pierna a escondidas, es una mirada que no se separa de ti, un amigo que te escucha, es una presencia que quizá no hayas notado, pero que sólo y siempre te ama.
A Lady Marmalade, desde hace unos meses, se le está cayendo el edificio entero de su existencia encima y los operarios que acuden al rescate no hacen sino agravar más la situación. Piensa que quizá sería hora de un borrón y cuenta nueva, pero es tan profundo el abismo, tan pronunciada la caída, tan precipitado el salto al precipicio, que no termina de decidirse a dar el paso adelante que, al menos, le permitiría comprobar si las alas con que le premió el cielo son buenas, o son solo atrezzo.
Lady Marmalade, el viernes, estaba tan hermosa que los demonios se asustaron cuando empezó a llorar y huyeron. Porque, al llorar, sus ojos de miel brillaban tanto que los cabroncetes de los diablos no tenían nada que hacer allí. Me dijo, diciéndome otras cosas, que es la diosa del saber estar, que no tiene miedo del miedo y que su piel, su corazón y sus ansias tienen un regalo para mí. Que hicieron una colecta y me han comprado un día de felicidad.
En ese día, mi querida Lady Marmalade me dedicará las mejores sonrisas de su boca sabia; los mejores pasos de sus pies acariciadores; el amor más cierto de su pecho cálido y las perdidas ganas de querer; me llevará de la mano, me contará historias, me abrazará, me hará reír (y puede que también llorar) y me enseñará, en un día, todo lo que un hombre bueno puede desear para toda una vida.
Lady Marmalade, sabedlo, tiene siempre sitio para mí. Y para ti. Y para cualquiera que se acerque a ella. Lo sujeta todo, sujerando nada, y se deja usar por todos para apoyarnos in aeternum sobre su carácter de mamá amorosa y fértil.
Quiero a esta mujer que siempre me ha hecho un sitio.
Sencillamente, quiero a esta mujer.

(*) Yes it is: Esta maravillosa canción de los Beatles es una de esas piezas a las que no he podido resistirme en la vida. Para cantarla me he limitado a la guitarra acústica y las tres voces clásicas, porque me resulta imposible pensar en otro arreglo. Esta sencillez esencial, estoy seguro, me la agradecerá el personal, porque el personal es agradecido. Como siempre, si alguien quiere bajarse el tema, pinchando el título se accede a la página de descarga. Disfrutadla.

martes, marzo 17, 2009

tú solita

I won't back down (Tom Petty cover)


Tom Petty, casi nadie al aparato. Una de esas figuras que ha construido una sólida reputación sin concesiones. No es hombre de pelotazos, sino de grandes canciones que, poco a poco van calando. Una de esas super estrellas que no asientan su popularidad en nada que no sea tu talento y un prestigio que, tenaz, crece y agiganta su leyenda cada año un poco más. Esta canción es sencilla, esencial, pura. Una agridulce pastilla de rock contemporáneo y una declaración de intenciones. Está tocada con banda clásica: dos guitarras, bajo, batería y tres voces. Una pequeña gran obra de un gran músico de nuestros días. Dedicada a mi admirado y extrañado, por su vaguería, Yambra, maldito psi-psi, a quien no sé si le gusta Tom Petty, pero todo me pega que sí (y en ese caso, espero que me perdones el destrozo), y a Lorna Cor, claro, porque no puede, no puedes, Lorna, volver a caer.


El doctor Yambroid -circunspecto, hábil, gentil- hizo pasar a Lorna Cor -expresiva, teatral, tórrida- a su despacho y le ofreció asiento, consejo profesional y un zumo de naranjas recién exprimidas. Lorna pensaba aceptarlo todo, sobre todo porque el doctor era un hombre sumamente atractivo. Físicamente atractivo. O sea, no es que fuera guapo (puede que sí, pero esa no es la cuestión… ahora), sino que físicamente, por las leyes de la física, quiero decir, te atraía cuando entrabas a su despacho. Era un truco. Como ocurría en la Casa Encantada del Parque de Atracciones de Madrid, la estancia en la que se encontraba el despacho del doctor Yambroid, estaba diseñada para que sus pacientes (sólo admitía mujeres) se sintieran atraídas por él. Así que cuando Lorna entró y se vio, físicamente, obligada a abalanzarse sobre el magnético doctor, le abrazó sin saber muy bien a qué obedecía este raro comportamiento. “¿Estaré borracha?”, pensó, y desechó esa posibilidad, porque hacía 3 días que no se tomaba ni una cerveza.
Yambroid –comprensivo, tenaz, manoslargas- abrazó pues a la sobrevenida y sorprendida Lorna –asombrada, desubicada, divertida- y aprovechó el simpático achuchón para tocarle las tetas así, como de refilón, y comprobar que además de una sonrisa luminosa, unos ojos en los que merecía la pena perderse y una especie de halo terriblemente sensual que la envolvía de pleno, Lorna las tenía magníficamente puestas.
Al fin, sentada, Lorna cruzó su magnífica pierna izquierda sobre su preciosa pierna derecha y empezó a hablar. Si dejamos aparte el truco físico del despacho, que no tenemos porqué, el doctor Yambroid es un psicoanalista muy competente, pero la visión de las piernas cruzadas de Lorna perturbó su juicio y se fijó en cómo se insinuaban, bajo el pantalón –liviano, fresco, veraniego- las curvas de los muslos de Lorna. Quiso sentarse frente a ella y besarla larga y lentamente en los labios, mientras sus manos acariciaban, avariciosas, la cara externa de sus muslos. He aquí una mujer, se dijo, y he aquí que yo la deseo y no la puedo tener. Por no poder, ni escucharla puedo, porque en lugar de fijarme en los sonidos que emite su boca, sólo miro cómo sus labios se entreabren y cierran y quiero poseerlos y que ellos posean ese cachito de mí. Lorna es consciente de que el loquero no la escucha, y ella misma, mientras habla palabras que nadie escucha, deja pasar el rato hasta que se larga de allí.
No, el psicoanálisis no la va ayudar.

Lorna, sola, mira las paredes desnudas de su nuevo apartamento, pensando en qué poner en ellas. Si la vieras… Aunque no está alelada por ello, sí que sigue, un poco superficialmente, los principios del Feng Shui, y eso condiciona la decoración y el amueblaje de un apartamento a cuyo constructor le importan un bledo las corrientes y la luz, la armonía, la energía y todo lo demás.
Ya va por el tercer Ballantines con Cocacola y empieza a no fiarse de las líneas rectas de la pared. No es que no sean perfectas, que nunca lo son, sino que parecen moverse a voluntad mientras ella, imaginariamente, trata de decorar. En su imaginación, intenta colocar un enorme cuadro que le regalaron, una parodia de la última cena, con Bono en el papel de Jesucristo y otras estrellas del rock de los 80 pelmazas como apóstoles. El problema es que a la línea del techo no parece caerle bien Bono y, cada vez que, por sorpresa, el imaginario de Lorna coloca, de pensamiento, el cuadro allí, la línea del techo baja y le rompe la cabeza al plomizo profeta irlandés.
- ¡Serás p….puta…! - le dice Lorna a la línea del techo. No es que a Lorna le caiga demasiado bien Bono (ella misma le rompería la copa en la cabeza… por cierto, está casi terminada, voy a rellenarla), pero el cuadro se lo pintó especialmente un amigo un poco tonto a quien, una noche de pedo, le contó lo bien que se lo pasaba ella en los 80 y lo que le gustaba la música de entonces. El amigo no era demasiado especial, pero no era cuestión de desgraciar el cuadro, que, pesados aparte, tenía su gracia, y siempre lo había tenido colgado en sus casas anteriores. Además, siempre que tenía invitados de su quinta, trataban de adivinar quiénes eran los sustitutos de los apóstoles y, salvo Bono, no solían adivinar casi ninguno. Termina la copa, la cabeza le da vueltas y surge una nueva idea típicamente alcohólica: trata de engañar a la línea, pintándole bigotito y perilla gongorina a Bono, pero la línea del techo es astuta (y sobre todo, está sobria) y descubre la treta. Maldición.
No, el Ballantines tampoco sirve.

Lleva tres días seguidos sin ver la luz del sol, pegadas las cejas al ordenador, tratando de terminar el informe del departamento de física cuántica. Son sus vacaciones, pero eso no parece importarle lo más mínimo. Sigue trabajando sin descanso. Centrada, casi obsesivamente, en su trabajo, hace tres días que no le duele el corazón. También hace tres días que no habla con nadie. Que nadie la mira. Que no sonríe. Hace tres días que no se queja de lo mala que es la programación de la tele. Hace tres días que no corrige a los locutores de la radio, que no canta en la ducha, que no se tropieza con la maceta que hay junto al ascensor en el portal; hace tres días, en suma, que no vive.
Trabajar obsesivamente tampoco es una solución.

Se compra tres vestidos sin mirar el precio (y al firmar el ticket de la Visa casi se le para el corazón); llama a una amiga a la que no ve hace diez años, de la que ha oído que no le va muy bien, para ver si por comparación… Pero, al verla, la ve más vieja (pequeño triunfo 1), más gorda (pequeño triunfo 2), peor vestida (pequeño triunfo 3) y más pobre (pequeña derrota 1); la invita a comer un arroz en St. James y cuando comprueba que su amiga es mucho más infeliz que ella, no encuentra consuelo en eso, antes al contrario, y eso vuelve a deprimirla un poco.
No, ser gilipollas tampoco sirve para salir del bache.

Llama a Wolffo. Sabe que sólo tiene que llamarle para que éste, como un perrito faldero, acuda raudo a lamerle los pies. Aunque lleva varios días tratando de quitárselo de encima porque en primavera no hay quien le (me) aguante, siempre le sorprende lo fácil que es convencer a un hombre (salido) de que si viene, puede haber temita. Hacen el amor antes de cenar, cenan y de postre, se cenan el uno al otro antes de hacer el amor otra vez. Duermen abrazados y cuando, al alba, Wolffo se va y elude sus arrumacos matutinos, se siente más vacía e infeliz de lo que se ha sentido en su vida.
No, ser (aún más) gilipollas no la ayudará.

Se pone en pie.
Y se da cuenta, tal vez con una lágrima intentando no resbalar por su rostro de porcelana, de que no puede volver a caer. Busca dentro y encuentra a la niña saltarina y casi mala; a la adolescente teatrera, a la jovencita hiperpintada y con hombreras gigantescas; a la treintañera juerguista que no quiere dejar de ser una niña que sueña y a la mujer que, en realidad, es. La que yo amo.
Puedes tratar de ser así o de la otra manera. Pero las cosas no van a cambiar si no cambias tú, Lorna. Está el día soleado y tu ánimo empieza a despejarse.
¿Damos un paseo?

viernes, marzo 13, 2009

revuelto peligroso

No es extraño que tú estés loca por mí



Buch sabía, de sobra, que yo estaba loco por June, así que no hizo falta que le insistiera mucho para que fuéramos a la feria. Como todos los años, habían puesto el circo y las atracciones, y los puestos de churros y de porquerías, en el descampado de Plaza de Castilla, justo enfrente del depósito del Canal de Isabel II. Entonces no existía la Avenida de Asturias, ni las torres inclinadas, ni nada… La Plaza de Castilla era el límite del nuevo Madrid y servía de vértice para los que vivíamos alrededor; desde los más afortunados y pudientes poseedores de casas grandes en la avenida del Generalísimo (ahora Castellana), hasta los sorprendidos y mucho más humildes habitantes de la Ventilla, un pueblecito de esos que se ven absorbidos por el crecimiento periférico de la ciudad. Aún cuando yo era pequeño, al lado de casa, en lo que debió ser la antigua carretera, había un cartel de salida de carretera que señalaba a La Ventilla.
Nosotros estábamos en medio. Los de Agustín de Foxá sufríamos del desdén pijo de los unos y la envidia macarra de los otros. Pero, la verdad, a esa edad, nos daba todo igual, mientras pudiéramos pasar la tarde en la calle, tirando piedras, jugando al fútbol y persiguiendo chicas. Yo perseguía a June.
Sabía que a June y sus amigas, Darling-T y Dizzy-B, les iba el rollo de la feria. Eran felices dejándose perseguir por los macarritas de La Ventilla y viendo cómo no nos atrevíamos a hacerles frente en los coches de choque. Pero es que los quinquis, de toda la vida, han sido mucho más hábiles que las personas normales al volante de esos cacharros infernales que son los coches de choque. Creo que es algo de los genes, que les hace ser más impávidos ante el peligro y manejar con más soltura cosas como los tacos de billar o los mangos del futbolín. Bueno, eso, les hacía mucha gracia subirse a esos engendros y ver cómo los ventillanos nos apartaban de ellas y nos achantaban. Claro que nos achantaban, pero porque, otra característica de los tipos estos, es que van en manadas numerosas y cuando uno tiene un problema, o algo, se multiplican.
Bueno, ahí nos tienes a mí y a Buch, a las cuatro y media de la tarde, paseando por la feria, entre atracciones, con un sol importante, y los garbanzos aún revoloteando en nuestras tripas (Buch había comido en mi casa) y ambos buscando a June y sus amigas. Era mejor encontrarlas pronto, porque los quinquis vendrían pronto y entonces era mejor retirarse o prepararse para pelear y Buch y yo, aunque arrojados y supervalientes, preferíamos evitar el conflicto; con aquellos ventillanos, además, no era posible el debate de ideas. Cuando le rebatías a uno un argumento con un florilegio verbal, a los que Buch y yo éramos muy aficionados, te devolvía la estocada argumental con una limpia patada en los huevos, por ejemplo.
Al fin, después de muchas vueltas, vimos a June junto al puesto de los churros. Hacia allá fuimos y vimos que las chicas debatían en una esquina del quiosco, en la típica actitud de discutir si se tomaban unos churros o lo gastaban todo (y todo, entonces, era siempre poco dinero) y tomamos los mandos de la situación: las invitamos. Elegimos, además, el manjar más repugnante que venden en esos sitios: una especie de porra bañada en chocolate y rellena de una crema pastelera (y eso que a Buch no le gusta nada la crema pastelera, pero como era un buen amigo –antes lo era, en serio- transigió). El asunto es bastante asqueroso: una especie de falo africano no circuncidado, sobredimensionado, grasiento a más no poder y de sospechosísima salubridad.
A June le gustaba mucho una atracción llamada “El barco pirata”, que no sé porqué se llamaba así. Es decir, barco sí, pero no sé porqué pirata. ¿Tal vez porque sus dueños y explotadores no cumplían sus deberes con la hacienda pública? Ahí dejo esa teoría. El caso es que a June le gustaba. Preguntadle a ella porqué le gustaba esa atracción tan sosa. A mí me gustaba ella y, por ella, subimos. Subimos, además, y nos pusimos en el único sitio tolerable para chicos valerosos como nosotros: la última fila (ver figura 1), la que, por mor de la arquitectura del barco, más se movía. Eran bancos de tres plazas y un pasillo central. Yo ocupaba la esquina del barco, en la última fila, y a mi lado, June. En el banco de delante se situaban Darling-T, justo delante de mí, Buch, delante de June y al otro lado de mi amigo, junto al pasillo, Dizzy-B
Nos dispusimos a pasarlo en grande, y yo al lado de June, esperando poder meterle un poquito de mano en el fragor de la batalla. Buch, que estaba estratégicamente situado entre Darling-T y Dizzy-B, estoy seguro de que, de no mediar los trágicos hechos que me dispongo a contar, habría triunfado, fijo. Ahí donde véis a Buch, con su cachaza, de joven era lo que las niñas definían como “muy mono”. Antes de que empezara la cosa a menearse, mi estómago envió un par de mensajes de alarma, pero yo atribuí los avisos a la cercanía de June, que solía ponerme muy nervioso.
Pronto, en cuanto empezó el meneo del barco, me di cuenta de que había sido un error comerme el falo de chocolate; y comerme el de Buch, otro error. Al parecer, en mi organismo, habían entrado en contacto ambos falos con los garbanzos y la naranja que los precedieron en mi ingesta y el cóctel amenazaba tormenta.
El barco empezó a moverse en serio y la gente levantaba los brazos, como se aprecia en la fig 1 (abrid la foto en otra ventana y se verá más grande y hermosa y podréis apreciar, ya de paso, mi habilidad para el dibujo y para reflejar con dos trazos, las expresiones de la gente) pero yo me sentía morir. Notaba que los falos habían hecho reacción en mi estómago y que su reacción era ¡salgamos de aquí! Yo no sabía qué hacer, y cuando llegó un momento en que no puede aguantar más, sencillamente, dejé que las cosas sucedieran. Al llegar al punto más bajo del balanceo (observad la figura 2) se desató la tempestad.
Poté.
El revoltijo de falo de chocolate y crema, naranja valenciana y garbanzos castellanos, convertido en una argamasa calentita y recién preparada, se me desbordó por ambos lados de la boca, porque la ley de la gravedad es inexorable. Yo estaba boca arriba y la vomitona salía como un géiser de mi boca sorprendida y caía sobre mí de nuevo de una forma repulsiva, y salpicó a June, claro, que gritaba asqueada y me golpeaba el hombro con violencia.
- ¡Guarroooo, guarrooooooo…! - me decía, pero sus palabras, como sus golpes, no me afectaban en absoluto, bastante tenía yo ya.
Y los hechos continuaron.
El barco siguió su balanceo y el siguiente acceso de vómito, la siguiente y brutal erupción tuvo lugar en una posición opuesta a la de la primera pota. Os propongo un ejercicio. Imaginad, observando con detenimiento, la figura 3, los estragos que causaron las siguientes vomitonas mientras estaba boca abajo.

Delante de mí, debajo de mí en esa posición, unas cuantas filas de alegres adolescentes levantaban los brazos despreocupados pasándoselo en grande. La primera en reaccionar fue la compañera de asiento de Buch, Darling-T, que sintió la vomitona en su nuca en seguida. Se volvió y en su cara había asco, sí, pero también odio. Mucho odio. Y, sucesivamente, y por riguroso orden descendente, las juveniles y desavisadas nucas que estaban delante de mí fueron recibiendo su ración de vómito recién hecho. Todos reaccionaban igual: se llevaban la mano al cogote, se apartaban (con lo que dejaban el paso libre para el siguiente cogote) para mirar de dónde coño salía tanta mierda y me maldecían. Yo me quería morir, porque no dejaba de vomitar. Hora a mí mismo, hora a los demás, mi joven cuerpo alojaba un veneno mortal del que iba deshaciéndose en algaradas cada vez más violentas.
Los gritos del personal, crecientes e indignados, alertaron al indiano que manejaba la maquinaria. Éste tardó un rato en reaccionar, porque no estaba preparado para este tipo de incidencia. Aparentemente todo funcionaba bien, pero ¿qué era esa extraña sustancia beige, parecida a una diarrea de bebé, que salpicaba los cielos y pringaba a los tripulantes de su barco pirata?
Detuvo el invento poco antes de que yo falleciera, porque ya había vomitado hasta los calostros y lo siguiente era echar el bazo. Vi de reojo a June que iba a compadecerme (eso lo hacen genial las niñas, cuando uno de hace daño, si tiene la suerte de una niña le mime, es lo máximo), pero se detuvo al ver a su amiga, Darling-T echa una piltrafilla y llena del todo de vómito, que me gritaba una y otra vez que qué coño estaba haciendo. Más, muchos más de los tripulantes ocasionales del barco se volvieron y avanzaron hasta mi asiento, con intención de machacarme, pero dos cosas me salvaron. Una, el penoso aspecto que debía presentar. Y otra, el gran Buch, que alejó a los más belicosos con audacia y astucia infinitas. Nunca me ha contado qué es lo que les dijo para salvar mi pellejo, pero… algún día puede que me lo cuente.
En la megafonía de la feria empezó a sonar una canción de Burning, y mientras Toño cantaba, como el chulo que era, “no es extraño que tú estés loca por mí”, miré a June y ella, que es un ángel, antes de marcharse, me sonrió.

miércoles, marzo 11, 2009

por si sucede

If I fell

¡Buah...! Si hubiera otro grupo con la capacidad de los Beatles para producir obras maestras, no cabría en este planeta, o en este tiempo. Esta cancioncita, tan sumamente hermosa, la tomes por donde la tomes, es un homenaje a la música. Tiene uno de esos juegos vocales que sólo hacen Lennon y McCartney, imposibles en su planteamiento, pero luego, los oyes, y te parece que no hay otra armonía posible. Como soy así de irreverente,. me he atrevido a meter una tercera voz, una melodía alternativa que navega entre las de John y Paul y el resultado no es del todo malo aunque, claro, no comparable al dueto original, que es insuperable. He tocado con guitarras acústicas, bajo, y una batería reducida tocada en dos tomas. Charles y caja en una toma y bombo en otra. No es que sea algo de lo que estar orgulloso, pero es la primera vez que grabo la batería, aunque sea de esta manera tan poco profesional. La he mezclado bajita, para que no se oiga demasiado, pero algo se intuye, si te fijas. A ver si te gusta. Por cierto, si alguien la quisiera bajar, pinchando en el título vas a la página de descarga.

Entra en mi despacho sin parecer asustado, pero tampoco muy seguro de sí. No parece querer impresionarme, sino serme simpático. Intenta parecer cercano y agradable, y eso me gusta. No viene a dejarme con la boca abierta, sino a participar, como si dijéramos. Es guapo. Pero no se cuida nada. Viste ropa vulgar, no especialmente horrenda, discreta, pero de mercadillo. A pesar de sus apabullantes ojos azules, tiene una mirada cálida, acariciante y, al fin hombre, ya se ha fijado en mis tetas.
- Hola, ¿te llamas?
- Hola, Felipe. Felipe Grandfalow, vengo de Valdemorillo
- Muy bien, señor Grandfalow, yo soy Cecilia Hotlips, y estoy aquí para entrevistarle. Mi labor es intentar establecer un perfil lo más completo posible de sus capacidades y potencial y comprobar así si usted es la persona idónea para el puesto que solicitamos… viene usted por el anuncio, supongo, ¿no es así?
- Así es, señorita… perdón no recuerdo su apellido…
- Hotlips, Cecilia Hotlips
- Negativo
- ¿Cómo dice?
- Negativo, que eso, el no acordarme un minuto después debe ser un punto negativo, ¿no?
- Podría ser, cariño, ¿puedo llamarle cariño?
- Cierto, churri, y yo… ¿puedo llamarte churri?
- Ciertamente, no, cariño, como nominativo de confianza prefiero chochito, y no me apee el tratamiento de usted, por favor, cariño, prefiero la fórmula respetuosa.
- Como usted quiera, chochito mío
- Bueno, dígame, ¿le parece que empecemos, cielo?
- Me parece, chumino
- Chocho, Felipe… chocho o chochito, no chumino, por favor.
- Bien, chochito, adelante.
- Describa, por favor, cariño, en breves palabras, su rutina ideal al llegar a la oficina.
- ¿En breves palabras?
- Eso he dicho, cariño.
- Llego. Hola. Silla. Mesa. Pc. Correo. Café. Pis. A currar.
- ¿Por qué habla así de raro?
- Breves palabras, ninguna de más de tres sílabas.
- Esto no era un campeonato de palabras cortas, me refería a que debería explicarse de manera sucinta, sin enrollarse demasiado.
- En ese caso, debería haber dicho eso, no “describa en breves palabras”. Describir en breves palabras es describir en palabras de corta duración. Si lo que deseaba era una descripción breve, debería haber usado eso, descripción breve o, en su caso, “en pocas palabras”
- Ah, vaya, un listillo... tenemos a un listillo optando al puesto
- Así es, chochito, el típico listillo tocapelotas
- De acuerdo, cariño, pero no siga por ese camino, que le meto.
- Me parece justo.
- Bien, me he fijado en que, nada más entrar, se ha fijado en mi pecho, ¿qué debo colegir de ello? ¿Es usted un acosador? ¿Un galán trasnochado?
- La verdad, no sé qué debe usted colegir… si no le molesta que le pregunte, ¿qué significa exactamente, colegir?
- Inferir
- Gracias maja…
- Sacar una consecuencia de algo, deducir… para ser un listillo tocapelotas, tiene lagunas importantes, cielito
- Oh, es cierto… pero tengo cosas buenas.
- ¿Sí…?
- Seguro, la haré reír en cuanto me permita apearle el tratamiento.
- Bien, lo veremos, lo veremos. De momento, sigamos con el procedimiento estándar, si no le importa, cariño.
- Adelante.
- ¿Qué piensa del día de los enamorados? Escoja la que más se acerque a su pensamiento, aunque no se ajuste del todo:
  • A.- Es una treta de los grandes almacenes para vender más
  • B.- Es una cursilada
  • C.- Es algo comercial, sí, pero una buena excusa para regalar algo a la mujer que amo.
  • D.- Si fuese de los enamorados realmente, muy pocas parejas se regalarían cosas.
- Vaya, ninguna me hace demasiada gracia, pero B, creo.
- Ahá... El puesto al que está optando es el de mi amante para esta temporada, ¿debo inferir (¿recuerda…?) de su respuesta que no va a regalarme nada?
- Es una posibilidad bastante a tener en cuenta, la verdad.
- De acuerdo… ¿le importaría una pequeña dramatización? Me voy a poner a trabajar en el PC; usted debe asumir que estamos en casa, y que llega y me encuentra trabajando. Haga algo para que deje de trabajar y me fije en usted, cariño.
- De acuerdo. Ahora vuelvo, usted a lo suyo, chochito.
Sale de mi despacho y yo, a lo mío. Lo que me gustaría que hiciera, lo que más me gustaría, es que me trajera algo, un café, un té, una copa, lo que fuera… que me dijera con palabras dulces y cariñosas que dejara el trabajo por un ratito y que me diera un masajito en los hombros, o en los pies, mientras me contaba cosas interesantes, de su trabajo, o de lo que fuera, y me propusiera ir a cenar por ahí… o que me hiciera él la cena, mientras yo tomaba un baño de sales. Eso es lo que me gustaría.
Pero entra con una cocacola y una aspirina, y una sonrisa que me dice que no es por si me duele la cabeza, sino porque el adolescente calentorro que aún pervive en él, cree que eso me va a poner cachonda. El mito de la "yumbina".
Se acerca a mí por detrás y se agacha y en lugar de palabras dulces, al abrazarme me agarra las tetas y me dice “¿cómo están mis primas hoy?” y las estruja un poco más fuerte de lo necesario. Me dice algo ininteligible, porque lo único que noto yo es que me mete la lengua en la oreja y me abre la blusa con una urgencia casi desesperada. Creo que me ha dicho algo de un regalo para mí… Hace girar mi silla de trabajo y cuando estoy frente a él me enseña el regalo: se ha puesto un lazo rosa en la polla, tiesa y pedigüeña, y me da un sobre.
Abro el sobre y en la tarjeta no hay un poema, qué va, ni siquiera es una tarjeta de esas que venden ya hechas con una frase cursi pero bienintencionada. Dice, literalmente: “¿Quieres cenar salchicha?”
Esa fue mi primera cita con Felipe.
Y lleva 10 años siendo mi amante. Ambos nos hemos casado, y tenemos vidas montadas, cada uno por nuestro lado. Nunca me enamoré de él, por eso nunca me ha decepcionado. Nunca me prometió serme fiel, por lo que nunca me ha traicionado. Desde el primer momento, estuve segura de lo que quería yo de él, y él de mí, seguro, y no paseamos de la mano, ni vemos atardeceres juntos. Pero le quiero. Con los años, se ha hecho más tierno y más dulce. Él se limita a estar cuando necesito que esté, me escucha cariñosamente, no me llama ya chochito y me hace el amor sin ponerse lazos en la polla y sin romperme la blusa. Es mi amigo y como tal, le quiero.
Ahora, un día, uno de estos días, a lo mejor me cuenta, a lo mejor nos cuenta, cómo se siente él. Sería interesante, ¿verdad?

domingo, marzo 08, 2009

moscas en el parabrisas

Wolffo - Wash away (Joe Purdy's cover)

No sé cuántos de vosotros han caído bajo el influjo de Perdidos. Yo caí. Y no recuerdo, pero creo que fue en la segunda temporada, cuando en el revival de Harly, el gordo melenudo y buen tipo, al final del capítulo, salía esta canción de Joe Purdy, fabulosa, que me atrapó desde el primer acorde y que hoy destrozo aquí con mucha percusión y mis tres guitarras acústicas y nada más. Dedicada al lector anónimo que echaba de menos la música.

Trato de olvidar qué es lo que hace daño, Lorna, y me gustaría que tú lo entendieras también. Nuestro amor es difícl y me hace sentir, a veces, culpable, no sé cómo te sentirás tú, pero para mí es algo que nubla el panorama, como una mosca aplastada contra el parabrisas de esas que, por mucho que acciones el limpiaparabrisas, permanece, letal y absurda, como un imborrable borrón en medio del paisaje.
Imprimo, para estudiarla mejor, la fotografía de nuestros labios ávidos de ti y de mí, y me doy cuenta, demasiado tarde, de que el objetivo estaba sucio por una inoportuna gota de sólo dios sabe qué... y esa gota seca y casi invisible en el cristalino de mi cámara, imperceptible a simple vista, esa mota de mala conciencia que no se ve a través del visor de la cámara, mancha todo cuanto impresiona el objetivo y produce fotos distorsionadas por el sinsabor del negocio no del todo limpio.
Y es que el amor es un negocio sucio, Lorna. Los términos del contrato no están claros en ningún documento y siempre hay alguien que decide saltarse a la torera los no escritos por mor de su indomable corazón. No es un elegante vestido el amor, sino un conjunto de harapos que los enamorados, ciegos de lascivia, ven como un apaño temporal aceptable.
Trato en vano de limpiar toda esta inmundicia, y compro el mejor líquido limpiaparabrisas del mercado, y echo el aliento a la lente de mi Olympus, y, al fin, recojo todos los trapos sucios y bajo al río, pensando que soy mozuela, a lavar mis trapos y darles con el agua de este río de frío, un poco de esplendor.
Pasarán los días. Volveré a verte sentada a oscuras junto al televisor, iluminado tu costado izquierdo por su luz azul y fraudulenta, y te desearé de nuevo. Maldeciré tu conciencia por huirme, por separarte de mí y no querer que te toque; maldeciré tus pechos deliciosos y deseados por no estar en mis manos avariciosas, y sus vértices en mi boca golosa, como uvas del deseo mordidas y derramándose por las comisuras de mis labios; maldeciré tu sexo ávido y vivo por no llamarme a ocuparlo y a vaciarme en él. No me esquives más, no me esquives otra vez, Lorna.
La culpa es el equipaje más pesado.
Y tú eres el sueño del que no consigo desprenderme. Una mancha, un borrón, a blot on the landscape, una incongruencia en el paisaje de mi yo proyectado, y una esperanza de que, todo, quizá, un día, pueda salir realmente mal. Sigo conduciendo a toda velocidad por esta autopista nada peligrosa y mortal, a la vez. Mi pie pisa a fondo el acelerador y tengo el depósito lleno. Pero la mancha permanece y conduciéndome así no llego a ninguna parte.
Maldito amor. Malditas moscas en el parabrisas.
Maldita seas, Lorna Cor.

Para Fants:



He puesto que es para Fants, pero esto debería verlo todo el mundo y deberían ponerlo en las escuelas de cine y tv. Es un prodigio de montaje, sensibilidad y talento, y cada vez que lo veo me gusta más.

lunes, marzo 02, 2009

ella está en la luna

Es sencillo de comprender: a ella le gustaba, después del trabajo, acercarse al Café Luna y abrir su libro, pedir un té rojo, y matar horas leyendo mientras escuchaba al simpático hombrecillo que tocaba la guitarra y cantaba sin molestar en una esquina del café. Nunca aplaudía (ya había gente educada que lo hacía), pero el hombre de la guitarra, el guitar man del local no se molestaba, porque sabía lo mucho que le apreciaba… y porque hacía para él una labor impagable: le ordenaba las letras.
En efecto, cuando Lorna empezó a ir por el café, el músico empezaba su carrera también en el mismo local. El hombre, observó Lorna, era casi competente como músico de fondo de un local, pero como gestor de sus cosas era un auténtico desastre. Llegaba al café, se hacía servir un vodka con naranja (de cualquier marca el licor, la naranja, si puede ser Mirinda…) y se iba a su rinconcillo a empezar su trabajo. Lo primero que hacía era desplegar el atril, tarea que siempre, y mira que llevaba años haciéndola, se le complicaba un poco más de lo deseable. Cuando, al fin, tenía el atril en condiciones, malas, empezaba el espectáculo lamentable de colocar su espantoso archivador con las letras (el clásico A-Z de oficina siniestra de 10 centímetros de lomo) en precario equilibrio en el enclenque bastidor del atril. Enchufaba la guitarra, siempre con algún incidente o ruidos no dañinos, pero casi siempre molestos para él o los parroquianos, y empezaba a cantar, tímidamente, al principio, con más confianza según avanzaba la tarde, pero siempre acababa liándose con las letras. Eran demasiadas y estaban demasiado mal ordenadas.
Lorna se sentaba muy cerca del músico, en una mesa situada a su derecha, y de vez en cuando, si se le caía una letra en plena interpretación, ella se la recogía y trataba de devolverla al atril. Esto, junto a la lectura involuntaria de algunas anotaciones hechas a mano por el músico, marginalmente, en las letras (“¡armónica!” “capo en 2” y, sobre todo “chica del libro” en rotulador rojo en el margen de Fly me to the moon) fue acercando al músico y la lectora a un final inevitable: él se sentaba con ella para hacer la selección de las canciones que tocaría esa tarde (unas 30 cada día, lo que, con las presentaciones y tal, suponía unas dos horas de música) y ella se las colocaba en una carpeta amarilla de fundas transparentes (dos canciones por funda) más o menos en el orden que él le iba diciendo, aunque se permitía hacer algunas variaciones, variaciones en las que el músico, a veces la hacía caso y otras no. Un día, Lorna le preguntó que porqué sabía que a ella le gustaba Fly me to the moon, si nunca aplaudía ni nada.
- Te observo por el rabillo del ojo. Me gusta la forma en que mueves el piececito, llevando el ritmo, mientras canto. Además, con esa canción, sueles levantar ligeramente la vista del libro y cerrar los ojos. Te encanta esa canción, lo sé.
- Entonces, ¿Por qué no la cantas casi nunca? Hace meses que no te la oigo… y mira que siempre la meto en la carpeta sin que te des cuenta…
- Claro que me doy cuenta, pero es de esas canciones que le causan a un músico malo, como yo, un temor casi reverencial. Todo el mundo recuerda a Sinatra cantándola y, en fin, es complicado meterse en un jardín así. El swing es para músicos de verdad, no sé si me entiendes…
A ella le gustaba cuando él empezaba a enrollarse con aspectos de la música que a ella le traían sin cuidado. Pero le gustaba la pasión con la que él hablaba de síncopas, progresiones y armonías, aunque a ella, aparte de no entender una palabra, le importaban un rábano. Y él, venga a darle vueltas al molino, que si este contratiempo es genial o que si no ves que la gracia está en los acordes menores o lo que fuera… y ella pensando, ¿no se cansa de hablar nunca, o es que lo de besar a las mujeres no se le da bien…?
Cuando la cosa iba bien, el músico era un espectáculo no por la música, sino por lo que se enrollaba. Lanzaba, con soltura, largas y didácticas peroratas sobre la canción que iba a tocar, su autor o lo que a él le gustaba o disgustaba de la canción, o sobre alguna anécdota relacionada con la canción o con lo que fuese. El caso es que, con frecuencia, el público del café celebraba más estas disertaciones, casi siempre interesantes, con frecuencia, divertidas, a veces, hilarantes, que las propias canciones. Este jueves era uno de esos días, el músico estaba en vena. El músico iba a decirle a Lorna que la amaba y que se dejaran de tontunas de música y que se fueran a vivir juntos. Las canciones fluían una detrás de otra sin fisuras, y las introducciones a éstas, a menudo más largas que la propia canción, eran acogidas y celebradas con calor por el público que, además, ese día era un poco más numeroso de lo habitual.

- Voy a hacer ahora un tema fabuloso, queridos amigos y amantes. Un tema que hace meses que no toco aquí en el Café Luna, un tema de esos hacen que los hombres os deis discretamente la vuelta mientras las mujeres se desnudan todas y hacen mover sus pechos al swing de la música… ¿no…? No os convence a los hombres, ¿verdad? Bueno, podéis quedaros y mirar, pero está prohibido tocar, que yo tengo las manos ocupadas y creo no podría resistirlo. Bueno, es un tema para alguien especial, muy especial para mí. Alguien cuyo amor no merezco y, sin embargo, tengo. Alguien capaz de traer el sol a la Luna y, lo que es más alucinante, es capaz de llevarnos volando hasta allí; una mujer capaz de enseñarte, sin moverse de tu lado, cómo es la primavera en Júpiter o en Marte; en fin, imagino que todos sabéis ya que voy a destrozar en este escenario Fly me to the Moon, conocida por la inmejorable versión del gran Sinatra. La canción la escribió Bart Howard, y originalmente, se llamó “In other words”, pero como la gente se empeñaba en llamarla por la letra del primer y magnífico verso, los editores acabaron cambiando el nombre en el registro y pasó a llamarse “Fly me to the moon”. En fin, esta joya suena a sí en mis torpes manos:
Fly me to the moon (*)


Según avanzaba la canción, la visión periférica del músico percibió una actividad no habitual a la derecha de su mini escenario, el lugar que, habitualmente, ocupaban Lorna Cor y su libro, y el tocho de las letras no seleccionadas esa tarde. En cuanto terminó la canción, algo más raro aún, notó aplausos entusiastas que venían de su mesa y miró: Lorna, aplaudía y junto a ella, un tipo con aspecto encantador (para el mundo en general) y doloroso (por encantador, para el músico). Algo en la actitud de ambos, Lorna y el hombre guapo, denotaba que eran el uno del otro, aunque ni siquiera se tocaban; pero algo a su alrededor, una especie de halo, de círculo sanitario invisible, que hacía imposible cualquier aproximación. No estaban en el programa de esa noche, pero el músico hizo que el público sintiera su tristeza cantando que las flores no se doblan por la lluvia, que, en realidad, los extraños rara vez coinciden en la noche y transmitió la melancolía del reflejo de la luna en el río de lágrimas que dejó escapar al ver a Lorna y a Wolffo besarse mientras él, un simple músico, le ponía la banda sonora a su propio fracaso.
- Yo toco y ella, coño, que parece estar en la luna, follando, ¿no es una ironía…?
Dijo el músico y, ante la sorpresa del público asistente, se levantó, le rompió la guitarra en la cabeza a un sorprendido Wolffo (que se joda, ¿no?), de un golpe certero y animal y se largó de allí.
Y nunca más se supo de él.

(*) Está tocada con mi completo equipo Epiphone: mi vieja guitarra acústica, mi querida Dot (de las buenas) y esta nueva maravilla, el increíble Blues Custom 30, que me tiene loco, porque, aparte de que es un ampli precioso ¿no suena de fábula?