viernes, enero 30, 2009

Lorna, irreal, resiste.

Flowers never bend with the rainfall

Grandes, grandísimos Paul Simon y Art Garfunkel. Esta canción es una de esas suyas inesperadamente bella, sencilla y definitiva, que se te desata entre los dedos cuando coges la guitarra. Ayer, mientras trabajaba, se me cruzó esta canción y tuve que coger la guitarra ppara ver cómo iba. Iba genial, claro, y al escuchar la letra, me di cuenta de que parece escrita para cierto ángel que yo conozco, exactamente para este momento de su vida, y yo no puedo hacer otra cosa que grabarla con mi brutalidad y mis mejores deseos, y desear con toda mi alma que el chaparrón de tristeza que, como un manto empapado, cala las alas de mi ángel, desaparezca y le deje volar de nuevo. Es para ti, Caquis, solo para ti.
Está grabada la canción con batería, bajo y la guitarra de 12 cuerdas. Y claro, le he añadido una vocecita en la tercera estrofa, porque si no añado voces, parece que reviento.


A través de los sórdidos pasillos de las peores pesadillas invernales, Lorna Cor tiene momentos de flaqueza y a veces, algunas veces, cree que quiere abandonar. Pero algo en el mismo centro de su espíritu indomable y distinto le ayuda a pasar a través de las sombras más oscuras y profundas sin dejarse llevar por la confusión y la vertiginosa droga que es la autoflagelación. Sin saber muy bien lo que es real, porque los sentimientos no se pueden tocar, y sin dejarse llevar por los mitos que aparecen en la gran pantalla de su ilusión, Lorna, extenuada, sigue en pie.


Se ha quedado Lorna en pie, pues, frente al espejo, preguntándose si ha actuado bien. Porque, aunque lo ha meditado muchas veces, las rupturas, hasta las más civilizadas, son siempre un trago amargo que a nadie le gusta pasar. Y aunque el espejo refleja a Lorna, con toda su indomable belleza, ella sólo ve una pequeña y oscura silueta, que trata de hacerse invisible y no acaba de estar segura de que ésa sea su imagen. Así, Lorna, cegada por la luz del dios de la verdad relativa (la verdad siempre es relativa) y la justicia (¿la justicia de quién?), no enfoca la imagen del espejo y deja venir la noche y sale, entregada a ella, vagando sin dirección. Lorna, confundida, busca una razón.

No tiene importancia, mi querida señorita Cor, si si has nacido para ser reina o esclava, porque todos somos reyes en el reino de nuestra intimidad, y todos somos esclavos del amor que debemos al mundo. Es frágil y delgada la línea que divide los estadios de la alegría y la tristeza, y verás cómo un día, sin saber porqué, el dolor de los días grises y solitarios se tornará en despertares jubilosos, y ya no te sentirás sola nunca más. Tus fantasías se habrán hecho realidad, Lorna, pero no te darás cuenta, porque, entonces, tendrás nuevos deseos y nuevas fantasías y la rueda de la fortuna siempre gira, Lorna Cor, y tú sabes que todo lo que tienes que hacer es ser lo que debes ser y enfrentar cada día como si fuera el primero. Lorna, dolida, siempre espera que vuelva a amanecer.


Así que, sin nada mejor que hacer, mi querida Lorna, voy a seguir fingiendo que finjo que la vida no tiene fin, que somos alegres e inmortales y que nos espera un tren en cada nueva estación; y tan es así, que estoy por cantarte que no te dejes vencer. Que no tires la toalla y que sigas en pie, porque, aun triste, eres una flor silvestre, solitaria y distinta, bella y retadora, en medio del asfalto. Y ya sabes, mi amada Lorna Cor, como decían los viejos y siempre recurrentes Simon y Garfunkel, que las flores nunca se doblan con la lluvia.
Lorna, irreal, resiste.

117,300

lunes, enero 26, 2009

Tony Viriatus, El tío pedales, vuelve a volar (Long live rock!)

Déjate ver ya (Nacha Pop cover)

Quizá porque unas cuantas de las baladas de Antonio Vega son incontestables obras de arte, y porque su reconocimiento más o menos universal como compositor ha sido bien tardío, mucha gente ignora que Nacha Pop era un grupo fabuloso de pop-rock, guitarrero, marchoso, que gustaba de, por ejemplo, incluir al menos un rock and roll puro en sus discos y que el mismo Antonio Vega, luego descubierto como autor sensible y tal, era un marchosillo de primera categoría. Para mí, son inolvidables piezas de Nacha Pop, en cuanto a rock and roll, Mujer de cristal, Déjame algo, Día tras día, Qué hiciste conmigo anoche, ¿Quién soy?... además, claro, de esta maravillosa Déjate ver ya que subo hoy aquí que apareció en su LP Dibujos animados, uno de esos álbumes asombrosamente olvidados. Este álbum, por cierto, me recuerda la amistad. Tenía pensado grabar esta canción con mi amigo eMail, a la sazón, compañero de armas en Los Ciclones. Lo haremos, claro, y entonces podréis ver lo que influye una guitarra de rock and roll bien tocada. En esta versión, he tocado yo todo, y espero poder colgar, en unas semanas, en cuanto se recupere eMail de un golpe duro que acaba de sufrir (ánimo, amigo), una versión en la que reemplace mi guitarra por la suya. eMail ha nacido para el rock and roll, y cuando pone su alma - y sus dedos- en un r'n'r, consigue un sonido que muy pocos guitarristas, en serio, pueden igualar. Aquí - Wolffo - Déjate ver ya - puedes bajarte este temazo que te estremecerá de la cabeza a los pies, si lo oyes con cascos a toda pastilla. Lo he grabado secuenciando la batería y tocando a toda tralla el bajo y las guitarras todo lo afiladas que sé. Además -al fin, Wolffo-, le he añadido unos coros tipo du-duá para darle un poco de sabor local. A ver si os mola.



Tony Viriatus, conocido en los ambientes como El tío pedales, no sabe lo que le espera. Tiene una cierta idea de que no lo hace del todo mal, pero no es consciente que sus dedos sobre una bibicleta son puro oro. En su más tierna juventud, Viriatus fue un prometedor ciclista, fino escalador y competente en el llano, sin ser demasiado desastroso en la contrarreloj, disciplina que, a menudo, penalizaba a los ciclistas españoles frente a otros europeos. Pero del estilo ciclístico de Viriatus, pese a ser castellano viejo, podía decirse que pertenecía a la escuela suiza, lo cual, traducido a términos comprensibles para el gran público, quiere decir, que era menos escuchimizado que los escaladores españoles, menos enjuto y renegrío, y que al acabar una etapa, parecía cansado, pero no daba la sensación de despedir tan mal olor como sus compatriotas. Era como más aseado. Tenía en común con los ciclistas ese andar un poco vaquero, como si unos tremendos huevos le colgaran y le separaran sin remedio las piernas; a cambio, era enemigo de ponerse chancletas de esas de cinta al acabar la etapa, con lo que no ofrecía ese aspecto penoso que ofrecen todos los ciclitas (los suizos incluídos) cuando les entrevistan sin sus zapatitos de ciclista, pero con calcetines y chanclas.
Viriatus pudo haber sido un héroe, pero se quedó en leyenda, en mito en formación y su legendaria historia terminó casi antes de haber empezado. Resultó que llegó a correr el Tour. Tres etapas, concretamente. El día de su despedida del Tour – y del ciclismo de competición- se encontraba cómodamente instalado en el pelotón, en una etapa tensa, pero tranquila, con todo el mundo atento, pero sin nadie que se decidiera a desatar las hostilidades. La típica etapa peligrosa, porque Perico Delgado, ante nada mejor que comentar, cuenta diez mil anécdotas, empieza a sentirse suelto y deja escapar unas cuantas inconveniencias.
Lo que ocurrió, concretamente, fue que Viriatus se descolgó del pelotón para recoger botellas de agua para los compañeros; se dejó caer hasta el coche del equipo y recogió, además de botellas, instrucciones parea sus compañeros de boca de Felipe Sabroso, El Chinchilla, director del equipo. Cuando se disponía a volver al gran grupo, sacó un croasán que se había guardado del desayuno (no le entraba después del platazo de macarrones que les metían, pero después, a media mañana, le sentaba de vicio). Resultó que un corredor ruso, cuyo nombre nadie recuerda, se echó a un lado a aliviar la vejiga, al estilo Perico Delgado, precisamente, es decir, sin bajarse de la bici, sacando el pinganillo y regando el margen de la carretera. Como fuera que había un poco de aire soplando en la dirección inadecuada, el reguero de pis fue a parar, al croasán, primero y luego, a la cara y pecho de Viriatus. Era su primer Tour y era, asimismo, desconocedor de la etiqueta requerida en estos casos, así que se limitó a seguir su instinto. Llegó a donde estaba el (puto) ruso, le bajó de la bici de una hostia regular, le pateó un poco y le hizo comerse el croasán mojado en pis y se disponía a mearle todito, cuando miembros de la organización y de su equipo le separaron y se lo llevaron de allí, impidiéndole finalizar la etapa. Las imágenes del rapto de ira de Viriatus dieron la vuelta al mundo, así que, en ese mismo momento, apenas empezada, terminó su carrera como ciclista de competición.
Viriatus volvió a su pueblo, Colmenar de la Colmena y, después del correspondiente homenaje del alcalde y el pueblo entero, España es así, abrió una tienda-taller de bicis que, rápidamente, se hizo célebre en toda España. Arreglaba y ajustaba las bicis mientras en su equipo de música sonaba rock and roll de los 50 a todo trapo. La gente empezó a establecer un curioso vínculo inconsciente bicicleta-rock’n’roll, lo que cambió la fisionomía de los cicloturistas de la sierra. Se veían auténticas bandas de rockers que, en lugar de potentes Norton, Triumph y tal, iban con sus BH’s y sus Orbeas (eran los 80, no existía Decathlon) y unos loros de esos de negro (radiocassetes estéreo grandes) atados al transportín y con Elvis, Jerry Lee Lewis o Eddie Cochran sonando a toda tralla. Esas bicis fueron el antecedente del tunning macarra ese que rellena el maletero del coche de altavoces indecentes.
Viriatus se hizo de oro montando los loros de negro en los transportines, que alimentaba mediante un complejo sistema de minidinamos inventado por él, y cada vez tenía más encargos, pero empezaba a estar harto. Viriatus Arabescus, su taller, pronto se hizo tan famoso, que permitió abrir sucursales por el sistema de franquicias, así que los talleres, en la práctica podían funcionar sin él, de modo que se desvinculó del trabajo y se centró en su nuevo proyecto.
En realidad, su proyecto era el mismo que le impulsó a crear las biciloros en los 80. Quería vincular bicis y rock and roll de forma definitiva, así que se centró en la siguiente generación de lo que sería el Bike and Roll, un nuevo concepto, porque se trataba de hacer de las bicis instrumentos de rock and roll. En un primer momento se centró en dos proyectos: la bicitarra y la saxowheel.
La bicitarra consistía en una bicicleta estática, pero con ruedas: la bici estaba sujeta al suelo por una estructura de fibra de pelo púbico, un material extrarresistente, robusto y de finura por demostrar, que mantenía las ruedas en el aire. En las ruedas, en lugar de radios, o haciendo las veces de éstos, se encontraban cuerdas de distintos grosores. La rueda trasera contenía las cuerdas más gruesas, destinadas al acompañamiento de bajo y la delantera poseía las cuerdas más finas y agudas con las que se construía la melodía. En cierto modo, era pariente del arpa, pero a Viriatus le molaba porque podría lanzarla con una rotunda frase publicitaria: “Presentamos la bicitarra: al fin, un instrumento que se toca con los pies”
La Saxowheel, o Saxorrueda, era de parecidas características, pero se aprovechaba el aire provocado con el pedaleo para provocar sonidos. Su estructura era de monociclo, y los radios eran minúsculos tubos como de órgano que se abrían y cerraban mediante un sencillo teclado situado a modo de manillar. La idea era tan ingeniosa que le daba miedo.
El desarrollo de los instrumentos fue sólo cuestión de trabajo. El concepto estaba claro y sólo requería ajustes y cientos de prueba-error para determinar materiales, tamaños, diseños… Lo que más molestaba a Tony Viriatus era el aspecto administrativo y económico de todo el asunto. Un día, en una reunión con un montón de ingenieros y abogados para patentar sus inventos y decidir qué línea seguiría su lanzamiento, le entró una especie de pánico y salió de la sala de reuniones. Se abrió el cuello de la camisa, tiró la corbata a una papelera y se quitó la chaqueta.
Bajó a la exposición de su tienda y entró en su despacho, donde cogió su vieja Gibson J 250, se la puso a la espalda, ajustó la bandolera, agarró su vieja Orbea negra de paseo y salió a pedalear un poco. Un poco más de tres días estuvo pedaleando.
Y esto sucedió hace tres años. Nadie ha sabido, desde entonces, nada de él.
Me contó un pastor el otro día que en algún lado de la anchísima Castilla, entre las montañas, las ovejas, a veces, se detienen en silencio y los perros dejan de ladrar. Se oye a un hombre que canta con voz grave, acompañado de una guitarra, viejas canciones de Elvis, o eso le parece a los pastores. Se le oye pero nadie le ve. Por lo que me han contado, podría ser cualquier cosa, pero yo me apuesto la cabeza a que, fijo, es Tony Viriatus, El tío pedales, que vuelve a pedalear y con él, vuelve a volar la leyenda de bicicletas y Rock and Roll.
¡¡¡Larga vida al Bike and Roll!!

Con cariño, al Tío pedales, esperando a que se deje ver cuando él quiera.

lunes, enero 19, 2009

Bendita rutina

Condenados (y+)




Condenados es una canción de esas de las que me siento especialmente orgulloso. Puede gustarte o no, lo que sea, pero es pura inspiración. Es un regalo de June y Lorna: ellas, sin saberlo, me la regalaron entera, benditas sean. Escrita del tirón, a la primera, se desgrana sola y se escucha solita, también. Está acompañada de otras canciones, todas de 2008 que me resultan muy gratificantes cuando las oigo todas juntas. A ver si a ti te pasa lo mismo. Puedes bajarla (s) aquí: Wolffo - Condenados.


Respiró, libre de todo y de todos, cuando el eco del amanecer vocinglero y bienhumorado de sus hijos se hubo extinguido por su marcha en la ruta escolar al colegio y su marido, al fin, hubo marchado a trabajar después de tres meses de tenerle en casa todo el día por una inoportuna baja laboral.
Reflexionó sobre este particular unos instantes antes de centrarse en su nueva rutina. “Oxímoron”, se dijo, sonriendo y frotándose la nariz con el índice, luego dio un saltito, y levantó el índice en un ritual que recordaba al de Vickie el Vikingo cuando tenía una idea. Desde pequeña le gustaban estos juegos del lenguaje y el oxímoron (dulce derrota, silencio atronador) era una de sus paradojas predilectas.
Después del larguísimo verano, tres meses completos y dos de ellos de 31 días, ojo, con su rutina saltando por los aires por las vacaciones escolares de los niños, cuando creía que el mes de octubre traería consigo la vuelta a sus adoradas costumbres solitarias, un accidente idiota de su marido (el muy cretino casi se corta un pie con una motosierra tratando de cortar una inocente rama de encina que podría haber cortado con las tijeras del pescado) le recluyó tres meses en casa… ¡y con la pata en alto!, con lo cual, claro, necesitaba atención constante para cualquier cosa.
June, lo digo por si alguien no lo sabe, trabaja en casa y, además, trabaja en casa. Quiero decir que es ama de casa y, además, es diseñadora gráfica freelance, así que el tener a su marido con la pata en alto en casa todo el día, trastocaba toda su organización. Ahora, además, es enfermera a tiempo completo, noches incluidas, y psicóloga y entretenedora y camarera de las numerosas visitas que recibe su marido, además de taxista de las muchas de ellas que vienen acompañadas y, a instancias de su marido (“no te preocupes, que luego June te acerca, no te importa, ¿verdad, cariño…?) se quedan cuando quien las trajo se marcha.
June está cansada y siente que su casa está patas arriba; que tiene desatendidos a sus clientes y que éstos van a darle un toque de un momento a dos; tampoco dedica el tiempo ni la atención necesaria a sus hijos ni se siente especialmente orgullosa de cómo atiende a su marido que, al fin y al cabo, está malherido e impedido; además, ha oído que algunas visitas murmuran a su marido la mala cara que tiene y que a ver si “por las noches se pone las pilas”. Sólo le falta ser esclava sexual para cerrar el círculo de la demencia.
Tres meses así, machacan a cualquiera; aunque bien es cierto que su marido ha ido ganando autonomía semana a semana, y al final, más que una carga, era una ayuda, o al revés, ella le ayudaba a él en las tareas de casa. Pero ya sabéis. El solo hecho de que esté allí, pasando el aspirador mientras ella maqueta un catálogo, altera su modus laborandi, si puede decirse así. Ella necesita la soledad, el silencio de su casa, su simple compañía, para seguir adelante.
Y hoy, al fin, después de besar a sus hijos y darles su barrita de cereales para el recreo, después de besar a su marido y darle su mochilita con su almuerzo (un sándwich recién preparado con amor y con carne asada, tomate, queso Gouda, pepinillos, mostaza dijonaisse y salsa Pickles, un Tupper con caldo casero de gallina y un termo con café) ha cerrado la puerta de casa y ha dicho: ¡por fin!
June se ha puesto un café en su taza-bañera, luego otro en una taza de desayuno normal (una con un sky-line de Nueva York que aún tiene las torres gemelas), ha puesto ambas tazas en una pequeña bandeja, con una pajita y un par de madalenas, y ha bajado a la planta baja de la casa (una casa antigua comprada hacía 10 años a un precio increíblemente bajo), se ha sentado delante de su Mac y ha leído y contestado el correo (sólo mensajes intrascendentes), ha subido una entradita a su blog de cocina con la receta (si puede llamarse así) del sándwich que acaba de preparar -y fotografiar- para su marido y ha abierto el iTunes en reproducción aleatoria para que le acompañe durante el resto de la mañana.
Mientras suena Pagas caro mi humor, de Nacha Pop, hace girar el sillón de director donde trabaja y se queda, de espaldas al monitor del Mac, y delante de la librería que ocupa la mitad de la pared. Se acerca a ella, selecciona un libro (el Arias Paz de mecánica de automóviles, edición de 1964, casi un incunable) y lo medio saca de su sitio, pero al sacarlo, un ruido mecánico, como de pestillo suena. June se echa un paso hacia atrás, y sin coger el libro y sin meterlo de nuevo en su sitio, empuja la librería por uno de sus extremos y ésta gira, como en las películas antiguas, dando paso a una estancia secreta. June entra con la bandeja con los cafés y las magdalenas y saluda con alegría.
- ¡Hola, cariño, te traigo el desayuno!
La cámara acompaña a June mientras ésta entra en un auténtico zulo. Mide unos cuatro metros cuadrados, es rectangular, carece de ventanas, sólo tiene un pequeño respiradero. Las paredes son de piedra y, por todo mobiliario, la estancia tiene un camastro con las sábanas revueltas, una caja de madera que hace las veces de mesa de noche, con una jarra de agua y un vaso, metálicos ambos; bajo el colchón hay un orinal y en el techo, una bombilla de bajo consumo de 15W. Vemos un primer plano de June que, sonriente, ofrece la bandeja de desayuno a alguien.
- Al fin solas; ya nos han dejado solas. Ahora podemos desayunar y comer juntas sin que nadie nos moleste.
- No sabes cómo lo celebro…
La cámara busca a la persona que ha hablado y que, sorpresa, ocupaba el camastro que antes habíamos visto sin advertir que había alguien durmiendo en él. Se incorpora parcialmente y, a duras penas, se sienta en la cama y baja los pies al suelo. Es una mujer, despeinada, con mal aspecto, que está atada de pies y manos con grilletes de gruesa piel y cadenas ancladas a la pared. Éstas tienen la longitud suficiente como para permitirle moverse, pero sin alejarse en absoluto de la cama.
- Desde luego, Lorna, no hay quien te entienda – dice June, enfadada-, siempre pareces tener una razón para estar de mal humor.
- Es verdad, June –responde Lorna-, perdona, la verdad es que tienes razón: no hay quien me entienda.

martes, enero 13, 2009

Don Diego de O’, el príncipe que no quiso reinar...

Con cariño, para mi sobrino Diego, de su tío Jorge, el que no sabe tratar a los niños.

De don Diego de O’, sabemos que vivía en el faro de Alejandría, a donde llegó, por encargo del faraón Ptolomeo II, para custodiar la gran hoguera del faro, que servía, como todo el mundo sabe (no lo pongo por pedantería, sino para demostrarle a mi profesora de historia, doña Nieves, que fue injusta suspendiéndome hace 30 años) para orientar a los navegantes desavisados sobre la situación de la ciudad que, al estar ubicada en orografía plana, carecía de referencias visualmente memorables desde el mar. En este caso, la referencia era la isla de Pharos, donde estaba ubicada la célebre torre que, más adelante, daría el nombre de faro a las instalaciones de este tipo. Don Diego era conocido en todo el mundo por su arrojo extremo, sus asombrosas condiciones atléticas, la nobleza de su carácter quebradizo y su hombría de bien. El Faro de Alejandría, hasta entonces, sufría de constantes sabotajes por parte de nadie sabía muy bien quién, pero que había un grande interés en inutilizarlo es un dato que nadie osaría discutir a los principales perjudicados, los comerciantes Alejandrinos, que son unos comerciantes de catorce sílabas, pero como divididos en dos hemistiquios.
Don Diego empezaba su jornada cuando los demás solíamos terminar la nuestra. Reunía, clasificaba y colocaba los mejores maderos para lograr una hoguera lo suficientemente viva y grande como para que los espejos de la cúpula pudieran reflejar su fulgor hasta más allá de donde uno cree que el ojo humano puede ver. Luego, durante toda la noche, se encargaba de mantener viva la llama, avivando el fuego y ahuyentando a los posibles saboteadores; aunque, a decir verdad, esta fue una tarea más propia de las primeras semanas que estuvo al cuidado de la torre. Más adelante, cuando se corrió la voz entre los malhechores y los piratas de la época, de quién era el nuevo Guardián de la torre de Pharos, los escarceos maliciosos fueron cesando poco a poco pues, espada en mano y honor en juego, nadie superaba a Don Diego ni en valor, ni en astucia, ni en habilidad, ni en fuerza.
Don Diego poseía otras facultades desconocidas por casi todo el mundo: era un músico talentudo y anárquico, pero sumamente convincente en sus apasionadas interpretaciones y, además, poseía la habilidad para imaginar, dibujar, y luego moldear, criaturas fantásticas, engendradas en sus noches de sueños o de pesadillas, que de todo había en sus duermevelas. Esta habilidad, en realidad, no era del todo desconocida. Es sólo que la gente, simplificaba (porque cuando la gente no entiende, simplifica lo que sus mentes primitivas y limitadas no pueden descifrar) y decía: crea monstruitos, ¿y qué? ¿Para qué sirve eso? Pero lo cierto es que era capaz de crear los hijos más negros del horror y los seres más luminosos, abogados de causas perdidas y defensores de princesas, y nadie sabía, excepto la bella Ralip Zemmog, reina de Fat Hill, la dueña de sus sueños, qué es lo que realmente bullía en la cabeza atolondrada y dispersa del caballero don Diego. Don Diego bebía los vientos por la reina Ralip, quien había acogido a don Diego bajo el cálido manto de amor de su protección cuando éste era apenas un recién nacido y nadie, salvo ella, supo ver el gran hombre en que se convertiría ese bebé mal nutrido de mirada miedosa. El tiempo, claro, le dio la razón. Si bien era evidente que don Diego no sería nunca rey de su pequeño reino, carecía –legítimamente- de la ambición necesaria, estaba llamado, sin embargo, a más altos destinos. Y eso es lo que ni siquiera la reina Ralip podía imaginar desde lo alto de su castillo, en lo más alto del reino de Fat Hill: que sería desde el otro extremo de su amado mar Mediterráneo desde donde su hijo, el gran Diego de O, salvaría al mundo.
La amenaza, la desgracia, más bien, surgió de las mismas entrañas del Mediterráneo. Una criatura imposible, dotada de dos cerebros (uno malvado y el otro, peor), cuatro pies motrices y otros cuatro directrices (los ocho apoyatrices, eso sí), tres brazos armados y dos brazos largos de la ley del mal. Este ser inimaginable, llamado ElMalote Jeans empezó sus correrías en Tunicia y desde allí con sus dos cerebros y todo lo demás, empezó a extender su imperio del mal, la devastación y la siembra de ignorancia miedosa por todo el Mediterráneo, sin que ejército alguno fuera capaz de hacer frente a ElMalote Jeans. No había en el mundo ejército capaz de frenar a ElMalote.
Sometidas Argelia y Marruecos, las penísnsulas ibérica e itálica, las islas Baleares, Córcega y Cerdeña y Sicilia, ElMalote Jeans se preparó para dominar el Mediterráneo Oriental y, sucesivamente, fueron cayendo uno tras otro todos cuantos se enfrentaron a él. Su incursión por el Adriático aumentó su leyenda de monstruo implacable e infalible y aterrorizó a las gentes de ese lugar a quienes, por otra parte, no hace falta demasiado para asustarles. Si se asustaban hasta de Butragueño… Pero el caso es que con cada nueva conquista, aumentaba la leyenda de ElMalote Jeans y, gracias a ello, cada vez le costaba menos someter países y todo eso: estaban cagados antes de que apareciera con sus temibles cuatro pies directrices, que le permitían aparcar en menos espacio del que necesita, por ejemplo, un Opel Corsa, con lo cual, al no perder tiempo buscando aparcamiento, era llegar e invadir, sin más preámbulos.
Cayeron, pues, las repúblicas Balcálnicas con toda esa gente que no sé qué tienen pero que juegan bastante bien al fútbol y al baloncesto (aunque son marrulleros, me cago en diez) y que aprenden en seguida a hablar español, Libia, Grecia y sus islas, Turquía y sus apasionados pichabravas, Chipre, Siria, Líbano, Israel y… Alejandría, con don Diego de O’ al frente, resistió.
¿Y cómo? En primer lugar, claro, incumpliendo, a sabiendas, su labor como farero. Si no le daba a ElMalote referencias de dónde se hallaba Alejandría, difícilmente podría invadir la ciudad porque Don Diego era sabio y, previsoramente, estudió cuál era el punto débil de ElMalote Jeans. Leyó atentamente las crónicas de las batallas (más bien del paseo militar que se había dado por el Mediterráneo) del monstruo anyes de sacar sus conclusiones. Tenía mogollón de extras, era full equip, vale, pero nadie había hablado de faros halógenos o de xenón, o de antinieblas delanteros. Tampoco se hacía mención de sus hábitos alimenticios, pero Don Diego asumió que, al ser una criatura marina, su intestino delgado no estaba preparado para un según qué cosas y le preparó unas cuantas sorpresas. De modo que, a partir de estos dos puntos débiles, Don Diego preparó su estrategia.
Se puso manos a la obra en cuanto hubo trazado un plan; así, tranquilo, se sentó al piano del faro e improvisó una alegre canción motivadora (lo que más adelante, en conmeración a los hechos se conocería como Sinfonía del Mar Libre), que tuvo el poder de convocar, mágicamente, a los atunes del mar en edad de pasar a la vida en lata y celebró -él al piano, los atunes a lo suyo- una conferencia con ellos. Nadie sabe cómo consiguió convencerles, pero les persuadió de que, ya que tenían que dejarse pescar por las procesadoras de pescado en conserva, caducaran en vida (y no hay nada más indigesto que el atún caducado) y se pusieran a tiro de ElMalote Jeans quien, necio y voraz, los devoró sin siquiera pensarlo. Y ese fue su error: los atunes, autocaducados aposta, fueron directos al intestino delgado de ElMalote Jeans y le machacaron la digestión como si fueran ostras en mal estado.
Un monstruo con el intestino delgado dañado es un monstruo que no piensa con claridad, y si, además, no tiene un buen sistema de faros, está perdido si enfrente tiene a Don Diego manejando a una criatura imaginada, diseñada y construida por él mismo. Don Diego se subió a la cabina de su criatura, llamada BuenaGente, y el combate fue desigual: la pericia de Don Diego y los extras de BuenaGente no tuvieron rival en ElMalote Jeans, que fue vencido sin ver, literalmente, por su falta de faros buenos, y su pesadísima digestión de atunes caducados, de dónde le llovían los guantazos.
La noticia de la victoria corrió como una conexión vía satélite por todo el Mediterráneo. Al fin y al cabo, ElMalote no tenía ejército, pero contaba con dos cosas poderosísimas a su favor: la ignorancia y el miedo. Ellos, y no ELMalote, fueron los que sometieron a los simples.
Por todo el Mediterráneo se sucedieron los vivas, y los hurras y las fiestas y circuló la especie de que Don Diego era el más grande de todos los humanos y… bueno, la gente, que siempre pierde la medida de las cosas.
En Fat Hill, la reina Ralip se mantuvo, una vez más, en su sitio. Mirando al cielo, supo que allá lejos, en el otro extremo de su mar querido, pero en el mismo centro de su corazón de madre, su hijo, que no era el más grande de los humanos, pero sí el que más la amaba a ella, había hecho lo que tenía que hacer. Nada más y nada menos. Pero no pudo evitar, a pesar de su majestuosa dignidad, que una lágrima de orgullo de madre se deslizara mejilla abajo hasta la comisura de sus labios. Eso sí, no era salada, como suelen ser las lágrimas. Era una lágrima de amor. Una lágrima extraordinariamente dulce, que le decía que ya no tendría que sujetar, nunca más, sus sentimientos.
Una lágrima de amor por Diego de O’, el príncipe que no quiso reinar, porque tenía que salvar al mundo.


Sujetando nada


No sé cuál es, pero por alguna razón (divina), el video de esta canción es el más visto de los míos. Viene a cuento, de rebote, no por don Diego, sino por la reina Ralip, la mujer que me inspiró esta canción y a la que quiero mucho más de lo que merece, pues mi amor es caro y ella, a pesar de ser buena persona, no lo es tanto como para quererla así, como yo la quiero. Si la quiero así es porque yo soy buenísimo y es a mí a quien habría que querer de forma desmedida. La canción está dedicada, en general, a las mujeres que llevan, con ayuda o sin ella, el peso de sus hijos y su hogar, con las que me siento, por razones obvias, solidario y no de boquilla. Estoy sólidamente unido a ellas en ese sentimiento.
Musicalmente, la canción es alegre, optimista, marchosilla, guitarrera (muy guitarrera, en el solo, está mal que yo lo diga, pero me salgo) y molona. Y es todo cuanto debo decir sobre este enojoso asunto. si no la conocías, esta es una buena ocasión para adorarla y pensar (y decirlo en voz alta) que soy un genio, que hace un tiempecito (desde navidades) que nadie me lo dice. Dicho queda.

domingo, enero 11, 2009

Las aventuras de Lorna Cor y Wolffo en California

El día que mi padre, militar, nos dijo que le destinaban a Plano, California, no pensé, ni de lejos, que veníamos a un sitio tan, literalmente, dejado de la mano de Dios. En serio.
Yo imaginaba alegres viernes saliendo del instituto y largas y lánguidas tardes en la piscina, con chicas en bikini, amigos borrachines, sol y guitarras, atardeceres en la playa y fiestas nocturnas en los barcos de mis amigos más pudientes. Imaginaba sanos desplazamientos en monopatín a todos sitios y usuales coincidencias con Silvester Stallone en la cola de la pescadería, o asistiendo al campus de baloncesto de Kareem Abdoul Jahbar, quien, negro pero afable, me ayudaría a perfeccionar la técnica del bloqueo y continuación y me enseñaría su mítico sky hook. Imaginaba a las rubias peleándose por venir conmigo al drive-in para no hacer caso a las pelis. Imaginaba a mi madre en compañía de otras madres, todas super buenísimas, preparando pasteles de manzana con jengibre y manteca de cacahuete, jamones asados con salsa de arándanos y jarras de té helado y de zarzaparrilla; o a mi padre con otros padres, atléticos todos, amantes del béisbol, blancos y protestantes, bebiendo buds en la lata y preparando hamburguesas en la barbacoa del jardín, y tratando de arreglar el mundo. Imaginaba mi torso dorado por el sol, sazonado ligeramente de arena y sal playeras, acariciado por la mano de una chica facilota de largos cabellos, trasero blanco nuclear, tal vez hija de un músico famoso. Imaginaba tantas cosas…
Seguro que el asunto, lo he pensado a menudo, era desterrar el horror. Como hijo de militar errante, era un pobre descastado y sin raíces, condenado al destierro sistemático, a la vida en urbanizaciones para militares, que no paramilitares, aunque, en la práctica, reservas. Con cada nuevo destino, así que la carrera militar de mi padre se fortalecía con un paso hacia el éxito final, mi desubicación afectiva se afianzaba como rasgo dominante de mi carácter quebradizo. No tenía amigos de toda la vida. No tenía amigos, en realidad. Solo compañeros ocasionales de juegos.
Leí en un maravilloso libro que Plano era una ciudad (si puede llamarse así) tan falta de historia y tradiciones que era considerado un monumento todo edifico anterior a 1960. Era un sarcasmo, pero no sabéis lo cerca que está de la verdad. En Plano, el punto neurálgico de la vidilla es la gasolinera. Mi madre se pasa las tardes planchando y viendo a Oprah. Mi padre siempre tiene algo mejor que hacer fuera de casa. A mi hermana pequeña, sin solución, no se despega Disney Channel, y canta las canciones de High School Musical y Camp Rock como si fueran karmas. En cuanto a mí…
Mi instituto es… peor.
Peor que cualquier cosa, en cualquier terreno. Soy de los más listos, así que te puedes hacer una idea. Siempre fui de los del pelotón de cola en estudios, en deporte, en actividades artísticas… y aquí soy un reyezuelo, no creas, pero mi reino es casposo. Pequeño, estrecho, sin miras, absurdo. Sólo una cosa me consuela en este valle de lágrimas: mi profesora de física, Lorna Cor. Miss Cor es lo único bueno que tiene Plano, California.
Lorna Cor, aunque es profesora de física, sabe de muchas más cosas. Es la que organiza un poco la escasa y poco dotada de medios vida cultural del instituto. Nos está ayudando a organizar un viaje a España de fin de curso, porque dice que una persona no es del todo persona si no ha visto, como es debido, La Alhambra y el Museo del Prado. Yo, la verdad, es que de España tengo más ganas de conocer el Santiago Bernabéu y de ir a la playa, donde dicen que las chicas toman el sol desnudas en la playa; también dicen que en las playas hay grifos de sangría, en lugar de agua, que escasea, y la sangría es gratis y allí se emborracha todo el mundo, hasta los niños pequeños y la gente tiene honor y muchísimos apellidos y algunas personas, tienen hasta escudos de armas. Bueno, será genial, además de comprobar todo eso, lo del museo y la Alhambra. Porque con Miss Cor, todo es… mejor.
La semana pasada fuimos de excursión a Los Angeles. Una actividad cultural típica de Plano: no tenemos historia, pero tenemos McDonald’s, así que ponme una con queso. Puede que lo veas o puede que no, pero si Lorna Cor camina sola por la calle y yo puedo acompañarla, no me voy a estar quieto.
Amo a Lorna, vaya eso por delante. Y Lorna me dice que debo quererme más. Que, todos tenemos nuestros sueños y que, al menos cuando no hablo con nadie, debo permitirme el placer de dejarme llevar por ellos a algún sitio agradable.
Si tomas, por ejemplo, el mundo del cine -me dice- formas parte de él. No sólo porque puedes imaginar que tú eres el protagonista y que esas aventuras te ocurren a ti. El cine es un universo imposible sin ti, sin el espectador y sólo cobra sentido cuando la película despliega toda su magia ante tus ojos ávidos de historias nuevas.
Me dice todo esto mientras caminamos, codo con codo, por Hollywood Boulevard y, al ver las huellas y el nombre de la diosa nórdica, se me ocurre una idea.
De acuerdo – contesto- pero también tiene un lado oscuro. Ahí tienes a Greta Garbo, la mujer más hermosa de la historia, deseando morir porque, queriendo ser sólo una mujer, nada menos que una mujer, todos la tomaron por reina y la hicieron reinar.
Bueno, eso tendríamos que discutirlo más despacio, me dice Lorna, porque nadie obliga a nadie a ser un mito. Mira a Valentino. Por dios, se le va a desenroscar la cabeza…
Sí, le miro. Cuando pasamos junto a la baldosa de Rodolfo Valentino, me divierte ver que sigue siendo el mismo sátiro libertino. Lorna va con falda, y camina indolente al sentirse mirada, y Valentino, desde su privilegiada posición a ras de suelo, levanta la mirada, pícaro, a ver lo que se cuece por ahí.
¡Cuidado! Le digo a Lorna
¿Qué pasa?
Bela Lugosi, mantén las distancias o te tira un bocao…
Me detengo aquí, me dice Lorna, y ante mi mirada inquisitiva, me explica: es Bette Davis, un verdadero corazón solitario, pero no por elección propia. Una mujer que buscaba amor y que fue infeliz. ¿Ves? Simpatizo más con ella que con la Garbo. Lorna está guapísima cuando dice esto y además, tiene razón. Siendo como son las cosas, y estas son innegables, me atrae más Davis que Garbo. Mejor Bette que Greta. Tal vez influye el hecho de que no hay un grupo malísimo que se llame Bette y las Davis, pero las cosas son como son. En fin.
Mira, le digo a Lorna, cuando avanzamos unos cuantos metros. La baldosa de George Sanders tiene lo que parecen ser los restos de un helado de sabor incierto y una diarrea perruna. Aun así, le digo a Lorna, ¿no te parece el colmo de la elegancia, George Sanders? Sí, claro que sí.
Seguimos andando y ambos, sin decirnos nada, nos acercamos, instintivamente, a las huellas y la firma de Mickey Rooney, buscando una sonrisa que llevarnos al bolsillo y, no nos damos cuenta, pero muy cerca de él está la archiadorada Marilyn, explosiva baldosa: no quiero reconocerlo, pero sólo su nombre hace que me ponga burrito.
¿Te gusta Marilyn?
Claro, Lorna, es como el chocolate, hay que ser raro para que no te guste.
Entonces, Lorna pronuncia la frase que hace que empiece a desear desnudarla y tomar, con mis labios, instantáneas de cada centímetro de su piel: ¿sabes? Deberían haberla hecho de acero inoxidable, para que durara hermosa toda su vida y todos la pudiéseis disfrutar, claro, pero la pobre sólo era una chica de carne y hueso (ahí es nada). No me extraña que se quitara de en medio. Debe ser pesadísima la losa del deseo universal.
Tal vez, Wolffo, desearas que tu vida fuera una interminable sesión continua de Hollywood, un mundo de fantasía de héroes y villanos de celuloide.
¿Y porque iba yo a desear una cosa así, Miss Cor?
Porque los héores de celuloide no sufren daño alguno y, sobre todo, porque los héroes de celuloide nunca mueren realmente.
Celluloid heroes
- Versión griposa, pero muy sentida, de esta pieza inmortal de los Kinks-


Esto es lo que me pasa cuando la gripe me aleja del mundanal ruido: llega un momento en que estoy tan hasta los huevos de no hacer nada más que toser, sonarme los mocos, abrigarme y quejarme de lo que me duele todo el cuerpo que bajo a mi zulo y me grabo un temazo como este. Sí, la voz la tengo totalmente tomada, y los ojos hinchados y la cara con el aspecto que debe tener un moco si se hace persona enferma de la gripe, aparte de lo habitual. Esta maravillosa canción de los Kinks es, en mi nada humilde opinión, el mejor homenaje que nadie ha escrito jamás al mundo del cine y la música y la letra alcanzan momentos de tanta belleza que casi me da vértigo hacer una versión, pero... voilá!
Esta vez las guitarras cuentan poco, el piano y el órgano, lo mismo, y crece el bajo por encima de todo lo demás. Los coros resfriados no han quedado mal y... he cometido un par de errores al cantar, pero no me voy a flagelar por eso. A ver si os gusta, a pesar de la evidente gripe.

120.500,
pero no todo es voluntad: también cuenta la colitis

jueves, enero 08, 2009

¡Fuera de mí!

Vete

Este tema de Mamá siempre me encantó. Pertenece a las míticas maquetas que grabaron antes de ser lanzados con esa horrible "Chicas de colegio" (la carpeta en el pecho, protegiendo su pudoooor, fotos de su idolóoooo...). Tanto esta canción como Mi perdido amor, para mí, dos enormes temas, muy superiores a todo lo que grabaron después, fueron incomprensiblemente rechazadas para ser grabadas como dios manda en un disco. Cantar este tema me recuerda, indefectiblemente, a mi amigo Willie AdeC, y una escena. Estábamos en el bar de la piscina de marina, ocupando los amigos una de las mesas; todo el mundo comía y bebía alegremente, imagináoslo: chicos y chicas entre 15 y 18 años, en bañador, sin nada más importante que hacer que divertirse; yo, en una esquina de la mesa, tocaba la guitarra, precisamente, este tema. Cuando llega la parte más intensa de la canción ("alguna amiga encontraré, que me enseñe solitarios..."), como pienso que nadie me escucha y no me apetece dar voces, dejo la guitarra y voy a coger mi bocadillo y Willie, abrazado a una nena, me grita, desde el otro extremo de la mesa: ¿vas a dejarlo en la parte que más mola? Claro, no lo dejé y la canté, y Willie, desde el otro extremo de la mesa, con una mozalbeta mucho más interesante que yo a su lado, movía la cabeza, me sonreía y me decía desde lejos y sin hablar: somos amigos. Uff... ¡qué días aquéllos! Aquí se puede bajar el tema.


Delgadita, la persona que me habita es un verdadero incordio. Se ha metido bien dentro de mí, y se ha asimilado a mi anatomía por el maldito placer. Ella me ofrece placer rápido, placer fácil, placer verdadero y no me pide nada a cambio. Y yo, claro, me la como, porque no soy de los que desprecian el placer así como así.
Lorna no me dice nada, y tolera a esta otra persona con elegancia suprema aunque yo sé que le gustaría más (yo, que le gustaría yo más) si la sacara de mí.
Es verdad que me da placer instantáneo y que puedo repetir siempre que pueda y que, no, nunca dice no ni tiene un límite, pero luego, el que paga las consecuencias soy yo.
Así que, mujerzuela, vete. Déjame en paz. Déjame solo, porque todo el mundo se sorprende (sobre todo si lleva tiempo sin verme) cada vez que me invitan a un sitio y, sin esperar a nadie más, llegamos los dos y eso descoloca a mucha gente.
- Sólo te esperábamos a ti, Wolffo... - me dicen contrariados.
Todo el mundo opina. Opinar es libre y todo el mundo tiene algo que decir sobre este asunto. Como sobre dejar de fumar. Todos saben cómo hacerlo. Odio que me aconsejen sobre este asunto. Sólo yo puedo sacármela de encima y no me vale la experiencia de otros, porque, además, entre otras cosas, yo me la quitado de encvima más de una, de dos y de tres veces. Odio las conferencias sobre primas a las que les cambió el metabolismo, sobre naturópatas, la dieta de la crema de pepinos, o sobre no mezclar hidratos y grasas, sobre horarios y sobre la madre que los parió.
Para quitarme de encima los 45 kilos que me sobran, toda una personita en sí misma, me sobran, de la gente, los consejos, y me falta, de mí mismo, encontrar la voluntad. Sí, queridos, la persona que me habita es la obesidad mórbida, que me acecha deseando crecer y estallar dentro de mí, desbordarme y hacerme un ser redondo e incapaz y he de sacármela de encima como sea, porque hace mucho que dejó de ser una anécdota graciosa (¡caray, cómo se ha puesto el Wolffo...!) y empezó a ser un problema de salud.
En fin. Es parte de mi patético propósito del nuevo año, así que... vete y ya no vuelvas.

Nota social: no me cabe la ropa que me regalan
Nota cuantitativa: 124.700